por Leonardo Senkman
desde Jerusalén, 11 de marzo de 2011
Apreciado Pablo,
Te agradezco me hayas enviado tus cavilaciones entre la asfixia y la afirmación esperanzada. Creo que siempre los pensamientos más lúcidos brotan en una atmosfera enrarecida por la falta de oxígeno y el deseo de inhalar bocanadas de aire puro.
Me interesaron tus tesis porque no surgen como meras elucubraciones teóricas sino que destilan zozobras y dolor personal a fin de afrontar tus dilemas de “mancomunión” con lo judío.
Tu punto de partida es haber descubierto la ruptura histórica de la modernidad. Es verdad, desde el siglo XIX ya no hay más aquel adentro que le dio sentido al mundo judío tradicional, pero que, sin embargo, tardíamente en el siglo XXI las marcas identitarias pareciera que continúan siendo incisiones punzantes desde el afuera. Esta cesura apenas la simulan las múltiples identidades que conviven en nosotros, pero ellas no son capaces de orearla en la actual posmodernidad. Si fuera solo “algo que ver” o “sentirlo a tu manera” la marca personalizada de cada quién con lo judío, no provocaría tan insistente malestar que no se alivia en la intimidad individual o en el gregarismo gastronómico “a la carte, prêt-à-porter”. En la era Facebook , o en otras páginas virtuales donde consumimos de un menú light, es imposible optar por una afirmación creativa con lo judío: en el mejor de los casos, los judíos talentosos sin judaísmo inventan ser “judíos imaginarios”, como decía Finkielkraut. Que es distinto que entrar y salir cuando se nos antoja de lo que somos. Cuando algunos judíos talentosos ingresaron a la modernidad y lucharon por su emancipación civil y política, produjeron creación intelectual que formó parte de la cultura europea de vanguardia en idioma alemán:: Desde Kafka a Freud, desde Joseph Roth a Karl Kraus lo han demostrado aun conscientes de los límites de la asimilación, como ocurrió con Schoenberg y Mahler.
Los judíos “sin judaísmo” en Argentina, a diferencia de los europeos , cuando inmigraron no tuvieron que luchar como nuestros abuelos por su emancipación, y sus descendientes nativos buscaron todo el tiempo demostrar que eran leales ciudadanos del estado-nación argentino. Ellos no se sintieron asfixiados ni por un adentro que no les obligaba a ser judíos ni por un afuera que los discriminaba. La coartada identitaria hyphenated judeo-argentina les duro varias décadas de experiencia en el país, gesto sobre el cual no dices ni una palabra.. Tu cuarta tesis se saltea esta etapa importante, y sustituye la demanda nacionalista del estado del cual son ciudadanos los judíos por “el Estado israelí como elemento ineludible de mi conexión con lo judío”. Ahora te descubres asfixiado por dos afueras y ningún adentro: por un lado, el “anti-antisemitismo”; por el otro, “el nacionalismo pan-judío más o menos chauvinista”. Y a esta disyuntiva la formulas en un par de opuestos irreductibles, casi fatalista: “la posición de victimas o la de victimarios.”(sic)
No se te fue la mano, Pablo? Es cierto que hoy la gente que vive en varios mundos y con múltiples identidades, prefiere evitar la asfixia no pensando, tampoco ensayando el camino de la afirmación. Y también me parece correcto que una de las manera de zafar , es intentar reformular “los términos del problema de modo tal que deje de presentarse como una encerrona” . Pero si es absolutamente lúcida tu primera conclusión de que “la invención de otra judeidad posible requiere prácticas colectivas inventadas-inventoras”, entonces, Pablo, debes dejar de lado la falsa disyuntiva de ser victimas-victimarios.
Primeramente, porque el segundo termino de esa disyuntiva , Israel como una “loza” que te pesa sobre tu conexión judía, no es solo “el Estado criminal” de sus lideres, a la que haces responsable porque te sientes “cómplice de las amenazas antisemitas que acechan por doquier”. ¿No te preguntaste por que esa acusación no se le ocurre hacerla los descendientes de inmigrantes alemanes ni italianos ni españoles en Argentina contra Merkel, Berlusconi o Zapatero por sus políticas criminales en Irak y Afganistán…?
Segundo, porque equiparar el sentimiento diaspórico de pertenencia al pueblo judío ( y sus comunidades) no es equivalente a “un nacionalismo pan-judío más o menos chauvinista”, sino el legitimo sentimiento de pertenecer a diásporas trans-nacionales en este mundo global.
Tu quinta tesis me decepciona completamente: se parece a una derrota antes de librar batalla: por qué prefieres “dejar el problema ahí, y ocuparse de otras afirmaciones”?
Por cierto que no es tan fácil “una mancomunión inventiva de judíos” cuando ellos no viven segregados ni perseguidos. Pero en una era de resurgimiento de diásporas y cruces de fronteras a trabes de redes, no debemos bajar los brazos ni ante la razón de los sobrevivientes ni ante la memoria de los vencidos.
Es difícil acudir a cualquier ejemplo del pasado de nuestra historia judía, porque en esta época de vertiginosas aceleraciones siempre llega a nosotros demasiado tarde.
Pero no renuncies a un espacio de expectativas , pensado colectivamente, para darle nuevo sentido a la afirmación esperanzada y salir de la asfixia, aunque tropieces en los puntos de fuga sin perspectiva vertical, como te inspiraría el libro de Marechal. Pero acordate que Adán Buenosayres transita también un viaje a la oscura y subterránea ciudad de Cacodelphia (leer séptimo libro), acompañado por el filosofo de Villa Crespo, Samuel Tessler…
Tu reflexión puede ser fructífera, si se sustrae del solipsismo. Aunque te parezca que la enseñanza de la historia judía entra por la puerta trasera de las afirmaciones de otros mundos “posibilitados por humanos de todos los colores”, excepto por los miembros a-su-manera desjudaizados de nuestra grey.
Un saludo afectuoso,
Leonardo Senkman