Inclusión escolar nacional y posnacional. Inclusión cualitativa e inclusión cuantitativa.

Sigo (seguimos) pensando la inclusión cuantitativa propia de la segunda fluidez, caracterización que había comenzado en “La imagen da trascendencia cuantitativa”, si no antes, en “La escena pública posnacional como reconocimiento (y ninguneo) posneoliberal”.

La escuela nacional incluía de manera mediata; la posnacional, de manera inmediata. La nacional incluía incluyendo en la cultura, en el país, en la sociedad, a quien entraba en ella y luego de unos años salía formado. Es verdad que la incluía ya desde el primer momento en la institución escuela, pero eso, en la medida en que esa institución cumplía con el sentido que tenía asignado desde el todo, en la medida en que, efectivamente, formaba, años mediante, ciudadanos/trabajadores.

La escuela posnacional, que no se sabe bien para qué sirve, que no da garantías sobre la inclusión luego de terminados los estudios, en cambio, incluye desde el mismo momento en que evita –al menos por unas horas– que los pibes anden sueltos por la calle, en las esquinas, o algo así. No quita al pibe de la marginalidad en la medida en que lo va a incluir cuando sea adulto en un rol social determinado. Una, porque no hay roles sociales determinados, y mucho menos determinados durante, digamos, los 13 años que dura un ciclo educativo obligatorio (desde preescolar a quinto año); ninguna determinación dura tanto tiempo en la sociedad actual; otra, porque lo incluye en un edificio, tal vez con alguna beca, algunas cosas para hacer, algunos entretenimientos en el mismo momento en que entra a la escuela. La inclusión posnacional es precaria, pero es inmediata y aparta a los pibes de la exclusión y el desorden.

En este sentido, la escuela cumple una función política de gobierno, más que una función formativa, subjetiva y económica. La inclusión posnacional cumple su fin con el solo hecho de tener a los chicos allí. Podríamos decir que es algo así como un ‘estacionadero’. Me contaba un artista plástico que una vez, en un colegio del conurbano, participó de un programa que se llama Deserción Cero, donde la idea era que los pibes estuvieran en la escuela, aunque fuera jugando a la pelota, aunque fuera jugando a las cartas; haciendo cualquier cosa pero que estuvieran allí. A él le tocó hacerlos hacer un mural. Es decir, no se trataba de meterlos en un programa de formación, sino de retenerlos en un marco de contención.

Share

Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *