Acabo de escuchar a Natalia Laski en FM la Tribu, en el Programa “Llevá lo puesto” (hoy es 16 de agosto de 2011). Natalia Laski es una referente o dirigente o algo por el estilo de un movimiento de residentes de hospitales porteños que intenta organizarse gremialmente. Están llevando a cabo un plan de lucha para poder organizarse como tales, superar su estado de precarización laboral… si es que no son la misma cosa, pues decía esta mujer: “Si no nos organizamos, no podemos pensarnos como trabajadores.”
A la tradicional dificultad del médico para pensarse como trabajador con derechos laborales o incluso con conciencia de clase, una dificultad que también tenían los docentes y que me parece que en las últimas décadas vienen superándose, se agrega la casi tan tradicional dificultad del pasante, en este caso residente, que a medio camino entre el estudiante y el profesional graduado, tampoco puede pensarse como trabajador. Sin embargo, encontramos aquí algo que no es específico del rubro, específico de este cuasi-gremio sino de los gremios en general. En estos tiempos fluidos, en estos tiempos pos-industriales no es que los trabajadores necesitan organizarse para constituirse como clase sino que los precarios necesitan organizarse para constituirse como trabajadores. La cuestión de la constitución que me interesa aquí no es la cuestión de identificarse sino la de situarse. Y lo activo aquí es notar que el situarse tiene como condición el organizarse, es decir, lo colectivo.
La precariedad es una dinámica que tiene dos inercias: Por un lado despegarte de tu trabajo, por otro lado pegarte a la precariedad. Una y otra dinámica se refuerzan mutuamente y convergen en un mismo padecimiento subjetivo: la desolación, la inconsecuencia.
El desolado no solo está desligado de los demás, también está desligado de su trabajo, de su lugar, sea laboral o no, de sus lugares vitales en general aunque habría que ver si estando desligado, los lugares supuestamente vitales siguen siendo vitales. Y sí está ligado en cambio a la provisoriedad, a la precariedad, a la velocidad, a la febril vorágine que patinar sobre hielo quebradizo requiere[1].
En realidad, el desolado no está sujeto, no está ligado orgánicamente ni con lo demás ni con su laburo ni tampoco con su velocidad: no se puede hablar de una liga orgánica precaria, frágil, inestable, aún si esta es permanente. Aun si es permanente, no se puede hablar de sujeción a la fluidez (solo se puede estar sujeto a algo quieto). Creo que para este movimiento no hay que hablar de liga orgánica sino que es más propio hablar de inercia, incluso se podría hablar de fuerza centrífuga.
Y digo inercia porque la inercia es esa capacidad de los cuerpos para conservar la fuerza de su movimiento a menos que otra fuerza la modifique. Como en la fuerza centrífuga, lo que hace la inercia de la precariedad, la inercia de la fluidez, es mantenernos adheridos a nuestra velocidad, no orgánicamente ligados. De todos modos, hay que ver que esta inercia tiene su realimentación; digo: hay fuerzas que la refuerzan, que renuevan la velocidad todo el tiempo, como por ejemplo el miedo a perder el tren, el gusto por correr el tren, el goce de los goces que el traqueteo dispensa, el bienestar en la cultura…
Estamos adheridos allí hasta que otra fuerza, aunque sea por un rato, modifica el movimiento que traemos, sea porque nos pegamos un palo, sea porque se produce un encuentro y una organización nos sitúa, nos desacelera, nos constituye.
[1] Cita de la frase de Emerson: «Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad«