Las tecnologías que mediatizan las relaciones no son neutras para las relaciones. Ellas afectan desde el interior las formas de relacionamiento. Isabel Valdés publicó en diario El País un artículo que cuenta algunos rasgos del relacionamiento vía Tinder. Es una buena ocasión para continuar leyendo la vincularidad fluida con las herramientas producidas en “¿Contactos sin vínculo?” y quizá producir nuevas. Queremos leer operaciones subjetivas, prácticas que producen subjetividad.
“Helena lleva 20 minutos moviendo el pulgar derecho hacia la izquierda y levantando las cejas de forma intermitente. Quien no sepa qué está haciendo podría pensar que tiene un tic nervioso, pero está swipeando, desliza en Tinder, una app para ligar con más de 80 millones de usuarios de los 18 años hasta el infinito, 1,6 billones de swipes diarios y alrededor de un millón de citas por semana. Por el gesto de Helena, el plan de ese sábado no va a ser tan fácil. En su pantalla van apareciendo imágenes junto a un nombre, la edad y algunos datos de la biografía. Un movimiento a la derecha o pulsar el corazón verde que aparece bajo esa foto es un «sí», a la izquierda o sobre el aspa roja, un “no”. Y esta abogada de 29 años no ha swipeado a la derecha ni una sola vez. Es tan agotador, dice, que varias veces al mes piensa en desinstalar la aplicación, que tiene desde hace seis. Si no lo hace es porque, “bendita paciencia”, al final siempre encuentra alguien que le gusta: “Nunca lo suficiente como para decir ‘aquí me quedo’.”[1]
Aquí vemos varias cosas. Contacteo profuso, multiplicado: si estuviera en tiempos sólidos, Helena conocería y seleccionaría de los puñados o decenas de hombres que la rodean en el par de lugares que frecuentaría (el trabajo y el barrio, por ejemplo, y quizás también un bar al que solería ir); como está en tiempos fluidos, selecciona de una millonada de usuarios, filtrados primero por algoritmos, y se pasa largos ratos (nunca tan largos como los que pasaba en los lugares que frecuentaba la Helena sólida) seleccionando de las centenas sugeridas por Tinder. Selección veloz: no tiene que charlar, conocerlos sino darles un vistazo; “un mínimo de media hora para que alguien encaje en sus gustos y pueda dar al corazón verde,” cuenta la Helena acelerada o fluida. Rechazo fácil: no debe decir indirectas o dar excusas para irse y rebotar al que no le gusta, sino swipear. Un no en la punta de los dedos: no necesita, como la Helena sólida, “tener muchas carreras corridas” para aprender si este candidato puede resultarle bien o incluso para discernir si le gusta o no; necesita aprender a manejar una app, un aprendizaje veloz y que no requiere tiempo ni inmersión ni intensidad relacional alguna. Como siempre indica Agustín Valle, la mediatización de las relaciones produce una subjetividad que aligera su presencia, y que solo en tren de subjetivación intensifica esa presencia. En general: trámite fácil, “liso” (expresión que significa “sin problemas”) y a distancia, y no sutil, problemático, trabajoso como era en tiempos sólidos “sacarse de encima al cargoso ese” que encima podía hacer uso de sus prerrogativas de macho para no captar las indirectas de ella; en fin, esta tramitación del contacteo es una gestión más que el cortejo complejo que pintaba Bifo (en Fenomenología del fin) con sus capas de malentendidos e insinuaciones, toda una combinación de signos verbales, gestuales, sensuales con diferentes grados de ambigüedad que necesitan habilidad personal y capital cultural para ser descifrados y para activar las representaciones más adecuadas en cada ocasión (“me está diciendo que le gusto”, “¿se me insinuó?”, “me hace cargo de algo que es asunto de él”, “no está entendiendo que quiero ir a su casa”, y mil variantes más.). En otras palabras, la tramitación de la Helena sólida requería formar representaciones –conscientes e inconscientes– y decodificarlas, mientras que la de la Helena actual requiere ver imágenes imaginales y manipularlas. Allí, atravesar discursivamente una opacidad; aquí, digitar imaginalmente una transparencia. Gestión de contactos y no elaboración artesanal de vínculo. Ninguno de estos caminos, ni el sólido ni el fluido, asegura el “éxito” del trámite o un final amable con los cuerpos, pero no se trata aquí de dirimir esa cuestión; tratamos de discernir los diferentes modos de la interacción, el modo de la vincularidad sólida y el de la fluida, la subjetividad que construyen y las operaciones de esa construcción.
Pero hay más: la precariedad del contacto mismo con el contacteo que tan fácil gestiona Helena, la fluida, la veloz, la que se cansa en media hora, si anotamos que “varias veces al mes piensa en desinstalar la aplicación”. Su contacto con el contacteo gestionario no es de transferencia amorosa sino de conveniencia calculada (todos los sábados termina encontrando algo). Pero por lo mismo su relación con el contacteo no toma nunca forma definitiva (tiene 29 años ya, pero lleva en Tinder solamente seis meses y se intuye improbable que siga con esa plataforma en veinticuatro meses… ¡qué lejano parece ese corto lapso de tiempo!).
Y ahí se ve otra cosa. Tinder puede tomarse como una terceridad con minúsculas, pues vemos que no es excluyente. En la vincularidad sólida era bastante difícil decir “no quiero interactuar en este ámbito”, pues eso requería desvincularse del único ámbito o dos que se frecuentaban y vincularse con otro nuevo, un proceso que podía llevar años. De todos modos, el nuevo ámbito contaba con el mismo suelo, el estatal-nacional, las mismas formas de relación mediada por Otro (formas seriales, se las llamaba, si eran conjuntos humanos grandes e indiferenciados, o formas institucionales, si eran conjuntos más reducidos y con miembros más identificables); esa mediación y ese suelo, esas formas generalizadas, facilitaban la integración al nuevo ámbito de sociabilidad, pero aun así esa integración no estaba garantizada para un o una recién llegada, pues la vinculación era un proceso añoso, y la subjetividad sólida tomaba los vínculos como dados desde siempre, siendo reactiva a los recién llegados (tampoco era fácil tejer trama o comenzar lo que Bifo llama conjunción o composición).
Pero en la vincularidad fluida las cosas son más fáciles –en el sentido de que son más veloces, más ágiles. De Tinder se puede salir. “¿Algo obliga a descargar la aplicación? No.”, dice la articulista Valdés. Y de hecho muchas parejas se forman sin recurrir a una plataforma de citas. Sin embargo, parece difícil de evitar, y se puede salir de Tinder para entrar en Grindr o en Amorenlinea o en Oasis o en otras o mantenerse en varias a la vez. Una dispersión de puntos puede establecer una dispersión de contactos con una dispersión de puntos a través de una dispersión de ámbitos de fácil entrada, estada y salida (tal o cual app para ese fin, otras redes sociales virtuales, redes sociales presenciales como el taller de pintura o el trabajo, que no son vitalicios, un bar o una disco, los que varío asiduamente pues si no me aburren, etc.). Las terceridades minúsculas no restringen la interacción sino que la multiplican y la aceleran –y la precarizan, la montan de manera desmontable. Según este artículo, a una tal Marta se le acumulan 1000 likes por día y a un tal Víctor, 20. Esta desproporción entre los likes a mujeres y a hombres es general (de 115 a 1), y esto puede conducir a múltiples reflexiones; aquí importa notar que ni el más apuesto Víctor hubiera tenido veinte ofrecimientos diarios en tiempos sólidos (quizás los absolutamente excepcionales Sandro de América o Elvis Presley los tuvieran en alguno de sus multitudinarios recitales, y aun esos son mitos inconstatables…). LQED: las terceridades o marcos de interacción fluidos son apenas un pelín menos desmontables o provisorios que los contactos que montan y gestionan.
Pero hay más. El conjunto de operaciones de contacteo sin consecuencias tiene efectos en la subjetividad contactadora, que se conforma como una subjetividad que está de paso. Por ejemplo, leíamos que Helena “siempre encuentra alguien que le gusta”, pero “nunca lo suficiente como para decir aquí me quedo.” En el mismo sentido,
la filósofa “Lola Pérez, sexóloga y CEO de Mujeres Jóvenes de Murcia, cree que Tinder, como otras apps de este tipo, fomentan «nuevas visiones sexuales para las mujeres», cuyos patrones han estado más encorsetados en la historia: «No comprometerse, estar con varios chicos a la vez, poder decir no cuando es no, alimentar la imaginación sexual… Permite cierto empoderamiento».”
Insistimos, no estamos intentando dirimir si el contacteo fluido permite una vida más plena o no que el vínculo sólido. Para las mujeres, incluso parece haber una mejoría. Pero importa en estas notas mostrar la diferente forma de tratar los efectos que se producen. Se producen coincidencias o matches, pero no por eso se producen compromisos o noviazgos. A veces ni siquiera se producen citas.
“El amor en la app tiene mucho de autorreferencial: «Un comportamiento en el que el estado es más relevante que el sujeto deseado». Hay quien acumula matches y no cierra ni una cita. No lo necesitan. Quieren saber que ese «me gustas» es recíproco… Adriana Royo, sexóloga y terapeuta dice: «Es el ego, ser visto y deseado, es narcisismo virtual». No hay posibilidad de saber cuántas personas hacen esto, pero las autoras de Love me, Tinder creen que es más habitual de lo que parece. Tiene que ver con la liberación de dopamina (una de las hormonas del placer), que producen los likes en el cerebro, algo que demostró un estudio en 2017. Y esto ocurre sobre todo entre las más jóvenes.” (subrayado mío)
El contacteo es una máquina de producir contactos, una máquina de deslizarse entre esos contactos, pero no produce consecuencias, las rarifica. El contacto con los contactos es deslizante, resbaloso, con baja adherencia. De hecho, Tinder debió cambiar su eslogan del «desliza, coincide, chatea» original al «coincide, chatea, queda», para que, según Valdés, al menos se verificara su finalidad supuesta de producir citas.
Pero las prácticas son que hay bastantes menos citas que matches. Es lo que en Contactos sin vínculo llamábamos inconsecuencia del contacteo. Que no es, como algunes han interpretado, algo que tacháramos de incoherencia moral; nos referíamos a que la interacción ‘contactual’ no verificaba las consecuencias de afectación mutua que se le suponía generalmente a toda interacción. Volviendo a la baja proporción de citas: vemos que el contacteo es más una práctica de autoconfirmación narcisista que una de afectación mutua. Más de retaceo de la presencia que de intensificación. El riesgo que tiene, para un yo precario, la afectación mutua, es el desdibujamiento de la circunferencia con que se recorta a sí mismo; la ventaja que tiene, para un yo precario, la autoconfirmación, es que remarca esa circunferencia. De tal modo, el contacteo sin consecuencias intensas (léase de afectación mutua) es egosintónico y perdura como relacionamiento precario y precarizador. Y así encuentra una consecuencia que lo corona: la sologamia, la práctica de celebrar matrimonio consigo mismo.
“Las que más suelen sumarse a la sologamia son mujeres de más de 30 años que se cansaron de ser indagadas sobre su estado civil y decidieron jurarse amor a sí mismas.”
“Significa que nos sentimos suficientes, aunque no tengamos pareja”, señaló una mujer frente a la pregunta ‘¿Qué quieres mostrar al casarte con vos misma?’. [2]
En fin, en el swipeo y en la sologamia estamos ante una variante de contactos sin vínculo, un contacteo inconsecuente, donde 1- incluso si hay match puede ser que no haya encuentro presencial sino solamente realimentación ¿narcisista? y 2- incluso si hay cara a cara y coito, raramente hay producción de mundo común (donde «mundo común» simplemente significa «pareja», eso que hace decir «no sos vos ni yo, es la relación»).
Así, la multiplicación desquiciada (26 millones de matches diarios en Tinder) de coincidencias gustosas no es multiplicación proporcional de parejas. “Estela Ortiz añade: «Te aísla y te da dopamina, es una paradoja».” Una paradoja inherente a la dinámica del contacteo profuso, que tiene paradojas como toda forma de relacionamiento tiene. No se trata de moralizar sino de indicar dinámicas que modifican la producción de subjetividad y de hacer conjuntos humanos.
Pablo Hupert
Una posdata. La terceridad con minúscula, la de la segunda fluidez, es minúscula pero global. El Tercero, la terceridad con mayúscula de tiempos sólidos, era mayúsculo pero nunca global –como mucho, era nacional. Sin embargo, el club, la escuela, el partido, el lugar de trabajo, se le aparecían al sujeto como marco de interacción que abarcaba todo el mundo. No permanecer en alguno de esos marcos significaba estar fuera del mundo, o de la red de relaciones donde hacer amigues y ligar, hacer compañeres o hacer pareja; no tolerar las adaptaciones que requería ese mundo era quedar fuera del mapa, fuera de toda referencia de sentido y de una vida que lo hacía ser alguien. Era un tipo de terceridad, este Tercero, que construía un todo –y fuera de ese todo, se le representaba que no había nada–; era un Tercero único y excluyente –excluirse o ser echado de él representaba para el yo exponerse al desierto de lo real. Las terceridades y las opciones no se multiplicaban todo el tiempo. En todo caso, él o ella no tenían la opción de casarse con sí mismes.
La terceridad con minúscula, con un alcance mucho más vasto geográficamente, no es exclusiva sino ad hoc, no delimita un todo ni pretende hacerlo. Tinder, en cuanto terceridad con minúscula, coexiste con otras y se postula para fines específicos distintos a otras; ocurre también que se postule como sirviendo a fines idénticos a los que ofrecen otras, y allí compita; en cualquier caso (con o sin competencia) ni siquiera se ilusiona con la exclusividad. Así, el yo se desliza (o swipea) o salta de una terceridad a otra, según la satisfacción y los “semiobeneficios”[3] que le provea cada una.
En cualquier caso, por muy global que sea, la terceridad es ad hoc y no total; brinda un servicio puntual globalmente sin hacer todo, sin construir ningún todo; no representa, para el sujeto o sujeta, el mundo. Si Tinder no me satisface busco otra pareja o voy a otra plataforma de citas, y en todo caso sigue en pie la posibilidad de conocer a alguien en la facultad o los trabajos; si el partido tomó un rumbo que repruebo, podemos crear otra agrupación, o una página de organización sin fines de lucro en Facebook. En tiempos de segunda fluidez, en condiciones mercantiles y posnacionales, pasar de una terceridad de relacionamiento a otra es veloz y no conlleva un derrumbe subjetivo o tránsito por la nada, pues ninguna de ellas hace todo y cubre mi mundo entero (entendiendo aquí por “mundo” el marco de interacciones posibles o imaginables a mi alcance). En estos tiempos, en estas condiciones históricas, no es necesario forjar vínculos con el Tercero y su marco por un lado y con otros por otro pues es posible cambiar de contactos y cambiar de terceridad; ésta no pone un marco que viene de tiempos inmemoriales sino que brinda una “plataforma” relativamente nueva (Tinder comenzó en 2012 y Facebook en 2004; Instagram mucho después, etc.). En otras palabras, desde el punto de vista del sujeto, no es necesario cambiar el mundo pues es posible cambiar de mundo.
Otra posdata. La página inicial de Tinder tiene por eslogan “Swipe life”. Como veíamos en la cita inicial de este textito, el swipeo es la operación “manual” con la que se aprueba o desaprueba, se likea o no se likea una sugerencia de cita de Tinder, operación que consiste en deslizar el dedo por la pantalla hacia la derecha o la izquierda (sería entonces una operación digital más que manual… no es, en todo caso, una operación intelectual o verbal). “To swipe” en inglés significa, precisamente, “deslizar”. ¿Qué leer entonces en ese eslogan, swipe life? Puede traducirse como dicho en modo imperativo: “deslizá la vida”, o entenderse como una frase nominal: “vida de deslizamiento”. En cualquier caso, nos da una pista clarísima sobre la subjetividad que se construye cuando las terceridades son variadas y puntuales. Es una subjetividad que aprende que las relaciones se deslizan, fácil o ligera o velozmente, de un contacto al otro, e incluso de una plataforma a otra.
Ocurre que el contacto, la conexión, no necesariamente hace nudo (o vínculo) entre los contactados; es una aproximación tal que produce intercambio pero no teje lazo, por lo cual su final no produce un desgarro de tejidos subjetivos. El contacto, relación fluida, a diferencia del vínculo, relación sólida, relaciona ligeramente, de forma tal que no es subjetiva o emocionalmente duro deslizarse de un contacto a otro ni de un ámbito de relacionamiento a otro.
Por supuesto, aun así puede un contacto tener consecuencias de mutua afectación, pero el eslogan, tanto como el artículo con el que comenzó esta lectura, nos dicen que el contacteo prefiere evitar o eludir las consecuencias. “Adiós para siempre”, es el ideal de corte, veíamos en “Contactos sin vínculo”. Si ocurre afectación mutua y duración, o si ocurre despedida y desgarro, puede haber habido consecuencias por las que responder, y producción de otra subjetividad, trama de otra experiencia del mundo, del yo y del nosotros (lo que allí llamábamos trama consecuente, una vía contemporánea de devenir otro con otros).
Otra posdata. Cuando decimos que el contacteo es una modalidad mercantil, como todas las operaciones fluidas, decimos, claro que lo es porque se concibe como calculable y se practica en búsqueda de ganancia o valor mercantil (incluso de ganancia o valor libidinal o narcisista, no necesariamente venal). Pero también lo decimos porque no produce mundo común. Como dice Bifo en Fenomenología del Fin, produce enjambre y no sociedad o comunidad; es “conectividad sin colectividad”. Las relaciones mercantiles, o mejor, el relacionamiento mercantilizado, se conciben y practican como un intercambio en el que las partes se contraprestan servicios sin afectarse mutuamente y sin crear mundo común a los términos así conectados.
Esas partes no solo ganan lo que calculan ganar; también ganan la ausencia de mundo común, ganan eludir el ser afectadas y desdibujadas: es un ahorro subjetivo –transacción exitosa desde todo punto de vista.
[más posdatas aquí]
[1] Isabel Valdés, “Tinder: ellas cuando quieren, ellos cuando pueden”, en El País, 27/9/19.
[2] “Sologamia: la curiosa tendencia que propone casarse con uno mismo”, ViaPais, subrayados míos.
[3] Este neologismo es de Bifo.
Pablo: interesantísimo tu artículo.
Soy comunicadora, psicóloga social y analista institucional, y vengo reflexionando sobre estos temas desde hace mucho tiempo. Creo que con las nuevas plataformas, los sujetos consumen consumo. Es decir, se plantean cada vez más nichos de interés que sólo aportan a la destrucción del lazo social. No es nuevo: todos los pensadores sobre la posmodernidad -desde Lipovetzky a Bauman, de Adorno a Gianni Vattimo, de Sinay a Nardone, coinciden en que la fugacidad del entorno de las TICs genera un proceso de des-subjetivación y aislamiento, propio de la sociedad de consumo, que necesita fragmentaciones e incertidumbre, para instalar el miedo al Otro. Esas formas como Tinder, creo que proponen no empoderamiento de la mujer como género que necesita equidad respecto del hombre, sino formas de relacionarse «lights», descarte que acompaña a la obsolescencia de los gadgets y una necesidad de tener YA otro nuevo. Un mundo sin compromiso es un mundo manejable.
¿No te parece?
Excelente nota de Pablo Hupert , gracias por compartir tus ideas en este mundo mercantil y globalizado, tus notas se «deslizan» en la superficie lisa del mundo porque se leen con avidez pero a diferencia del mero consumo dejan Marca subjetiva : producen pensamiento y generan deseo.