(a propósito de un reportaje a un niño soldado de Sierra Leona aparecido en Clarín el 22 de diciembre de 2004)
I. Los historiadores y los ciudadanos modernos habíamos aprendido que entre el mercenario y el partisano se erguía el soldado nacional. Luego de leer el reportaje al ex niño soldado de Sierra Leona, parece que este tríptico excluye a un cuarto, ni mercenario, ni partisano, ni soldado nacional: soldado infantil. El mercenario, una forma muy antigua de combatiente, no combatía por ideales. El partisano, una forma muy contemporánea de combatiente, era el arquetipo de la lucha violenta de los oprimidos en condiciones de inferioridad brutal (en nuestros pagos lo llamamos guerrillero). El mercenario era un carnicero a sueldo; el guerrillero, un monje con fusil. El soldado nacional, por su parte, mostraba una particular combinación de las dos figuras más clásicas: luchaba por ideales, tenía tal vez una paga, pero sus ideales eran el de un gigantesco aparato nacional. Los ideales ciudadanos y la cohesión con sus camaradas de armas estaba dada por los ideales nacionales, del mismo modo que lo estaban su valor y eventualmente su arrojo en el campo de batalla. El tríptico quedaba completo: de un lado, una forma desnudamente mercantil como el mercenario; del otro, una forma idílicamente idealista como el partisano; y el tercero excluido entre estos dos, el soldado nacional, el colimba reclutado universalmente por el bien de la nación, que no era ni el suyo propio ni el de su clase. Un tríptico redondito. Me detengo ahora sobre el cuarto en discordia.
II. Este chico tiene dieciocho años en el momento del reportaje; combatió en el Frente Unido Revolucionario de Sierra Leona entre 1996 y 2000. En la porción de reportaje que reproduce Clarín se ven algunas cosas; primero, el mecanismo de reclutamiento (que no es necesariamente primero en importancia): el FUR arrasa la aldea donde vivía este chico, arrean a unos cuantos niños hasta su campamento base a través de la selva, hambreándolos y agotándolos. Llegados al campamento base, los meten en una fosa con agua sucia donde los tienen tres días (venían de tres días sin dormir mientras atravesaban la selva). Y entonces comenzaban su entrenamiento cuyo primer paso consistía en marcar a estos nuevos reclutas como con un hierro al rojo vivo con la sigla RUF. Los entrenamientos eran con balas de verdad y la prueba final, para los que aún quedaban vivos, consistía en un combate real contra los combatientes (en el texto no se entiende si se refiere a los combatientes del RUF o a combatientes del ejército regular del estado leonés). Esta prueba final de admisión era un mecanismo de evaluación incontestable: los que morían no servían. La primera parte del reclutamiento tiene mucho de leva forzosa, algo común en los estados de antiguo régimen en los estados absolutistas y también en el siglo XIX latinoamericano. Pero el resto no se parece a nada de lo que mi pobre conocimiento de historia militar haya oído.
Vemos además mecanismos de cohesión de la tropa y mecanismos de infusión de valor en la tropa. Uno —que tiene la imagen de los ejércitos nacionales o partisanos— se pregunta cómo levantarán la moral de semejante ejército los del FUR. El reportaje refiere dos o tres mecanismos básicos, que no excluyen seguramente otros. Uno es la droga: antes de la batalla los tipos del FUR abrían heridas en las sienes de los chicos y les untaban drogas como heroína o cocaína, o una mezcla de cocaína y pólvora o marihuana, que les hacía perder el miedo y toda noción de moral, de bien y de mal, y los hacía por lo tanto más crueles y valientes. El otro mecanismo que llegué a entrever es el sencillo mecanismo de poner a los pibes en medio de las balas: estando ahí tenés que disparar o morir, o podría pensar uno en irse del campo de batalla, pero tenés un “cartelito” que dice que sos del FUR, que no te podés sacar, suponiendo que logres burlar los controles de los que te pusieron entre las balas. Pero sobre todo habría que suponer que fugarse tiene todavía algún interés para el pibe arrojado ahí: habría que suponer que tiene miedo, que lo afecta el sinsentido de esa matanza y que no quiere morir.
Huelga decir que un soldadito de estos comete crueldades que, comparadas con las que muestran las películas como cometidas por los marines yanquis en Vietnam, dejan a los marines como traviesos colegiales . Pero esto, sentir pavura porque un chico de diez años puede torturarte sin considerarlo una tortura, no es lo central aquí. Si escribo estas líneas, es para correr el centro desde la pavura hacia… ¿hacia dónde?
III. Las guerras modernas eran guerras con sentido, se mataba o se moría por una causa. Esta guerra en Sierra Leona, que tal vez sea una guerra posmoderna, licuada, globalizada (como probablemente también lo sean la guerra entre Irán e Irak y otras en Colombia, Asia y África) son guerras sin sentido. La máxima pacifista de que las guerras son un sinsentido tenía algo de cuestionamiento cuando las guerras tenían sentido, o proclamaban tenerlo. Dudo que hoy imputarle sinsentido a una guerra desaliente a nadie de seguir guerreando .
A estos soldados no hace falta levantarles la moral, sencillamente porque no tienen moral. Por lo demás, estos soldados niños no son estrictamente infantiles; son, estrictamente, desubjetivados. Y, como se puede ver en el trabajo de Cristina Corea, la infancia es un tipo de subjetividad. Es cierto que parece más fácil desubjetivar a un chico de diez que a un grande de cuarenta, pero lo cualitativo es que este tipo de soldado es uno desubjetivado, cualquiera sea el rango de edad en el que se encuentre. Ni mercenario, ni partisano, ni soldado nacional, ni infante de marina: infantil, en el sentido menos instruido, menos sutil del término: un ser sin capacidad de discernimiento.
Falta ver un poco más de las de los marines en Irak, es cierto, no hay que menospreciarlos.
Todo el tiempo, entre estas últimas palabras, dan ganas de mencionar los intereses económicos que motivan las guerras. Pero que la Primera Guerra Mundial haya sido fruto de la competencia entre las potencias por el reparto del mundo no quita que los soldados hayan combatido con sentido en esa guerra. Y el hecho de que hoy muchas guerrillas sean un modo de conseguir el sustento, y por lo tanto un mecanismo que se debe perpetuar más que el recurso provisorio para realizar unos intereses populares, no hace que los soldados de hoy maten o mueran con sentido. El lucro motoriza pero no significa. Más: el lucro globalizado disuelve el sentido.