Indignación: modo de ser del traumatismo mediático.
En un programa periodístico, un cómico radial que simulaba ser un tachero porteño, a la vez que se vanagloriaba de la concurrencia a los festejos bicentenarios de la 9 de julio, se quejaba de que no se pudiera circular por el Centro. El conductor del programa, riéndose, le subrayó la contradicción entre su ‘patriotismo’ y su queja. “No hay que perder la capacidad de indignación”, explicó el personaje.
Ahora parece que asombro e indignación son capacidades que no debemos perder, sobre todo para ser lectores, oyentes y teleespectadores de noticias. Asombrarse e indignarse son dos formas de no pensar. Podrían, es cierto, gatillar pensamiento, invitar a habitar tal o cual situación, pero, insertos en la dinámica mediática, promueven la incapacidad de elaborar lo que pasa y darle significado; promueven, como los traumas, la necesidad de “sentirlos” una y otra vez, evitando que se conviertan elementos de un relato coherente, gatillando consumo de más noticias asombrosas e indignantes.
La novísima ontología pide cancha.