Qué hacemos los que pasamos la Guerra. El hacer de una serie pictórica.

Un diccionario comenzaría a partir del momento en que ya no daría el sentido sino las tareas de las palabras.

G. Bataille

  • Ya sabemos que la Guerra de Malvinas fue una oprobiosa ignominia. Ya sabemos que ha sido un sufrimiento para el soldado. Pero no sabemos tanto qué nos hizo ni sabemos qué podemos hacer con lo que nos hizo.
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    Parte de la colección »Malvinas – Fantasmas de la Guerra», de Marcelo Prudente

    Con la pintura de Marcelo podemos dilucidarlo un poco más.

  • Breve anécdota inicial. Marcelo googleó “Malvinas” y encontró alguno de mis escritos –era 2011. Leyó y me escribió un mail con un link a las pinturas y poemas de la serie aquí publicada.[1] Unas notas y unas pinturas se tocaron mutuamente las unas a las otras. Desde entonces no dejo de apreciar su obra ni él, creo, mis textos.
  • La frase de Bataille resume una amplia tradición que halla que el sentido de una palabra viene más de lo que hace que de su significado. Probemos tomar esa frase como válida para los signos en general (se trate de palabras, sonidos, imágenes, películas u otras cosas): el sentido de un signo viene más de la tarea que realiza al circular en una situación que de un significado definido a priori en un diccionario exterior a toda situación.
  • Probemos entonces decir: el sentido de la serie aquí publicada[2] viene más de lo que hace que de los enunciados que de antemano sabemos sobre Malvinas. ¿Qué tarea realizan estas pinturas? La tarea de enlazar. Bocetar semejante respuesta es la tarea que estas notas quieren asumir.
  • La Guerra de 1982 partió las vidas de los combatientes y también partió la historia argentina. Si Malvinas fue traumática para los aparatos psíquicos de los soldados, también resultó un trauma para el aparato cultural nacional. Definición clásica de trauma: estímulos más fuertes que los que el aparato psíquico puede procesar. La nación no tenía recursos simbólicos para procesar semejante estímulo (no era solo muerte, sino también derrota y pérdida de soberanía; no era solo derrota, sino también traición; no era solo traición, sino también abandono). Entre otros hitos que descalabraron la configuración clásica de la nación argentina, como las desapariciones, la Guerra de Malvinas se yergue insidiosamente resistente a los intentos de envoltura con relatos nacionalistas y reparaciones económicas, y no logra entrar como un rasgo que una identidad nacional reconfigurada pueda exhibir orgullosa.
  • Prácticamente nunca, en ninguna guerra conducida por un Estado moderno, los veteranos han sido tratados con justicia. Pero en esos tiempos podían ser ignorados: unas pensiones para algunos sobrevivientes y un monumento al soldado desconocido saldaban la cuestión, acallándola con homenajes que los representaban. Ese enmudecimiento no ha sido posible en este caso; arriesgo que esto se ha debido a dos cosas: las tecnologías comunicacionales disponibles y las luchas de organismos de derechos humanos y excombatientes. Representarlos, impedir que veteranos, traiciones y dolores se presentaran por sí mismos, fue, en este país, imposible.
  • “Las Malvinas son argentinas; los desaparecidos también”, postularon las Madres en 1982. Al hacerlo, incrustaron infatigable e indeleblemente una verdad: además de próceres y gestas, Argentina tiene vergüenzas y atrocidades que no permitiremos tapar en nombre de ningún pundonor nacional que signifique injusticia. Si esa afirmación continuaba –y continuó–, la nación que se había configurado en el siglo XIX no podría reproducirse –y no pudo–.
  • Comenzaba, con el terrorismo estatal (actuante en el ’82, pero también antes), el agotamiento de la forma nacional de la Argentina. Se abría un largo paréntesis antes de que fuera posible reconfigurar una forma posnacional. Las luchas populares de 2001 condicionarían esa forma que desde 2003 el Estado asumió como estrategia general.[3]
  • En ese paréntesis oscuro y frío, pletórico de sufrimientos y falto de sentido, tuvieron que vivir los veteranos –pero también todos los que pasamos la Guerra. Sin sentido para lo que nos pasaba, ¿cómo enlazar un sufrimiento con otras representaciones psíquicas?, ¿cómo enlazar un veterano con un ciudadano?, ¿y cómo, un Estado y una sociedad?, ¿y cómo, una guerra y una historia? Malvinas es, aquí, el nombre de una desligazón generalizada, el nombre del estallido de una unidad. De hecho, los fantasmas de la guerra todavía no eran pinturas (Marcelo los pintó hacia 2008, cuando, dice él, “comenzaron a salir”; hasta entonces, probablemente ni siquiera fueran fantasmas ni formas, sino lo informe[4] y ominoso).
  • ¿Era el momento entonces de un revanchismo nacionalista que mediante nuevas guerras y torturas restableciera la unidad perdida y los sentidos patrióticos? En absoluto. El agotamiento de la nación, el derrumbe del partido militar, las luchas de todo tipo ponían freno a semejantes veleidades patrioteras, por subjetivamente indeseables y por objetivamente imposibles.
  • Las décadas de los ’80 y ’90, a la vez que esparcieron el desamparo de la desmalvinización, fueron las de la pérdida de centralidad del Estado argentino. El Estado, sometido a la globalización y al capital financiero, no podía ya producir y reproducir un lazo social nacional.
  • Ningún punto podía ya configurar todo, pero muchos puntos podían configurar algo.[5] Ningún punto podía erigirse en central para todo el resto, pero muchos puntos podían configurar algo en sus situaciones. Muchos puntos podían tramar lazos (que es lo mismo que configurar). Algunos de esos puntos eran piquetes, otros música, otros escuelas, otros pinturas.
  • La cuestión era entonces qué relato para qué marca. Y quién. Y cómo.
  • ¿Se puede seguir relatando una epopeya nacional, una épica de la independencia que sea a la vez la construcción de una gran nación? Quizá no. Requeriría la aceptación general de algunas ficciones: comunidad de origen y de destino, privilegio incontestado del relator (solamente la escuela y la historia oficial), invisibilización de las contestaciones (no verse, por ejemplo, los excombatientes continentales). Requeriría un Destino que representara a los hechos relatados, que los pudiera poner en una hilera que apunte hacia allí y que de esa dirección tomen su sentido; una Patria que acogiera en su seno cada vástago muerto en su Nombre (aunque solo fuera con una llama al soldado así desconocido). Nada de esto se cumple en el caso de Malvinas. Así, aunque la implantación de la soberanía argentina parece un futuro deseable para todos, la Guerra no logra convertirse de pleno derecho en una parte de esa epopeya, y tampoco es posible borrarla del camino…
  • Cuando se puede relatar así, cumpliendo esos requisitos, se construye una nación, y el lazo social es nacional. Los relatos son redondos como cuentos –y también los contrarrelatos: si la historia mitrista erigía una Nación unificada, la revisionista construía un Pueblo homogéneo. Cuando no se puede relatar así, el lazo social pierde consistencia, y hay que encontrar otras formas de ligar o enlazar los signos y las cosas, las personas y las experiencias, la sociedad y sus integrantes, dominadores y dominados, las vidas y las muertes… Tal la tarea que los signos pueden acometer en estos tiempos posnacionales.
  • ¿Qué hizo la Guerra de Malvinas?, ¿qué efectos tuvo esa guerra (tanto el hecho como las formas de procesarlo luego) sobre los soldados y todos los que la pasamos? Rompió la configuración nacional del país y de sus sujetos. Rompió lazos psíquicos y sociales.
  • La pintura de Marcelo lo hace visible. Fantasmas de la Guerra muestra imágenes que nunca habíamos visto. Concedo que hemos visto soldados, barcos, mares, muertos y hasta frío. Pero no habíamos visto esos soldados, barcos, mares, muertos ni ese frío. Vimos también cenotafios (como se llama a un “cementerio” con “tumbas” que no guardan los cadáveres) para los caídos allí. Pero no habíamos visto esa proliferación de cruces. Habíamos visto muchas imágenes de y sobre la Guerra y habíamos oído muchos relatos de y sobre la Guerra, pero no habíamos visto esos tajos en las imágenes de la Guerra. Como la nación, las figuras quedan fragmentadas. Y, así como años antes la Dictadura había borrado miles de cuerpos, ahora vemos cruces proliferando sin formar cementerio. Habíamos visto el caos de la Guerra, y habíamos oído o conocido a los perturbados por la Guerra, pero no habíamos visto esa marejada de imágenes, ese flujo confuso al que la serie Fantasmas de la Guerra dio forma.
  • Entonces, ¿qué podemos hacer con lo que la Guerra hizo con nosotros? Darle palabra, darle imagen, darle forma, darle signo, como piedra de toque de un nuevo enlace. “Situado frente al abismo del no ser del sentido, el amigo habla al amigo, y juntos construyen un puente sobre el abismo del no sentido… el sentido no existe más que en el espacio de lo compartido.”[6] Compartir signos y afectarse mutuamente: condiciones del enlace, condiciones para configurar algo desde algún punto.
  • Este enlazamiento no puede ya ser nacional, ni tiene por qué serlo. Con estas pinturas Marcelo se va conectando y relacionando con otros (desde veteranos hasta editores, pasando por colegas, artistas y curadores de muestras, incluyendo niños de escuelas, historiadores o paseantes inadvertidos). Tal es la tarea de los signos que produjo Prudente.
  • Este enlazamiento no puede ser solamente dinerario (esas pensiones con las que el Estado ha querido compensar los sufrimientos no dinerarios). Este enlazamiento no puede ser solamente imaginal: ese aparato y esa espectacularidad con los que el Estado ha querido restañar algo así como un panteón heroico nacional y que, condenados a ser inevitablemente insuficientes, condenados a ser incapaces de configurar todo a partir de una única voz relatora o punto central, aun así ha propiciado un clima social que favorece, si no un enlazamiento, al menos unas conexiones psíquicas, interpersonales y sociales y un cierto clima donde un veterano de la Guerra puede dejar salir sus fantasmas, darles expresión, hacerlos visibles e invitarnos a co-elaborarlos. (Definición clásica de elaboración psíquica, definición que vale también para la elaboración social: ligar representaciones sueltas). Lo ominoso e informe, hecho figuras, hecho signo, toma forma entre las formas y ahora puede jugar con ellas un nuevo juego: el de la con-figuración. Esta tarea de enlazamiento, de ligadura, singular más que nacional, situacional más que trascendente, es la que la obra de Marcelo realiza en los cuadros, las charlas, y a través de este libro.
  • Capas de enduido que tapan imágenes, rayones que las parten, estructuras tridimensionales formadas por cruces multiplicadas sobre las que no se puede construir… todo eso arrumbándose en una cabeza de perfil griego. La nación, esa fuerza centrípeta que aunaba diversos aconteceres, se fragmenta y la vemos como añicos caleidoscópicos. Pero, si en un caleidoscopio, los añicos son en gran parte efecto de un juego de espejos, en esta serie de pinturas, en cambio, se ven como fantasmas jugando con nuestras imágenes.
  • Tales las fuerzas que hallan forma en la pintura de Marcelo unas tres décadas después de haberse desencadenado. Ahora pueden buscar otras cabezas de perfiles menos definidos y enlazarse, y lograr que lo arrumbado se enrumbe.
  • Para el aparato psíquico individual, pintar es, entre otras cosas, una forma de elaborar elementos que no hallaban sentido, pero es, sobre todo, una construcción de lazo allí donde había aislamiento.
  • Demos un pantallazo nuevamente a “Fantasmas…”. Lo que se arma es algo desarmado. Marcelo compone imágenes tajeadas.
  • Cuenta que esto “comenzó a salir” en 2008, no antes. Estima que el clima social fue decisivo. Las décadas de desmalvinización no ayudaban a procesar los tajos. ¿Qué nación es la que puede favorecer que se haga? ¿y qué nación es la que puede acoger que se haga? Una posnacional, donde el sentido ya no está en una historia-gran-relato-épico ni tiene fuerza centrípeta, unificadora, con capacidad de invisibilizar las costuras de los retazos como lo hizo la del siglo XIX.
  • ¿Marcelo llega al hueso? Con cautela psicoanalítica, dice que eso que salió en esta serie no agarra a los fantasmas de la guerra. “No podés agarrarlo, no se puede, es imposible,” nos explicaba una tarde de septiembre. Un poco de escritura agarra algo, un poco de pintura agarra algo más, un poco de conversación agarra otro poco, y otro poco más de pintura agarra algo más. Pero es imposible.
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    Parte de la colección »Malvinas – Fantasmas de la Guerra», de Marcelo Prudente

    Y aparece una obra fantasmagórica, de figuras descompuestas, o compuestas de astillas, o partidas a los tajos. Esta obra es expresión de un encuentro con algo fuera de todo lenguaje y de todo relato: la guerra y el sinsentido, esta Guerra y su sinsentido.

  • Esta fantasmagoría, una vez pintada, ¿sí se puede agarrar?
  • No: se puede sentir. Nos podemos encontrar con ella, como quien se topa con algo fuera de todo lenguaje y de todo relato: fantasmas irredentos (sin redención sobrenatural ni cultural), fantasmas insistentes como gente. Esta insistencia, este encuentro con esta insistencia, no la podemos agarrar. “No podés agarrarlo, no se puede, es imposible.” Pero, como toda buena obra, no solo hace abismo; también hace sismo, ese fenómeno que produce réplicas entre la obra-signo y la persona que la aprecia.
  • “Ni autófagas ni autistas, ni sirvientes ni amas, pintura y fotografía reaccionan al estremecimiento que reciben una de otra. Sus relaciones no son para pensarse en el registro de la reproducción o de la imitación sino en el de la réplica. Réplica en forma de rivalidad emuladora sobre la escena de la representación para improvisar formas nuevas de existencia y de nuevas miradas, y réplica también en el sentido sísmico donde se trata menos de oponer una resistencia inútil que de captar la energía de una sacudida que nuble la cartografía de lo visible y que invite a su reinvención.”[7] Vauday habla aquí de réplicas sísmicas entre pintura y fotografía. Bien podemos extender la noción de réplica a los amigos situados frente al abismo del no ser del sentido (de una guerra). Sus relaciones son para pensarse no como imitación sino como réplica.
  • No es fijar un sentido (suturarlo como en las grandes ficciones nacional-estatales) lo que podemos, sino acoger el sismo replicando. No en clave imaginal, donde replicar es clonar, sino en dispositivos de diálogo, donde replicar es continuar la expresión que nos llega de otro con una nueva expresión que llegue a otro, generar espacios de lo compartido donde construir sentidos nuestros sobre nuestros abismos, enlaces nuestros para los fragmentos nuestros. Réplica sísmica proyectándose infinitamente: encadenamiento de réplicas entre otros –cualquiera deviniendo otro con otros.

 

 


 

[1] Marcelo Prudente, Malvinas. Fantasmas de guerra, Universidad Tecnológica Nacional, Buenos Aires, 2017

[2] Publicada, junto con textos de Néstor Favre-Mossier, Carlos Caruso y este mismo, por la editorial de la Universidad Tecnológica Nacional, 2016. Se puede ver en parte en http://malvinas-fantasmasdeguerra.blogspot.com.ar/

[3] Pablo Hupert, El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo. Buenos Aires: Quadrata y Pie de los hechos, 2015.

[4] Reynaldo Jiménez, Lo informe, Hekht, 2014.

[5] La frase es de Ignacio Lewkowicz, Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez, Buenos Aires: Paidós, 2004.

[6] Franco Berardi (Bifo), Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Tinta Limón, Buenos Aires, 2007, p. 230.

[7] Vauday, La invención de lo visible, Letra Nómada, Buenos Aires, 2009, p. 99, subrayado mío.

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