La consigna «que se vayan todos» se efectuó como «que vuelvan otros». Vista desde hoy, desde el kirchnerismo que le sucedió, esa consigna se efectuó como “se fuimos todos”: nos fuimos como ciudadanos nacionales, a la vez que volvimos como otros: volvimos de mil maneras distintas, como una diversidad de ciudadanías bizarra, múltiple, dispersa. La exigencia vacía “que se vayan todos” se llenó de contenidos múltiples: un tipo de pertenencia por cada interfaz que el Estado argentino instaló (que no instituyó) durante el kirchnerato para relacionarse con la que desde entonces determinó como su gente.
Pero explayémonos. Si llamamos ciudadanía a una forma de inclusión social o de reconocimiento de un habitante por parte del Estado que lo gobierna, me da la sensación de que se puede decir de que el kirchnerismo inventó o está inventando un tipo de ciudadanía –o más suavemente, un tipo de sensación de pertenencia. Esa sensación de pertenencia no es necesariamente un reconocimiento simbólico estable, estructural, sólido, pero es un reconocimiento; a veces es verbal, a veces material, a veces práctico, a veces de otros tipos, a veces de ningún tipo. Aquí me interesa apuntar los rasgos de esta ciudadanía posnacional (¡oxímoron enigmático si los hay!):
▪ El reconocimiento no es “universal” (como se le dice ahora a “nacional”, indicando desde el vamos que ya algo ha mutado) ni de un solo tipo, ni reductible a un solo tipo, ni homogéneo.
Un comentario del 07-11-2010 a un artículo de N. Castro que decía “Las circunstancias han colocado a Scioli en una posición de creciente preponderancia. ‘La postulación presidencial del mandatario bonaerense acabaría prácticamente con la división dentro del peronismo y eso sería su pasaporte a una casi segura victoria en primera vuelta’”: “somos 44 millones de tipos repartidos en tremenda geografía… y sin embargo todo se decide por una sóla provincia, subsidiada, y comprada hasta el hartazgo… Mientras esta desigualdad con el resto del país exista, no creo que tengamos un destino grande….Un saludo desde Rosario” (www.perfil.com/contenidos/2010/11/06/ noticia_0031.html#comentarios; subrayado mío)
▪ Hay varios tipos de reconocimientos posibles. Una cosa es repartir netbooks, otra cosa es Asignación Universal por Hijo, otra cosa es planes sociales, otra es planes laborales, otra paritarias, otra cosa es subsidios al consumo de gas y electricidad (ver Gas, gente y gobierno), otra cosa es democratización de la imaginalización (ver La Ley de Medios, el sistema de dominación y nosotros), la pertenencia empresarial o entrepreneur (según leo en el comentario de Paula Bertrán), la ciudadanía exportadora, la ciudadanía internética, la sojera, la de los derechos humanos, la ciudadanía securitaria, la pertenencia por subsidios del Estado, la educativa, la participativa o militante o del “tercer sector”, a la que podemos también agregar la ciudadanía ‘periodística’ o ‘comentarista’ o expresiva, etc. Son reconocimientos diversos.
▪ Ninguno de estos reconocimientos, ninguna de estas ciudadanías o sensaciones de pertenencia al país son instituidos. No es (vaya aberración semántica) una ciudadanía institucional.
▪ La articulación entre esas sensaciones de pertenencia no se da de manera orgánica sino fáctica, si se da; y se da por yuxtaposición o por contigüidad, por aglomeración. Puede darse a veces por coordinaciones de hecho, y no por sistematización totalizante hecha orgánicamente por el Estado, dándoles este algo así como una ‘terminación’ a la figura que forman esas aglomeraciones. El Estado posnacional, en términos de Badiou, no hace una “cuenta de la cuenta” que haga consistir los conjuntos sociales que reconoce, no les da –ni a los conjuntos ni al reconocimiento a través del cual hace nexo con ellos– un acabado formal o discursivo que permita darlos por consumados.
▪ Esta ciudadanía tampoco se da por un lugar en la estructura productiva, como la ciudadanía social peronista y pos-peronista (porque Perón la instituyó y siguió existiendo como tal luego de su caída).
▪ Y algo sumamente importante. Todas estas ciudadanías no son un sistema de ligas instituidas entre el Estado y su población sino un conglomerado de interfaces instaladas entre el Estado y los grupos sociales. No son –diríamos– ciudadanías precedentes sino ciudadanías procedentes. No son ciudadanías constitucionales sino ciudadanías gestionadas ad hoc, situacionales y nunca universales o nacionales. Por ejemplo, los planes de cooperativas de trabajo se han repartido en un 90% en el conurbano bonaerense y casi todos los restantes en el conurbano rosarino (ver www.fob.org.ar); los subsidios energéticos se han dado en grandes ciudades; las paritarias han beneficiado a los trabajadores sindicalizados; y así se puede seguir con todos los otros tipos de ciudadanía: no todos acceden a la sensación de pertenecer exportando soja o vía jubilaciones[1] o navegando por la web; no todos los sectores empresarios ni todas los investigadores o ong’s reciben subsidios, no todos los exdesaparecidos ven condenados a sus represores ni todos fuimos reprimidos, ni todos reciben universalmente netbooks o asignación universal por hijo, etc. Lo importante en este punto es que, además de que ninguna ciudadanía es efectivamente universal, ninguna es excluyente o integradora de las otras. Porque una ciudadanía efectivamente nacional no solo tiene alcance “universal” sino que se convierte en la pertenencia clave que representa a todos los tipos de pertenencia (por ejemplo, la pertencia productiva nacional daba la clave de las pertenencias educativa, sanitaria, política, gremial, barrial, etc.); en otras palabras, una ciudadanía no solo es nacional cuantitativamente (por su alcance) sino también cualitativamente (por su articulación orgánica con el resto). Vaya un ejemplo de cómo una pertenencia ha sido alentada y desconocida a la vez durante el kirchnerato: los pueblos originarios han sido censados como tales por primera vez en el último censo y son privados de sus tierras o aguas por el avance de la soja o la minería. Esto también es un ejemplo de cómo dos pertenencias cualesquiera (aquí, la sojera y la originaria) se yuxtaponen sin necesidad por parte del Estado de articularlas.
▪ Tal vez sí todos acceden a una sensación de pertenencia aumentando su reconocimiento a través del consumo, que en casi todos los sectores (no en todos) ha crecido, sea como afán, sea efectivamente (en comparación con 2001). Ahora bien, la subjetividad del consumidor es manifiestamente posnacional –la subjetividad nacional era la del productor. El productor tenía derechos y obligaciones, mientras que el consumidor solo tiene derechos. Además, los diversos productores se articulaban entre sí (la famosa división social del trabajo), mientras que los consumidores se segmentan entre sí (la famosa distinción social).
▪ Puede ocurrir que en algunas de estas interfaces se dé un nexo representativo, lo cual no quiere decir que esa representación funcione prácticamente como liga instituida ni mucho menos constitucionalmente establecida.
Podemos conectar la idea de espacios de encuentro o contacto que son las interfaces con la idea de astitución, de relaciones sociales astituidas. Lo importante es que la representación, cuando se da, también es una gestión ad hoc y no una institución constitucionalmente preestablecida. También es un procedimiento procedente y no una ley precedente.
Hagamos un repaso somero de la historia de las ciudadanías argentinas, comenzando desde 1853, y veremos que tenían un criterio excluyente y/o reductor de todos los tipos de pertenencia. Arrancaron con la ciudadanía política al modo de la representación invertida –así la llama Botana– que también se podría llamar tal vez ciudadanía oligárquica, la del modelo agroexportador, que daba pertenencia política a través del poder económico y político de la clase terrateniente. Luego, a partir de la Ley Sáenz Peña, se amplía esa ciudadanía y la representación deja de ser invertida y así pertenecer es tener derecho y obligación de votar. Luego, con el peronismo se construye la ciudadanía social, en la cual soy ciudadano (pertenezco al país) porque trabajo o produzco. El trabajo me da una representación sindical, acceso a la salud, a la escuela, a la jubilación, etc.
Luego, la pertenencia posnacional –la de nuestros días– en cambio no tiene un criterio único ni un tipo de pertenencia clave o reductor. En el neoliberalismo pertenece el que consume. En el posneoliberalismo o kirchnerismo pertenece el que encuentra respetados los derechos humanos y/o pertenece el que encuentra respetados los derechos de identidad sexual, y/o pertenece el que tiene una imagen, y/o el que tiene acceso a un puntero, y/o el que tiene acceso a unos clientes, o a un cargo y una caja, o a un subsidio, o a unos estudios, o los que se organizaron para cortar una ruta, etc., etc. Cada uno de estos criterios da acceso a una pertenencia de tipo distinta, a una interfaz o espacio de contacto Estado-gente singular y no particular. Son interfaces no totalizadas ni totalizables, no abstraídas ni ‘abstraíbles’, irreductibles a un general, y el Estado no busca totalizarlas, sino instalarlas, inventarlas, gestionarlas (ver Interfaz y desligazón).
Podríamos decir que la ciudadanía posnacional es, para la teoría política, un engendro: es una multiplicidad de ciudadanías, una multiplicidad inorgánica de ciudadanías que funcionan con una sociología bien propia de Gabriel Tarde. En esta multiplicidad de pertenencias, ninguna da la clave de las otras, ninguna representa a las otras. Obviamente, en tiempos nacionales había diversidad de pertenencias instituidas, y hasta contradicciones entre ellas; sin embargo, se trataba de una diversidad más ‘aristotélica’, pues hallábamos unidad en esa diversidad –y cuando dos criterios de pertenencia se contradecían (por ejemplo, peronista y antiperonista), se veían obligados a luchar entre sí por el control del Estado (léase, por el control del aparato de reconocimiento y articulación de reconocimientos).
Así advertimos que la consigna «que se vayan todos» se efectuó como «que vuelvan otros». El “que se vayan todos” no solo fue el golpe de gracia al Estado neoliberal, ni tampoco fue solamente la señal de que el Estado argentino debía reconstruir su relación con la gente. Vista desde hoy, desde el kirchnerismo que le sucedió, esa consigna se efectuó como “se fuimos todos”: nos fuimos como ciudadanos nacionales, a la vez que volvimos como otros: volvimos de mil maneras distintas, como una diversidad de ciudadanías bizarra, abigarrada, múltiple, dispersa. La exigencia vacía “que se vayan todos” se llenó de contenidos múltiples: un tipo de pertenencia por cada interfaz que el Estado argentino instaló (que no instituyó) durante el kirchnerato para relacionarse con la que desde entonces determinó como su gente.
[1] Obviamente, nunca todos los ciudadanos fueron jubilados, pero la jubilación era una pertenencia derivada (derivada de la pertenencia laboral).