publicado en Campo Grupal, diciembre de 2007
Constataciones
• El presente tiene el tamaño de la pantalla de mi compu. Por ejemplo. Me llega un mail largo. Quiero leerlo pero ahora no tengo tiempo; lo dejo para después. Después lo olvido, o ni siquiera lo olvido: han llegado muchos otros mails a la bandeja de entrada y el mail que me interesaba se fue “muy abajo” en la lista, y por lo tanto ya no aparece en la pantalla, y por lo tanto ya no lo tengo presente. Si no está enfrente, no existe. Este presente no es entonces propiamente un presente: es un flash.
• El tiempo argentino es posnacional. El tiempo de los feriados acomodados según las necesidades de los flujos turísticos es un tiempo insignificante, es un tiempo sin orientación. Los feriados jalonaban el tiempo de la Nación y de esa manera cobraba sentido el tiempo como tiempo de un desarrollo o de un progreso nacional, tiempo de vida de la Nación. Unos pocos feriados hacían que todo el año fuera nacional, que todo el tiempo fuera tiempo de despliegue de esa comunidad de intereses pasados y destinos que llamábamos Nación. Unos cuantos feriados móviles, en cambio, logran que el tiempo sea el de los flujos (flujos de mercado, de volumen de trabajo, de dinero, de cansancio): tiempo fluido.
• La belleza es intemporal. La imagen contemporánea de la belleza no es la de la juventud sino la de la ausencia de tiempo. La metrobelleza no es producto de una maduración sino de una renovación: siempre recién comienza, siempre ya queda obsoleta.
• La unidad mínima de tiempo en la temporalidad fluida –o posmoderna– es el instante. En la temporalidad sólida –o moderna– era el momento. El momento moderno era parte de un todo llamado tiempo; en cambio, el instante es fragmento desligado. Si el momento componía un tiempo, el instante lo descompone. Esto no quiere decir que el tiempo fluido no transcurre; lo que quiere decir es que se escurre. El momento moderno era parte de una evolución (por ejemplo, a las tesis, antítesis y síntesis Hegel las llamaba “momentos” dialécticos); el instante posmoderno es el flash de una desconexión. Tiempo continuo ayer; tiempo discreto hoy. Ayer había un tiempo constructivo. Hoy hay un tiempo salteado. El tiempo sólido merecía la sentencia de Vox Dei: “todo concluye al fin”. Hoy, si yo supiera cantar y componer, formaría un grupo que se llamase Vox Bit, que cantara: “todo se va sin concluir”.
Tiempo loco, el nuestro es. La pretenciosa aspiración de estas notas es explicitar la singular temporalidad de nuestra época líquida y pensar un movimiento subjetivo que atraviesa el instantaneísmo fluido produciendo un tiempo autónomo. (La elucidación continúa en «Tiempo sólido, tiempo fluido, tiempo conexo«).
Un tiempo de instantes desligados
La expresión temporal más usada hoy es: Carpe Diem, la latina recomendación de disfrutar el presente sin preocuparse por el futuro. Esa frase, tan popular hoy, tan cultivada, erigida como máxima del hombre posmoderno, despreocupado, ligero o light, que se ha sacado de encima el lastre de luchar por el futuro, tiene el significado práctico de vivir el instante y no vivir la vida.
En condiciones sólidas, Carpe Diem era liberador; en condiciones fluidas es dispersivo. En condiciones sólidas significaba vivir el momento. En la actualidad significa vivir en el instante. Cuando se vivía el momento, éste quedaba así desligado, liberado de la cadena temporal pasado-presente-futuro. En la película La sociedad de los poetas muertos, tal vez la que popularizó la frase, queda claro lo que la consigna latina podía liberar en condiciones sólidas: liberaba a los pupilos de su condena a prepararse para el futuro y los convertía en poetas; sobre el final, sin embargo, el presente encadenado al futuro lograba “reencadenar” a los poetas echando del colegio al profesor que había provisto la consigna-alicate para cortar la cadena.
Pero hoy, en el medio fluido, cuando la cadena temporal está ya rota por las mismas condiciones de velocidad y dispersión actuales, privilegiar el instante es ahondar la desligazón subjetiva. Por las mismas características de la temporalidad fluida, no podemos vivir otra cosa que instantes. A partir de ahora el futuro se llama incertidumbre, dijo Edgar Morin. Como el futuro es incierto, como el presente todo el tiempo se escurre, no hay otra cosa que instante; como el futuro es incierto, no hay largo plazo. Como dentro de poco seguramente habrá una nueva crisis, nos abstenemos de planificar. Karina Fernández, que trabaja en barrios marginales, cuenta que allí la perspectiva de futuro no supera los dos, tres años, ya sea porque no se sabe cómo se va a conseguir el sustento, o porque probablemente se caiga en cana o porque se caerá abatido por un tiro de la policía o de alguna banda o por la droga, o porque algún conocido ha muerto hace poco, o sencillamente porque nadie ha sido formado bajo planes de largo aliento, etc.
Entre los que no somos marginales, el futuro no tiene mucho más lugar. El empleo que tenemos pronto se termina: a lo sumo va a durar uno o dos años, o estamos contratados, o tenemos una beca por dos años (o menos) que no sabemos si nos renovarán, etc. Lo mismo sucede con el alquiler o con los caprichos de los jefes. O tenemos trabajos precarios o tenemos trabajos ‘de oportunidad’, esos que conforman el proyecto personal (que consiste en aprovechar del modo más flexible posible la mayor cantidad posible de oportunidades). El hecho mismo de la inclusión en una sociedad fluida fluidifica el tiempo del incluido:
“Este sujeto-on-line-pos-fordista vive just in time, al instante; lo efímero parece ser su modo de existencia. Zapping, shopping, dancing, marketing; sus actividades se conjugan en gerundios, en presentes continuados y perpetuos… La perpetuidad de un presente siempre renovado es lo que le dificulta proyectarse, ya sea hacia el futuro o hacia el pasado. Este sujeto… no se asienta sobre la firmeza de ningún territorio, sino sobre la fluidez del tiempo virtual, que se pulveriza a cada instante.”
En cualquier caso, intuyo que si hacemos una encuesta consultando cuánto dura el largo plazo, mientras que hace unas décadas nos hubieran dicho veinte, treinta, cincuenta años (y hasta cien), hoy quizá raramente nos digan más de dos, tres, cinco años (y hasta diez). En un país en el que casi no se invierte en infraestructura, en el que casi no se hacen inversiones de largo plazo para que otras inversiones tengan –en el futuro mediato– alguna chance de ser exitosas, el largo plazo (el futuro) no tiene una existencia práctica en el presente: es una entelequia, un significante atávico que quedó en la lengua cuando ya no se encuentra en la práctica su referente.
San Agustín decía que el futuro no existe, que no es más que una expectación de tiempo por venir. Hoy, más que expectantes, estamos ansiosos, pero no por el futuro, sino por el presente. Hoy, cuando esto que aun llamamos presente se escurre cual instante y no encuentra un anclaje en el pasado ni un impulso en el futuro, la cuestión no es tener futuro sino tener presente, estar en el presente. Antes – épocas de evolución social más o menos previsible –, el presente era un dato y lo que había que discutir, lo que estaba en duda, era el futuro que se venía, qué promesas se cumplirían, qué perspectivas se abrían. En condiciones sólidas, en situ aciones estables, la preocupación constitutiva del sujeto era tener futuro. En situación fluida, en cambio, en que el presente no es un dato, cuando el único dato es la fugacidad del consumo y la instantaneidad del tiempo. Hoy, cuando la única perspectiva abierta es la incertidumbre, los chabones no tenemos presente, sino que el presente nos tiene a nosotros. Con más rigor: el instante nos tiene. Con más rigor: el instante nos retiene. Y así nos separa de nuestras potencias. Hoy, en situación fluida, el problema constitutivo de sujeto es tener presente.
Cuando no hay problema constituyente sino respuesta automática a los automatismos, el instante se nos impone y nos retiene. El presente moderno estaba constituido –y sostenido– por una línea de tiempo. El instante, en cambio, pulula aislado, discontinuo, sin perspectiva ni retrospectiva.
Un tiempo con presente colectivamente producido
En este punto debemos tomar la experiencia del Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza que, en el barrio La Juanita de ese partido, han creado un jardín de infantes comunitario, autogestionado por los padres, maestros y militantes.
Cuenta Soledad Bordegaray, integrante del MTD, que el cooperativista Floreal Gorini les dijo asombrado: “Un grupo de desocupados que no hacen una cooperativa de trabajo sino de educación… ¡Qué innovadores!”.
EL MTD ha fundado el Jardín con el objetivo de “desarrollar en las personas una cultura comunitaria” para que no tengan que lidiar con un mundo de egoísmo y terminar sucumbiendo en él. Esta operación produce un futuro. Cuando se dice que los jóvenes no tenemos futuro, se están diciendo dos cosas: no sólo que no tendremos posibilidad de aprovechar las oportunidades que brinde el futuro, sino también (y sobre todo en las actuales condiciones) que hoy no hay expectación presente de futuras oportunidades ni de tiempo por venir. No es que no haya oportunidades en el tiempo por venir sino que directamente no hay tiempo por venir.
Un proyecto educativo semejante, que apuesta a resultados para dentro de dos, tres, cuatro lustros, produce su propia temporalidad. En condiciones de dispersión del tiempo, de desparramo de instantes, crear un jardín de infantes con el objetivo de que los niños cuando sean grandes tengan una cultura cooperativa (o del tipo que sea), produce, en el presente, expectación de un tiempo por venir; produce en el presente expectación de nosotros en eso que vendrá. El Jardín no les da a esos chicos excluidos un futuro que los incluidos se guardaban para sí; el Jardín produce su futuro (el de los chicos, el de sus padres, el del MTDLM, y tal vez también el de otros). Nos esperamos a nosotros como seremos en el futuro, esperamos al nosotros que la escuela hará de nosotros; así producimos, en el presente, expectación de un tiempo por venir (o, sencillamente, producimos tiempo por venir). Ahora que el futuro no es un dato objetivo, ahora que no hay futuro, el futuro solo puede ser una construcción subjetiva: el nosotros –el sujeto– produce su propia temporalidad, en el sentido de que el nosotros pasa a tener tanto un futuro como a tener un presente (por tener el futuro), un presente que se vive como preparación de ese futuro. Digámoslo así: no creamos que el presente es pura subordinación al futuro; el presente es actividad actual, que actualiza en el ahora un tiempo por venir. El futuro es producto del presente y este es producto de nuestra acción actual, y a su vez gana consistencia porque el futuro que produce retroalimenta el presente. Tenemos presente porque tenemos futuro, aunque en mayor medida tenemos futuro porque tenemos presente.
Ahora bien, la proyección del presente hacia un futuro produce también una proyección hacia atrás, produce que se busque un pasado en el cual pensar lo que estamos haciendo ahora, que se busquen en el pasado insumos para nuestra producción actual:
“Me quiero ocupar de nuestros antecedentes históricos. En ellos nos referenciamos para la construcción de un movimiento social tan particular … Como no somos dogmáticos, a veces aparecen hasta contradictorios nuestros referentes históricos.”
El nosotros se produce un tiempo singular porque pone en relación el presente con el futuro y relaciona el tándem presente-futuro con el pasado. Así, gracias a que tiene tiempo, gracias a que reemplazó el instante por una perspectiva y una retrospectiva, tiene presente.
Pero –es bueno insistir con esta idea– es la actividad presente la que hace que pasado y futuro existan. Aristóteles nos da una imagen para esta idea. Él concebía el universo como un cosmos finito, más allá del cual estaba la nada. Una vez se preguntó qué pasaría si uno llegara hasta el borde del universo y sacara la mano. Respondió rotundamente: la mano dejaría de existir, pues más allá del universo no existe nada… Podemos pues imaginar el instante de la temporalidad fluida como un universo limitado antes del cual y después del cual nada existe, ni el pasado ni el futuro, ni lo que hice ayer ni lo que haré mañana. Imaginemos ahora el jardín comunitario del MTD, que aun así forma futuros sujetos cooperativos, como la mano que llega hasta el borde del universo (hasta el borde del instante) y se asoma más allá (al futuro). En vez de desaparecer la mano, el universo se estira hacia adelante; la mano empuja la pared del universo y la corre más allá. La mano (el Jardín) ha ampliado el universo; ahora, además del instante, existe el futuro. Luego, para obrar en esta porción nueva de universo, la mano busca herramientas más allá del borde opuesto del universo (el pasado, que también se ha disuelto en la nada): en vez de desaparecer la mano, el universo se estira hacia atrás; la mano empuja la pared del universo y la corre más allá. La mano (el Jardín) ha ampliado el universo; ahora, además del presente y el futuro, existe el pasado, y están en relación entre sí gracias al obrar de la mano. Luego, la mano (el Jardín) obra en un universo que ya no es plano como el instante sino que tiene la profundidad de un túnel y le permite moverse más y mejor. La mano, moviéndose, ha producido espacio temporal donde moverse. A su vez, ahora que tiene espacio, ahora que tiene movimiento, la mano tiene presente –y no se le escurre. Ahora que en el presente la mano obra y se mueve, hay tiempo: hay un futuro, un pasado y un presente (este presente es la mano que los produce para recurrir a ellos para estar en el presente).
Por supuesto, semejante profundidad temporal solo se mantiene si se mantiene el trabajo colectivo. Entonces, deberíamos imaginar el universo temporal como un globo. Dentro del globo está la mano (el trabajo colectivo), y esta empuja las paredes del globo hacia una y otra punta de modo de darle profundidad, produciendo espacio temporal a dos puntas. Pero, si el trabajo colectivo afloja, el globo vuelve a su forma habitual y el espacio ganado desaparece.
Aunque parezca una obviedad, digámoslo claramente: sin tiempo no hay presente. Sin tiempo (o, mejor dicho, en el tiempo fluido) solo hay instante. Si producimos futuro y pasado, es para tener algo más que un instante; si producimos futuro y pasado, es para tener presente.
Pero cuando no hay problema constituyente sino respuesta automática a los automatismos, el instante se nos impone y nos retiene. Esta realidad cultural del instante adopta la forma subjetiva de la ansiedad. Si en el presente moderno había espera del futuro –y tal vez impaciencia–, en el instante posmoderno hay ansiedad –y urgencia.
Cuando hay urgencia de, por ejemplo, capacitarnos para conseguir trabajo ahora que somos desocupados, solo hay instante, solo hay inmediatez. La reacción automática frente a la inmediatez es una ansiedad urgida. Pero, si el proyecto, en vez de limitarse a una comprensiblemente urgente capacitación para la urgida “población económicamente activa” del Movimiento, es un jardín para los hijos del Movimiento y del Barrio, no nos subordinamos a una urgencia sino que ganamos autonomía, nos hacemos padres de nuestros hijos, habitamos el presente. Pero no cualquier presente, sino uno singular, producido por nosotros. Producimos un tiempo que lo contiene y que lo hace ser presente y no instante.
Un cantautor folclórico (no recuerdo su nombre) cantaba: “ahora que soy padre, soy camino”. Digámoslo entonces de la siguiente forma. La globalización destruyó los caminos; la globalización nos impedía ser padres. Entonces nosotros, con el Jardín, tendemos un camino por el que pueden transitar nuestros hijos. Ahora que somos camino, somos padres.
posteado el: 7-mar-08
Juego adrenalínico y trabajo precario
La escuela desertó (no los pibes)
La idea se amplía en “Metrobelleza: inmadura belleza” en Campo Grupal 92, agosto de 2007.
Javier Arakaki, La sociedad exclusiva. Un ensayo sobre el diagrama de poder pos-disciplinario, Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires, 2004, cap. II; negritas mías.
En una entrevista radiofónica, Gabriel Levinas señalaba que el gobierno tampoco invierte en cultura, siendo la cultura un capital simbólico que asegura el desarrollo de un país a largo plazo. El conductor, Alejandro Horowicz, preguntó: –¿Dirías que somos un país cortoplacista? –a lo que Levinas retrucó: –Un país no-placista, diría yo. –Escuchado en el programa “60 watts” en FM Identidad, el 24/10/7.
“La conspiración de los nosotros”, en Toty Flores (comp.), Cuando con otros somos nosotros. La experiencia asociativa del MTD La Matanza, MTD Editora, Buenos Aires, 2006, p. 61.
Toty Flores, “Cuando con otros somos nosotros”, en Toty Flores (comp.), Cuando con otros…, pp. 20-21; subrayado mío. Se ve que esos antecedentes-referentes son también otros con los que el MTD LM llega a ser nosotros.