Posdata a «Tres notas sobre autoridad-relación»
IV.
Gracias a todes por sus respuestas, incluso por las que llegaron separadas y no a todes. Voy a tomar la idea de Alejandra y luego la combino con la de Ariel:
“Habitando esta época, y partiendo de la tercera reflexión: sin trascendencia (Dios, Estado-nación, instituciones respetadas y creíbles), ¿es posible autoridad?, ¿qué la soportaria?
“Vamos con ‘lo puesto’ (inmanente)… ¿Y si ya no es cuestión de dividir al colectivo humano en autoridades y subalternos? ¿Si lo que antes llamábamos ‘autoridad’ fuera precaria y debiera sostenerse (validarse) en cada situación?
“Si lxs pa/madres, coordinadores, maestrxs, etc estamos en cada situación teniendo que poner el cuerpo/subjetividad para sostener una posición y ser creíbles, respetables? ¿Si la validación dependiera de nuestros gestos y no de una trascendencia?”
Hoy, dice Ale, vemos una autoridad que debe revalidar sus títulos cada vez. Si los revalida cada vez, entiendo, entonces estará sostenida en una legitimidad ad hoc, no en una legitimidad instituida. O, lo que es lo mismo, la legitimidad no se apoya en una institución. Si se apoyara en una institución, no debería revalidarse cada vez que opera. Las instituciones se repiten, sus legitimidades también, y punto: la reproducción de la institución reproduce la legitimidad sin variaciones importantes. Pero, si la validación debe inventarse cada vez, entonces no hay una institución de la validación. Hace poco Ariel me había pasado una cita, que va en este sentido, del libro Cómo vivir juntos. La pregunta de la escuela contemporánea de Marcela Martínez:
«La caída de la autoridad se reemplaza por la autoridad afectiva. Pero esta construcción es incierta porque lo que te funciona como acercamiento con un pibe por ahí te rebota mal con otro».
No deja, entonces, de haber autoridad, sino que la autoridad que hay deja de estar instituida y debe producirse cada vez. No pasamos de la institución a la destitución de toda autoridad, pero sí pasamos de la reproducción a la producción ad hoc.
Eso que se produce es una autoridad “afectiva”. Si tenemos en cuenta que el marketing y la comunicación contemporáneos trabajan los afectos, que los dispositivos de control buscan modular los flujos emotivo-afectivos y que un adagio pichoniano reza “lo efectivo es lo afectivo”, entonces podemos, con solamente una pequeña licencia, decir que “la autoridad caída se reemplaza por la autoridad efectiva”. La autoridad efectiva dependería también, como la de antes (la instituida), de un reconocimiento del subalterno efectivo, pero no de un lugar previo. En este sentido, como dice Ale, deja de haber una humanidad dividida en subalternos y autoridades, pues deja de haber uno y otro polo como lugares instituidos a priori, deja de haber relaciones de autoridad instituidas previamente a la selección de los soportes. Para que en cada ocasión haya un subalterno y una autoridad, es necesaria una eficacia que “puede rebotar mal” en otra ocasión. Cada selección de la persona-soporte de cada relación de autoridad dibuja las relaciones jerárquicas cada vez (cada vez que funcionan, y no aquellas veces en que no funcionan). (Lo hacen apoyándose en poderes reales y no en trascendencias simbólicas; vuelvo sobre esto luego. Ahora sigo con esta autoridad que funciona a pura eficacia, pues anda cuando anda.)
Esta “autoridad efectiva” (llamamos así provisoriamente a la actual autoridad ad hoc, a la que debe revalidar sus títulos cada vez pues no es como la tradicional autoridad instituida) no repite una invariante ni desconfigura del todo: redibuja lo que se está esfumando, perfila nuevamente lo que se está desdibujando. Para hacerlo, modula flujos de reconocimiento y legitimidad, flujos afectivos. Esta maestra motiva a sus alumnos; aquel jefe de cirugía recoge las hipótesis y propuestas terapéuticas de su equipo de residentes; este presidente gesticula indignado como las señoras y señores de a pie y opinando como en un viaje en taxi; el ceo revalida sus títulos mostrándose el más sagaz en una negociación difícil; ese hijo sorprende a su padre con sus conocimientos no solo informáticos recogidos en sus derivas por youtube y ese padre a veces revalida su figura mostrando algún práctico saber casualmente no encontrado en youtube; etc. Ni sólida autoridad ni ausencia total de ella; autoridad contingente, siempre precaria.
A la vez, Ariel preguntaba “¿Por qué liderazgo, al final de la tercera nota, ligado a lo proactivo?”
Aquí es necesario un “pero”. Pues esta autoridad contingente, esta autoridad efectiva cada vez, no estará asegurada, pero nadie dejará de intentar asegurársela. La precariedad es un “dato de la realidad”, es una condición del ambiente contemporáneo, pero no es absolutamente imprevisible. Es algo que, bien manejado, rinde sus frutos. Digo que sí a tres trabajos, alguno quedará –y si quedan dos, uno y medio sostengo seguro y la mitad a la que no llego puedo pilotearla–; aquel laburante consume más de lo que tiene, pero puede endeudarse; su legitimidad como presi no surge de las urnas porque allí quedó segundo, pero puede validarse con encuestas (caso Néstor); su legitimidad como presi surge de las urnas, pero su validez afloja cuando cae en las encuestas (caso Maurizio), aunque puede morigerar el impacto negativo de su imagen negativa convirtiendo en más negativa aun la imagen de la expresidenta y todes les integrantes de su gestión; el Estado parece el responsable de la desaparición de Santiago, pero puede plantar su cuerpo para que se diluyan tanto la hipótesis de la desaparición como la de responsabilidad estatal; un niño de padres separados los siente inseguros de sí mismos pero desea una mascota que conseguirá adoptar haciéndolo sentir culpable al padre y el mejor del mundo al ceder; un canal apoya a un presi que pifia mucho y pierde audiencia (caso TN), pero puede recuperarla o bien mostrando un caso de inseguridad o un femicidio que capte la sensibilidad de sus públicos o bien criticando duramente cierto pifie puntual o bien redoblando la corrosión de la imagen de la oponente, etc.
En fin: quien logre modular aunque sea un tantito las fluctuaciones de los flujos emotivos (y, en el capitalismo financiero, todo fluctúa cual flujo…) de los otros con quienes convive logrará cierto influjo y cierto poder que a veces parecerá una relación de autoridad, y sobre todo si esa manipulación del flujo toca en un punto sensible (el cuerpo violado como propiedad yoica, el celular robado como clave de la vida plena, el miedo como orientador político, la victimización como norte moral, el índice bursátil o el tipo de cambio como termómetro económico, etc.). En otras palabras: para imponerse en la precariedad no sirve lo precedente trascendente sino el proceder inmanente. No se impone el que ya viene investido, sino el que tiene poder suficiente para captar o desviar o intensificar o diluir ciertos flujos. Si se impone el que viene investido, no se impone él sino lo instituido que lo sostiene, así como la fuente trascendente que sostiene a lo instituido, y entonces el que viene investido es pasivo. En cambio, si se impone el que logra apuntar discrecionalmente el flujo que compensará una precariedad constitutiva con brillo imaginal o poder real, entonces se imponen unos procederes, no unos instituidos, de forma que su poder de influencia no será una autoridad clásica como la definen Arendt Revault o Kojève sino una autoridad ad hoc que en lugar de obtener la investidura captó para sí los flujos que le dan más brillo imaginal; dado que este brillo no se obtiene por canales institucionales sino por asesoramiento marketinero, troleo viral, community management, etc., el que se impone como autoridad ad hoc es proactivo. La pasividad recibe lo que viene “desde siempre” (léase desde la tradición); la proactividad sale a la búsqueda de lo que brilla “en todo el globo” (léase la cultura globalizada, donde hay quizá lo vintage, pero no hay la tradición).
En palabras de Ale, la validación depende de sus gestos y no de una trascendencia, no de algo precedente que lo trasciende (a él y a su triunfo provisorio). Es claro creo cómo se diferencian la pasividad y la proactividad, pero también debemos diferenciar lo proactivo de lo activo: lo activo, dicen Deleuze y Nietzsche, crea valores, pero no es el caso de lo proactivo, que busca que los valores en curso sean atraídos hacia cierto cuerpo-soporte o cierta imagen-soporte. El proactivo reactúa ante la precariedad, gestiona las contingencias propias de este mundo de provisoriedades. Pasividad y proactividad son, entonces, dos formas de la reactividad y juntas evitan el hacer activo.
La cultura contemporánea provee un nombre para la figura proactiva: proactivo es el líder, y proactividad es lo que enseña toda la escuela contemporánea del liderazgo. El liderazgo es una forma reactiva de hacer en la inmanencia, de hacer sin trascendencias. Nosotros –en este ambiente sin trascendencias– estamos a la búsqueda de un hacer no proactivo sino activo.
PH
19.03.19