La verdad de algunas mentiras

La verdad de algunas mentiras

 

publicado en Macedonio 3, junio de 2005

 

“Al cabo del tiempo, el historiador se convierte en historia y no sólo nos importa saber cómo era el campamento de Atila sino cómo podía imaginárselo un caballero del siglo XVIII.”

 

 

 

Jorge Luis Borges. Prólogo a la Historia de la decadencia y ruina del imperio romano, de Edward Gibbon, publicada por primera vez entre 1776 y 1783.

 

Sugerí al director de Macedonio publicar este texto luego de leer “La mentira en la historia” en el primer número de la Revista. Este texto no se opone frontalmente a ese artículo, pero sí encuentra cosas diferentes. Leyendo la película El gran pez , de Tim Burton, traza una diagonal que se aparta de la línea de aquél: Más eficaz que el contenido de la historia, es la forma de historiar.

En la película hay un padre, que representa A. Finney, y un hijo ya adulto. Este padre siempre cuenta historias manifiestamente inventadas o al menos noveladas, hiperbólicas, donde no se puede saber qué ha sido verdad y qué ha sido exagerado. Las historias son por cierto atrapantes, agradables y el padre es un tipo muy simpático y muy cálido. Las historias que cuenta el padre tienen desde brujas tuertas en cuyo ojo herido puede uno ver su propio futuro hasta gigantes que miden más del doble de lo que mide cualquier hombre normal, hasta él mismo trabajando gratis en un circo por tres años.

El tipo es muy cálido pero para el hijo es desquiciante. Cada vez que el hijo quiere saber algo sobre el padre, el padre le contesta con una de sus historias (en las que siempre está él mismo, por supuesto). Pero el pibe no logra saber qué es lo que el padre fue. Hay que imaginarse en esa situación, realmente debe ser desquiciante. Cuando uno es un tercero, puede deleitar escuchar a este hombre contar esas historias; cuando uno es el hijo y pregunta y quiere saber cuál ha sido su ancestro, y quiere saber quién ha sido el abuelo del hijo que está esperando con su mujer, es desesperante que a uno no le respondan. Yo me imagino exasperado simplemente si al preguntarle a mi mujer “qué tal, cómo te fue hoy”, y ella responderme “ah, en el trabajo se desmayó una paciente, y vino una ambulancia, y la paciente era tan gorda que antes habíamos tenido que desinflarla para hacerla entrar y cuando se desmayó al desplomarse rompió el piso y cayó en el departamento de abajo donde vive una bruja con olor a alquitrán con porotos de Madagascar pero igual pude entrar con una máscara antigás que los marines que pasaban por ahí camino a Irak tenían, y después los de la ambulancia no podían levantarla, y después tuve que hablar con el presidente para que consiguiera una grúa inmediatamente,” etc., etc. No imagino el desencaje que provocaría recibir sistemáticamente ese tipo de respuesta.

Volviendo, cuando el hijo se casa no le habla más al padre. Pasan tres años, y un día la madre lo llama diciéndole que el padre está mal, que tiene cáncer y pronto va a morir. Él vuela desde París, donde vive, a su ciudad en el sur de EE.UU. y le pregunta al padre: “necesito saber quién sos”. Y el padre le contesta: “yo soy este”. Y el hijo: “Sí, pero necesito saber quién es mi padre en realidad”. El padre: “todo lo que te conté es lo real. ¿Qué querés que te diga?” Y el pibe : “lo bueno y lo malo, todo”. Pero creo que lo que el pibe quiere preguntar cuando dice lo bueno y lo malo es: contame lo que te pasó, no quiero más que eso. El padre no cuenta eso; se entiende que para no aburrir, cuenta las historias condimentándolas de tal manera que puedan entretener, sin importarle si eso respeta o no la verosimilitud con su vida.

Uno supone que el pibe le pide al padre que le cuente las cosas tal cual fueron para saber qué es lo que lo va a constituir, para saber los antecedentes a partir de los cuales podrá constituirse su propio hijo. Uno entiende que son las cosas que han sucedido las que lo constituyen y que uno puede constituirse mejor separando un poco la paja del trigo en esa constitución si sabe cuáles son esas cosas que en realidad han ocurrido. Claramente la película muestra casi lo contrario: para empezar, cuando el pibe le hace estas preguntas y le discute porque el otro no quiere responderle bajo esa exigencia, el padre le dice: “pero si somos iguales vos y yo, los dos contamos historias: vos las escribís en el diario, yo las relato oralmente”. El pibe insiste: “papá, te estás por morir y yo no sé quién sos”. El padre le dice: “no, a mí me contaron cómo me voy a morir, una bruja me lo contó, y no es así como voy a morir”. El hijo: “Ah, bueno, ¿y entonces cómo es?” El padre: “no me lo acuerdo, pero no era así como voy a morir”.

La película continúa mostrando las historias del padre, coloridas, entretenidas, hiperbólicas y fabuladas, y finalmente el padre tiene una embolia y lo internan. Está inconsciente y el hijo se queda cuidándolo durante la noche. En mitad de la noche el padre despierta (esto es hacia el final de la película) y el padre le dice “contame cómo termina” (se sobreentiende que la pregunta es contame cómo me muero). El hijo dice “voy a llamar a la enfermera”. El padre lo desestima con un gesto. El pibe se pone a contar cómo termina, y en el final de esa historia del entierro del padre aparecen los personajes de las historias del padre de toda la vida. El pibe hace esto sin dejar de lagrimear, el padre lo escucha atentamente, feliz con el final de su historia y, puede decirse, muriendo contento.

A la historia del final de la historia del padre que cuenta el hijo no le falta prácticamente ningún condimento de los que el padre ha sabido ponerle a sus historias. Antes de quedarse velando al padre en el hospital el pibe intercambia unas palabras con el médico de la familia, que atendió a su padre moribundo y el médico que siempre los ha atendido a él y a su madre, que lo ha hecho nacer a él. Del día del parto el padre siempre había contado una gran historia, que había estado pescando un pez muy gordo, un enorme pez quincuagenario contra el cual ningún pescador había podido nunca, y por eso no había podido ir al nacimiento de su hijo. El doctor le cuenta al pibe cómo fue el parto: un parto normal, sin ninguna contingencia digna de mención; “ un parto perfecto” , dice el doctor, y agrega: “ personalmente, si tengo que elegir entre lo que te conté y lo que ha contado siempre tu papá, me quedo con la historia de tu papá ”.

El pibe se ha enojado mucho con el padre, ha estado tres años sin hablarle porque el padre nunca contaba la verdad despojadamente. Y cuando adornaba la verdad no decía qué parte era verdad y qué parte era adorno. Ahora, el punto es: las historias del padre, ¿no eran verdaderas, como dice el padre en esa discusión? Es como si dijera: “ ¿No es real el que está en las historias, no es real el que las inventa y cuenta?, y la fabulación y la narración, ¿no son reales?” . Tenemos una pista cuando el pibe le relata la historia de cómo termina la historia del padre, de cómo es su entierro, y lo que vemos ahí es que el padre tenía razón: él es un contador de historias, un cuentero, como el padre.

Lo que me parece ahora es que las mentiras que uno escuchó durante toda su vida también son constitutivas de uno. Me parece que las mentiras esas, esas historias hermosas, demasiado coloridas para ser ciertas, demasiado redonditas para ser ciertas, demasiado interesantes para ser ciertas, de tan interesantes, de tan redonditas y de tan coloridas han sabido hacer del hijo un contador de historias. En ese sentido son reales. Es real que el padre ha sido un mentiroso, que ha criado a su hijo mintiéndole , lo que aquí quiere decir enseñándole a contar. Eso es lo que el pibe sabe del padre (un saber transmitido de un modo no pedagógico). Eso es lo que el padre le ha dado a él, un saber hacer, un procedimiento no explicitable pero transmisible. Ése es el antecedente a partir del cual él puede constituirse. Lo que nunca ha sucedido, si está en la historia que me contó mi padre, me ha sucedido a mí; como me ha sucedido y como he accedido al pedido de mi padre de ponerme a fabular como él fabulaba, me constituyó.

 

P.S.: Generalmente consideramos que la enseñanza consiste en transferir contenidos; ahí, el que sabe le pasa conocimiento al que aprende, y de cómo hacer bien esto se ocuparía la pedagogía. Pero en El gran pez volvemos a encontrarnos con que la enseñanza no sólo enseña contenidos sino también formas, no transmite enunciados sino también protocolos o formas de enunciar. Cuando decimos que la educación forma al sujeto, se suele entender que lo constituyen sus contenidos curriculares. Lo que la película nos obliga a decir es que los enunciados que la educación enseña son bastante secundarios respecto de la forma como los enuncia. La enunciación constituye subjetivamente al educando. Pasando al terreno historiográfico, no son los datos de una historia lo que nos constituye, no es su veracidad ni es su falsía, sino los modos de historiar.

 

pablohupert@yahoo.com.ar

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