Cobos o la política del reflejo

El voto de Cobos dice mucho del funcionamiento de la ‘política’ pos-2001.

«Mi voto no es positivo». ¿Qué voto es ese? Cobos podría haber dicho «mi voto es negativo», pero dijo «no es positivo». ¿Qué voto es ese?

Nietzsche decía de Hegel: ¿qué filosofía es esa que para afirmar algo tiene negar dos veces? Nosotros podemos decir de Cobos: ¿qué política es esa que para votar algo tiene que negar lo que vota?

Porque de Hegel podemos admitir que llegaba a afirmar algo, pero Cobos no afirmó nada, salvo su imagen.

El 2001 argentino dictaminó que el funcionariado había dejado de ser el conjunto de representantes para convertirse en clase política. «Lo que antes era un error conceptual, ahora [tras 2001] es un operador de pensamiento», decía Lewkowicz en aquel diciembre, y seguía:

«Esta clase-Estado, ya subjetivamente nominada como clase política, es el signo de la descomposición absoluta del Estado-nación. Cuando el Estado-nación está en funciones, representa y organiza a las clases –pero no constituye una clase. Cuando desaparece como Estado-nación, el conjunto de quienes ganan su pan y sus yapas de las supuestas funciones de representación se constituye en clase en sí y para sí a partir de las funciones de gobierno. Y esto con independencia ya no relativa respecto de la liga orgánica con las clases, que ya han organizado otro modo básico de ejercer la hegemonía y la subordinación. La clase-Estado es corrupta e internista por naturaleza: no es corrupta ni internista por motivos morales; es corrupta e internista porque se ha roto la liga representativa –y por eso se ha constituido en clase.»

Así es que la clase política no se mueve detrás de proyectos, de objetivos, de ideologías. Ya no tiene la función de representar a la sociedad ni a sus sectores. Ahora el Estado es un medio de vida más entre otros (como un kiosco, un taxi, una quinta).

Este medio de vida tiene su particularidad: Para poder vivir del Estado, uno tiene que conseguir votos. Ahora los políticos no se presentan a elecciones con la lista electoral de su ideología sino con la que le conseguirá más votos. Los partidos se desdibujan y aparecen las coaliciones, las alianzas, los frentes: aparece la transversalidad. Toda lista que pueda asegurarle un trabajo al político es buena: aparecen los borocotizados, los ‘traidores’, los ‘camaleones’, las listas colectoras. La clase política presenta una movilidad mucho mayor que la que presentan las clases sociales… El político es trepador por necesidad.

En esta dinámica, la clase política irá detrás de la propuesta que mejor satisfaga sus intereses. La clase política reconoce como su líder al que más votos reúna y mejor defienda sus intereses (no al que defienda un proyecto ni al que represente mejor a una clase social).

Desde 2003, el kirchnerismo ha sido el que más bienestar ha proporcionado a la clase política: le ha dado votos a paladas y caja a montones. Con la baja de popularidad que el conflicto rural les produjo a los Kirchner, el FPV ya no concita la adhesión de su clase. Así como la gente le retiró su voto a la convertibilidad cuando ella ya no le proporcionaba más electrodomésticos, la clase política le retira su ‘lealtad’ al FPV cuando este no le asegura más imagen ni por lo tanto votos. Así debemos entender, dicho sea de paso, que estén prosperando las gestiones duhaldistas para un armado pos-k.

La clase política depende de su acceso al Estado; para obtenerlo, depende de obtener votos; para obtenerlos, depende de su buena imagen. El gran triunfo de la rural Mesa de Enlace ha consistido en hacer que los políticos sintieran que perderían su imagen si apoyaban las retenciones móviles. ‘Tengan conciencia’, decía un ruralista a los parlamentarios, ‘voten de tal forma de no perder su dignidad’: voten de tal forma de conservar su buena imagen. Voten para luego ser votados.

La clase política depende de su buena imagen (de lo que hoy se llama ‘índices de popularidad’ en las encuestas o ‘dignidad’ en los discursos ruralistas). Para conocer si tienen buena imagen, los políticos recurren a las encuestas, o, en su defecto, a las manifestaciones y al olfato. Yo tengo toda la impresión de que, si la movida ruralista no hubiera concitado tanta adhesión en el Interior y en la Capital, la votación del Senado hubiera sido favorable al gobierno, y de que, aun en el caso de un empate, Cobos hubiera votado a favor del gobierno.

La clase política pos-2001 vive en tensión. Por un lado, no tiene una liga orgánica con la sociedad; por otro, depende de sus votos para sostenerse. Por un lado, no representa a la sociedad; por otro, necesita ser bien vista por ella. Como está desligada, ya no puede representarla, pero atenti: puede reflejar el estado de su opinión.

Así es como entiendo yo el vuelco de Cobos: pone un pie fuera del barco kirchnerista cuando este comienza a hacer agua. El ascensor k lo llevó hasta bien arriba, pero para seguir subiendo debe usar otro ascensor. Va bien: algunos ya hablan de «Cobos 2011». Creo que su vuelco no es producto de una convicción ni de un análisis profundos; creo que, si la multitud de Palermo del martes pasado hubiera pedido que se cultiven margaritas y se las tire al mar, Cobos también hubiera votado contra su presidenta.

Digo: el voto de Cobos «no es positivo» porque Cobos no tiene un programa que afirmar. Como no representa orgánicamente a nadie, el político debe estar atento a los cambios en los estados de opinión y reflejarlos.

Hay que entenderlo: de eso dependen su bienestar y su prosperidad.

pablohupert@yahoo.com.ar

publicado en el periódico Miradas al Sur, 20/07/08

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1 comentario sobre “Cobos o la política del reflejo

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