Canalizar el arroyo Vega es algo que falta hacer, por supuesto. Pero hay muchas canalizaciones ya hechas en el tratamiento mediático de las inundaciones capitalinas de ayer. Canalización, por parte del kirchnerismo, de las responsabilidades hacia los titulares porteños de la gestión municipal, sí (“soltar la papa caliente”). Canalización, por parte del macrismo, de la emergencia hacia el largo plazo, también (“patearla para adelante”). Pero sobre todo hay otra: canalización de la atención, por parte del periodismo (y me refiero a los dos periodismos oficialistas: el oficialista del gobierno argentino y el oficialista del gobierno porteño), de los problemas de estructura a las emergencias de coyuntura («ahogar en un vaso de agua»). Esta canalización, este desplazamiento de la atención y la opinión opera con mil variantes: de la orografía al alcantarillado, del código de planeamiento urbano a la hora en que hubo presencia de Defensa Civil, de la corrupción sistémica a las partidas presupuestarias o los avales crediticios, del sistema de corrupción a los gastos inadecuados, del cambio climático a los pifies en los pronósticos, de las condiciones de gobernabilidad a la opinión sobre tal o cual gobernante, de las causas de largo plazo a los parches faltantes, de la incapacidad intrínseca del Estado contemporáneo para contener paternalmente a sus gobernados a las ausencias de los funcionarios, de la gestionarización de la gubernamentalidad a los errores o las desidias en la gestión, de la complejización mayúscula de la urbe a la falta de atención al vecino, de los problemas de vivienda en el Sur también inundado a la gente-como-uno-sin-respuesta-de-las-autoridades y que en vez de evacuarse muestra por TV cómo le quedó la casa “por suerte –lo digo en chiste para no llorar– tengo una planta alta y desde la mañana que no puedo bajar a ver qué puedo rescatar”, del modelo de urbanización comenzado en la Dictadura a las obras faltantes para apuntalarlo, del AMBA a CABA, de los countries que alteran el ecosistema a las casas ‘dadas vuelta’, de la desvitalización cotidiana a la cantidad de muertos, de las condiciones a las culpas –pasando o no por las causas-, etc. En síntesis, del modelo de desarrollo –que incluye una concepción de la felicidad, un modo de gobierno, un modo de comunicación, etc.- a los síntomas de todo eso –por ejemplo: frustración, ineficiencia, amarillismo–. Más sintéticamente aun: de las condiciones (sociales y de largo plazo) a los gestos (personales y espectaculares). O también: de los problemas a las soluciones (o la falta de ellas). Pero guarda. No estemos diciendo que todo esto requiere una solución de fondo integral y permanente como una revolución ecológica y socialista. Ni, más ‘realistamente’, estemos diciendo que requiere un “abordaje de largo plazo, multidimensional y multidisciplinario” por parte de las autoridades. Todo esto (las condiciones y los procesos sociales “objetivos” lo podemos señalar, pero señalemos también que los “problemas objetivos” no existen, salvo cuando no hay problematización colectiva. Que, cuando no hay problematización colectiva, los problemas objetivos se canalizan como demandas al Estado. Esta es la gran canalización operada por doquier y en la que caemos y recaemos una y otra vez: canalización de la politización colectiva a la interpelación mediática del funcionario. De la problematización a la insatisfacción reclamona, o del pensamiento al moralismo crítico. Desde un punto de vista político (no estatal, no mediático, no vecinal, no vecinocrático), no será problema un proceso objetivo atestiguado por los investigadores sino un obstáculo a un proceso subjetivo trabajado por el nosotros que lo aborde. ¿Cómo podemos pensar, problematizar, politizar las inundaciones desde un punto de vista que no sea el supuesto de que alguien las puede solucionar? Se trata de detectar los puntos de potencia que exceden la performación imaginal de lo social, más que de denunciar los actores del poder que faltan a su responsabilidad gestional en el Estado. Lo que excede, y no lo que falta. “Pero”, preguntan el periodista y el realista, “¿qué puntos de potencia?”; “No sé”, contestamos: la potencia es invención, y la creatividad no puede ser programada con presciencia ni ser vista con los lentes mediáticos que llevamos incrustados en los ojos. Se trata de encontrarnos con esos puntos para pensar. Pues tampoco es cuestión de caer en la canalización académica de la energía: esa que, citando las investigaciones realizadas y las faltantes, nos desplaza del pensamiento al conocimiento. Si apunto los procesos de largo plazo y amplia geografía ocultos por la canalización mediática-estatal del desborde de los fluidos, es para sugerir que no se trata de reencauzarlos pues darles cauce está fuera de todo poder y que pensar el desborde está al alcance de la potencia nuestra. Si vamos a buscar lo que excede, señalar lo que hay arrima el bochín, mientras que denunciar lo que falta lo aleja. Sugiero que pasemos de la inundación objetiva al desborde subjetivo. Sugiero que podemos si pensamos eso donde el sistema estatal-mercantil-mediático no ponen su foco o la forma en que nos hacen poner el foco fuera de eso (eso con potencia de desborde). No se trata de rechazar una buena gestión de la compleja fluidez contemporánea sino de que desbordemos la canalización ya hecha en las prácticas de la subjetividad promedio. Podemos desplazarnos de la opinión o el conocimiento al pensamiento. [3/4/12, sin haber visto lo que se emitió luego de las 24 del 2 de abril]
Comparemos esta nota de Gruner con la de Pablo Hupert. Seguramente hay mucho más de lo que puedo ver. ¿ Qué veo? La esterilidad de la denuncia a secas, por así decir. La denuncia es, hoy, verdadera en su contenido, pero falsa como acto. ¿Porqué? Porqué pretende iniciar un ciclo de subjetivación y nunca lo consigue, pues sigue pensando la «conciencia» como en el siglo 19. Es una crítica social y moral, que atañe a la gestión y al capitalismo mundial, palabras grandilocuentes y pomposas, que , siendo verdaderas, se vuelven falsas, pues se desestima nuestra implicación, se desestima el proceso de subjeivación. Gruner nos dice: sepamos como son las cosas y entonces el cambio se hará posible. Y la verdad es que este saber hace rato que no funciona, ni la verdad es un saber, ni es mera «conciencia». LO CIERTO ES QUE SI NO HAY PROBLEMATIZACIÓN COLECTIVA GANA EL ESTADO, POR PROFUNDA, FURIOSA Y «VERDADERA» QUE SEA LA DENUNCIA.