Prefacio de Judaísmo Liquido

 

Ojalá seas el lector que este libro estaba esperando. Jorge Luis Borges

Escribimos para encontrar hermanos. Tiqqun

 Ladrillo sobre ladrillo, para uno cualquiera un albañil edificó esta casa. Para uno cualquiera se escribió este libro. Soy más uno cualquiera que yo mismo. Raúl Scalabrini Ortiz

 

 

Una condición por compartir

Este bloc de notas con forma de libro reúne algunas anotaciones apuntadas durante los últimos años. Hacia 1999 ó 2000, ya adulto, pasados largamente mis veinte años, casado, deseoso ya de tener hijos, una pregunta comenzó a hacerme trabajar: ¿Qué hacer con mi condición judía?

El trabajo no era sencillo. Yo había crecido en una familia perteneciente al pueblo judío y atea. Mis padres me habían enviado a clubes también ateos y muy críticos del sionismo. No había recibido una educación primaria judía. Ya en la secundaria, por mi cuenta, participé en un partido de izquierda. Ahora bien, en casa no se hablaba hebreo, pero se semihablaba el ídish, y el aroma a idioma y comida ídishes de la casa de mis abuelos era deleitable. Al nacer, me circuncidaron. A mis ocho años, por un breve tiempo, mi abuelo paterno me enseñó mucho sobre la religión judía (sin religarme, claro está, pero ligándome indeleblemente). Toda mi vida, todos los años, asistiría a las celebraciones familiares de la Pascua y del Año Nuevo.

El trabajo era complicado: había llegado a amar lo judío, pero también a descartar sus rasgos más salientes y definitorios. Ni el Estado, ni la religión iban conmigo; sí, el folclore, pero mi generación ya no podía ejercerlo. Quería compartir mi amor por lo judío con mis futuros hijos, pero, ¿cómo?

La pregunta no se rendía. Tenía algo claro: los rasgos supuestamente esenciales que yo no practicaba no me faltaban, y en cambio había una potencia de afirmación autónoma en la marca judía exterior al judaísmo instituido. Había que pensarla. Por esos tiempos, dos o tres charlas con Ignacio Lewkowicz me habían dado pistas para emprender un camino de pensamiento. Debía recorrerlo quitando de la mochila la carga de las definiciones hegemónicas de lo judío. La religión ya había sido demostrada prescindible por la generación de mis abuelos: cuenta saldada, rasgo que no pesaba en mi mochila. Pero el paquete estatal permanecía allí como cuenta por saldar –y también el club, el country, el mandato continuista y la extinción de la mayoría de las pocas expresiones en ídish que circulaban entre los paisanos, entre otras. Un trabajo me aguardaba: quería compartir mi condición con los demás, pero los canales habituales para hacerlo (con la excepción de mi familia de origen y de la que Paola y yo estábamos por formar) aparecían obstruidos. El canal académico de estudios judaicos, que comenzaba a tomar forma en Argentina por esos años, no pasaba del estudio o del reforzamiento de los otros canales. Si quería evitar esos canales, debía pensar (léase practicar y entender, léase configurar) cómo.

Digámoslo así: era un trabajo de pasaje a la adultez. Hoy entiendo que era un trabajo de constitución subjetiva –y que no termina–.

Al reunir todas las notas de los últimos años para componer un libro como este, me encontré con dos cosas: por un lado, que eran muchas, más de cien, y que sumaban unas mil páginas: demasiadas. Por otro, que el recorrido que la pregunta me había obligado a emprender frecuentaba tres problemas-ejes. Primero, el de la identidad, para revisar los supuestos que anquilosan lo judío. Segundo, el del jewcy o la licuación de lo judío, para entender la individualización de lo judío y el obstáculo que constituye al compartir y a lo común. Tercer eje: la pregunta por lo radicalmente nuevo, o un tercero excluido entre la hegemonía identitaria y la banalización mercantil; la pregunta por la afirmación judía autónoma, o un tercero excluido entre la opresión disciplinaria y la dispersión mercantil. Alrededor del primer eje surgieron reflexiones que revisan la noción de identidad, la centralidad del Estado israelí en la vida judía, el ídish, la victimización obrada por la enseñanza del exterminio nazi, la relevancia de las tradiciones diaspóricas y de las tradiciones políticas judías, y la pregunta por “lo judío”. En torno al segundo problema-eje giran las preguntas por la circulación mercantil de la cultura, el aislamiento del individuo y la suerte de las comunidades. El tercer eje congrega las reflexiones sobre la transmisión intergeneracional, lo judeoargentino y la justicia autónoma. Del segundo y del tercer problemas trata este libro. Presento el primero brevemente, con el propósito de ubicar aquellos en una terna cuasi lógica (“a”, “no a” y “tercero excluido”). La comunicación con amigos no-judíos (de la que incluyo algunos pasajes) me ha demostrado que el segundo y el tercero son problemas que atañen a todos los particularismos en nuestros días. Dejamos, entonces, el problema de la rígida identidad en el disco rígido. Es que, en nuestros tiempos líquidos, la rigidez no hace tanto obstáculo a la constitución subjetiva como la dispersión, y este libro se ha convertido en una caracterización del judaísmo disperso y en una elaboración de herramientas para pensar la dispersión en general. En un medio cultural fluido, la identidad no puede fijar ni fijarse. Nos concentraremos en las cuestiones que nos presentan la lábil posmodernidad y sus contentadizos mas desolados actores.[1]Irán surgiendo, pues, procedimientos propiamente fluidos de operar con lo que coloquialmente – y por un atavismo del lenguaje– sigue llamándose identidad –como si siguiera siendo rígida– y en un momento del recorrido comenzaría a llamar “afecto judeoide”; esos procedimientos resultarán ser los propios de una cultura recombinante: la imagen, el contacto, la interfaz (y no tanto el discurso, el vínculo o la institución). Adelantemos la propuesta con que encaramos, en la tercera parte, el problema de cómo responder a esas cuestiones. Dijo Ricardo M. Alterman en una conferencia que “el judaísmo es como el sexo: el que no lo practica se lo pierde”. Diré, parafraseándolo, que el judaísmo y la constitución subjetiva (judía o no) son como el sexo: para compartir. Muy bien, pero, ¿qué compartir que no fuera religioso ni estatal ni folclórico ni “countrista”? Se me ocurrió que se podía inventar juegos colectivamente para hacerlo: la película Legado, documental sobre la formación de las primeras colonias judías en nuestro país, nos había mostrado que “mis hermanos inventaban juegos” judíos. El minyen[2]de la religión judía me había mostrado que no se requería de rabinos para sancionar cosas tan importantes como casar a una pareja, enterrar a un muerto o asumir responsabilidades adultas. Era, pues, cuestión de que nos hermanemos para sancionar cosas, para inventar juegos. Si, como se proponía este proyecto, se buscaba continuar lo que de político supo tener lo judío, el compartir judío que no fuera religioso ni estatal ni folclórico ni “countrista” ni mercantil sería un compartir político, una actividad configurante.

Este libro es un recorrido. Ojalá no sea un tramo del recorrido solo del que escribió sus líneas sino también un tramo de los recorridos de otros.

 

Una observación sobre este cuaderno de bitácora y sobre la estrategia

Se advertirá la diversidad de orígenes de estas notas: una conversación, una conferencia en una institución, un paseo en un evento, un correo electrónico de un allegado, la reunión de un taller, la asistencia a una disertación o la exposición en un congreso académico, etc.

Como señalábamos en otro trabajo,[3]el sujeto, al leer, escribe lo que lo produce como tal en función de su afectividad. Las anotaciones son, pues, no sólo un modo de acomodar los enunciados sino el modo de su misma producción; las anotaciones no sólo muestran los resultados de una exploración sino el recorrido mismo del sujeto que, al explorar, ensaya y se ensaya. Anotan lo que se destaca en el movimiento de hacer la experiencia de lo judío. En las notas, el que suscribe sondea la dimensión de lo que ha visto, coteja la actitud que se le ofrece. El que ensaya se hace cargo del ofrecimiento leyéndolo.

Anotar es la operación en la cual una imagen, que no nos mira, trasmuda en ocasión de una constitución. Escribir es una forma de hacerse afectar. Ignoro si es la mejor, pero es la operación a la que pude recurrir.

Cada nota, y todas juntas, testimonian un recorrido por lo judío.Anticipo la noción de chabón: ese de subjetividad friable, en disgregación. Este encarte en las manos del lector muestra a un chabón judío que, como saltando entre bloques de hielo para no hundirse, se detiene aquí o allá y busca significar lo encontrado. Un chabón que, anotando la significación así producida, intenta incorporarla a su constitución subjetiva.

Se fue armando así un recorrido que este volumen no quiere ocultar. Por esto, las notas descubren cierta recurrencia, ya no solo temática y problemática, sino también a textos y pasajes de textos que funcionaban

 

[1] Por lo demás, las notas reunidas aquí son las más recientes: comienzan a mediados de 2005, con lo que podemos considerar la presentación del jewcy en sociedad en Argentina, y terminan en 2013 leyendo las noticias del revuelo provocado por un memorándum firmado entre Argentina e Irán, con lo que podemos considerar la puesta en espectáculo mediático del judaísmo líquido en un país posnacional.

[2] Ver el Glosario al final del volumen.

[3] Pablo Hupert, “¿Qué significa ser judío hoy acá? Notas para una experiencia”, en AA.VV., ¿Qué significa ser judío hoy? Ensayos premiados del Concurso AMIA “Juana y Julio Kolonski”, Milá, Buenos Aires, 2005; disponible en www.pablohupert.com.ar.

 

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