El desmadre del Padre

Una nota sobre Potestad

La obra de Pavlovsky Potestad muestra la impotencia de la potestad paterna impuesta por los milicos. Antes de ver Potestad no me había avivado de esto.

Decíamos ya que el neoliberalismo ha descuajeringado los lazos sociales. También ya decíamos que el neoliberalismo se introdujo en Argentina con la Dictadura. Decíamos ya que los planes de restauración de la dominación del capital, esos planes hambreadores que llamamos neoliberalismo, necesitaban una represión feroz como la que instrumentó el Proceso.

Venía diciendo que el descalabro de las relaciones sociales que el neoliberalismo produjo por vía sobre todo económica en la década menemista, había comenzado por vía sobre todo militar en la Dictadura, aunque inmediatamente siguiera también por vía económica (la neoliberal es una economía del sálvese quien pueda, una economía que, a diferencia de la capitalista industrial, no trama tejido social sino que lo desteje).

Una de las primeras medidas que adoptó la Junta Militar el mismísimo día del golpe fue militarizar las fábricas e impedir la comunicación entre ellas. Los activistas obreros detenidos y los obreros que veían impedida su entrada al lugar de trabajo no se enteraban de que los activistas y obreros de las otras fábricas también estaban siendo detenidos o impedidos de reunirse con sus compañeros. Los lazos tejidos se rompían con tijera. El desguace de la solidaridad de clase comenzaba con violencia física directa (‘si te reunís con tus cumpas te mato’) antes de ser inducido con chantaje económico (‘si no aceptás estas condiciones laborales te morís de hambre’), que es una violencia más indirecta.

La desaparición forzada de personas, incluso la apropiación sistemática de bebés, era una continuación de la política de rompimiento directo de los lazos sociales (además de lo que rompía indirectamente por amedrentamiento). A continuación, podíamos decir que la apropiación sistemática de bebés, así como tenía un primer efecto destructivo, tenía un efecto ‘constructivo’, en el sentido de que formaba nuevas familias, inventaba filiaciones tal vez artificiales pero dadas por buenas.

Lo que Potestad muestra, y que no decíamos, es que la apropiación de niños no era solo poner lazos familiares aceptados allí donde había padres inaceptables para una sociedad occidental y cristiana. Potestad muestra que imponer filiaciones artificiales allí donde habría habido filiaciones censurables también descuajeringa los lazos sociales. El efecto ‘constructivo’ de la adopción forzada de bebés también destruye.

Una vez que la justicia se lleva a la nena, o, mejor dicho, una vez que todos se enteran de que su hija Adriana ni era suya ni había sido legalmente adoptada, los vínculos del personaje central («El hombre») con todo su entorno se descalabran: el de él con su esposa, el de él con Tita (hermana o amiga, no se explicita), el de él con los comerciantes del barrio, el de él con los amigos, el de él con la misma Adriana.

«De principal importancia es el trabajo físico-gestual en esta obra. Pavlovsky hace accesible su gesto lingüístico a través de un lenguaje mímico, transforma el signo verbal en signo gestual-corporal. De especial interés son aquellas escenas en que habla con Tita, donde El hombre arrasado por el dolor, por la angustia, por la soledad, no llega, a pesar de su retórica, ni a conmover a la imperturbable Tita, que al parecer queda aterrada de la realidad de su amigo, ni a acercarse a ella. Las manos, el cuerpo de El hombre giran en torno a la mujer, la acaricia a unos milímetros de la piel, se presume casi el roce entre las manos, el rostro, pero éste no llega a concretarse. Existe una especie de barrera de energía que impide el acercamiento. Así, Pavlovsky expresa el aislamiento y la soledad más infinita, no con las palabras, sino con este juego corporal. Además son sus diversas posiciones mímicas reproductoras de diversos personajes y de diversas épocas y en diversas situaciones.» (A. de Toro, «El teatro postmoderno de Eduardo Pavlovsky«, 1992, p. 73).

El hombre y Tita no logran comunicarse verbalmente ni conectarse gestualmente ni acoplar cariñosamente. El hombre busca las caricias de Tita, y Tita intenta gestos de contención, pero ni la búsqueda de él ni los intentos de ella hallan concreción. El hombre y Tita (que en la puesta de Brisky está de lo más perturbada por lo que acaba de enterarse de su amigo o hermano) no aciertan a relacionarse. Es que sus lugares han quedado de lo más inciertos: no se sabe si son hermanos, amigos de la infancia, vecinos antiguos… Sus sillas tampoco reposan; uno y otro las mueven, las enrocan, las acomodan y reacomodan en busca de sus lugares. Mas no encuentran sus lugares.

No es que el personaje se haya ido a Sevilla y perdido su silla, sino que se ha ido a la marchanta y ha hecho que todos pierdan sus sillas.

Potestad nos muestra lo siguiente: un padre puede ser castrador, pero no puede ser raptor. Si es castrador, el sistema familiar queda instituido. Pero si es raptor, la familia queda desmadrada. Potestad muestra la dilución de la potestad en la prepotencia del poder, una prepotencia que puede imponer padres artificiales pero no puede instituir familia y sociedad a su alrededor.

La ferocidad milica logró romper un tejido social, logró desarticular una malla vincular, pero no restauró un sistema de lugares occidental y cristiano. Haciendo como que hacía eso (restaurar), dinamitó el dique que contenía los flujos globales capaces de impedir la cristalización de nuevos lugares.

 

Dirección: Norman Brisky
Autor: Eduardo Pavlovsky
Protagonista: Eduardo Pavlovsky
Sala: Centro Cultural de la Cooperación
Puesta: julio de 2010
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1 comentario sobre “El desmadre del Padre

  1. Me encantó la nota y el título es genial! la reflexión desde este eje es muy esclarecedora y abre… como una llavecita. Gracias.

    Potestad y Pavlovsky son realmente increíbles: texto e interpretación. Cómo no agradecer a quienes nos ayudan a comprender las heridas y ver que no ganaron (no en todo por lo menos) que tenemos y podemos restaurar esa trama, levantar los puntos y volver a tejer. Claro que las marcas quedan y está bien que así sea porque es lo que nos pasó, lo que vivimos, lo que pudimos y lo que no pudimos.
    Este hombre, pobre hombre y miserable también, que cree que puede imponer una escenografía y vivir la vida, detrás de esta clase de seres subsiste la perversa convicción de que el fin justifica los medios y también cierto poder de demiurgo.
    Recordé también esa película de Bergaman, «Con las mejores intenciones» y también «La cinta blanca» Cuánto daño se hace en nombre del amor y cuánto más difícil es salir de esa encrucijada cuando viene pintada de filiación, de buenas intenciones, de ¿amor? Quizás porque el amor va unido indidolublemente a la libertad del otro; al respeto de su ser.

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