[versión ampliada de la publicada en Psicología Social Para Todos n° 55, octubre de 2013]
“Sin consistencia asegurada y en plan de renovación permanente, la destitución identitaria se transforma en destino.” Grupo Doce, 2001.
“En los años 70, Pasolini describió de manera muy precisa cómo la televisión había cambiado el alma y el cuerpo de los italianos, cómo había sido el instrumento principal de una transformación antropológica que alcanzó primero y sobre todo a los jóvenes. Utilizó prácticamente el mismo concepto que Tarde para expresar las modalidades de acción a distancia de la televisión: actúa más por el ejemplo que por la disciplina, por la imitación más que por la imposición. Es la conducta de las conductas, acción sobre las acciones posibles. Estas transformaciones incorporales corretean en nuestra cabeza como ritornelos, que circulan inmediatamente a nivel planetario, que entran en cada hogar, que constituyen la verdadera arma de destrucción masiva, de conquista, de captura, de aprehensión de los cerebros y de los cuerpos.
“…Con el público [se de una] sociabilidad donde los cerebros ‘se tocan en cada instante por múltiples comunicaciones’, como es hoy el caso de la net. Así se difunden la invención y la imitación.” Lazzarato, 2006.
Cuando un usuario de Twitter sigue a otro, ¿se identifica con él? Cuando un televidente ve a Jorge Lanata o a Viviana Canosa, ¿se identifica con ellos? Cuando recibo las fotos de vacaciones de mis amigos y conocidos, ¿me identifico con ellos? Cuando en Facebook gusteo[1] una banda musical o un candidato electoral o una revista o una película, ¿me identifico con ellos?
Se usa mucho, cuando se habla de que la imagen ofrece modelos, la noción de identificación. Por ejemplo: “los jóvenes se identifican con los personajes mediáticos”, o “la publicidad provoca la identificación de los consumidores con la marca”, y así por el estilo. No dudo de que identificación es una expresión cómoda, incluso automática, y que por lo tanto viene bien para quienes siempre estamos apurados. Pero paremos un poquito la pelota.
Cuando las condiciones socioculturales cambian, la noción de identificación resulta inapropiada. La noción de identificación podía resultar adecuada para condiciones sólidas: en esa época, la identificación resumía la producción subjetiva como anudamiento de un cuerpo a un lugar/rol social (trabajador, maestro, médico, por ejemplo) y a la representación que le llegaba del Sujeto con mayúsculas (madre, Patria, Clase, Dios…). En esta época, ese anudamiento, esa fijación, no ocurre. Dice Carrión Barrero: “las identidades en el contexto de transnacionalización son móviles, no ancladas a raíces y por tanto negociables y reconstruidas de acuerdo con las nuevas necesidades y elementos [técnicos].”[2]
Este texto es un borrador, el bosquejo apenas de un par de líneas para abrir nuestra percepción a otras realidades en lo que a producción de subjetividad respecta. Propongo, entonces, que distingamos entre identificación, que es algo que ocurría en tiempos de representación, sólidos, e imitación, que es algo que ocurre en tiempos de égida de la imagen, fluidos. Identificarse es un verbo reflexivo, y la identidad resultaba de un juego especular. Imitar, en cambio, es un verbo transitivo: uno no dice “imitarse con el otro” sino “imitar a otro”, mientras que antes uno decía “identificarse con el otro”. Esto es, en la identificación había una recursividad que hacía que “yo” pudiera posarse en otro, y ese otro fuera, en general, un “Otro”. Siempre había al menos uno que era Otro. Ese hacía un lugar en sí mismo para mí, me alojaba, y mi identidad, así, tenía dónde reposar; en cambio, en la imitación, ese al que imito, por lo general, está en una pantalla de TV y no me mira, no me hace un lugar, no me aloja. Si está en un escenario dando un recital, dice: “Gracias, Argentina” o “Los quiero mucho” o símil y, por un momento, parece alojarnos, recibirnos en su seno. Ese momento es sumamente efímero, no queda instituido y, por lo tanto, el modelo a imitar no se constituye en principio de identidad, no me identifica, esto es, no sabe sobre mí como el Otro sabía sobre mí y, entonces, no me sé en el Otro. Los “jóvenes grises” con que se topó Ana María Fernández en su clínica explican sus elecciones vitales no porque deben hacerlas, sino por ser “lo que todos hacen”.[3] El Otro me indicaba qué debía hacer yo para obtener su reconocimiento (y así, mi reconocimiento de mí, esto es, mi identidad); en cambio, “todos” me ofrecen tendencias que imitar, que seguir. Por lo demás, en estos tiempos, la imitación no busca, como la identificación, satisfacer los designios del Otro, sino que busca ser como el imitado, que es alguien único, es decir que debo imitar para ser único, y ser único para ser alguien digno de ser mirado. Nunca me sé y, por lo tanto, no puedo descansar, debo movilizarme globalmente y renovarme constantemente para ser alguien. La identificación se cerraba como un círculo entre el Otro y yo, entre su reconocimiento y mi deber; la imitación pasa de un yo a otro yo a otro yo y a otro y a otro más… sin detención a la vista.
No se trata ya, entonces, de adquirir identidad, sino de adquirir unicidad, diferencia de los demás, en cada momento, y de mí, es decir, de mis versiones de anteriores momentos. La imitación, por ser un “imitar a” y no un “identificarse con”, por ser entrópica y no recursiva, es altamente inestable, pues sus logros son resultados medibles, esto es, cuantitativos y no un saber cualitativo.[4] La recursividad especular de la identificación estabilizaba la subjetividad, que así tenía identidad, mientras que la tendencia seguidora de la imitación desplaza indefinidamente la subjetividad, que así tiene imagen.
Dos reflexiones sobre una mutación en la fotografía puede ayudarnos a semblantear la diferencia entre identificación “fotográfica” e imitación “desplazante” o “en-corrimiento”:
«La foto era antes un elemento episódico de la intimidad burguesa y ocasional compañera de momentos culminantes del drama temporal que elegíamos para “inmortalizarnos” –la “pose”, que es tiempo demorado, detenido–. Pero ahora estamos en manos de un acto que se repite por millones de veces ante millones de personas. […] Ya no hay instante, hay post-instantes continuos. Hay una infinidad de puntos perpetuos que ya no llaman al álbum del recuerdo o a la nostalgia, sino al encadenamiento irreal y permanentemente fluido de los rostros. Nuestro rostro es un flujo de pixeles entre millones.”[5]
“Las fotos ya no recogen recuerdos para guardar sino mensajes para enviar.”[6]
Con la imitación, uno mismo se convierte en su avatar. En los dos sentidos, entonces: avatar porque se trata de una imagen de mí que toma mi lugar sin representarme (más bien sustituyéndome), y avatar en el sentido de que esa imagen es una contingencia imprevista. El supuesto básico de las teorías de la identificación, incluida la psicología social, es que tanto uno como el otro, y asimismo el Otro y la institución y demás condiciones, siguen allí establemente: la identidad desconocía avatares (no porque no existieran sino porque, por un lado, la identidad era el trabajo para ignorarlos y por otro, porque realmente eran más raros). Así es que necesitamos repensar los supuestos de la constitución subjetiva.
Como dijo Bono, líder de U2, en una entrevista del diario Clarín en 2009: “Es más fácil tener éxito que relevancia”. La identificación produce una relevancia; la imitación produce, a lo sumo, éxito. Esto porque la relevancia nunca depende del elemento relevante, sino de los otros que se la dan, que lo alojan en la solidez del Otro, en Quien se incluía cualitativamente el identificado.
La identificación es un proceso que lleva tiempo y requiere espacio. En un tiempo progresivo y un espacio social estructurado, al identificarme con Otro me produzco como alguien, y alguien idéntico (o, mejor dicho, como alguien representado como idéntico). La que provisoriamente y apoyándome por un momento en Lazzaratto propongo llamar imitación, en cambio, es una corriente que se da un tiempo volátil y un espacio social reticular: muchas imitaciones a la vez (y siempre agregándose a través de gusteos, mensajitos, elecciones y demás) no dan tiempo a que un cuerpo se produzca como sujeto a partir de ellas, a que se identifique con ellas.
Pero no digo que por ello ese cuerpo padezca tremendamente. Digo que tenemos que pensar los procesos fluidos de constitución de subjetividad fluida y que las herramientas conceptuales forjadas en solidez nos impiden pensarlos.
A la vez, debemos pensar cómo distinguir la subjetivación dominada (la “conducida a distancia”) de la subjetivación en plus. El mismo Lazzarato, siguiendo a Tarde, nos da una pista, que deberemos rastrear y pensar en las situaciones (y agradecería que me cuenten situaciones en las que hayan podido seguirla). La pista es: mientras que la imitación transmite y prolonga una corriente, reduciendo así las acciones y expresiones posibles, la invención desvía o inaugura una corriente, multiplicando los posibles.
PS: Dos cosas más sobre la imitación.
Una es que no se da sola, y que algún tipo de identificación aun sigue en funciones. Habría que ver cómo se combinan en la producción de sujeto en la circunstancia actual.
Otra es que la imitación, ese flujo infinito por el cual resbalamos como en una pendiente enjabonada, encuentra algunas desaceleraciones, algunos detenimientos, algunos ritornelos y repeticiones que habrá que detectar y escribir. El primero que se me ocurre es el intercambio de fotografías, mensajes, comentarios. La imitación se va corriendo, y no encuentra punto de clivaje, es cierto, pero a la vez va arrastrando imitaciones anteriores (tomemos por caso las noticias: mientras un tema es noticia, o “tendencia”, cada noticia menciona a alguna anterior, que menciona a alguna anterior, etc.; cuando la tendencia pasa a otro tema, sí se da la sustitución sin resto, y de alguna manera, estimo, aquí juega cierta identidad que hace que el sujeto emisor o receptor de noticias no se disuelva del todo).
[1] Dicen que “gustear o likear [una página o una foto]” es el verbo que resume “cliquear me gusta en [una página o una foto]”.
[2] “El celular: nuevas formas de comunicación, identidad y reapropiaciones”. Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
[3] Jóvenes de Vidas Grises. Psicoanálisis y Biopolíticas, Nueva Visión, Buenos Aires, 2013.
[5] Horacio Gonzalez, “Correctivos”, Página/12, 18/10/13.
[6] Joan Fontcuberta, “Por un manifiesto posfotográfico”, La Vanguardia, 11/5/11.