Para mí es importantísimo, no llegar a ver qué son las cosas en sí, sino cómo caemos en la ideología una y otra vez. Pues, sabiendo que el individuo no es la realidad primera, sabiendo que es un producto cultural e histórico, ¿por qué, sin embargo, vuelve una y otra vez la representación, incluso para nosotres, instruídes, de que la vida es individual o de que la vida pasa por lo que cada une va decidiendo, haciendo? Pues, a pesar de que leímos el libro de Tomás Baquero, La vida no es algo personal, lo personal nos vuelve como primero, como primigenio, nos insiste.
Claro, hay que generar dispositivos de intervención sobre eso, pero es un poco la pregunta marxista por la ideología: ¿por qué, si el obrero siente que es explotado, cuando va a buscar trabajo cree que hace un contrato libre con el empleador?
Voy a citar a Juan Carlos Gené, un dramaturgo argentino que me parece que ya murió. Vi una obra de teatro de él llamada Todo verde y un árbol lila, donde la personaje principal se llamaba Lila y una voz en off decía:
“Como todos nosotros, ella es improbable. Como todos, tiene dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos… ¿cómo se llama eso, el antepasado en quinta generación del chozno?; ¿tiene nombre eso? Y así en progresión geométrica, a manera de una inmensa pirámide invertida en cuyo vértice está ella. De manera que hubiese bastado que hace… (por decir una cifra) dos mil cuatrocientos treinta y dos años, alguien no hubiese pasado por determinado lugar en un momento preciso; o lo haya hecho mirando hacia otro lado, de modo que nunca se hubiese encontrado con quien con aquel alguien engendraron un descendiente, para que quien estuviera aquí fuese otra, u otro: sus genes no serían los mismos. De manera que no podemos saber si Daniela es quien es, o quien se dice (porque se la nombra) que ella es. Porque es improbable.”
Lo que quiero resaltar de este párrafo que resalta la contingencia de cada une, no es tanto la contingencia de cada une, sino el hecho de que para que una persona, que es contingente, se produzca, es necesaria una gran cooperación colectiva. Si a les ancestros agregamos todos les contemporáneos que son necesarios para que une exista, los que hacen que el agua llegue a tu casa, los colectiveros que hicieron que las maestras lleguen a tu aula, las personas que formaron a les médiques que te curaron…si agregamos toda esa cooperación social que hace que une esté en el mundo, ¿por qué sin embargo nos vivimos individualmente? No tengo la respuesta total, pero estoy seguro de que no es un simple engaño de parte del capitalismo, sino algo así como una ilusión necesaria. Necesaria para el aparato psíquico por un lado, pero también necesaria porque no vivimos nuestra vida en comunidad sino en aislamiento. La forma en que practicamos la vida en el capitalismo nos muestra a cada une tomando decisiones en soledad, abordando las más diversas cuestiones en soledad, tomando a les que le rodean como realidad segunda y no primera y sobre todo como realidad optativa o accidental.
Me parece que las astituciones son un tipo de institución que no logra hacer que la institución esté antes que el individuo, al contrario, todo el tiempo está confirmando una subjetividad que circula entre astituciones tomando servicios, tomando asistencias. No me acuerdo si les conté de una mujer, María, que conocí en el bachillerato popular. Para ella, el bachi era el primer lugar al que iba a estudiar sin que le pagaran. Hasta ese momento, ella iba a una capacitación del gobierno de la Ciudad porque le pagaban y se anotaba, un día, en higiene de alimentos, otro día, en diseño web y así, iba según donde le pagaran por estudiar. Esas astituciones que no producen una subjetividad, que no son las instituciones clásicas que producían la subjetividad que les era propia, sino que, al contrario, tienen que atraer a la subjetividad que circula en el mercado, una subjetividad mercantil, producen o reproducen un individuo que circula por las astituciones (por las instituciones fluidas) sin sentir nunca que hay otra cosa aparte del individuo ese. Digo esto de las astituciones porque pensar clásicamente lo institucional ha sido pensar lo colectivo y estamos ahora frente a instituciones que no pueden lograr colectivizar al individuo, no pueden imponerle una representación colectiva, racional, universal, abstracta, de humanidad o de ciudadano o de nación o de clase que lo haga sentir parte de ese universal. O sea, yo partiría de que la representación está en crisis y tenemos que pensar un común donde no hay un universal representado intelectual y racionalmente y donde la crisis de esas representaciones universales y sus instituciones, junto por supuesto con las condiciones neoliberales de existencia, ha fortalecido la configuración individual de la subjetividad.
Entonces, acá me parece que la cuestión sería cómo lograr que los que llegan como individues puedan sentir que son algo más que individues. Y a veces nos encontramos con gente que participa en una asamblea minera, o que participa en un bachi o algún otro colectivo o colectiva del que dicen “acá me siento parte de algo más grande”. Eso parece de viejos tiempos: “me siento parte de la nación”, “me siento parte de la clase obrera”, pero el punto está en que dicen “algo más grande” que no pueden definir, lo cual nos da una pista de que no hay una representación previa para eso más grande donde participan. No es de viejos tiempos porque no los despersonaliza, no los masifica.
Ahí la cuestión sería poder tener registro de un común que hace, de un común que se define por su actividad y no de un todo que me identifica y del cual me siento parte. Acá me resultó muy útil un texto de Marcelo Percia, “Lo grupal; la cuestión de lo neutro”. Dice que lo grupal no son los grupos. Los grupos son lugares de identidad, de circulación de poder; lo grupal, en cambio, es eso que huye de las clasificaciones y persigue lo desconocido. “Si los grupos se rigen por el imperio de la necesidad: la necesidad social e institucional, la necesidad de resultados, la necesidad de interpretación, la necesidad de conducción; lo grupal, en cambio, es oportunidad de lo colectivo innecesario, algarabía de lo contingente. Pero lo grupal, a veces, queda cancelado por las imposiciones de los grupos”.
Como decía una integrante de Insitu, el consorcio es el lugar de lo colectivo necesario: nos reunimos para conseguir que la municipalidad haga un arreglo en el edificio, o para organizar la recolección de expensas, y así por el estilo. A mí me parece que Insitu se acerca a los consorcios para alejarlos de los consorcios; es como si dijera “reunámonos una y otra vez hasta que aparezca la algarabía de lo innecesario”.
Otra pregunta es si hay deseo de lo común, y, decía otra integrante de Insitu, no suele haberlo. No suele haberlo como deseo del individuo, que sólo sabe desear individualmente, o sabe individualmente desear solo… Pero se puede leer en las situaciones algo deseante de común, una fuerza que no parte de los unos sino que se encuentra cuando lo grupal innecesario excede al grupo necesario. La algarabía es efecto del encuentro de esa fuerza deseante consigo misma. Dice Percia: “Si los grupos se definen por las intenciones conjuntas, lo grupal es pregunta por las intensidades colectivas.”
Pero atención: lo grupal, que yo aquí asimilo a lo común, no puede prescindir del grupo, sino que es exceso sobre el grupo.
Me quedaría entonces con lo siguiente sobre lo común: que es acontecimiento, pues es innecesario, no surge de la mera causa que nos reúne (el proyecto minero en el caso de la asamblea antiminera, o el flotante del tanque en el caso del consorcio, o el título en el caso del bachillerato popular), sino que agrega algo no causado pero sí deseado, o no deseado sino deseante, un “porque sí”, mera fuerza afirmativa de lo colectivo. Al mismo tiempo, lo común es un exceso no solamente sobre los grupos, sino también sobre la cooperación ontológica, esa de la que hablábamos al principio, pues ella se da de hecho, sin algarabía, y por necesidad (una necesidad ciega). Quizás lo común sea el plus que se da cuando una cooperación colectiva consciente se encuentra como coincidiendo con la cooperación ciega que nos trama y sostiene.
Esa cuasi-coincidencia da mucha alegría. Lo que tiene de coincidencia hace sentir plenitud. Lo que tiene de divergencia, dispone al colectivo alegre a seguir encontrándose. Es propiamente un encuentro, pues los encuentros nos alegran pero no nos completan, sino que nos abren.
Como se ve, lo común es un protagonismo donde no se sabe quién es el protagonista, pues la protagonista es una fuerza no antropomorfa. De modo que se hace comprensible que veamos individuos reunidos donde hay común: no es solo que el sujeto neoliberal se vive como individuo entre individuos, ni solo que las astituciones no puedan despersonalizar a sus sujetos, sino que además lo común no es un sujeto en sentido moderno (ni individuo ni pueblo).
[Ver la intervención en «Indagaciones sobre lo común 1» aquí]