Ponencia a las V Jornadas de Ciencias de la Comunicación de la UNGS, realizadas los días 5 y 6 de noviembre de 2008.
Pablo Hupert
Historia UBA
Palabras claves: dinámica mediática, lectura, conflicto del campo.
Los medios son el divertimento con el que nos entretenemos cuando no podemos habitar el presente.
Navegamos por internet, hacemos zapping entre canales, hojeamos el diario, miramos una revista: no leemos la actualidad.
Se me hace preciso comenzar diciendo que me encontré con que los que no somos periodistas también somos parte del periodismo. Los no trabajamos en los medios estamos embalados en la dinámica mediática.
Queremos leer la actualidad a pesar de la dinámica mediática. En primer lugar: ¿qué es la actualidad? Nosotros para leerla tenemos una gran dificultad: ninguna generación anterior estuvo tan informada como nosotros acerca de la actualidad. Nadie nunca supo tanto acerca de “su tiempo”, como le dicen, o su instante, como le digo. Kant dice por ahí: “A menudo el más rico en conocimientos es el menos ilustrado en el uso de los mismos”.[1] Para Kant, ilustrado es libre. He aquí entonces la dificultad: tenemos mucha información, demasiada. Ser ricos en ella no nos hace ilustrados en el uso de la misma.
La información se llamaba así, clásicamente, porque no tenía forma. La información era la materia prima que el saber se encargaba de ordenar, de jerarquizar, de interpretar, etc.; en suma, el saber le daba una forma a la información. El saber era el que la formaba. Hoy tenemos una velocidad en la producción de información que evita que lleguemos a tener el cuerpo de información para ordenar (“el corpus”). Nunca se termina de acumular información, y por lo tanto nunca la podemos ordenar. Así las cosas, la información ya no es eso que el saber va a ordenar sino que se ha salido de la jaula y es todo lo que hay. Cuando la información era escasa, el saber podía ordenarla, darle forma. En esa época, la información era el complemento natural del saber. Hoy, cuando la información es sobreabundante, ha desquiciado el saber, y no existe el orden sabiondo, no existe modo de producción sabedor, sino dispersión informativa circulante.
El tema es que, como no hay orden estamos desorientados, no tenemos cómo orientarnos. La pregunta por cómo leer la actualidad es la pregunta por cómo orientarnos, cómo pensar, cómo leer la actualidad a pesar de toda la información que tenemos de ella. A pesar de, y no gracias a, la cuantiosa información, pues es su abundancia lo que nos desorienta en la actualidad, lo que nos impide pensarla.
Un cientista político, Eric Voegelin, decía que el sentido de la teoría, al pensar “la estructura de la realidad”, al buscar “la verdad de la existencia humana”, es “orientar al hombre en su mundo”.[2] Entonces la pregunta es ¿qué hacer? La pregunta es esta, y en ella está implícita la frase adverbial de tiempo: ¿qué hacer en la actualidad? (poca relevancia estratégica tiene la pregunta por qué hacer en un momento que no sea el nuestro).
Ahora bien, hay dos ‘actualidad’. Por un lado, está la actualidad que es actualización –esta es la actualidad periodística. Por otro, está la actualidad que tiene que ver con el acto, que tiene que ver con la acción, la actualidad en donde queremos morder (todo pensamiento quiere morder en algo). Para pensar la actualidad hay que pensarla en su carácter actual y no en su carácter actualizado.[3]
La actualización periodística es algo así. ¿Se acuerdan de Funes, el Memorioso? Borges cuenta que Funes el memorioso a las 3 y 14 Funes ve un perro de frente que a las 3 y 15 Funes vuelve a ver de costado y para Funes es otro perro; Funes se desquiciaba porque los dos perros tenían el mismo nombre, porque el tipo tenía tanta memoria que el recuerdo de uno y el del momento siguiente eran tan distintos que recordaba dos perros donde hubo uno. Yo creo que hoy vemos el perro a las 3:14, a las 3:15, en tiempo real, reflejado inmediatamente; así, a las 3:16 ya nos olvidamos del perro de las 3:15 porque el de las 3:16 lo desplazó. Creo que en vez de Funes somos Nesfu: no recordamos todo; tampoco lo olvidamos: simplemente, reflejamos todo. Seríamos Nesfu, los reflejones.
Sebastián Alonso dice que todo el periodismo adoptó la lógica de la actualización internética, y que hoy es actual lo actualizado. En este sentido, me contaba Rubén Mira, atento seguidor de la información futbolera, cómo fue cambiando en el último tiempo el sentido de la expresión “hoy por hoy” (tan usada por los periodistas deportivos): si en los ’80 significaba “en nuestro tiempo”, en los ’90 pasó a significar “en el día de hoy” y hoy se restringió a “en este momento”. Por ejemplo: “hoy por hoy, a las 12:32, Ramón Díaz no será el DT de Boca”. Hoy tenemos información al minuto. La cuestión es que información al minuto quiere decir dilución constante.
¿Existe la actualidad como actualización? Existe: no hay otra cosa que eso. ¿Cómo nos orientamos? Cuando leemos una crítica de cine podemos ir a ver la película criticada, y tener una experiencia directa (si es que eso existe, pero al menos no mediada por la crítica periodística, si es que eso es posible luego de haber leído esa crítica). En cambio, cuando queremos leer la actualidad que los medios construyeron, no tenemos un afuera de los medios para ir y tener una experiencia directa. La actualidad no es un objeto positivo como la película reseñada; no es un objeto dado y anterior a la operación mediática. Por esto es que necesitamos entender cómo la actualidad construye los medios para hacer algo así como ingeniería reversa.
El tema es que no nada hay que no sea actualidad. Cuando pongo una caña en el agua, veo que la caña se quiebra porque el agua refracta la luz de una manera distinta al aire. Probablemente este haya sido el motivo por el cual nunca le acertaban un tiro a Tarzán. Se trataría de ver cuál es la forma de refracción propia del periodismo, o más precisamente, su modo propio de producción de la actualidad, para desmontarla y leerla según otra estrategia.
Kant dice que necesitamos juzgar: que la razón siente la exigencia de juzgar, no en el sentido moral de dictaminar algo como bueno o malo, sino en el sentido estratégico de orientarse el sujeto. La cosa es que uno llega a la oficina, el bar, o a donde sea que llega, y se está hablando de la actualidad, y se está juzgando en el sentido de dictaminar, y… ¿cómo hace uno para decir algo que no sea opinión, moralina, anacronismo ciudadano o algo así? ¿Cómo leer la actualidad? ¿Cómo leerla de manera tal que la lectura no actualice la actualidad sino que muerda lo actual? ¿Cómo leerla de manera tal que la lectura no actualice sino que actúe? Kant llamaba pensamiento a la actividad de la razón sobre las cosas que están más allá de lo sensible (para él, Dios y el futuro). Yo creo que para nosotros pensamiento es la actividad del sujeto sobre lo que está más allá de la información. Aquí nosotros llamemos pensamiento a la actividad subjetiva sobre las cosas que están más allá de la actualidad periodística (para mí, el sujeto y el presente).
Bien: queremos leer la actualidad; queremos una lectura que actúe y no que actualice. No sabemos cómo. ¿Cuál es el obstáculo que construye la actualidad y a la vez nos impide leerla? Es la compulsión informativa. La compulsión informativa que es lo propio del periodismo. Aquí me apoyo en Bifo (Franco Berardi) y Leonardo Sai; de Leonardo Sai leo “La flatulencia periodística”:
“La función del periodismo es ayudarnos a digerir lo que sucede, lo inexplicable de lo social, esto que pasa aquí y ahora. La completa asimilación de este bolo alimenticio informativo fortalece a la sociedad… Pero sucede que no todo el material es digerido, y cuando la digestión es incompleta se producen gases. Son momentos críticos en el periodismo. El periodismo dispone de un caudal y una reserva muy reducida de inmunidad frente a la incertidumbre de los juegos del poder. Empieza a producir un blablablá interminable, un goce de la palabra. Todos se preguntan lo mismo, y a la misma gente: ¿Va a ser Macri candidato a Presidente? ¿Si o no? ¿Se va afeitar el bigote de oficinista si no le dan la policía? ¿Si o no? ¿Macri que es Mauricio Presidente o Mauricio que es Macri Jefe de Gobierno? ¿Vuelve el Cuco, el Neoliberalismo?… Crece el olor, la flatulencia periodística se disemina”.[4]
Por otro lado, Bifo habla de una emisión alocada. Una emisión que es tan veloz que no llegamos a decodificar el mensaje. Él cuenta en “Patología de la hiperexpresión”[5] de una investigación que dice que en los últimos quince años en la ex Unión Soviética, la velocidad de emisión de los mensajes aumentó de tres sílabas por segundo a casi seis. Esto hace que el que recibe los mensajes no pueda decodificarlos secuencialmente. Por supuesto, no necesitamos irnos a Rusia para constatar este acelere: cuando escucho hablar a un pibe de 18 años, no le entiendo por lo rápido que habla.
Pero además de veloz, esta emisión es alocada, es un bombardeo. En la pantalla de los canales informativos tenemos la imagen, la temperatura, la hora y las letritas de otras noticias que pasan por abajo (además, la imagen central puede estar dividida en dos o más imágenes paralelas). Además se puede hacer zapping y “picture in picture”; además, uno puede prender la computadora (y abrir varias ventanas) y la radio, ver el diario, etc. Se pasa de uno a otro sin orden ni concierto. El zapping es a la televisión lo que el hipervínculo o cliqueo es a internet: ambos son procedimientos aleatorios de conexión. La información, además de ser veloz, está conectada internamente mediante conexiones aleatorias. Si el saber tenía una jerarquía, la información no la tiene. Y entonces nos desorientamos más. La actualidad actualizada es desorientadora por su mismo modo de producción, de circulación y por su modo de lectura.
Aclarémonos que la producción de la información no es su proceso productivo inmediato (por ejemplo, la llegada del móvil al lugar, el reportaje, la transmisión, la operación técnica de todo eso), sino que la información se produce en su circulación: el modo de producción de la información es el modo de su circulación, el modo de su transmisión y recepción. La información se produce en las terminales, en la lectura y en el comentario de la lectura (esta última en un sentido muy laxo: puede ser “lectura” de la pantalla, puede ser una lectura en diagonal o salteada, puede ser un hojear, un hiperlinkear o cliquear, etc.). Digámoslo así: si en el universo del saber emitíamos los mensajes, en la era de la información los transmitimos. Mientras que el prefijo “e” denota origen o procedencia, el prefijo “trans” significa “más allá o del otro lado o a través de”: mientras que el mensaje emitido llega con anclaje originario, no está muy claro cómo llega el mensaje transmitido –mejor dicho: llegará de muchas maneras a la vez. En la era de la información, en la era de la circulación imprevisible, la circulación determina al mensaje mucho más que en el saber, que era la era de la circulación anclada. (La cosa, encima, se complica por el hecho de que la emisión de mensajes era típica del saber mientras que lo típico da la información es la transmisión de imágenes; dejemos esta cuestión para después.)
Juntemos ahora esta emisión alocada con la flatulencia. Y lo que tenemos es una emisión indigesta: como no llego a digerir, como más; como no entiendo, sigo leyendo. Emerson dice: “Cuando patinamos sobre hielo quebradizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad.”[6] Análogamente, si no llego a asimilar todo lo que como, mi nutrición depende de seguir engullendo –y cuanto más rápido engulla, mejor: hasta hay un yogur que aligera el “tránsito lento”. Pero veamos: para acelerar la digestión, la única parte que podemos voluntariamente saltearnos es la masticación. ¿Vieron que, en los kioscos (esos no-lugares donde uno puede comprar casi sin detenerse algo para comer al toque) el nivel de consistencia de los alimentos tiende a la baja? Cada vez son más blanditos: yogur, gelatina, chocolate con yogurt, barritas de cereal que vienen rotas; la idea es no masticar. Y, aún si no me atraganto, lo que llega sin masticar al estómago no llega a ser del todo digerido. Aún si no me atraganto, la flatulencia llega: como vivo a los pedos, como a los pedos, leo a los pedos, digiero a los pedos. Ingiero flatulencia periodística, segrego flatulencia periodística. (Como veis, somos parte del periodismo: nos alimenta la compulsión informativa, y la alimentamos…) Digo que el bombardeo informativo se da tanto en la recepción como en la emisión, tanto en el periodista como en e televidente u oyente. El bombardeo informativo y los meteorismos intestinales son isomórficos.
Bifo sintetiza esto más o menos así: “clásicamente, lo que nos enfermaba era la represión. Hoy, lo que nos enferma es la expresión. La expresión es una alocada conexión automática entre significantes.” Hay un muy buen blog en el que se dice: “si tiene algo que expresar, hágalo”. No hace falta que sea explícito, pero aquí nos han hecho el favor de explicitar el algoritmo de nuestra compulsión. Necesitamos compulsivamente expresar. La maquinaria expresiva opera compeliendo a comunicar, compeliendo a emitir, y no induciendo a decodificar, puesto que no hay tiempo para hacerlo. Como no hay tiempo para hacerlo, emito pedos. Digo: como la emisión no me da tiempo a decodificarla secuencialmente, me pongo a emitir dispépticamente. Me pongo a bombardear signos yo mismo, a hacer yo mismo una transmisión, una emisión alocada, vertiginosa, sin orden ni concierto, no secuencial ni lógica, ni sucesiva ni coherente.
En suma: vivimos en una nube de pedos. No sólo el periodismo sufre dispepsia, nosotros también. No encontramos sentido a lo que nos pasa y estamos desorientados.
Ensayemos una lectura de cómo profundiza la desorientación esto de actualizar constantemente la información. Un caso de cómo el mantenernos informados nos impide pensar: elecciones 2007. A lo largo de la campaña electoral, el periodismo actualizaba una y otra vez la lista de borocotizados, de alianzas incongruentes, de estatutos partidarios puenteados, de elecciones internas eludidas. El inventario periodístico es siempre infinito (si ahora amainó, no creáis que es por mucho tiempo). Ahí lo que podría hacer una lectura de la actualidad es, en vez de denunciar que no se respetan las identidades políticas y que no rigen los principios republicanos de la política, es concluir, por ejemplo, que rige una nueva legalidad electoral: “hay sufragantes que satisfacer; hay cargos que conservar”. Por un lado, el sujeto-elector no es el ciudadano; el sujeto-elector es el consumidor. Por otro lado, el sujeto-candidato no es el representante que representa lo que el pueblo necesita; el sujeto-candidato es el líder que satisface lo que la encuesta solicita. Una lectura así puede contribuir a una experiencia actual. Pero la denuncia periodística sigue y sigue reflejando cómo son violados los principios ciudadanos sin reflexionar si no habría que declarar agotados a esos principios ciudadanos.
Otro caso, más reciente, en que la dinámica mediática nos impide pensar, situarnos, hacer experiencia de lo que pasa: el denominado “conflicto del campo” o “lucha por la 125”.
En la estrategia en la que estamos embarcados, no es relevante la parcialidad informativa de los más grandes medios de comunicación en los días del conflicto. No vemos (no hasta aquí, al menos) decisivo el hecho de que La Nación o TN buscaran inclinar la opinión pública a favor del reclamo agrario. Nuestra estrategia consiste en pensar cómo pensamos nuestra circunstancia, consiste en caracterizar los procedimientos de ‘decodificación’ (el término, por todo lo dicho, resulta exagerado) de la llamada actualidad con los que opera nuestra subjetividad mediática. En esta estrategia, la parcialidad no parece decisiva (sí lo parece la ligereza para el juicio, pero la revista de este hábito quedará para otro lugar). Buscamos las operaciones que conforman la subjetividad mediática y que resultan propias de esa dinámica mediática que a veces llamamos ‘el periodismo’; estas operaciones, esta subjetividad, dan el marco procedimental general dentro del cual pueden ocurrir los posicionamientos a favor o en contra. Por ejemplo: se tratara de un sujeto mediático que se posicionara del lado del gobierno, o de un sujeto mediático que se posicionara del lado del campo o en un punto de ecuanimidad o en un lugar neutral, en todos los casos ese sujeto aparecía constituido por las operaciones típicas de la dinámica mediática; por ejemplo, aparecía constituido por el procedimiento de la opinión.
Según Kant, mientras que el conocimiento es un juicio objetivo suficientemente fundado en datos objetivos, la opinión es un juicio objetivo insuficientemente fundado en hechos. Asumamos lo siguiente: si la práctica de la opinión se ha hecho tan profusa, esto no se debe tanto a la difusión de los valores democráticos como al hecho material de la velocidad con que puede ser elaborada y difundida. Hay más razones, por supuesto, pero aquí necesitamos reparar en el hecho decisivo de su inmediatez. Una opinión no requiere la investigación ni la elaboración que requiere un conocimiento: no requiere la mediación de la empiria ni de las inferencias para formularse. Una opinión es, pues, un juicio inmediato.
Nuestra tesis es, pues, que ninguno de los sujetos constituidos mediáticamente escapa al procedimiento de juzgar inmediatamente, cualquiera sea el signo de sus juicios.
Como ya hemos mostrado –pero conviene explicitarlo–, los procedimientos veloces (el campeón de los cuales es la opinión), que son propios de la dinámica mediática contemporánea, forcluyen el procedimiento de la lectura.
Si tomamos el “conflicto del campo” como caso, entonces, no lo hacemos para ver qué parte en pugna tenía razón, ni para ver para qué lado se inclinaban los medios, sino para ver qué deja leer de la Argentina actual (de la sociedad, del Estado, del periodismo).
Para ver qué deja leer de la sociedad y el Estado actuales, tomemos la cuestión de la inflación (desatada antes del conflicto pero acelerada en su transcurso). Dicen los economistas que la inflación muestra un desacuerdo intersectorial en la economía (haremos abstracción y no nos ocuparemos de los cambios de precios internacionales de petróleo y alimentos). Una estabilidad de precios, explican los economistas, es un acuerdo intersectorial de precios relativos. Anteriormente, en tiempos sólidos, el Estado era el que aseguraba el nexo entre los sectores socioeconómicos a traves de la representación que mediaba entre esos sectores, ya política, ya social, ya económica. Ya en tiempos fluidos, signados por el debilitamiento del Estado, de su capacidad de ligar y representar, durante las presidencias Kirchner y Duhalde, el Estado comienza a ‘ligar’ a los sectores sociales con congelamientos de precios y subsidios a los sectores para mantener la estructura de precios. Dado que, por ejemplo, los sectores oferentes de servicios públicos y los demandantes no acordaban los precios relativos de esos servicios, el régimen pos-2001 comenzó a asegurar a los demandantes los precios que estaban ‘dispuestos’ a pagar vía congelamiento de tarifas y a los oferentes los ingresos que ‘pretendían’ obtener vía subsidios.
Lo que se ve es que la sociedad pos-2001 no se mantiene unida por consenso ideológico o nacional. Bajo el régimen posterior a 2001, no hay un consenso ideológico de una comunidad nacional sino una conformidad económica de un gentío que comparte gobierno y territorio. No hay articulación totalizada entre partes sino contraprestaciones entre fragmentos que se prestan conformidades precarias.
Este esquema de ‘cohesión’ social sin espíritu de comunidad encontró su límite en el conflicto “del campo”. La “caja”, que hasta entonces sirvió para cohesionar, con el conflicto pareció no servir.
Pasemos a ver qué deja leer de la subjetividad mediática. En el programa Tres poderes del 6/7/8, Rozin dijo que el conflicto del campo se podía resumir con la reflexión de Tato Bores que rezaba así: “Son todos boina gente, pero, cuando boina gente, enojada, boina gente, muy peligrosa”, y que, por lo tanto, aunque él (Rozin) no le tiene miedo al enojo ni a la discusión, había que relajarse más para evitar los peligros inherentes al enojo. Creo que eso dice bastante del estado de ánimo general de los primeros días de julio. Es como si hubiéramos dicho ‘déjense de pelear’ y ‘nos ha cansado tanta tensión: ¡casi cuatro meses de tensión!’, ‘es demasiado para nuestra subjetividad de consumidores, nuestra pospolítica y hedonista subjetividad’. Si la subjetividad de tiempos modernos buscaba llegar a saber a quién darle la razón, la subjetividad mediática de nuestros líquidos tiempos busca variedad.
Las lecturas del conflicto pueden seguir (y siguen[7]). Pero alcanza la lectura propuesta para mostrar la dinámica de actualización como obstáculo a la lectura de la actualidad. Se ve claramente que la información, permanentemente actualizada y azuzada, sobre el proceso inflacionario en curso o sobre “el conflicto del campo”, producen un sujeto incapaz de leer su circunstancia y situarse en ella, pero inclinado a la indignación, al miedo o al hastío en proporciones variables.
Pero aquí nosotros también debemos concluir algo. El periodismo, por su propia lógica de funcionamiento, no puede hacer otra cosa que lo que hace; será cuestión de constituirse como otra cosa que como periodistas que somos.
La compulsión informativa es el pesar a pesar del cual debemos leer la actualidad. Espero sirva la caracterización del pesar. La lectura de la actualidad recién comienza y no sé todavía cómo se hace. Se me ocurre que la idea es generar espacios entre los significantes. Escuché una frase de Lacan, que decía que un sujeto es lo que representa un significante para otro significante; la voy a aprovechar. Hoy, con esta emisión alocada, estamos en una situación en la que sólo hay significantes y no hay espacio para que haya sujeto entre significantes. No hay tiempo para que haya atribución de significado a cada significante; no hay tiempo para que haya representación. A lo sumo hay un chabón, que sería lo que conecta un/os significante/s con otro/s significante/s, pero no mucho más que eso. Es pura chatura. Es una imagen que conecta entre imágenes.
Para leer la actualidad, necesitaremos generar, junto a otros, un espacio entre significantes, en el que podamos pensar, es decir, situarnos, dar sentido, hacer experiencia de lo que nos pasa, orientarnos.
[1] Cómo orientarse en el pensamiento, Quadrata, Buenos Aires, 2006, nota al pie en p. 78.
[2] La nueva ciencia de la política, Katz, Buenos Aires, 2006, p. 19. Y agrega: “La opinión acrítica no puede sustituir a la teoría en la ciencia” (p.23).
[3] Intuyo que el trabajo sobre la pregunta por cómo orientarnos en la actualidad quedaría medio respondido si lográramos pensar lo actual de nuestra actualidad.
[4] http://www.nacionapache.com.ar/archives/1780.
[5] Incluido en Berardi, Franco (Bifo), Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Tinta Limón, Buenos Aires, 2007.
[6] Citado por Zygmunt Bauman en Vida líquida, Paidós, Buenos Aires, 2005.
[7] Por ejemplo, www.pablohupert.com.ar/index.php/retenciones-enojosa-imposicion.