[Este artículo entró como capítulo en el libro
“El bienestar en la cultura…“ 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
Acabo de terminar El niño con el pijama de rayas, novela de John Boyne, publicada por primera vez en 2006. Realmente esa novela no se puede dejar, realmente es magistral, realmente es conmovedora. Por lo demás, es un éxito mundial en ventas y fue llevada al cine.
Vale la pena pensar por qué una idea así aparece recién en 2006. Primero digamos cuál es la idea así. La novela muestra que el hijo de un comandante nazi encargado del campo de Auschwitz puede explorar el alambrado perimetral del campo del lado de afuera, escapándose del control de su familia, hasta encontrar que del lado de adentro hay un niño en pijama de rayas, que solo la edad tiene en común con él (nueve años), y el día de nacimiento. Del lado de afuera Bruno, del lado de adentro Shmuel. Lo conmovedor es que ese alambrado, algo así como el último baluarte o bastión de la demarcación moderna, cae, pierde su eficacia demarcatoria. El alambrado se puede levantar un poquito y un niño puede pasar por allí abajo. Ninguno de los dos, sin embargo, se anima a pasar, pero después de bastante tiempo de amistad, como un año de charla alambrado de por medio, se llegan a tocar la mano. Sin embargo, en un momento (recomiendo detenerse si usted quiere leer esta novela sin saber el final) Bruno atraviesa la cerca y entra al campo. Quiere abrazarlo a Shmuel, encuentra tres o cuatro motivos para abrazarlo, pero no lo hace:
«Bruno sintió ganas de abrazar a Shmuel y decirle lo bien que le caía y cuánto había disfrutado hablando con él durante todo ese año. Por su parte, Shmuel sintió ganas de abrazar a Bruno y darle las gracias por sus muchos detalles, por todas las veces que le había llevado comida y porque iba a ayudarlo a encontrar a su padre. Pero ninguno de los dos abrazó al otro» (p. 206).
Shmuel quiere abrazarlo a Bruno también, por otros tantos motivos propios, pero no se abrazan.
El alambrado ha sido internalizado por los demarcados, como ocurría con todas las demarcaciones modernas. El dispositivo de encierro ya es constitutivo de esa subjetividad. El dispositivo, sin embargo, tiene sus fisuras, porque esa parte de el alambrado no estaba vigilado, no estaba bien fijada al piso, esa parte de el alambrado es atravesada por un ario. Esa alambrada que tenía la función de proteger a los arios de los no arios y antiarios se ha convertido en una trampa sin salida para un ario. Bruno logra pasar desapercibido porque había sido rapado por tener piojos y porque Shmuel le había conseguido un pijama a rayas de su talle para que pasara desapercibido, para disfrazarse de prisionero (pero Bruno no sabía que los que vivían de ese lado del alambrado eran prisioneros).
Vale la pena pensar por qué una novela así aparece recién en 2006. Una novela así es posible por la crisis del sistema estatal nacional; digo: ha sido escrita en tiempos de crisis de los dispositivos disciplinarios. Es así, en condiciones de agotamiento del sistema estatal-nacional, que hoy podemos concebir una novela que muestra que la línea demarcatoria se debilita y esfuma. Es en estas condiciones que podemos leerla, que podemos imaginar sus escenas y sus personajes, aun a sabiendas de que es fantasiosa, y dejarnos atrapar.
Lo conmovedor de la novela es que Bruno y Shmuel derriban el muro guético que supone el alambrado. Conmueve tanto cuando Bruno le pasa comida como cuando charlan y se hacen amigos, cuando no se entienden, pero sobre todo, cuando se dan la mano por debajo del alambrado, sin atravesarlo, como así también cuando lo atraviesa físicamente Bruno (pero lo derriban ambos, tanto Bruno como Shmuel), y sobre todo cuando apoteósicamente se dan la mano y no se la sueltan en el momento que ignoran ser el último. El alambrado, demarcación internalizada por los demarcados de ayer, es finalmente (hoy), franqueado.
Ahora bien, que esto ocurra, que esto pueda subyugarnos a pesar de que tenemos la imagen de que las alambradas estaban electrificadas y además vigiladas por torretas en todas las esquinas, con centinelas que disparaban a matar, con buscahuellas para las noches, etc., que incluso la severa familia de Bruno no vea que Bruno sale a explorar para ese lado todas las tardes, en una excursión que le llevaba una hora de ida, una hora de vuelta, más el tiempo de estar ahí… Que todo eso parezca verosímil (y hablo de una verosimilitud imaginaria, por supuesto, porque todos los lectores admitimos que esa novela se basa en dos o tres fantasías), que esas fantasías resulten admisibles, tiene una condición de posibilidad epocal, una condición que es bien de nuestra época, y que consiste en que hoy la dominación no es exhaustiva, en que hoy la vigilancia no se extiende palmo a palmo, en que hoy los sistemas tienen fronteras difusas. Por supuesto, señalar que las fronteras son difusas no quiere decir que la dominación sea más suave, sino que se da de otra manera.
La dominación en nuestra época es igualmente aniquiladora, como el libro mismo nos muestra. Digámoslo así: el que franquea el umbral que divide a los integrados de los excluidos, cae (sea que lo franquee descendiendo económicamente o dejando de ser lo que se debe ser). El que pasa la raya que divide lo in de lo out, deja de existir. «Alpiste: fuiste».
Boyne, John, El niño en pijama de rayas, Salamandra, Barcelona, 2007.
Estimado Pablo:
Leí con mucho interés tu comentario porque no era algo que había percibido en mi lectura del libro. Concuerdo con vos en que es una novela extraordinaria. Aquí en Madrid, donde vivo, se esta vendiendo hace mas de un año en kioskos de prensa y me encuentro con gente que me sorprende que la haya leido y sus comentarios. El mas interesante fue el que me pidió material sobre la Shoa porque había despertado su curiosidad.
Vuelvo a decirte que tu comentario ha abierto en mi una nueva mirada, solo lamento que se te haya escapado en el comentario el final, una pena porque creo que para quien no lo ha leído ese final revaloriza todo el texto.
Un saludo cordial.
mirta
Sí, Mirta, es una pena tener que revelar el final. Yo sentí que no podía afirmar lo que afirmo sin primero decir «Bruno cruza el cerco». Veremos veremos. Gracias por tus apreciaciones.
Saludos,
Pablo