«La antigua misión de proveedor de alimentos del padre de familia ya no es igual y, con dolor al no poder cumplirla, él o la madre que sustenta sola el hogar porque ese hombre ya ni siquiera está, envía al comedor comunitario a ancianos y niños para alimentarse. Estos lugares son donde se reúne la gente a comer a diario en los barrios carenciados, ya que no son sólo el lugar donde se sientan alrededor de una mesa, sino un segundo hogar para los que encuentran allí el calor que necesitan para sentirse vivos. Así surgen también dentro de ellos los talleres, el apoyo escolar, los deportes para sacar a los chicos de la calle y mil estrategias que dan refugio y contención. El ‘responsable’ o ‘encargado’ es por lo general ese vecino que sintió el dolor de los suyos y convirtió un garage, un patio o cualquier lugar de la casa en un comedor para todos, y pidió ayuda a algunos, a los más solidarios y emprendedores, y fundaron la institución donde unos cocinan, otros limpian, otros enseñan… ‘El mejor comedor es el que no existe’ dijo una señora responsable de uno de ellos, refiriéndose a la ausencia de la reunión familiar alrededor de una mesa propia porque todos asisten al comedor.» Periódico El Universal del 20 de septiembre de 2009, página 8b.
La fuente no es de lo más serio, profundo o prestigioso para citar, pero describe bien lo que venimos señalando (en el taller Pensar la/en fluidez) de la necesidad de pensar la superestructura en la fluidez. ¿Superestructura no estatal? La fluidez, el capitalismo postindustrial, el neoliberalismo no sólo dejaron sin trabajo a la gente sino también sin contención. En otras palabras, la exclusión o marginación económica es también una marginación subjetiva, una orfandad, una vida a la intemperie. Y esto obliga a una pregunta: ¿cómo es que la gente sobrevive? Sabemos que al ser humano no le alcanza cubrir lo meramente biológico para sobrevivir. Dicho a escala social, la función superestructural es un requisito ineludible y hay que ver cómo se cumple cuando no la cumple un Estado. Ni nacional, ni posnacional, la descripción de El Universal es bastante clara al respecto.
Y como venimos diciendo por doquier, el piquete del MTD, el comedor, la fabrica recuperada o incluso la empresa, la publicidad y casi cualquier otra forma de actividad capitalista contemporánea no cumplen sólo funciones económicas como dar de comer a los pobres, hacerles ganar plata a los ricos, mantener las fuentes de trabajo de una empresa quebrada o lo que sea según el caso, sino que también cumplen funciones culturales, extraeconómicas, superestructurales en el sentido de que cumplen funciones vitales para la subjetividad. Por ejemplo, dando la posibilidad de asumir responsabilidades, de trabajar dignamente, la fabrica recuperada, el piquete del MTD; dando posibilidades de albergue, refugio, contención, así como de aprendizaje escolar y formación general, un comedor, un merendero; funciones similares, una empresa que ofrece al personal juegos grupales de tramitación de conflictos o de formación de equipos para emprender proyectos nuevos específicos. Pero también, promocionando imágenes, ofreciendo atención personalizada, dando la imagen, que funciona como sucedáneo del sentido del mundo actual, «brindando», como dicen, «soluciones a su problema». Diríamos con más precisión que las funciones económicas no alcanzan para organizar la sociedad, hace falta una cierta organización significante, hace falta una producción de sentido; y que esta función significante, articulante, aglutinante, determinante, instituyente es cumplida ya no por el Estado sino por el mismo capital. Y habría que decir ya no sólo por el Estado porque el Estado también lo hace, también la cumple. Pero, se trate del Estado o del mercado, no la cumple con la misma solidez y capacidad y vigor instituyentes que el Estado Nación, es decir, que la superestructura sólida, clásica que supimos conocer.
Pero además de hacerlo con menos vigor y solidez, lo hacen menos articuladamente, con menos coherencia y menos institucionalmente. Esto es, la superestructura ya no es un bloque, ya no es todo el piso de un edificio social, sino una dispersión de prácticas frágilmente estructurantes, rotundamente astituyentes. Por esto nos ha gustado en el taller «pensar la fluidez» llamarla hiperestructura que, como el ciberespacio, que tiene hipervínculos, no tiene una continuidad temporal clara ni una contigüidad espacial obvia, ni mucho menos una articulación interna coherente y menos que menos deliberada. Se da por supuesto una convergencia de hecho, inevitable, automática que podemos sintetizar como bienestar en la cultura, como comprensión de la vida, como búsqueda de felicidad, como búsqueda de goce. Esto es, la dispersión superestructural actual (o hiperestructura) converge como un enorme dispositivo de captura del deseo, esto es de performación de lo que se desea.