Genocidio y pulsión de muerte

Una reflexión a partir de las palabras de cierre del Primer encuentro internacional “Análisis de las prácticas sociales genocidas” (10 al 15 de Noviembre de 2003) dichas por su organizador

Daniel Feierstein dijo: “Era un riesgo que al tratar esta cuestión rondara la muerte. Y sin embargo en el encuentro hubo mucha vida. Vida en las discusiones teórico-políticas, vida en los testimonios de sobrevivientes, vida en la poesía de Chababo y Sneh…”

Yo digo: sólo a la vida le ronda la muerte; luego, el rondar de la muerte encuentra en la vida no un obstáculo sino su condición absoluta de posibilidad. Vaya esto para que la vida no quede como valor supremo, como con una supremacía y una valía dadas de por sí. Por otra parte, la vida, si no es un vector biológico, es un ideologema: no hay la vida como no hay el individuo o la identidad. No hay vida unitaria, pero hay situaciones vitales: pueden ser un testimonio, una poesía, un genocidio, una política, una discusión, un duelo, un encuentro, un fracaso.

Despejada esa cuestión, puedo intuir a qué aludía Feirestein. En el tratamiento de los genocidios (conozco bastante cómo tratan los judíos el suyo) se respira a veces el resentimiento, la paranoia, el miedo, la culpa, la repetición; en breve, la pura reactividad, la pulsión de muerte (que, huelga aclararlo, es una forma de vida). Esa reactividad no rondó –o, al menos, no predominó– en ese encuentro. Mi experiencia con el genocidio del pueblo judío europeo es que el exterminio se puede tratar como muestra de lo que acecha todo el tiempo o como situación vital –como experiencia que exige aprendizaje, mutación de la propia subjetividad . Lo digo con un ejemplo un poco banal: después de recibir una piña o después de enterarse que a alguien querido le dieron una piña, uno puede sentirse con miedo o bronca o ponerse alerta y seguir siendo el mismo o puede dejarse afectar (aprender, alterarse) por la manifestación de su vulnerabilidad

pablohupert@yahoo.com.ar

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