Nuevas notas sobre lo imaginal
Es imposible para nosotr*s human*s una relación directa con lo real. Esta relación es una relación mediada por signos. Más: es con los signos que llega a haber algo que llamamos “nosotros” o “nosotres” y algo que llamamos realidad. Esta construcción que los signos realizan la llamaremos semiotización de lo real. Es la semiotización la que construye objetos y sujetos. Como soy historiador, quiero señalar un cambio. El cambio que quiero señalar es una sutileza. Es difícil de percibir. Es crucial que lo percibamos. Ese cambio es de un tipo de semiosis a otro. De la semiosis moderna a la contemporánea, de la representacional a la imaginal. Digo que hay signos representacionales y signos imaginales. Digo que la representación (semiosis moderna) tiene un régimen, un funcionamiento y que la imaginalización (semiosis actual) tiene otro. Lo que distingue a la imagen imaginal no es tanto su materialidad (o su intangibilidad: la imaginal suele ser digital), sino su régimen de producción de objetos y sujetos. Hay, pues, imágenes imaginales como hubo imágenes representacionales.
Es imposible para nosotros una relación directa con lo real. Esta relación es una relación mediada por signos. En el siglo XX, esto se decía “el hombre es un ser de lenguaje” o “un ser simbólico”. Creo que hoy debemos decir que el hombre y todos los géneros humanos son seres semióticos. Con esto quiero decir que la relación entre les humanes y lo real está mediada por signos, y que hoy los signos lingüísticos no son tan decisivos como en el siglo XX o antes, en la modernidad en general. Las imágenes son mucho más importantes que antes. Pero con esto no quiero decir que las imágenes puedan prescindir de las palabras. Al contrario, casi cualquier imagen viene acompañada de palabras, sobre todo las televisivas y las publicitarias, y también las de las redes sociales, sean flyers, memes, selfies o simples fotos. El ascenso de la imagen imaginal no significa una extinción de la palabra, sino lo inverso: significa un funcionamiento imaginal de lo verbal.
De tal manera, lo imaginal no es campo lleno de imágenes. Lo imaginal es un campo de prácticas sígnicas, un dispositivo que hace que cualquier signo funja como imagen –como imagen de una red más que término de un discurso. En este sentido, tanto una foto como un artículo pueden fungir como imágenes, tanto unas zapatillas como un corte de pelo, un tweet como un libro, incluso una ley y una alocución: funcionan como elementos que se conectan con otros elementos sin cumplir con requisitos lógicos o gramaticales o disciplinarios previos; no hace falta comprenderlos para decodificarlos, sino conectarlos a su vez a otros elementos imaginales (el campo imaginal es veloz, volátil y “superficial”, así como el campo del Logos supo ser más estable y “profundo”, pues sus conexiones eran ligaduras de cada término hacia “los costados”, pero también, y mucho más, hacia “arriba” y hacia “abajo”). Entonces, los signos de todo tipo, icónicos o no, funcionan como imágenes por la forma en que se conectan con otros: ya no, según su sentido o según su régimen lógico, sino según su mera “introducibilidad” en la red (se introducen si conectan, y estas conexiones no exigen una articulación de sentido ni una articulación lógica, sino la mera factibilidad de contacto de un signo con otro). Por otra parte, los signos se convierten en imágenes por la forma en que circulan, por las prácticas de uso de los signos: no importa cuán profundo o razonado sea un artículo o una ley: si los veo escroleando Tweeter o Facebook, entonces no decodifico razones y representaciones sino que opero con imágenes, las conecto y me conecto (o conectan entre sí a través de mí o conecto con una de ellas a través de otra, y así, contingentemente); esta contingencia conectiva es decisiva, pues el sentido que se armaba entre signos representacionales dependía de sus secuencias, del encadenamiento de unos con otros. En otras palabras, mientras en la semiosis representacional había ligadura entre signos, en la semiosis imaginal hay contacto entre signos.
El desafío que tenemos es poder ir más allá de un dispositivo que nos quita del mundo sin llevarnos a un trasmundo. Nos quita de la inmanencia, pero no lo hace llevándonos a una trascendencia, sino a una pura operatoria conectiva.
En un sistema de signos representacional, los signos nos quitan de acá, nos quitan de la inmanencia porque nos conducen a un significante central, sobrenatural, que es una instancia sobre las demás instancias de sentido. Ese significante (el valor, la razón, Dios, la Nación, etc.) era el que donaba sentido al resto de los significantes (en la economía política clásica, un precio de una mercancía tenía sentido si podía ser ligado a la ley del valor-trabajo; una historia de un país adquiría sentido si sus términos participaban de la Nación, al igual que un discurso de un diputado y hasta una petición a las autoridades; un rezo, lo mismo que una cuenta de un rosario o una palabra de la Biblia, lo adquiría si refería a Dios; un argumento, si refería a la Razón; etc.). El sentido se haya siempre en un más allá supraterreno, extrasituacional. En cambio, en una lógica –o, quizá mejor dicho, una dinámica– de signos imaginal, lo que nos quita de la
inmanencia, lo que nos saca de
acá, lo que nos impide habitar el acá, es la misma conectividad. Los signos no quieren “ir” a otro mundo, el mundo del signo central y mayor, sino a la conexión, a la red de conexiones.
Esto hace que cambien las formas de lograr inmanencia. Si, en un sistema representacional, esa forma era la crítica, que buscaba atacar el término central o deconstruir las ligaduras entre cualquier término y el término central (es lo que hizo Marx con el concepto de plusvalía, pues logró descalabrar las proporciones entre el precio de la fuerza de trabajo y la ley del valor-trabajo), estamos investigando de qué manera podemos ir más allá de la dinámica imaginal en estos tiempos. Pero señalo, por lo pronto, que se trata más de lograr una expresión que de construir una crítica (aunque por supuesto la crítica puede ser un momento necesario de la expresión), lograr una expresión que conecte más con algo vital que un signo imaginal que conecte con otro signo imaginal.
La expresión, por supuesto, usará o inventará signos (está descartado que nuestra relación con lo real pueda ser inmediata) pero estos signos conectarán con lo vital que expresan, y la expresión conectará con lo vital del que recibe la expresión. A esta conexión de expresión, Vauday la llama réplica.
[Estos son apuntes para mi digresión en las venideras Jornadas “Jamás tan cerca. Mediatización, lenguajes y política”]