Tiempo sólido, tiempo fluido, tiempo conexo

La temporalidad de nuestra época.
Tiempo sólido, tiempo fluido, tiempo conexo.

publicado en Campo Grupal, marzo de 2008

Aquí continuamos el examen de la concepción práctica del tiempo de nuestros tiempos, examen que comenzáramos en un artículo anterior. Adelantemos un rasgo de nuestra temporalidad. Mientras la unidad mínima del tiempo moderno era el momento, la del tiempo contemporáneo es el instante.

Cada época ostenta una temporalidad que le es propia. El tiempo no existe ni consiste. Y si insiste es porque morimos. El tiempo, dicen que dice la física, es una de las cuatro dimensiones en que transcurre nuestra exigua vida newtoniana. Esa dimensión es una pura extensión, una pura indeterminación: nada. Esta indeterminación es un espacio donde ocurren los fenómenos. Esta pura extensión se determina de una manera singular en cada época histórica. La extensión así determinada es un modo de acaecer de los fenómenos. Este modo es interno a la época.

Este modo singular, esta extensión singular sobre la cual los fenómenos se extienden de un modo singular, es lo que corrientemente llamamos tiempo. La manera en que se suceden las cosas y la comprensión del suceder. Es lo que los historiadores llamamos temporalidad de una época.

Tiempo sólido

Borges condensa la concepción moderna del tiempo, esa del tiempo como encadenamiento de causas y efectos, como encadenamiento pasado-presente-futuro:

“Es fama que le preguntaron a Whistler cuánto tiempo había requerido para pintar uno de sus nocturnos y que respondió ‘toda mi vida’. Con igual rigor pudo haber dicho que había requerido todos los siglos que precedieron al momento en que lo pintó. De esa correcta aplicación de la ley de causalidad se sigue que el menor de los hechos presupone el inconcebible universo e, inversamente, que el universo precisa del menor de los hechos. Investigar las causas de un fenómeno… es proceder en infinito.

Frases de Borges en el mismo sentido hay por doquiera. La concepción moderna del tiempo concibe que el tiempo es un espacio donde se engranan causas y efectos, donde cada hecho es un engranaje que mueve al siguiente. Cada hecho motoriza al siguiente, en una relación de transmisión directa, como la de la cadena de la bici. Este determinismo causal fue formulado en toda su radicalidad por el dieciochesco matemático Laplace:

“Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen, si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensar en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos.”

Tiempo fluido

Hoy no vemos así las cosas, hoy asumimos que podemos sacar uno que otro hecho sin alterar la historia universal. Asumimos, de un extremo, que a veces la transmisión causal se da a través de correas y que las correas patinan. No nos parece que si esta mañana decido cambiar mi desayuno de todos los días cambie el curso de la historia humana, o siquiera el curso del día que comienza. Y asumimos, en el otro extremo, que una aleta de mariposa en China puede producir un terremoto en Nueva York. Sin causa suficiente, puede haber desastres (o tal vez: no sabemos qué causa será suficiente para que haya uno). Hoy los hechos no están encadenados entre sí en una ley tal de causa y efecto como fichas de dominó cayendo en fila. Hoy hay incertidumbre. Hoy el determinismo laplaciano resulta una cándida ilusión cientificista –o un delirio. Aun así, está en la base de la común afirmación –que hoy no tiene sustento– de que el pasado nos da la clave del presente y éste del futuro. Porque hay incertidumbre, sin embargo, hoy, para conocer el presente, no buscamos conocer el pasado. Ya no estamos tan seguros de que entender cómo el pasado causó el presente nos dé la clave para con el presente prever el futuro (y prepararlo, menos).

Hay aquí, en estado práctico, una concepción del tiempo que llamaré temporalidad fluida. Un pasaje de Borges nos ayuda a definir la temporalidad fluida. En el cuento “ La espera”, dice

“Villari trataba de vivir en el mero presente, sin recuerdos ni previsiones; los primeros le importaban menos que las últimas. Oscuramente creyó intuir que el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho; por ello es que este se vuelve pasado enseguida. Su fatiga, algún día, se pareció a la felicidad; en momentos así, no era mucho más complejo que el perro.”

El carácter perruno de la subjetividad fluida es así realmente en lo que respecta a la sustancia del tiempo: El tiempo es pasado pero en el sentido más literal de la palabra, en el sentido de que el tiempo pasa constante y velozmente. En el sentido de que constantemente deja de ser (si es que llega a ser). En el sentido de que no hay ninguna constancia en él. En el sentido de que su sustancia es en todo caso insustancial, pues no muere para constituirse en muerto que interpela, sino que muere sin más, muere para no ser siquiera olvido, como dice Dalmiro Sáenz de un escuadrón del siglo XIX perdido en la Patagonia.

¿Quién dio la orden de tomar ese rumbo absurdo?

Vos o yo, no sé, estábamos borrachos.

“La falta era grave, habían mandado a la muerte a diecisiete soldados del 3 de Línea… Los dos hombres que decidieron la no existencia de esos soldados… decidieron destruir esa hoja donde figuraban tal vez los nombres del soldado Ulloa y del soldado Benítez y otros quince más porque esos soldados… no existían en ningún lado más que en esa lista…

“Los dos murieron de cólera ese mismo año, por lo tanto esos diecisiete jinetes que ni siquiera llegaron a ser leyenda tampoco llegaron a ser olvido.

Así como ocurre con la espacialidad y la sociabilidad fluidas, que se caracterizan por la aleatoriedad de la conexión entre dos puntos cualesquiera, así también ocurre con la temporalidad fluida. Este tiempo no tiene momentos sino instantes. Los momentos iban encadenados; los instantes, en cambio, son un flash: se dan desconectados. Hay conexión cuando el automatismo del capital y el consumo lo requieren, lo que implica que hay desconexión cuando dejan de requerirlo. Y, si algo ya vuelto pasado, algo ya materialmente inexistente, no es conectado subjetivamente con algo materialmente presente, se convierte en nada. “La nada del desierto los convierte en nada”, dice Dalmiro Sáenz del escuadrón desaparecido.

Tiempo conexo

Pero no solo hay automatismos; también hay potencia subjetiva. Hay conexión cuando hay decisión subjetiva de que haya conexión, como piedra de toque para una constitución. Tengo la sensación de que toda constitución subjetiva potente, activa, lo requiere. Y así, por ejemplo, el sujeto asambleario nacido el 20/21 de diciembre de 2001, asistió fervorosamente, el 24 de marzo de 2002, a la manifestación por el aniversario del golpe de Estado del ’76, estableciendo de hecho una genealogía del neoliberalismo, señalando que eso que terminó en el corralito, en la sequía financiera, en la desocupación crónica y demás lacras de los ’90 había nacido con el golpe milico. El neoliberalismo de los noventa filiaba en el golpe de los milicos, una filiación determinada por las prácticas mismas del sujeto asambleario.

Al elegir jefe de gobierno porteño el año pasado, en cambio, el sujeto sufragante leyó que el pasado debía quedar atrás, que hay que mirar para adelante. Aquel sujeto asambleario, autogestivo, gestor de su barrio, gestador de sus subjetividad y su política, leía su situación como consecuencia nefasta de un pasado nefasto, con el que había que saldar cuentas. El sujeto sufragante que pide gestión, que delega en la gestión cual buen consumidor que pide un buen servicio, desdeña los antecedentes del oferente. La imagen del candidato actual sustituía sin resto la imagen del antiguo miembro de la patria contratista.

Así las cosas

Una de las tantas cosas que ha estallado en añicos, una de las tantas cosas que se ha fragmentado en la posmodernidad, es el tiempo. La desligazón del tiempo, desligazón entre presente y pasado y entre presente y futuro, la desligazón interna del presente y la desligazón interna de pasado, se suman a la plétora desligadora que dificulta la significancia subjetiva en los tiempos actuales. Ya no es necesario, parece decir nuestra vida actual, saldar cuentas con el pasado, puesto que ningún vínculo nos une a él, y mucho menos nos somete.

La modernidad nos había liberado de muchas ataduras: ya fuera la de la religión, ya la de la superstición, la de la monarquía, la de los lazos feudo-vasalláticos, etc. La posmodernidad nos ha liberado además de la atadura al pasado. El encadenamiento causal entre pasado, presente y futuro producía una ligadura ineludible del sujeto con los tiempos. Así, un personaje de Les Luthiers, moría “atrapada por su pasado”, y le suplicaba “¡Suéltame pasado!”. Ya fuera para liberarse, ya para honrarlo y continuar, o para transformarlo o para cuestionarlo, con el pasado había que relacionarse, puesto que el pasado interpelaba, puesto que de hecho la relación estaba planteada desde el vamos, previamente a nuestro mismo nacimiento. Si no se lo quería honrar y continuar, tal vez se lo podía superar, se podía romper con él inclusive, pero el pasado era un dato ineludible del presente.

La temporalidad fluida, en cambio, es como la del posmoderno video-clip: cada imagen, decía Ignacio Lewkowicz, reemplaza sin resto a la anterior. En el moderno cine, en cambio, cada imagen, fuera producto de un plano secuencia o de un montaje, debía justificar de alguna manera su aparición, debía deducirse narrativamente o al menos visualmente de la imagen anterior. Esto era así porque cada imagen seguía a la anterior, mientras que en el posmoderno video-clip, cada imagen sustituye a la anterior.

pablohupert@yahoo.com.ar

(publicado originalmente como

“El pasado era un dato ineludible del presente…”)

Tiempo disperso y tiempo compuesto”.

Obras completas , t. II, p. 179 .

El Aleph, 1969, Planeta, Barcelona; subrayado mío.

Malón blanco, Emecé, Buenos Aires, 1995, pp. 11-13; subrayados míos.

Pensamos la espacialidad fluida en “La ciberespacialidad o la infinidad de opciones del mercado”.

Ver Ignacio Lewkowicz, Sucesos Argentinos. Caracterizamos otra subjetivación que produce conexión temporal en “Tiempo disperso y tiempo compuesto”.

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2 comentarios sobre “Tiempo sólido, tiempo fluido, tiempo conexo

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