Devenir: ¿Cómo y por qué llegamos a Macri presidente?
Pablo Hupert: podemos pensar el kirchnerismo como una respuesta del sistema político al movimiento subjetivo de 2001-2, condensado en una consigna explícita (que se vayan todos) y una práctica múltiple (que venga nosotros). Esto es lo que pudimos relatar en el libro El Estado posnacional, ensayando un relato que no era el del poder (kirchnerismo-antikirchnerismo) sino el de la potencia de nosotros en relación con un Estado que busca (y va logrando) gobernarla. El primer punto, entonces, es que el Estado logró gobernarnos sin que sus gobiernos cayeran (doce años sin caídas presidenciales, trece si contamos el año en curso, es algo que no se había visto luego de la Dictadura).
¿Cómo lo logró? Desplegó, diría yo, dos grandes conjuntos de estrategias («estrategias sin estratega«, diría Foucault). Por un lado, la politización sobreactuada y vintage (que en el libro llamo imaginal) de la gestión gubernativa -lo que conocemos como el estilo confrontativo K-, que tuvo la eficacia suficiente para que los nosotros sintieran su situación como insignificante ante la supuesta situación nacional. No es necesario hablar de corrupciones, traiciones o cooptaciones, que también fueron recursos de gobierno, pero sí de una falta de confianza en la propia potencia -o una supeditación de nuestra potencia al poder del Estado-. A partir de Néstor, y sobre todo desde 2008, actividad política volvió a ser la del Estado y no la de los nosotros, y nosotros volvimos a estar pendientes de los actores estatales.
Por otro lado, y mucho más sutil aún, la satisfacción del consumidor, su inclusión en el mercado. Esto produjo una subjetividad empresaria de sí misma, que se construye en el mercado, que construye su identidad no a partir de un reconocimiento estatal sino a partir de unos gustos mercantiles o en las redes sociales. Este conjunto de estrategias, no necesariamente premeditadas, del kirchnerismo para desmontar la consigna «que se vayan todos» y la afirmación «que venga nosotros» consistieron en convertirnos en consumidores -esos que no configuran lo social colectivamente sino que autogestionan individualmente su vida en el mercado. El éxito de ese proceso, paradójica y comprensiblemente, condujo al fracaso electoral del kirchnerismo.
A ese sujeto consumidor-empresario-de-sí le importa que el Estado esté para llegar más rápido en el metrobús, para que nadie le interrumpa sus flujos y pueda hacer “su empresita propia”. A diferencia de la subjetividad consumidora noventista, ésta no rechaza la actividad estatal, sino que le exige que gestione lo social de modo tal de que no sea un incordio, que le permita romperse el orto sin que los demás le rompan las pelotas. A poco de asumir, Mauri habló de apoyar a los maravillosos emprendedores argentinos. Para esta subjetividad, el Estado no está para plantear cuestiones sociales, sino para hacer fluir más ágilmente las empresas individuales. Macri le prometió a ese sujeto (o sea, a «vos») que en este país puede haber cuarenta millones de empresas exitosas.
Pero volvamos a los Kirchners. Además del proceso subjetivo, crucial, de despotenciación por la vía de la estatización del protagonismo político y por la vía de la mercantilización de la vida de cada uno, acompañaron el extractivismo, la concentración y la extranjerización económicas. Salvo quizá un bastante relativo cuestionamiento al poder de Clarín, los demás «poderes reales» y «corpos» vieron consolidado su poder económico entre 2002 y 2015. Cristina no se cansaba de recordarles a «los empresarios» que se la llevaron con pala, y en eso no mentía; en lo que la pifiaba era en suponer que con eso alcanzaba para tenerlos conformes y disciplinados tras el poder político. Quizá nosotros también, cuando criticábamos esas tendencias económicas, estábamos suponiendo que con la mera mejora material alcanzaba para mantener un consenso de dominación. Pero no.
La cuestión ahora es cómo exceder este cuadro de situación. En 2001-2 supimos ir más allá del neoliberalismo puro. Luego no supimos exceder el neodesarrollismo con compensaciones. Ahora tenemos que exceder un neodesarrollismo que pretende despojar sin compensaciones.
D: ¿Qué significa Macri presidente?
PH: Sin duda, trae malas noticias. Por supuesto, lo que significa ahora y lo que significará una vez terminado su gobierno serán cosas distintas. Sin embargo, no se trata de que debamos esperar para otorgarle un significado. Se trata de no esperar para afirmar algo, de no creer que los significados que atribuyamos a los procesos. Entonces, qué significa hoy.
El 22/11, Alejandro Rozitchner dijo que el triunfo de Macri significaba el final de la posdictadura. Yo diría que Macri es una apuesta a formar un gobierno de los sectores dominantes de la estructura social heredada de esa contrarrevolución y de sus secuelas (los presidentes que siguieron) que no termine en derrumbe (como ocurrió en 1989 y 2001).
Significa un ensayo de ajuste habiendo ocurrido 2001 (poder destituyente, crisis de la representación) y habiendo ocurrido 2003 (consumo para todos, DDHH, consumo como derecho, estado como satisfactor universal, nuevas formas de extracción de renta, soja, megaminería, narcotráfico, finanzas).
Significa, por otro lado, el testeo de la capacidad de un Estado posnacional para asegurar la gobernabilidad a través de los diferentes ciclos de la economía mundial a la vez que un testeo de su capacidad de adaptación a cada ciclo. Los gobiernos kirchneristas no solo restituyeron una presencia del Estado, no solo expandieron sus funciones; también lo flexibilizaron. Y lo flexibilizaron tanto por sus formas de contratación de empleados (contratos precarios) como por las formas de implementación de programas y planes (que, como el FinEs por ejemplo) eran/son por definición de duración limitada (mientras que una escuela o un fondo de vivienda fundados por el Estado-nación tenían duración indefinida). También lo flexibilizaron en el sentido de que lo hicieron más dúctil y ágil de diversas maneras: expandiendo la digitalización en sus oficinas (sobre todo en Anses y Afip, un proceso comenzado en los ’90), buscando los políticos una circulación 24/7 en la infosfera, o formando coaliciones electorales o para la gestión que no son partidos políticos, así como una atención «repentizante» a la miríada de contingencias que pueden ocurrir en el país (movilizaciones, inundaciones, operaciones mediáticas, coletazos de coyunturas económicas mundiales, cortes de luz, reveses electorales, etc.), duplicando la cantidad de ministerios dándole así más brazos ejecutivos al poder ejecutivo, etc.
El punto es que en un capitalismo flexible, posindustrial o financiero, el Estado también debe serlo. De tal manera, cuando la coyuntura mundial permite una redistribución del ingreso y una expansión del gasto y la actividad estatales, al tiempo que las relaciones de fuerza internas parecen exigirlos, el Estado puede hacerlo. De tal manera, también, que, cuando la coyuntura mundial no permite una expansión del gasto y la actividad estatales, y las relaciones de fuerza internas no parecen exigirlo, el Estado pueda también hacerlo. La primera coyuntura se dio aproximadamente entre 2002 y 2009; la segunda, aproximadamente, desde entonces, pero, por un lado, no se hizo manifiesta hasta 2012-3 y, por otro, solo el gobierno de Macri podía asumirla sin ambigüedad, pues su ecuación de legitimidad no es la del kirchnerismo (Scioli también iba a asumirla, pero con más dificultades por su esquema de alianzas).
Para resumir, diría que el régimen político argentino está a la búsqueda de un nuevo consenso de dominación, que comprenda a clase dominante y clase política (entre muchos otros gestos, los comedidos llamados de legisladores como Pichetto a «tener una construcción racional y responder a los requerimientos de las provincias y municipios donde tenemos responsabilidad de gobernar», como dijo en La Nación el 28/2, muestran que el Pro no está solo en este sentido), y también a una fracción importante de los sectores bajos o medios. Un consenso así no existe quizá desde 1916 ó 1930 y seguro desde 1945, y las condiciones contemporáneas, la inestabilidad socioeconómica y ambiental globales, impiden construirlo por hegemonía. La gestión ad hoc del consenso (de la que hablo en mi libro), el gobierno por multiplicación y no por homogeneización (del que habla Foucault en sus últimos trabajos), tienen mucho trabajo por delante. Mientras tanto, no sabemos si Argentina podrá construir un neoliberalismo a la chilena, a la mexicana, a la italiana: diferentes «modelos» en los que la maximización de la renta no hace crujir la continuidad del sistema político (aunque debemos advertir que bastante poco ha crujido la del argentino: ni de cerca requirió el estruendo que requirió pasar de Perón a otro…).
D: ¿Qué responsabilidad nos cabe a los actores políticos y sociales en este retroceso?
PH: Este es el punto más serio, pues es el que nos lanza hacia adelante. Si reúno las tres preguntas, me parece que todas se cifran en esta. En primer lugar, no quisiera que se tome la cuestión de la responsabilidad como cuestión de «culpa», como si los movimientos autónomos, la infrapolítica, los nosotros, hubiéramos podido evitar esta contraofensiva. Lo que sí podemos es revisar los puntos nuestros en que se apoyó la dinámica despotenciadora para hacer lugar a semejante contraofensiva. Como dice Tiqqun, el enemigo es nuestro propio problema tomando forma. Así que sugiero algunos de «nuestros propios problemas».
– Una, quizás la más importante. No pudimos pensar la tan proclamada inclusión. Creo que es clave no cejar en el deseo de preguntar cómo queremos convivir, «adentro» de qué socialidad; es clave afirmar la potencia colectiva de problematización de lo social. Desde 2008 por lo menos, pero seguramente desde antes, no pudimos evitar que la problematización abierta fuera desplazada por la demanda y su cierre con satisfacción estatal y/o mercantil. Por supuesto, no se trataba de rechazar ninguna reforma que disminuyera la crueldad del capitalismo, pero no dimos con los dispositivos prácticos que pudieran incorporar esas reformas en otra producción de subjetividad, en el deseo de problematización de lo social. No es fácil, porque los cuerpos sí quieren lo que ofrece el mercado (creo que es esto lo que hace que Negri llame biocapitalismo al capitalismo actual). No es fácil, y no es «culpa» del kirchnerismo; la satisfacción (y la despolitización) por vía mercantil es nuestro problema tomando forma también.
– Otra, quizás la más urgente. Si algo preocupa de esta primavera macrista, es el consenso neofascista alrededor de la cuestión llamada «inseguridad». Creo que, salvo contadas excepciones, no supimos adjudicarle el lugar que merece dentro de nuestra problematización de lo público, abriendo paso a la respuesta neofascista. Cuando el «securitista» era Babi Echecopar, o el tachero o una doña en el súper, o algún alcalde neoyorquino, podíamos restarle importancia. Ahora esa concepción tiene el gobierno y goza de enorme consenso mediático y popular (incluidas las barriadas más precarias, como viene señalando el colectivo Juguetes Perdidos). Esta problematización urge. Quizás nos falta articular la lucha contra el terrorismo estatal con la lucha contra el securitismo, así como montar dispositivos democráticos de seguridad pública.
– Otra más, quizá menos contundente pero no menos urgente: elaborar categorías que habiliten el habitar nuestra situación. Te leo algo que puso Ritual Abeja en Facebook: «Se continua leyendo el siglo 21 con categorías de los 60-70 (que a su vez fueron creadas a principio de siglo) y si un hecho histórico primero es tragedia y luego comedia no se debe al hecho histórico en sí sino a la dificultad creativa de encontrar nuevas formas para que los hechos sociales acontezcan de un modo singular» (Ritual Abeja en https://www.facebook.com/ezequiel.gatto/posts/10153920003684675, 27/2/15). En este sentido, necesitamos –entre otras cosas– aquilatar este neoliberalismo como uno bastante distinto del de los ’90, y ver su singularidad para construir nuevas armas para un nuevo obstáculo. Por lo pronto, balbuceo un par de notas específicas: este neoliberalismo trae un plan «de modernización» y no «de reforma estructural» del Estado, porque se aplica en un Estado posnacional y no en los restos de un Estado-nación; este neoliberalismo tiene más campos de valorización que la financiera (megaminero, inmobiliario, narco, trata, subjetividad, etc.); este neoliberalismo no se propone a ciudadanos en crisis sino a consumidores altamente financierizados (desde tarjetas de crédito hasta préstamos personales de diversa procedencia pasando por las tarjetas Sube y demás).