Hay dos estatutos del sentido, hay dos cosas diferentes a las que llamamos sentido: una es el sentido instituido, otra es el sentido como encuentro.
El instituido es el que cierra, el que estabiliza; el sentido como encuentro es el que instituye, el que abre, el que crea, el que enlaza, tal vez sin instituir (esto no lo sé). En la obra de teatro Mineros (1), el profesor les dice que el sentido de una obra no está ni en lo que quiso decir el artista ni en lo que se le ocurre ver al que ve la obra, aprecia la obra, sino en el encuentro entre lo que el artista hizo y lo que el que la aprecia siente al apreciarla (2). Este sentido sería el sentido que crea lazo, el sentido como encuentro, el sentido como lo sentido, lo sentido en un compartir que comparte lo sentido. Podríamos decir, lo que le pasa a alguien cuando aprecia la Gioconda. Mientras que el sentido instituido, el sentido como algo cerrado, es lo que prescinde del encuentro e, incluso, lo obstaculiza reduciendo al mínimo lo que de indeterminación, ese encuentro pueda tener y ofrecer. Es, por ejemplo, lo que, en un manual de historia del arte se dice la Mona Lisa; lo que, en una clase de plástica de secundaria, se dice de la Mona Lisa; lo que un dulce de batata o una escuela panamericana de arte, hacen con la Mona Lisa. Es el sentido que le quita al sentido lo que tiene de encontrado, y habla del sentido como lo que está y lo que tiene una obra, pero también una historia, un acontecer social, una lucha, una experiencia, una anécdota
(1) La vi en 2012, dirigida por Javier Daulte. Su autor es Lee Hall.
(2) El verbo adecuado aquí no es ni “ver” ni “apreciar”. Sí, tal vez, “percibir” o incluso “sentir”.