La lectura de Pensar sin Estado de Ignacio Lewkowicz no es una lectura sencilla. Sin embargo, se leyó, sobre todo en los años en que fue publicado y los años inmediatamente posteriores con bastante fruición, avidez, facilidad.
Resultaba en esos años, extremadamente claro. Incluso, si no fácil de leer, de fácil acceso a una sensación de sentido; se lo sentía; el libro ese, se lo sentía. Otros textos de Ignacio Lewkowicz de igual nivel de abstracción y sofisticación conceptual, ocurría lo mismo: También llegaban al lector.
Creo que esto muestra que esos textos, en ese momento, mordían algo de lo que estaba ocurriendo. Mordían algo de lo que nos estaba ocurriendo a los lectores en esas circunstancias en que ocurría todo ese calamitoso venirse abajo del Estado sostén de las instituciones y de la ley simbólica que Nacho describía tan sofisticadamente.
La ruina del Estado-nación, su agotamiento como metainstitución, que daba el marco a todas las instituciones, su agotamiento como paninstitución donadora de sentido –y de sentido no sólo de las instituciones sino de nuestras vidas– hacía que los textos de Nacho mordieran nuestro real, que le pusieran palabras a algo que no podíamos pensar si ellas.
Pasados los años, en general, para la generalidad de los lectores, dio la sensación de que los textos de Nacho hablaban de un momento en que no veíamos que el Estado podía reconstruirse; de un momento pasajero que no podía prever el surgimiento del kirchnerismo. Se preguntaba, la generalidad de los lectores, cómo hubiera corregido él sus propias lecturas. Habíamos sentido la catástrofe, habíamos sentido la destitución generalizada de que él hablaba, pero no estábamos tan seguros de que esa lectura se viera confirmada por los acontecimientos posteriores a esos años de ruina y de catástrofe; posteriores también a su propia muerte y al fin de su producción y reflexión.
Ahora, pasados los años, no estábamos tan angustiados. Ahora esa necesidad de pensar sin Estado, esa nominación de la angustia como lo que ocurría en condiciones de destitución generalizada, ese pensamiento de que la ley simbólica no hallaba vías de sostén y concreción a través del Estado, esa predominancia del mercado en la desubjetivación de nuestras vidas… en suma, la fluidez, parecía ser cosa de otro momento; cosa que gustó mucho leer en su momento; cosa de la que todavía quedaba algún remanente aquí o allá, en tal escuela que todavía no se había reconfigurado, en tal niño o en tal adulto. Pero el sistema económico estaba andando, la crisis de representación parecía resuelta, muchos sentían que Néstor los representaba. Sentíamos que la anulación del indulto y las leyes de obediencia debida y punto final habían reacomodado la función prescriptiva de la ley. Que las medidas de la Secretaría de Comercio, o la estatización de las AFJP habían vuelto a regular el mercado según las formas clásicas estatal-nacionales, etc., etc.
En fin, teníamos una vida. No estábamos tan angustiados. Ahora teníamos una vida. En esta vida quizás no teníamos empleos tan estables o tan únicos como antes de los noventas o antes del ’76, pero ya estábamos más tranquilos, más confiados. No todo era catástrofe, no todo era inmediatez y podíamos mirar con confianza un poco más allá de lo inmediato. Había futuro, decía Cristina.
Podemos pensar que en esta temporalidad en la que había posibilidad de pensar en un futuro, también se hizo fuerte después Cambiemos, con sus promesas configuradas de una forma no programática, pero, en todo caso, sí apoyadas en la posibilidad material de pensar que había un mañana después de lo inmediato. O incluso, un después, mucho más allá de mañana.
Pero como sea, el mismo hecho de que ya no fuera angustiante la circunstancia. El hecho de que nos sintiéramos más aliviados, pasados los años inmediatamente posteriores a 2001, indica que había comenzado la segunda fluidez.
Si Pensar sin Estado ya no mordía en nuestro real, sin embargo, nos dejaba algunas guías para pensar el reciente alivio. La nueva configuración de las cosas no como una configuración estabilizada por un Estado nacional, sino una realidad metaestable, precariamente apuntalada por un Estado posnacional y por un mercado en crecimiento. Las complicadas ideas de Nacho para pensar lo social sin Estado, la subjetividad sin Estado, se hacían muy complicadas y ajenas a las sensaciones más cotidianas.
Este alivio metaestable, este alivio precariamente estable, obligaba, no a abandonar la tesis de la fluidez, sino a continuarla mutándola junto con lo que mutó de lo real. Se trataba de ser fiel a un gesto de pensamiento, y no a ser repetidores de unas tesis. La repetición de las tesis y las hipótesis, las caracterizaciones de Nacho eran justamente lo que ya no era posible, lo que no se confirmaba. De modo que esas caracterizaciones era necesario cambiarlas.
Continuar la idea de fluidez quería decir, entonces, alterarla. Como en todo proceso de fidelidad continua, quiere decir alterar. Como pensar quiere decir seguir pensando, pero también quiere decir cambiar la manera de pensar.
En fin, estamos intentando señalar entonces, que hay una mutación de la primera fluidez a la segunda fluidez, que se corresponde con una transformación en la tonalidad emotiva que nos teñía en los años de la primera fluidez y en la catástrofe generalizada, hacia una tonalidad emotiva menos angustiada, más confiada, e incluso más proactiva. Porque sentirse confiado en las condiciones de segunda fluidez requería también desarrollar una actitud proactiva, como la del empresario de sí mismo, que puede vérselas con más de un proyecto laboral a la vez, o con muchos proyectos laborales breves, aunque no sean simultáneos sino sucesivos (aunque duren varios años pero que, en todo caso, no duran toda la vida).
En fin, este cambio mismo en la tonalidad anímica que sin duda muchos hemos registrado y hemos blandido como motivo de esperanzas para votar a tal o cual representante con el que ahora nos sentíamos representados; o que ha sido el sustento afectivo para formar pareja, para hacer amistades, cooperativas y relaciones diversas, toda esta tonalidad indicaba, en breve, que había que pensar una segunda fluidez. Indica que había que pensar una circunstancia social posestatal nacional. Había que pensar una estabilidad precaria, una precariedad estable, capaz de hacernos confiar en el precario equilibrio de las cosas y no estar angustiados por un derrumbe, por un sinsentido generalizado.