Estas son posdatas a La escena pública posnacional como reconocimiento (y ninguneo) posneoliberal
Primera Posdata
Esta escena pública posnacional está constituida por un interlocutor que, en palabras de Puget, hace de testigo del trauma y de la deshumanización operada en una escena pública anterior, tanto como se hace responsable de la nueva escena pública donde el testimonio puede decirse y oírse e, incluso, plasmarse materialmente en juicios, condenas, centros culturales, y otras prácticas. Esta escena pública no es un Estado Nacional, no es Otro, porque no hace centro, porque no hace todo ni metaestructura, pero también, (y no sé si esto es causa, consecuencia o simple correlación), porque no está en el centro. Sin duda está en el centro de la escena pública que construye, pero esta escena no es la única ni la principal ni la que tiene la clave del sentido de todas las demás y, de esta manera, no está en el centro de la producción social de escena pública.
Lo propio de los tiempos fluidos posneoliberales o posnacionales, es decir, lo propio de la segunda fluidez, es que haya muchas escenas públicas, muchos productores de escena pública, como mínimo el mercado, Internet y los medios masivos de comunicación, pero también los colectivos autónomos, los nosotros que impiden que la producción de subjetividad queden monopolizados o hegemonizados y homogeneizados por el Estado.
Cada uno de los productores de escena pública que mencioné tiene sus propias dinámicas, sus propias lógicas: son heterólogos, aunque al mismo tiempo, unas lógicas y otras se van trasvasando o contagiando o capturando mutuamente, pero, a la vez, friccionando o, simplemente, marchando intactas, no siendo afectadas unas por las otras. En breve, no hay una forma estable, una legalidad que articule las diferentes producciones de escena pública.
El mismo Estado argentino acepta que no centraliza la producción social de escena pública y aspira a “observar”, “entender”, “coordinar”, “seguir” las que se producen: por ejemplo, en la página que declara la “misión” de la Secretaría de Derechos Humanos, se propone “Entender en la observación activa, el seguimiento y la denuncia de casos y situaciones relativos a los derechos humanos, civiles, políticos, económicos, sociales, culturales, comunitarios y de incidencia colectiva, conjuntamente con los organismos nacionales, provinciales, municipales y organizaciones de la sociedad civil vinculados a esta temática.” Algo similar aparece en la página de la Secretaría de Derechos Humanos: “Coordinar acciones con organismos públicos y privados, internacionales, nacionales, provinciales y municipales…” (subrayados míos). Pero no deberíamos limitarnos a instituciones que lleven “derechos” en su denominación. El ministro de Educación, en una conferencia en Flacso,[1] también dijo que el Ministerio estaba realizando un rastreo por el país y confeccionado un listado de experiencias escolares exitosas cuasi clandestinas (que se dan por fuera de las iniciativas ministeriales, incluso dentro de la educación estatal) –y no olvidemos que la escuela, en crisis y todo, sigue siendo una escena de lo público. Pero tampoco deberíamos limitarnos a las instituciones estatales del poder ejecutivo y sus declaraciones explícitas. Las escenas públicas se multiplican como hongos y no desde un centro.[2]
Una pregunta queda para seguir pensando: ¿Cómo se interfieren estas producciones, estas escenas? Por lo pronto hay que anotar que las filas kirchneristas incorporan movimientos autónomos; que los movimientos autónomos incorporan lógicas estatales; que los movimientos políticos incorporan lógicas mediáticas e, incluso, novedad más reciente aun, que el mercado incorpora motivos políticos.[3] Esta sobredeterminación constante entre lógicas que a veces se afectan, a veces marchan sin enterarse la una de la otra y que, cuando se afectan, lo hacen de manera imprevisible; estas relaciones de poder entre lógicas donde no se sabe cuál va a resultar victoriosa e impuesta, si es que alguna lo resulta alguna vez, es por sí misma un funcionamiento descentralizado, es decir, posnacional, es decir, no sólido. Es decir, una producción fluida social, es decir, un astitución.
Segunda Posdata
Estoy reviendo Políticas del acontecimiento, de M. Lazzarato y me surge una pista prometedora. Distingue entre “todos distributivos” y “todos colectivos” o marxista-hegelianos. Mientras que estos son totalización de partes, los primeros, los de Tarde y Deleuze, son capturas de capturas, composiciones (y descomposiciones) de singulares que permanecen singulares, todos “no terminados”. Tesis, pues: un estado posnacional es un megadispositivo de gestión de un todo no terminado, de un todo que nunca es reducido a uno.
Tercera Posdata
El 10 de seEstado actual, al que llamo posnacional, es un Estado que ha logrado crear una nueva escena pública y una nueva humanidad, luego de los actos de crueldad dictatoriales y neoliberales, pero poniendo como la piedra de toque de necesidad de creación de una nueva escena pública, 2001.
Puget recogió de buen grado la sugerencia, pero diciendo algo así como que 2001 habría sido el súmmum de la desexistencia, de los efectos crueles es decir, deshumanizantes, desestabilizadores de los crueles actos neoliberales y dictatoriales. Es notorio hasta qué punto, con su redistribución de sentidos, el Estado posnacional ha logrado invisibilizar la toma de la palabra, la creación de escena pública que ha sido condición y piedra de toque de sus prácticas de redistribución de sentidos.
Es cierto que el año 2001 fue una sarta de crueles actos de privación de la existencia. Pero también es verdad que 2001 es nombre de actos de politización. Ese año, 2001, no fue solamente la culminación de las crisis neoliberales, algo así como una más de las crisis económico-políticas que el neoliberalismo, desde 1975, venía produciendo en el país (y que podríamos ubicar, crisis más, crisis menos en el 81-82, 89-90, 98-2002). Ese nombre, 2001, también fue el proceso subjetivo que obligó a que el país cambiara el patrón de acumulación capitalista y por lo tanto hizo que la de 2001 fuera la última crisis económico-política neoliberal, y lo fue porque obligó a inventar nuevas formas de gobernar, las cuales incluyen tanto un cambio en el patrón de acumulación como un cambio en la relación entre Estado y población, como un cambio en el rol significante del Estado, entre muchos otros.
El conjunto de los efectos de estos cambios puede llamarse Estado posnacional; cambios que, por supuesto, aún están en proceso (y este permanente-estar-en-proceso también es lo propio del Estado posnacional). Ahora nos estamos deteniendo en los procesos de cambio de su dimensión simbólico-subjetivante. En esta dimensión –y creo que en muchos sentidos esta fue la principal esfera de actividad de 2001– 2001 fue lo que podemos llamar, con López Petit o con Michel De Certeau, una toma de la palabra, o con Lazzarato, una creación de nuevas formas de expresión. Las asambleas, los piquetes, las fábricas recuperadas fueron prácticas de construcción de escena pública donde hablar el trauma causado por los actos crueles, donde desprivatizar ese trauma, donde hacerlo público y crear una nueva existencia, es decir, lo que en la secuencia de Janine Puget aparece como tercer momento no fue hecho por la instancia estatal, sino por las prácticas autónomas.
Este tercer momento de la secuencia, que es la creación, la invención, de una nueva escena pública y una nueva “humanidad” o subjetividad[4] que puede lanzarse a nuevas experiencias luego de la destitución operada en el momento cruel de la secuencia no fue hecha por el Estado, sino por las prácticas autónomas dosmiluneras. Lo que hizo luego el Estado posnacional, en su etapa nestoriana, es recoger la palabra tomada, completarla y unificarla al menos imaginalmente y redistribuirla. Es que las prácticas autónomas dosmiluneras tenían dos dificultades que, hasta donde entiendo, suelen tener todas las prácticas autónomas, como son su provisoriedad y su carácter fragmentario. Dos debilidades que un Estado, aunque sea posnacional, puede suplir satisfactoriamente, al precio, por supuesto, de desconocer la fortaleza de una práctica autónoma, que prescinde de él (o lo aprovecha tácticamente) para su estrategia, que es potenciar, producir, inventar lo común, producir, inventar subjetividad.
Tendremos que pensar cómo ir más allá de que el Estado quede siempre como dominador y descalifique cruelmente lo que López Petit llama espacios de anonimato y yo suelo llamar los nosotros. Más allá de esa privación de existencia –esa privación de carácter público– que la revista Barcelona 263 plasma tan bien con su ironía llamándolos, con impostación tal vez kirchnerista, “egoístas de mierda”.
Cuarta Posdata
No se trata, por supuesto, de pedirle al Estado que reconozca una escena pública que lo impugnaba. Nueva tesis, pues: toda escena pública, todo reconocimiento, requiere de un cierto ninguneo. Reconocer una dimensión requiere desconocer otra.
Ahora bien, toda subjetividad requiere de una mirada-sostén. Problema, pues, para la subjetivación autónoma: ¿cómo organizar su consistencia autónomamente de la mirada estatal? ¿podremos sostenernos mirándonos? ¿podrá una escena pública autónoma sostenerse en un régimen de visibilidad distinto del mercantil y del estatal?
Otra posdata aquí: Escena pública posnacional e individuación consumidora
[1] Conferencia “¿Qué cambios para una escuela secundaria en la Argentina?” (Buenos Aires, 20 de noviembre de 2009). Con la presencia del min. Alberto Sileoni, Claudia Jacinto y Guillermina Tiramonti.
[2] Para un intento de caracterización del “sistema” educativo posnacional, sugiero “Escuela e implicación subjetiva. Una relación en cuestión”, en www.pablohupert.com.ar/2012/08/escuela-e-implicacion-subjetiva-una-relacion-en-cuestion.
[3] Me refiero a los lugares de comida rápida llamados Nac & Pop, al restaurant de Palermo Hollywood llamado Perón Perón, y así por el estilo; pero también a un plan de venta de automóviles que lanzó Peugeot, llamado “Plan Nacional Automóviles para Todos”.
[4] Prefiero llamar subjetividad a eso que Janine Puget llama humanidad: una cierta forma histórica de enculturar al animal humano, una forma histórico-social de configurar la materia humana –una forma de darle forma.