Belleza y reflexión en lo imaginal

Capusotto, en el sketch “El hombre que se parece a Brad Pitt”, dice: “la belleza es la sola presencia y por eso no puedo reflexionar”. Y llama a sus fans o a sus seguidores a la reflexión, ‘reflexionen ustedes que no son tan bellos como yo’: algo así parece decirnos. En la imaginalización lo que se busca, o una de las cosas que se logran, es que solo haya belleza. O que solo haya impacto visual, algo que atraiga. Que solo haya belleza quiere decir aquí que solo haya atracción para que no haya nada más que lo que se ve, nada más que lo que atrae. De tal manera, no hay, diría Byung-Chul Han en la Sociedad de la transparencia, misterio en la imagen. La imagen imaginal es transparente y como tal estaría mostrando todo lo que habría. De tal manera, estaría conjurando el misterio, estaría evitando la connotación, estaría evitando la representación, porque en la representación estaba lo que se veía y algo más allá. La representación representaba algo más allá; en cambio, la imagen imaginaliza lo autoevidente, lo obvio. Lo obvio es, justamente, esa transparencia que Han postula como sin misterio.

Esa postulación de Han no es útil para proponer una política semiótica, pues solo lleva a la nostalgia de tiempos idos. No buscamos caracterizar la dinámica imaginal para proponer volver al halo de misterio que aportaba una práctica semiótica pasada sino, como decíamos aquí, para pensar una práctica semiótica potente y contemporánea, un práctica situada: la expresión. Esa postulación de Han nos es útil para distinguir lo representacional y lo imaginal, y así, como sugería Deleuze, “buscar nuevas armas”. La representación solía ser, en tanto semiosis sólida, en tanto semiosis que operaba en condiciones estatal-nacionales, eso que al mostrar también ocultaba, eso que al transparentar también opacaba, creando así un segundo nivel relativamente inaccesible pero que se podía intuir en un “detrás”, detrás que era una representación producto de la representación. La representación, aparte de representar lo que mostraba, representaba una insinuación de lo que ocultaba (Lacan, en tiempos de semiosis sólida, decía ‘la verdad siempre se dice a medias’). La imaginalización, en cambio, se muestra como mostrando todo, y en esto consistiría su transparencia. Entiéndase: sí puede haber otras cosas que mostrar con otras imágenes, pero, en lo que sea que muestra una imagen imaginal, no hay nada más que lo que muestra.

Ahora bien, ¿no es éste el sueño realizado del ateo, al menos en el campo de los signos y de las prácticas semióticas? Es decir, ¿no sería esta práctica semiótica imaginal la posibilidad de una relación con los signos que evite la trascendencia, que permita habitar la situación, que muestre lo que hay y lo que se hace, y no lo que se cree que se hace, lo que se cree que hay? ¿No sería, finalmente, la consecución de esa utopía donde, como decía Althusser al iniciar Para leer el Capital, “donde este libro sea este libro, donde esta mesa sea esta mesa”? De modo tal que no estaríamos sometidos a las ilusiones que el mismo lenguaje produce al funcionar: ¿no sería entonces la dinámica imaginal una emancipación respecto a la estructura representacional? Y no solo respecto a ella, sino en sí misma, ¿no sería una liberación total? Justamente lo que venimos pensando con la idea de imaginal, de dinámica imaginal, de dispositivo imaginal, de imaginalización, es que no. Es que lo imaginal es el funcionamiento semiótico adecuado al capitalismo financiero. Lo imaginal no permite habitar las situaciones porque no muestra que está sometido a una dinámica mercantil, donde lo mercantil de esa dinámica es primeramente un mercado de signos donde los signos no se inscriben sólidamente y flotan como flota el dólar inconvertible: un campo semiótico sin Otro al que amarrar los significados. Un campo semiótico en el que, como dice Agustín Valle, se construye subjetividad mediática que vive la vida como medio para otra cosa. Los signos imaginales no expresan potencias que hay en el hacer, en nuestras relaciones, en nuestro común, sino que debilitan la presencia de este común, de estas relaciones. Como dice Agustín, “les quitan soberanía”, de tal manera que la dinámica imaginal logra evitar que habitemos la situación, logra evitar que usemos los signos expresando las potencias de la situación, logra evitar la expresión.[1]

En fin, la dinámica imaginal logra evitar la subjetivación en plus respecto de la subjetividad de la época. Lo evita, no ya vinculándonos con un más allá inaccesible, o sea con un fuera de la situación, con algo trascendente, sino conectándonos con un más allá huidizo que no es trascendente pero sí es inalcanzable. Este más allá está en la inmanencia misma del mercado. Podríamos llamarlo el goce pleno, la satisfacción absoluta o sencillamente el comprar todo lo que a uno se le ocurra, pero no está en el cielo sino en la tierra. No está en la entelequia que era la patria sino en las conexiones mismas, en el fetichismo mercantil, en las operaciones mismas que son el mercado. Este supuesto de placer absoluto que nos quita de la situación, este supuesto de goce pleno sin fisuras, es lo que la imaginalización con su pura belleza impide ver, impide que nuestra reflexión elucide.

Me parece importantísimo insistir con esta lógica de la imaginalización que nos quita de la situación sin llevarnos a un más allá ultraterreno porque es una lógica de dominación, como toda lógica, pero que, a diferencia de las denominaciones clásicas, lo hace a pura inmanencia, a pura obviedad, a pura belleza. No nos separa de la situación connotando un misterio que solo algunos privilegiados pueden develar como podía ser Dios, que podía ser develado por los Padres de la Iglesia y sus seguidores o secuaces, o como podía ser la Patria, que podía ser develada por los próceres, padres de la patria, y sus epónimos o secuaces, sino quitándole todo tiempo posible, todo ritmo posible, a la reflexión sobre nuestras prácticas, sobre nuestra división, sobre nuestra complejidad, sobre nuestras práctica semióticas mismas. La belleza, lo atrayente, que puede ser incluso horroroso –como ahora que se pasan en los noticieros imágenes que dicen “imágenes sensibles” o “no aptas para menores” y que son tan atrayentes por tener ese cartelito– lo atrayente hace que no haya más nada que pensar. Si se evita el pensamiento, la expresión, la subjetivación, no es entonces como en la representación, por un ocultamiento aplastante, sino por una mostración total idiotizante. Pero idiotizante en el sentido técnico: idiota es el que no piensa. Si en la representación la imposibilidad de pensar era por aquietamiento, aquí la imposibilidad de pensar es por movilización. Como estamos haciendo una reflexión sobre las configuraciones del campo semiótico, me refiero a la dimensión semiótica del quietismo o de la movilización. La representación –quietismo semiótico– consistía en que cada quien debía esperar que ese más allá se pronunciara, o que sus representantes hablaran por él, mientras que en la imaginalización –movilización semiótica– cada quien no espera nada porque ya vio todo, no tiene nada más que ver en lo que le muestran; sí tiene que ver más y más (reponer una y otra vez la plenitud sin fisuras de la belleza imaginal) y tiene que emitir más y más (para mostrar una y otra vez ‘su’ belleza o su ‘plenitud’).

La representación evitaba el pensamiento porque te dejaba esperando, mientras que la imaginalización lo evita porque no tiene pausa. La representación te ponía en un lugar pasivo; la imaginalización te pone en un lugar proactivo, o hiperactivo. (Del lugar pasivo te podía correr algún procedimiento artístico o científico; de la subjetividad proactiva nos puede correr la expresión.) En el dispositivo imaginal no te muestran una imagen mucho tiempo, te muestran una imagen tras otra, no hay pausa en la que se pueda reflexionar. De manera tal que no es la atracción de una imagen sino la atracción del sucederse sin fin de imágenes atrayentes. “Así se pasa el día Quique Pettinari, el hombre que es igual a Brad Pitt: disfrutando pero pagando un costo muy caro”, dice uno de los videos de Peter Capusotto.

Lo imaginal es una dinámica y no es una simple imagen; si se tratara de una imagen por vez estaríamos en tiempos representacionales, pero no estamos ya en ellos –sin embargo, seguimos dominados.


[1] Diferencia con Agustín: la “mediatización” que él caracteriza nos separa de la potencia de la vida y el presente. Para nuestra caracterización, lo imaginal nos separa de la potencia del hacer, que siempre es común. La dificultad de hablar de una potencia de la vida, es que esa potencia siempre está y hay que recuperarla, mientras que la potencia del hacer, está cuando hay hacer y no reacción, y ese hacer hay que inventarlo, no recuperarlo.

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1 comentario sobre “Belleza y reflexión en lo imaginal

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