Tal vez en la fluidez no haya actores sociales. En situaciones sólidas, los llamados normalmente sujetos sociales no eran sino actores, en el sentido de que tenían libreto que cumplir en el drama social. Se convertían en sujeto cuando lograban la autonomía, cuando lograban darse su propio libreto, en lugar de seguir el libreto preimpuesto; o sea, cuando lograban pensar qué hacer en vez de saber qué hacer. Ahora da la sensación de que el, llamémoslo así, sujeto social promedio no es ni sujeto sujetado (actor) ni sujeto propiamente dicho (subjetivación) sino que el sujeto social promedio se acomoda a una situación, opera en ella, no pensándola ni sabiéndola, sino haciendo lo que en esa situación da para hacer. Y se representa que hace, no algo que sabe que hace sino una serie de representaciones que las dice porque, en la fluidez, en la era de la información, en la era de la opinión compulsiva, se puede decir cualquier cosa. Tal vez solo hay una exigencia estética, o una exigencia puramente opinadora, o puramente imaginera que da el criterio en el cual una representación es adecuada a una práctica.
Ya no es un criterio de verdad, ya no es un criterio ni lógico ni empírico, sino un criterio estético o informacional o imaginal. A tal punto, que incluso habría que ver si es que existe semejante criterio. probablemente sea un criterio puramente mercantil: ni estético ni lógico, ni publicitario únicamente, sino cualquiera de esas cosas o de sus combinaciones, en cualquier momento, siempre y cuando ‘venda’ bien, circule bien. De alguna manera, la representación de lo que se hace es una opinión de lo que se hace: ni un saber ni un pensamiento. Una imagen y no una representación de lo que se hace.
La idea se resumiría así: se hace lo que se puede pero se dice de lo que se hace lo que se quiere (incluso, “hago lo que quiero”), total, nadie (ni el sujeto mismo) se molesta en contrastar opiniones y acciones (y si alguien llegara a molestarse en hacerlo, esa contrastación tendría estatuto de opinión, de imagen, no de representación adecuada). Por otra parte, el querer se asume libre, causa última no causada, no sometido a ningún condicionamiento, un poco como la razón o la conciencia modernas (digo: uno dice de lo que hace “hago lo que quiero” y a la vez supone que “quiero lo que quiero”).
Faltaría comprender cómo opera sobre lo que se hace lo que se opina sobre lo que se hace. También, aunque quizá es lo mismo, cómo hace un sujeto social promedio para hacer lo que da; seguramente, por automatismo mercantil y bienestar en la cultura.
La perspectiva que planteas del «drama social» y la cual te sirve de basamento para construir la idea del sujeto social promedio resulta un tanto estática. Me sorprende que hayas asimilado la idea del «actor social» en términos del libreto estructural; y despues de ello, que también hayas pensado que el sujeto es reconocido como tal cuando haya escrito su propio libreto. Sobre todo porque la idea del drama social, como metáfora interpretariva de los procesos sociales es exactamente una crítica a los modelos teóricos estructurales, tal cual es tu caso. La metáfora del drama social permite pensar a los sujetos más allá de sus mecanismos vitales y con ello se asume el coeficiente humanístico, pensando a los sujetos y sus procesos sociales como acciones que implican agentes, todos ellos dotados de voluntad y de conciencia. Me parecería que la forma en la que intepretas la «era de la opinión compulsiva» se te esta presentando mas bien como una ilusión propia de la idea de progreso. Te recomiendo que revises un poco de filosofía y antropología de la experiencia, y A. Van Gennep, en el teatro!. Saludos