[Este artículo entró como capítulo en el libro
“El bienestar en la cultura…“ 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
publicado inicialmente en Campo Grupal 85, diciembre de 2006
reeditado en la Antología E.E.V., Bs. As., 2009
Estas notas comenzaron al experimentar una dificultad para lo colectivo. El otro día, en el profesorado Joaquín V. González, un conflicto con las autoridades no llegó a mayores. Según decían los de ahí, su intrascendencia se debió a que hay muchos profesores que van allí como van a muchos otros trabajos, a picotear algo de sustento, y pájaro que comió, voló.
El proyecto personal es un mecanismo de dominación bien contemporáneo: un mecanismo por el cual el individuo se autosujeta a la dispersión, que es lo que hoy nos produce como dominados.[1] En el mercado radicalizado se ha desarrollado de hecho una nueva manera de (como se decía en otra época) alejar a los trabajadores de la lucha; dicho de otro modo, una nueva forma de comprometernos con nuestro trabajo y descomprometernos de nuestro lugar de trabajo; un nuevo modo de fortalecer la lealtad al jefe (que bajo este modo puede estar personificado en una persona o en uno mismo) y debilitar la reciprocidad entre pares. Denominamos corrientemente a esta forma proyecto personal.
Estamos en diciembre, momento de proyectar otro año. Bien vale que pensemos qué es lo que hacemos cuando ponemos en práctica nuestros proyectos en las condiciones contemporáneas.
Consumidores de trabajo
Si tradicionalmente se hablaba de que cada uno luchara desde su lugar de trabajo, hoy en día no tiene uno su lugar de trabajo, sino que uno tiene muchos trabajos y no arraiga en ninguno, no pertenece a ninguno en especial. Al contrario: para uno, cada trabajo de los varios que tiene es una pieza de una estrategia llamada «mi proyecto personal». Este proyecto personal tal vez no exista, en los hechos, más que como una forma imaginaria que para ese individuo articula los hípersaltos entre los diferentes trabajos donde toca y se va. Este mi proyecto personal existe como entelequia que resume bien una comprensible pretensión. Pero, mientras tanto, como ningún trabajo por si solo es suficiente para asegurar el sustento o alcanzar las expectativas, nos sirve llamar a nuestra sobrecarga de trabajo, a la dispersión de trabajos, a las corridas consiguientes, al «quemarse», proyecto personal. No hay, así, propiamente, un trabajador ni mucho menos «los trabajadores», la clase trabajadora, o siquiera la planta de trabajadores, sino que hay gente que consume distintos trabajos.[2] No sólo no trabajo todo el día en tal o cual trabajo, sino que tampoco trabajo toda la vida en ese trabajo.
El trabajador era aquel que se ligaba con una unidad productiva o laboral, y con los pares. Los llamados trabajadores de hoy, más que compañeros y lugares de trabajo, tienen entregas, pasillos, lugares de tránsito entre trabajo y trabajo, y gente que también consume allí, a la que ven en el pasillo o mientras toman un café (en la sala de profes, por ejemplo). Ese no es un compañero del trabajo sino un conocido con el que me cruzo a veces, otro que tiene un proyecto personal, del que tal vez puedo hacerme amigo, pero no compañero.
En breve, el trabajo no forma mi subjetividad, no hace sujeto; para decirlo a lo Foucault, ya no es un dispositivo de disciplinamiento. Así, el trabajo es también un perchero (como las comunidades-perchero de Bauman) del que me cuelgo momentánea y salpicadamente, pero no es un lugar donde apoya nuestra subjetividad, que la constituya. Así también, los otros que trabajan ahí tampoco son compañeros: uno puede recostarse en ellos, pero no apoyar en ellos.[3] Uno no pertenece ni al trabajo ni al grupo de trabajo.
¿Subjetivación que sujeta?
El proyecto personal logra que el trabajador preste su consenso al trabajo que realiza. Hay que pensar esta doble cara de la noción de proyecto personal, que es a la vez mecanismo de dominación y mecanismo de liberación. Se trata de un ideologema como el que en tiempos modernos decía «el trabajo dignifica». Por lo general, el proyecto personal hace creer al trabajador que está trabajando para sí cuando en realidad está poniendo su fuerza de trabajo al servicio del capital financiero. La eficacia del mecanismo radica en que permite al trabajador una movilidad interlaboral que era incompatible con el capital industrial y que se representa como independencia. El trabajador no depende de nada y nada depende de él: más que libre, parece estar suelto. Y sólo puede agarrarse de sí mismo, algo que, como un Descartes aggiornado, imagina como seguro. Pero Descartes contaba con un Dios, un Estado absolutista y la ciencia. Los laburantes desubjetivados no disponemos de tamaños amarres. Vuelve la imagen del proyecto personal como entelequia. En otras palabras, la noción de proyecto personal se autopublicita como un procedimiento contingente de subjetivación que se efectúa como una deriva de «sujeción» a la dispersión -o sea, como una desubjetivación.
Como no le alcanzaban los amarres de su época, Descartes pensaba. Experimentando que en la nuestra no hay amarres, ¿podremos pensar?
Caída de la relación todo-partes
Toda esta reflexión sobre los proyectos personales no dice que no haya habido proyectos personales en épocas sólidas. Los había, pero eran otros. En aquella época encontraban un suelo común en la solidez, en el Estado, en el Otro. Cada proyecto se proyectaba hacia un Otro. En última instancia, todo proyecto individual se significaba como proyecto común en algún punto, sin necesidad de ser un proyecto en común. Hoy, en cambio, en situación fluida, no hay tal «última instancia» significadora. Esta inexistencia de un suelo de base, de una instancia última, de una instancia significadora general para los proyectos individuales es lo que posibilita que exista el proyecto personal puro, caprichoso, individualísimo.
Es cierto, sin duda, que, en situación sólida, en la modernidad, existían debates entre individualismo y comunalismo o entre individualismo y corporativismo. Sin embargo, el mismo hecho de que existiera la posición individualista, es decir, una brega por los derechos individuales por sobre las pretensiones del grupo social, indica la existencia de algunos individuos que se sentían oprimidos por la sociedad. Vale decir, la existencia de una relación entre esas partes y su todo.
Si hoy cada uno puede tomar sus trabajos, sus estudios, sus agrupamientos como proyecto personal, como piezas de un juego que solo él maneja, es porque no hay Estado. No hay todo, no hay Otro que indique, que preestablezca, la relación entre las partes. Así, cada chabón está libre (como quien dice librado al azar) de tomar cada establecimiento, cada escuela -por ejemplo- donde trabaja como parte de su proyecto personal en lugar de considerarse él mismo parte de un proyecto escolar o nacional. Ningún proyecto es ahora parte de un proyecto total, o general. Si en condiciones sólidas el Estado posibilitaba los proyectos personales para el crecimiento individual o grupal como vía para el crecimiento social general, hoy el mercado no da posibilidades sino oportunidades. Y el mercado no significa esas oportunidades como partes de algo, como impulso hacia algo.
El proyecto personal que en cada individuo se presenta como multiplicidad de actividades individuales, grupales o institucionales en pos de su proyecto personal, hace caóticas nuestras agendas. Tenemos agendas fragmentarias, fragmentadas y fragmentadoras. Nuestros proyectos personales, que encuentran su condición de posibilidad en la fragmentación social, a su vez la alientan: fragmentan los grupos, instituciones o relaciones que esos proyectos aprovechan para realizarse. Si antes un establecimiento educativo -para seguir con el ejemplo- tenía varios docentes, hoy un docente «tiene» varios establecimientos. Podríamos creer que todo depende del punto de mira y que también antes, si se cambiaba el punto de mira de lo general a lo particular, se decía que un docente tenía varios establecimientos. Podríamos creerlo si olvidáramos que la misma intercambiabilidad de los puntos de mira es un efecto de la pérdida de la relación todo-partes, de la caída del Estado-nación; pues, cuando ese Estado (esa relación) gozaba de buena salud, se erguía como el punto de mira que investíamos como objetividad. En condiciones sólidas, un docente tenía varias escuelas desde un punto de vista subjetivo, pero, objetivamente, el Estado tenía escuelas y las escuelas tenían docentes, y efectivamente así funcionaban tanto la vida escolar como la de cada docente.
En condiciones sólidas, el proyecto personal era una parte, y una parte siempre es parte de un todo (parte de un proyecto social, en el caso de los proyectos personales). Ahora bien, si algo define la fluidez o era del mercado radicalizado es la caída de la relación todo-partes. Caído el suelo común -o geodésica- de lo social,[4] el Estado deja ser el todo y los individuos e instituciones dejan de ser partes; ahora son fragmentos y pululan a la deriva. En condiciones fluidas, el proyecto personal troca de parte a fragmento, un fragmento del que otros fragmentos nos agarramos como de una tabla de salvación.
Hacer esto, por lo demás, en nuestras condiciones, no depende de nuestra buena conciencia o de nuestro pérfido egocentrismo; en general, es económicamente inevitable y, siempre, es psicológicamente necesario: nuestra buena salud yoica requiere que nos podamos pensar como timoneles de barcos, aunque más no sea de chinchorros monoplaza, más que como fragmentos a la deriva. «Estoy solo. Yo soy yo y mi ombligo», dice Barylko de la condición contemporánea. La individualización mercantil me desliga de los otros y del Otro. ¡Pero me tengo a mí! ¿No me queda más que ser un ombligo? Necesitamos, parece, seguir suponiéndonos yoes, personas,[5] y lo conseguimos pergeñándonos proyectos personales; habría entonces que llamarlos, si no sonara tan mal, proyectos personificadores. Una linda articulación de logros (o de expectativas de logros) da con el personaje que yo necesita, lo arma.
Así llegamos a lo perverso de esta entelequia. Un lindo proyecto personal hace sentir amarrado al individuo desligado, pero a la vez -como el toco-y-me-voy-sin-arraigar es clave para el éxito de una linda articulación de expectativas de logros- el proyecto personal lo desamarra.
Error moral, ventaja operativa y posibilidad constitutiva
¿Entonces no hay forma de zafar de la personalización de los proyectos y la desligazón de las personas?
Cotidianamente lamentamos: ¡Estamos en un mundo individualista! Y es cierto, pero a la vez hay que decir que no son tantas las necesidades de agrupamiento; que el individualismo no es, desde el vamos, una postura decidida ni una opción ética egoísta, sino una perspectiva fácilmente aprovechable. En otras épocas, pocas cosas podía el hombre hacer sólo. Los inmigrantes, por ejemplo, no podían integrarse al país de acogida y educar a sus hijos si no formaban instituciones comunitarias y de ayuda mutual. Hoy, para conseguir trabajo, emigrar, educar a los hijos, basta con un proyecto personal exitoso (o la mera promesa de tal proyecto). Por lo demás, si bien algunas cosas serían más simples o saldrían mejor mancomunándose, en el mundo de hoy hacer las cosas con otros es mucho más difícil que hacerlas solo; es mucho más costoso en tiempo, en energía y en satisfacción yoica.
Habíamos dicho que, por lo general, el proyecto personal hace creer al trabajador que está trabajando para sí cuando en la práctica está poniendo su fuerza de trabajo al servicio del capital financiero. O sea que habíamos intuido que no siempre es así y que a veces ocurre que su proyecto personal pasa de entelequia que acompaña los automatismos del mercado radicalizado a realización personal efectiva (que probablemente también acompañe esos automatismos). Pero en estas notas la cuestión no es discernir cuándo un proyecto personal va en vías de una realización personal efectiva. La inquietud que nos movió a estas notas era esclarecernos las dificultades contemporáneas de lo colectivo.
¿No habrá vías por las cuales proyecto personal y colectivo lleguen a fundirse?, ¿procedimientos por los cuales un proyecto colectivo deponga la disolvente personalización de los intereses y los móviles de cada uno de sus integrantes? No lo sé, habrá que inventarlo, y seguramente muchas veces ya esté ocurriendo o ha ocurrido. Pienso en los MTD, por ejemplo, y en todos los agrupamientos que se vuelven necesarios para quienes el mercado no da oportunidades, siendo su único modo de posibilitación (posibilitación de lo que sea) el agrupamiento. Sin embargo, para las personas que tenemos una que otra chance mercantil, por nimia que sea, ¿hay forma de agrupación? ¿Hay mecanismos de deposición de la personalización de los proyectos? Probablemente muchos nos encontremos -si no es que no nos hemos encontrado ya- con que nuestras oportunidades sean mecanismo de disolución de nuestras posibilidades. ¿No habrá pues procedimientos de constitución colectiva?, ¿tendremos chances de posibilitarnos por agrupamiento? Puede ser, y voy a intentar averiguarlo. Justo en este momento, lástima, ando con un par de proyectitos que tengo, y no puedo perder el tren.
[1] Me doy cuenta de que sujetarse a la dispersión es un sinsentido. Es un sinsentido que me permito porque sujetarse hace sentido para nuestra comprensión moderna de la dominación social. Tal vez una expresión más propia de estos tiempos diría que el chabón es arrastrado por la dispersión, o que deja que su proyecto fluya, que puede querer decir que deja que lo fluidifique.No es dominación porque alguien sujete al dominado o porque le imponga una ley ajena sino porque el dominado no se da su propia ley. Pensar la dominación fluida no es pensar las maldades de los malos sino la imposibilitación de la autonomía obrada por los automatismos del capital financiero.[2] Por supuesto, no estamos pensando aquí a partir el trabajo fabril que sigue exigiendo, por ejemplo, jornadas de 12 horas, sino de alguna eventual figura que combine figuras como el subocupado y las changas, el free lance, el part time, el trabajo a domicilio, la oficina a cuestas, etc., etc. Trabajo precario, que se le dice. [3] Me han contado que en la cárcel llaman recostarse en alguien a hacerlo hablar, hacerle preguntas, de modo de que hable y hable, no para dialogar, para escuchar lo que dice y registrarlo, sino para pasar el rato, porque el silencio se hace imbancable. Vale decir, recostarse es un entretenimiento, y no un modo de relacionarse.
[4] Para una caracterización de la espacialidad fluida, se puede ver «La infinidad de opciones del mercado o la ciberespacialidad» en Campo Grupal 81.
[5] Para pensar este padecimiento es muy útil el capítulo «A la sombra de yo», en Lewkowicz, Pensar sin Estado.
«En condiciones sólidas, el proyecto personal era una parte, y una parte siempre es parte de un todo (parte de un proyecto social, en el caso de los proyectos personales). Ahora bien, si algo define la fluidez o era del mercado radicalizado es la caída de la relación todo-partes. Caído el suelo común -o geodésica- de lo social,[4] el Estado deja ser el todo y los individuos e instituciones dejan de ser partes; ahora son fragmentos y pululan a la deriva. En condiciones fluidas, el proyecto personal troca de parte a fragmento, un fragmento del que otros fragmentos nos agarramos como de una tabla de salvación.»
Personalmente, me gusta creer, ya desde este lado de todos estos «desmoronamientos» del Estado Nación, la subjetividad sólida, etc… que esas relaciones que decís que «eran» de parte/todo, eran ilusiones de relaciones… está bien, las ilusiones constituyen, o digamos, las ilusiones estructuran lo real, pero en tu discurso no deja de faltar una especie de «realización» a posteriori, de nostálgica proyección retrospectiva de un entramado de solidez y de estructura que bien pudo haberse desintegrado mucho antes de lo que parece, pero que el discurso, y sobre todo el discurso de la izquierda, y sobre todo el de la izquierda argentina, quiso mantener con vida por demás…
El neoliberalismo, la licuefacción de las relaciones sociales y de las superestructuras, comenzó mucho antes de que su discurso se articule… estoy seguro que el discurso surgió cuando ya se pudo ver muy clarito en que consistía esta mutación estructural, y entonces se produjo el discurso que lo legitimaba y lo potenciaba, que lo presentaba como una transformación apetecible digna de ser operada concientemente por el estado… acá recién Menem articuló un discurso que en el mundo empezó a hablar a finales de los setenta y que probablemente respondía a una operatoria iniciada a finales de los 50 o principios de los 60…
el segundo peronismo, tiene mucho de una persistecia zombie de una concepción del estado, del sujeto, de la vida y de la revolución, que tal vez en los hechos ya estaba desintegrada, y por eso una segunda muerte sobrevino, esta vez con decapitación, bala de plata, estaca de madera y todo lo que hizo falta para terminar de aniquilar una concepción que pensaba un futuro que se hubiera articulado muy bien con un presente muy anterior…
el setentismo argentino no quiso enterarse de lo que realmente significó el 68 en mayo, estados unidos y Praga, donde hubo constataciones ya a nivel conciente de ese fin que nunca se quiso dar, y que se dio de manera catastrófica, traumática, prolongada, etc…
Además, pienso que en general, tal vez con matices, pero en un plano general, tu pensamiento se orienta a contrastar «lo bueno» de la solidez, con «lo malo» de la fluidez… «lo bueno» de las pretensiones de una izquierda que no acepta el tablero neoliberal, con «lo malo» de un gobierno que construye un Estado que logra exisitir y crecer en condiciones de Mercado…
Y ya algo que pertenece a tu profesión, comprendo que te enfoques en el par pasado/presente, pero dejes de lado los potenciales del presente/futuro…
falta lo bueno, man, no aceptar que lo bueno es lo que la «cultura» (la publicidad) dice que es lo bueno de lo nuevo, no no, falta pensar que es lo bueno que está pero que no es dicho, para pivotear sobre eso. Sandino Nuñez está en la misma, escarvadno las heridas, lambetéandolas, y se nos va el tren.
Te digo, me encantan tus análisis, me hacen pensar mucho, pero detecto un enfoque nostálgico/negativista; necesitamos tu potencia de pensamiento puesta también en descubrir los potenciales…
tal vez tomando todo lo detestable que tenía la era de la solidez, verificando algunos derrumbamientos afortunados…
Sino parece que la angustia es un fruto contemporáneo, o que la angustia contemporánea es más aguda que la «moderna», y eso no me parece…
Hay siempre una añoranza por el movimientismo y la autooorganización que surgen a partir de las miserias más absolutas, y una especie de lamento porque cuando esas personas reciben unos subsidios pasan de la total carencia a la dependencia, y entonces se des-radicalizan… tal vez esos modos de organización son sólo eso, estrategias de supervivencia en condiciones extremas, que una vez superadas, no sirven para otra cosa, no sirven para construir «un nuevo modelo de sociedad o de democracia»…
yo pienso que hay algo bueno en este gobierno, diría que es básicamente un espacio para la emergencia de un sector político con un horizonte post-neoliberal (al menos con otras intenciones, esperanzas, aspiraciones, caras, que lo que venía siendo un plantel monolíticamente entregado a las coordenadas que proveía el neoliberlismo como fin de la historia, horizonte último de la evolución del sistema democrático)- tomado el neoliberalismo estrictamente según un modelo Reagan/tatcher, que se reimplementa en Europa, mientras que acá se intenta una versión vernácula e híbrida entre desarrollismo y socialdemocracia re-adaptada al presente (¿por qué no?)…
es cierto, es un horizonte de capitalismo «humanizado», pero dentro de un contexto de un capitalismo que ha entrado en una nueva fase de deshumanización intensiva, es mejor… salvo que querramos la eterna vía del cuanto peor mejor, volver a la miseria para que surjan esos movimientos autogestionados tan lindos y puros, y así sucesivamente.
Pensar lo activo del presente y no lo perdido del pasado. Otra vez me dejás pensando, Pablo. Gracias.