Parece que comunicación es de la familia de palabras de común. En algún español de antaño, comunicar era «hacer común». Es una sorpresa, pues lo común es el objeto y el sujeto de la actividad política. ¿Será que la comunicación contemporánea es una actividad política?
Ahora bien, la comunicación contemporánea, ¿es la acción y el efecto de hacer común algo?, ¿es la acción y el efecto de producir lo común? La comunicación está global y exhaustivamente extendida. Es muy difícil que un ser humano de este planeta pueda hoy no estar conectado, ya sea a través de internet -proporcionalmente una parte pequeña de la población mundial-, ya sea a través de la televisión, celulares, radios o lo que sea -proporcionalmente casi toda la humanidad.
La pregunta es: ¿qué hay de común hoy? Y específicamente, ¿qué es lo que la comunicación tiene o hace común? Da la sensación de que lo único común en la comunicación contemporánea es la tecnología, sean las ondas de radio, los bits, las comunicaciones vía satélite, el protocolo IP… Después uno puede fijarse en el contenido que se transmite por esos canales tecnológicos, y aceptar -aunque sea por un momento- que lo común, lo compartido por todos, es la información. Lo primero era dudoso porque la tecnología también está regida por la propiedad privada; lo segundo es dudoso porque es tanta la información que se puede compartir, y entre tantos, que dudosamente haya un corpus de información común a todos.
Aún así, por lo que vengo viendo en internet -pero es aún más claro en los medios masivos de comunicación- sí se comparte la opinión. No se compartirá el contenido de las opiniones, pero sí se comparte el opinar. En la comunicación contemporánea es común el ‘opinaje’, vale decir, la aplicación de cierto sentido común, o ciertos desgastados fragmentos de sentido común, a la información. No digo que todos opinan lo mismo sino que todos opinan. Tenemos así una cierta comunidad: por un lado, un cierto material compartido, en el sustrato tecnológico, y por otro, un procedimiento compartido, en el ‘sobrestrato’ imaginario. De un lado, ‘compartimos’ la infraestructura tecnológica conectiva; del otro, compartimos la ‘superestructura’ info-opinera.
En todo caso, ni en la tecnología conectiva ni en el info-opinaje hay un común social; ahí no hay una comunicación, no hay un hacer común, de las relaciones sociales. No hay producción común sino distribución masiva. No hay fábricas o unidades productivas de cualquier tipo -y esto incluye escuelas- en donde lo común se produzca y donde la producción se dé comúnmente. Por el contrario, hay canales, ríos, autopistas, por donde lo informe circula velozmente.
La información no es común, no es destinada a todos. Lo informe no es lo de todos sino lo de cualquiera: Es lo de nadie en especial, lo que no significa nada en especial para nadie, y por eso puede fluir por cualquier lado: lo informe no es producción sino circulación, no es constitución sino desparramo.
Parece necesario precisar que hay dos «común» distintos: por un lado, el de lo común y corriente, la moda y el sentido común; por otro, el de la ética de lo humano, el de la actividad colectiva. Ese común que la comunicación contemporánea hace común y desparrama por doquiera pertenece al primer tipo.