Una cosa es segura. En estas condiciones, en esta dinámica semiótica en la que nos hallamos, la representación no puede ser restaurada, ni la representación política ni la representación en general. La tan mentada “crisis de representación” es terminal. La representación está agotada, y los signos deben operar de otra forma para semiotizar el mundo, y les sujetes deben operar de otra forma para entablar relaciones políticas (sea la relación entre sufragante y candidato, entre Estado y población, entre partido político y electorado u otra). Los signos operan de forma imaginal, y las relaciones políticas, de forma imaginal-gestionaria.
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