Notas de un antiantikirchnerista no kirchnerista
Néstor Kirchner fue un peronista de pura cepa: llegó a lo subterráneo del país, a ese que estaba solo y esperaba –allí donde los medios nunca llegan. La muerte de Néstor nos hace ver que Kirchner logró ‘kirchnerizar’ los efectos de 2001, así como Perón logró peronizar a la clase obrera que irrumpió en el ’45.
Kirchner tuvo su 17 de Octubre en 2001-2002, salvando muchas distancias, claro (porque la gente en 2001 no salió a la calle gritando su nombre sino que se vayan todos, ni asumió con el 55% de los votos sino con el 22%, etc.).
Pero el 17 de Octubre y la movida de 2001 fueron ambos imprevistos. El 17 obligó a Perón a admitir que la clase obrera no fuera un miembro más del cuerpo de la Comunidad Organizada sino su mismísima columna vertebral. 2001 obligó a Kirchner a convertir a los movimientos (piquetes, recuperadas, asambleas) en fuerza a su favor. Su prédica inflamada y sus medidas publicitadas como nacional-populares eran una forma de dar cauce institucional a esos movimientos externos al sistema representativo y obstaculizantes de su funcionamiento; una forma de que sobreviviera el gobierno estatal de la sociedad, aunque alterándolo según necesidad (una necesidad que Kirchner supo discernir y determinar como nadie). Era una alteración difícil y riesgosa, pero pareció ser condición de gobernabilidad en un país en que los presidentes batían récords de brevedad del mando y él mismo no había salido segundo en las presidenciales. En esta encrucijada precisa desplegó Kirchner su gran visión y su gran cintura.
Se la jugó, y devino el único estadista argentino de la política reciente. Kirchner no fue solo un líder de popularidad que daba bien en las encuestas y que supo reflejar bien lo que los sondeos le indicaban, sino que fue, como Perón, un estadista, pero que construyó, a diferencia de aquel, un Estado posnacional, afirmando los pilares que permitirán gobernar la Argentina los próximos años y restituir a los gobiernos un poder ejecutivo con capacidad de plantarse con relativa firmeza frente a presiones internas y externas. No podemos decir que el kirchnerato sea la defensa del país de la rapacidad del capital internacional (mineras, petroleras, cerealeras, etc.), pero sin duda logra afirmar el poder del aparato del Estado frente al capital, de modo tal que este no puede eludirlo o definirle políticas tan fácilmente como en los ’90.
Así como después de 1955 no hubo gobierno viable sin peronismo, no podrá haber, parece, después de 2010, un gobierno viable sin tener en cuenta la arquitectura de poder que tejió el kirchnerismo.
Hasta aquí, mis caracterizaciones. En el póximo posteo mando preguntas que aun no tienen respuesta y que a medida que se vayan respondiendo tal vez obliguen a ir reformulando las caracterizaciones. Adelanto una crucial, una adonde no llegan las cámaras de TV:
¿Por dónde pasa la autonomía que viene? ¿Será un más allá de los ’90, como fue 2001?, ¿o será más bien un más allá del kirchnerismo? En otras palabras, me pregunto si el kirchnerismo clausura un ciclo en la subjetivación en Argentina. Por supuesto, hay otros procesos subterráneos a donde ni la TV ni el kirchnerismo llegan (y son organizaciones campesinas, empresas recuperadas, centros culturales barriales, etc.) que son otros tantos procesos autónomos. ¿Qué ocurrirá con ellos? El futuro y el presente de la autonomía están allí.