En esos días la calle se desabrochó de la inseguridad y se encontró con la alegría. Calle, alegría y patria se asociaron y por lo tanto también Bicentenario y política. Sin embargo, tenemos que ver qué sujeto tomó la calle y por lo tanto, qué significado adquirió la calle.
[Un apunte del 28 de mayo de 2010 que escribo recién ahora, a punto de terminar el año del bicentenario argentino. Lo había titulado “Bicentenario: festejos palmarios” queriendo con esa rima resumir la contundencia de esos grandes y populosos festejos callejeros y lo que tenían de entierro de los festejos patrióticos más ligados a la ética y a las epopeyas.]
Con ocasión de los 200 años de la Revolución de Mayo se dispusieron varios días de festejos que fueron días también de feriado nacional y en la ancha Avenida 9 de Julio y en la Plaza de Mayo el gentío llenó las calles y celebró ese cumpleaños de la Revolución de Mayo. Muchos, sobre todo los periodistas, hablaban de “el cumpleaños número 200 de la Patria” con esa verba rimbombante de la gente a la que vive de sumarse a las correntadas de la opinión pública.
Ya en esos días, meses antes de la muerte de Néstor, se habló de algo así como de un regreso de la política (aunque en general hablando de un regreso de la calle más que de la política). Pero en esos festejos en que la gente se llevó las palmas, algunos términos clásicos de la política estatal nacional como pueblo, calle, política, incluso aniversario quedaron resignificados en la práctica. Los festejos del Bicentenario nos hacen notar que aún en tiempos de pérdida de centralidad del Estado, digo, en tiempos que ya no son los del Estado-nación puede llenarse la calle, puede ensalzarse la Nación, puede el motivo nacional reunir gente, ocasionar festejos, concitar la atención general y a la vez, que todo eso no es como en los tiempos Estatal-nacionales, en otras palabras, nos muestra que puede haber, verbigracia, una Nación posnacional. En esos festejos, la patria apareció desligada de lo militar, desligada del patriotismo y más bien ligada al espectáculo, a lo festivo así como a la calle. En esos días la calle se desabrochó de la inseguridad y se encontró con la alegría. Calle, alegría y patria se asociaron y por lo tanto también Bicentenario y política. Sin embargo, tenemos que ver qué sujeto tomó la calle y por lo tanto, qué significado adquirió la calle.
La calle fue pensada, fue significada, fue configurada por el espectáculo del festejo y no tanto por la gente ni por la fiesta. El sujeto que estuvo allí no fue la gente de 2001 sino el público de 2010. La alegría de encontrarse con otros en la calle anduvo flotando por ahí pero no fue una abertura que se explorara precisamente mucho. Esta calle dejó así de ser lugar de encuentro y pensamiento políticos o dosmiluneros para ser lugar de un espectáculo, tal vez lugar de –en términos de Bauman– una “comunidad-percha” es decir, una ocasión construida por y para el espectáculo, una comunidad que no dura mucho más que lo que dura este.
Una calle espectacular, a diferencia de una calle nacional, no es un lugar de batallas (políticas o amorosas) sino un lugar de circulación de imágenes y corrientes eléctricas, en términos de McLuhan; no es actualización de una divisoria de aguas que precede al espectáculo y permanece después. Como ocurre en las campañas electorales prácticamente desde el ’78 para acá, la calle ha dejado de ser campo a ser apropiado por ideologías antagónicas y se ha convertido en un escenario en el que espectacularmente se exhibe la opinión general.
La “opinión general”, esa a la que cualquiera pertenece, esa que borra todas las divisiones, borra también la traza política, despolitiza (la calle, los cuerpos y el festejo).
“En Buenos Aires se celebran cumpleaños de perros […] Esto es producto de cierta despolitización donde son desplazadas las luchas políticas y obreras por reivindicaciones sociales muy precisas como la desocupación, el trabajo en negro, el trabajo en días festivos: en fin, lo que se llama ‘capitalismo salvaje’ y lo que llamo ‘reivindicaciones desplazadas’. Se plantea […] una especie de armonía universal que dista de estar cerca de cualquier realidad que nos rodea […] Esa ideología es producto de un fracaso político.”[1]
Las reivindicaciones desplazadas, entonces, no plantean luchas políticas sino luchas por el ideal de armonía universal (aunque debemos dudar de seguir llamando lucha a una búsqueda de armonía). Ahora la escena política no se divide en izquierda y derecha sino que en general todos los actores comparten los mismos postulados, algo que vimos en las elecciones y en opiniones:
“Es la coyuntura, o ‘la agenda’, la que va delineando la diferenciación política, en tanto que el largo plazo no aparece como materia de diferenciación […]. Los principios políticos diferenciadores forman parte de la escena, pero tienden a ser objeto de apropiación generalizada por todos los actores.”[2]
Ningún candidato que quiera tener chances se opone a las preferencias reportadas por las encuestas de opinión. No hay diferenciación política, sino búsqueda de votos. No hay lógica política sino lógica mercantil.[3] Esta política (aunque es dudoso que sin diferenciación siga llamándose así) no propone proyectos diferentes sino ideal de armonía.[4]
Queda claro que este es un nuevo principio de configuración de la llamada política luego del fracaso político que menciona Luis Gusmán, luego de las derrotas de las luchas revolucionarias y de las nacionalistas causadas por la Dictadura y luego por el neoliberalismo. La victoria de estos consistió en dejar una lógica de “política” sin enemistad (aunque es dudoso que sin enemistad siga llamándose así); una lógica, más bien, pospolítica. La gestión pospolítica despilfarra en espectáculo, pero evita el pensamiento político.
El espectáculo entretiene a todos sin distinguir clase, raza, credo, orientación sexual ni, sobre todo, ideología (digo “sobre todo” porque es lo que importa en este caso). Cuando es ganada por el espectáculo, la calle no es lugar de batalla política, no es lugar de batalla por la representación estatal sino una masificación de lo políticamente inocuo.
El encuentro de los cuerpos, la vital alegría de la copresencia por supuesto excede a lo que las pantallas y el espectáculo realzan, muestran y hacen circular. Queda pues ese exceso disponible y pendiente de pensamiento, exploración, determinación por algún encuentro de cuerpos, por algún nosotros.
[1] Luis Gusmán, revista Veintitrés, Buenos Aires, 11 de octubre de 2007, p. 65; subrayado mío.
[2] Isidoro Cheresky, “La política después de los partidos” en I. Cheresky (comp.), La política después de los partidos, Prometeo, Buenos Aires, 2007, p. 19; subrayado mío.
[3] En los Estados Unidos, siempre pioneros cuando de mercado se trata, los candidatos a presidente cotizan en mercados de futuros (Caras y Caretas, setiembre de 2007).
[4] Esto no significa que esa que continuamos llamando política sea armónica. Solo significa que las desarmonías no tienen que ver con diferenciaciones políticas. Pero esto ya es harina de otro costal.