[Este artículo entró como capítulo en el libro
“El bienestar en la cultura…“ 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
Tesis: vivimos una segunda fluidez. Se dice –desde fines de los ‘90– que la subjetividad ya no es lo que era. De una sociedad instituida por el Estado habíamos pasado a una arrasada por el mercado. De la égida del Estado a la del mercado. Entonces entrábamos, según Lewkowicz, en la era de la fluidez y, según Bauman, en la modernidad líquida. Según Bauman, quedábamos hiperindividualizados. Según Nacho, el mercado radicalizado nos dejaba en la humanidad superflua. Bien, pero el mercado ya tampoco es lo que era. A principios de los ’10 asistimos a una fluidez recompuesta, que recurre a modos menos puramente económicos de obtener consenso social, o, lo que es igual, de producir y reproducir dominación o, lo que es igual, de producir y reproducir subjetividad. Asistimos a la égida de la imagen.
Hay una correlación entre las grandes mutaciones económico-políticas llamadas corrientemente globalización y las mutaciones cultural-subjetivas que no tienen nombres corrientes. Tesis dos: Los primeros años del milenio mostraron, ya por vías políticas, ya por vías económicas, un debilitamiento del Consenso de Washington que en términos socioculturales significó el agotamiento de la apuesta a una dominación garantizada por mecanismos puramente intraeconómicos.
Para ilustrarlo gruesamente: Había resultado cierto que un trabajador aceptaba la precarización de sus trabajos ante el riesgo económico de la exclusión, pero había comenzado a dejar de serlo que un excluido aceptaría mansamente su exclusión persiguiendo su vuelta al mercado (para ilustrarlo finamente sería necesario investigar y describir cómo la productividad y el consumo caían a medida que los sentidos sociales heredados perdían eficacia; Bifo lo prueba por el opuesto: la desinvestidura de lo social, dice, sería compensada con ingentes prescripciones de Prozac que devolvían el entusiasmo y la confianza a sus consumidores, llevando fatalmente al prozac-crash del año 2000). Para decirlo conceptualmente: el desguace de los dispositivos superestructurales y la desubjetivación consiguiente mostraban obstáculos a la reproducción de la dominación. La segunda fluidez es el conjunto de dinámicas por las cuales la dominación capitalista posindustrial recompone modos ‘superestructurales’ de obtener consenso social, o, lo que es igual, de producir y reproducir dominación o, lo que es igual, de producir y reproducir subjetividad. Para decirlo gráficamente: el esquema de arriba.
Pensar la segunda fluidez es pensar una ‘superestructura’ en migajas (muy asimilable al control a cielo abierto de lo que se llama sociedad de control). Quiero hacer un taller para acercarle la lupa a esa cuestión.
La superestructura en migajas es tal que, para que una práctica obtenga su representación, no es necesaria (e incluso sería molesta) una institución ni una simbolización y sus trabajosos procesos; un celular o una encuesta son suficientes para darle una imagen[1] (o más). Tampoco es necesario que esos procedimientos ni las imágenes que producen guarden una coordinación entre sí; no es necesario (e incluso sería molesto) un Otro centralizador: una red, e incluso una red de redes, alcanza y sobra. No es una superestructura trascendente, como la estatal nacional de otros tiempos, sino inmanente. Una superestructura, tal vez, rasante, ramplona.
Hay una correlación entre el pasaje de la solidez a la fluidez y el pasaje de la égida del capitalismo industrial a la del capitalismo recombinante (o financiero o posindustrial). Ahora bien, en los últimos años estamos viendo que el capitalismo puede seguir siendo recombinante aunque entre en crisis su versión financiera. Para asegurar la recombinación, el capitalismo necesita que los elementos sociales estén disponibles (o sueltos o libres), pero también necesita que estén, que existan. Si durante la primera fluidez el capital financiero requería destitución, el capital recombinante exige astitución. La segunda fluidez recombina lo que la primera fragmentó.
El capital recombinante produce unos pero no los amalgama en Uno. Un ejemplo está en las políticas frente a la diversidad cultural: antes, el EN la acrisolaba (= la fundía) en una identidad nacional; hoy, el capital recombinante la multiplica en multiculturalismo. La identidad nacional era exclusiva y excluyente: era molar, mientras que el multiculturalismo admite la recombinación molecular, y el consumidor puede peinarse a lo rasta, ponerse una remera de Evo, comer chino, escuchar bossa nova, navegar en inglés, etc., así como participar de múltiples ‘comunidades’ virtuales y presenciales (de tangueros, de judíos, de latinoamericanos, de floggers, de bosteros, de coleccionistas de canarios, de los que acaban de romper el jarrón…). El multiculturalismo admite y promueve la molecularización recombinante de las culturas.
De todos modos, el multiculturalismo es solo una astitución. El kirchnerismo es otra. El Estado posnacional, otra. ¿Cómo son las astituciones en las instituciones, en el trabajo, en el amor?
Lo ignoro. Quiero hacer un taller para pensarlo. Un taller ignorante que confíe en su inteligencia conjunta para salir de su ignorancia.
[1] Una imagen mercantil, una imagen recombinable, no es siempre un fenómeno icónico; una imagen entra como imagen en la dinámica imaginal si es un elemento sin articulación orgánica con otros. Así una imagen puede ser un texto, un objeto, una mercancía, un sonido, cualquier señal.