Gas, gente y gobierno
El gobierno de Alfonsín estuvo signado por temer a los que vestían uniforme. El de Menem, por temer a los que tenían poder financiero. El de Kirchner, por respetar a los que blanden cacerolas.
El frío helaba el martes 29 y Zlotogwiazda contaba que el 26% de los habitantes del país no tienen gas “de tronco”, como le dicen al gas de red. Este porcentaje en zonas como el Noreste del país es muy superior, pasando en algunas décimas el 99%. La región de Cuyo rondaba el 40%. El promedio para todo el país es 26% de tipos, como si dijésemos, desconectados. Ahora bien, este 26% de los argentinos que no tiene gas coincide en gran medida con el 26% más pobre. Por otro lado, el gas líquido, que es el gas de garrafa, no mantuvo sus precios congelados como el gas natural, que sí mantuvo congeladas sus tarifas, sino que aumentó más o menos como el resto de las cosas en el país. Se puede hablar de más de un 300% desde la caída de la convertibilidad, según Clarín de ayer (31/05/07).
¿Por qué se han congelado las tarifas del gas natural y no se han controlado las tarifas del gas licuado? A uno inmediatamente lo tienta decir que un aumento de tarifas de gas de tronco sería más visible mediáticamente que el aumento de los precios de las garrafas, y no sería la mejor propaganda para el gobierno, al que en el fondo no le importaría tanto que la gente tenga gas y esté calentita (no al menos en un sentido de preocupación humanista). No por tentadora debemos rechazar la hipótesis, ni en lo que respecta al humanismo del gobierno, ni en lo que respecta a la visibilidad relativa del congelamiento de tarifas de gas natural y el control del precio del gas licuado. La clave acá está en la palabrita “relativa”, pues esta visibilidad y esa decisión relativas, ¿son relativas a qué?
Da la sensación de que la política de control de precios y tarifas en beneficio de la gente se ha movido selectivamente en función, no de una preocupación humanista sino de aquellos que se hacen o se hicieron ver: los grupos que se movilizaron en 2001 y 2002. La visibilidad del control de tarifas (o del congelamiento) es tan grande porque afecta (o beneficia, mejor dicho) a los sectores urbanos, clases medias o antiguas clases medias, que se organizaron en cacerolazos y asambleas en los meses siguientes a diciembre de 2001, o a los sectores urbanos más pauperizados que pudieron organizarse en piquetes y movimientos piqueteros más institucionalizados. Tal vez también habrá que tener en cuenta que los vendedores de garrafas pertenecen probablemente a los sectores medios que se hicieron sentir amenazantes y con bríos subjetivos en la movida de fines de 2001 y de 2002, mientras que las grandes empresas que tienen las tarifas congeladas son las que esos mismos grupos identificaban como responsables importantes, o beneficiarios máximos, de la crisis que los aquejaba a ellos y al país.
Los otros, los que están bajo la línea de pobreza (o andan por ahí) y que por lo general viven geográficamente dispersos, no han encontrado las vías de su visibilidad, las vías de hacer preocupar al poder . Vemos cómo la sociedad globalizada deshumaniza a los que en otros tiempos fueron ciudadanos, cómo los convierte en superfluos; los convierte en chabones a los que no hace falta proporcionar cuidados (o sea, controles) biopolíticos. Vemos también que hay algún tipo de acogida por parte del mercado si y sólo si esta gente tiene alguna función económica objetiva para el capital financiero. Vemos además que hay algún tipo de concesión por parte del Estado técnico-administrativo si la satisfacción de esa gente contribuye a la gobernabilidad. (También puede zafar de la superfluidad con alguna construcción política independiente junto a otros superfluos, como la asamblea y el piquete… pero esto ya es harina de otro costal).
En otras palabras, en tiempos de mercado radicalizado con estado técnico-administrativo, que gestiona lo que puede de la regulación mercantil, lo que hay no es reconocimiento de derechos, como se les reconocía a los ciudadanos, que tenían todos los mismos derechos, sino concesiones. Una concesión no es reconocimiento y cumplimiento de un derecho jurídico preestablecido como natural. Una concesión se da en función de unas determinadas relaciones de fuerza. En tiempos sólidos o de Estado nacional, eran los derechos y la ley en general lo que mediaba en las negociaciones. Hoy, las negociaciones son relaciones de fuerza sin mediación legal . (El kirchnerismo se ha mostrado restableciendo las mediaciones legales y de todo tipo que el menemismo había destituido, pero da la sensación de que más bien las usa como otros tantos recursos de fuerza para obtener concesiones en sus negociaciones.)
Hace pocos días lo hemos constatado con la rescición del contrato del tren Metropolitano, cuyo servicio viene siendo deplorable desde hace mucho tiempo ?demasiado? y que nunca movió al gobierno a intervenir en nombre de los derechos de los pasajeros (ahora los llaman “usuarios”). Sólo luego de un estallido de los usuarios el gobierno intervino. Rápidamente nos viene a la mente la idea de que siempre fue así, que siempre el que no lloró no mamó, “en el 510 y en el 2000 también”. Pero debemos notar qué buscaba el llanto y qué lograba en tiempos de Estado nación, y qué logra hoy, en tiempos de mercado radicalizado. En tiempos sólidos buscaba reconocimiento de derechos, a veces de derechos que había que declarar, otras veces de derechos que no se estaban satisfaciendo, mientras que hoy el llanto consigue (cuando consigue) concesiones.
Los derechos reconocidos podían ser reclamados y gozados por el que no había llorado por el solo hecho de ser jurídicamente igual al que había llorado. Hoy, realmente, el que no patalea no mama ?pero de verdad.