Pensar como experiencia de hacer – prólogo a ¿Qué hace el pensamiento?, de Ignacio Lewkowicz

Pensar como experiencia de hacer

Muchas veces se llama “pensamiento crítico” a un saber alternativo al de la ideología o la ciencia asociadas al dominio capitalista. Ignacio Lewkowicz no llamaba pensamiento a ningún saber. Según su trabajo (que incluye tanto su oficio como coordinador de “grupos de estudio”, como su obra y sus textos aquí reunidos), solo si nos encontramos con un punto de no saber podemos pensar.

Es una exigencia ética difícil de practicar para nuestros hábitos sabiondos. Lo digo porque hay una forma muy extendida de proceder que consiste en buscar una visión alternativa a la occidental hegemónica. Por ejemplo, se busca en el ecofeminismo o en una amalgama de saberes de pueblos originarios una “forma de pensar” (en el sentido de forma de sentir y entender el mundo) que no niegue la biodiversidad o que no separe a nuestra especie de la tierra. No era ese el proceder de Ignacio Lewkowicz. No proponía una cosmovisión, ni la buscaba. Pensar no era para él proponer un sistema, sino, en cada circunstancia, quebrar la hegemonía de la representación -por la que también estábamos tomades- para poder habitar esa circunstancia como situación. Y hacerlo una y otra vez ante cada nuevo obstáculo (IL llamaba “obstáculo” a la representación o “enunciado preciso” que impedía habitar la situación, o situarnos).

Entre quienes nos dedicamos a estudiar, investigar o escribir, “pensar” es una palabra muy empleada, con poca especificidad y gran variedad de sentidos. A veces es creer u opinar, a veces es idear propuestas, a veces es suponer, a veces es proponer hipótesis, otras es cavilar, otras es razonar, o deducir, o calcular, o inferir, incluso juzgar y evaluar, o entender, reflexionar, también criticar, sistematizar y hasta elaborar o imaginar, y otras veces es otras cosas. Pero raramente es concebido como un hacer concreto; siempre se presenta como una actividad ideal diferenciada de la actividad práctica. Ocurre como en la definición que Wikipedia da de pensamiento: “en el sentido más amplio, cualquier evento mental puede entenderse como una forma de pensamiento”. Con Ignacio Lewkowicz, en cambio, pensar es un hacer, y sus textos aquí reunidos piensan cómo puede ser que el pensar haga. En sus términos, que el pensar instituya. El pensar hace, pero no porque se adopte una acepción laxa de “hacer”, sino porque se configura rigurosamente el procedimiento del pensar.

Si para Ignacio Lewkowicz “pensar es quebrar la hegemonía de una representación”, estos textos quiebran la hegemonía de la representación que nos hace decir (o representarnos) que pensar no hace. Pero no cualquier pensamiento es hacer. Hay un pensar específico -un pensar que Ignacio Lewkowicz especifica en este libro- que hace del pensamiento un hacer -y hasta una factoría, una usina de haceres. Hace sujetos y hace mundos -hace situaciones, pero una por vez, una en cada inmanencia. Y, si sostenemos la exigencia ética de pensar, lo hace una y otra vez.

Las diferentes contribuciones a este volumen subrayan distintos aspectos del pensar hacedor. Valle subraya que es experiencia sensible y presentificación; Abad subraya que se autoconstata y se entusiasma con su propio envión (como un ciclista) y “adquiere muchas formas”; Gallego lo resume como el procedimiento de subjetivación post-badiouano que asume el naufragio del Estado-nación; Aguirre subraya que nos dispone a investigar y a jugar sin buscar causas o culpas y que “ronda algo importante para nuestras vidas”; Pezzola subraya que “se piensa con lo que hay a mano” cuando cambia el territorio (como con el advenimiento de la fluidez); Giomi lo muestra como una marca segunda determinando la marca primera; Ingrassia subraya que es actividad configurante y concreta; quien escribe subraya que procede distinto en distintas condiciones históricas y Grimblat lo escenifica como sesión de improvisación jazzera (jam session).

Detengámonos por un momento en esta imagen. Es que la jam session, como el diálogo que IL llamaba pensamiento, como la pared que componen los y las futbolistas, no opera corrigiendo lo que hizo nuestro interlocutor/a, sino continuándolo. “Ante lo que alguien dice -ante lo que se presenta, en general- responder empezando con negatividades (‘no, pero, objeto…’) es mucho menos fecundo que responder con ‘ah, entonces, o sea que’: proponer efectuaciones de sentido” (escribe Valle). Un o una futbolista, en medio de un partido, va a buscar la pelota a donde la puso el compañero o compañera; no le dice “pasámela de nuevo, pero bien”; sencillamente continúa la jugada.

Ahora bien, ¿por qué preguntar qué hace el pensamiento? Las diferentes contribuciones indican de diferente manera la relevancia para nosotrxs, lectores, de pensar el pensamiento con Ignacio Lewkowicz. Para Grimblat, crea la posibilidad de entender cómo un adolescente que creció bajo el paradigma de derechos vive -y asesina- precariamente. Para Giomi, crea la posibilidad de pensar una subjetivación pasada a partir de una configuración actual del pensamiento (la que se da en el presente entre un escritor y sus lectores). Para Valle, crea el posible de habitar una situación de manera atea -una vez que Dios ha muerto- y sensible o presente con sentido. Para Ingrassia, crea la posibilidad de entender qué es un pensamiento concreto y una actividad configurante autofundante. Para Aguirre, crea la posibilidad de componerse alegremente y de mover posiciones subjetivas. Para Gallego, crea la posibilidad de pensar a la vez “por qué se piensa tan poco” y la subjetivación tras el agotamiento del Leviatán hobbesiano. Para quien escribe, el posible creado por el pensamiento es un procedimiento (el pensar) capaz de “quebrar automatismos subjetivos” en distintas circunstancias históricas. Para Pezzola, el posible creado es el caminar por un territorio alterado, nuevo. Para Abad, la posibilidad generada es la de “darse ser”, la de autoinstituirse.

Los inéditos apuntes, fragmentos, textos aquí reunidos nos fueron enviados por Nacho a Andrés Pezzola y a mí en 2002, cuando nos reuníamos con él para aprender o pensar el oficio de coordinar grupos (¿grupos de estudio?, ¿grupos de pensamiento?). Es decir que para IL esa dispersión de reflexiones podía reunirse y generar una consistencia subjetiva. ¿Qué consistencia? La de eso que llamábamos “el oficio” -y que refería al oficio de coordinar grupos de estudio de tal manera que pudieran resultar dispositivos de pensamiento. Es un oficio difícil, o, cuando menos, raro. Para Ignacio, no se trataba de llevar al grupo las hipótesis originales de los coordinadores, aunque eso podía ocurrir, ni se trataba de decodificar en conjunto un texto difícil, aunque eso solía ocurrir. Se trataba de pensar con otros (los coordinadores con el grupo, o cada quien con les otres) lo que se pensaba de hecho en la situación que coordinábamos Andrés y yo. Ni la brillantez del coordinador, ni la del autor en estudio, ni la de tal o cual participante -aunque todas ellas podían ponerse en juego-, sino la potencia inadvertida del diálogo. Coordinar era detectar los destellos que el encuentro producía, y devolverlos al grupo para continuarlos. Coordinar era pensar cómo se estaba ya pensando, y expresarlo, para transmitir así la experiencia de pensar. Algo que, por cierto, raramente lográbamos -y que nuestro maestro lograba asiduamente. Es cierto que su lucidez fascinaba, pero no menos cierto es que alegraba la experiencia intransferible (y sin embargo transmisible, compartible) de estar pensando. Quienes escribimos aquí compartimos el haber pasado por esa experiencia con IL de una u otra manera, en uno u otro momento. Esperamos que esta compilación comparta con sus lectores algo de ella.

Pablo Hupert

Buenos Aires

6/6/24

comprar el libro

Share

Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *