El thriller de ciencia ficción El precio del mañana[1] perfila clara, destilada y crudamente, el funcionamiento del capitalismo contemporáneo.
El planteo es el siguiente: la ingeniería genética ha logrado detener el envejecimiento a los 25 años y, también, ha logrado introducir un reloj en el cuerpo de cada uno que, a partir de los 25, comienza una cuenta regresiva desde los 365 días a 0 segundos, momento en que morís. La forma de vivir más que 26 años es conseguir tiempo, que se consigue trabajando (o mercando del modo que sea). El tiempo, en esa sociedad, es la moneda de cambio; al trabajar te pagan con tiempo y, cuando querés comprar una golosina, alquilar una casa o lo que sea, pagás con tiempo. Así, en los barrios pobres, viven al día, literalmente, con unas pocas horas de vida en sus relojes, durante años. No trabajar significa la muerte, tener fiaca significa la muerte, pararse a reflexionar, también; un aumento del boleto que te lleva al trabajo, también, lo mismo deprimirse, mirar atrás o ver qué le pasó al transeúnte que, al lado mío, acaba de caer muerto porque se le acabó el tiempo. La única forma de resistirse que propone la peli es robar tiempo (es decir, convertirse en un capitalista ilegal) y repartirlo (convertirse en un Robin Hood).
Ese capitalismo de ciencia ficción ha logrado una identificación total entre dinero, tiempo y vida. Y una identificación total entre salir del sistema y morir. No hay intersticio por el que colar un problema, un deseo, algo sustraído del cálculo; se trata de una utopía capitalista, en la que, como el espacio tiempo-global del que él habla, toda trayectoria produce valor. En la película, por un lado, todo paso del tiempo produce valor.
Pero, por otro, no solo no trabajar te amenaza con la muerte, sino que trabajar te promete la posibilidad de una vida eterna –y, de hecho, los ricos que muestra la película tienen cientos de años y lucen como de 25. De modo que ese capitalismo de ciencia ficción tiene cubiertos los tres costados: eso con lo que te amenaza si te salís, lo que te promete si te quedás y eso que hacés mientras estás vivo, es decir, mientras no cae sobre vos la amenaza y no obtenés el paraíso; esto es, producir valor.
Como sistema de explotación, como sistema de exacción de valor, como capitalismo, es perfecto. Es realmente una utopía. Ponés tu cuerpo a su servicio, tu vida misma a su servicio, produciendo vida para él, y pagándole con vida cada vez que querés tomar un café, ponerte una prenda, pagás con tiempo. Todo esto lo resume bien el slogan de la película que es: “Vive para siempre o muere intentándolo”. Te convida con la juventud eterna (y de verdad llegás a probarla) y le pagás con vida. En una economía en que vida = tiempo = dinero, perder el tiempo es perder vida –incluso amar es una pérdida de tiempo: cuando la madre del protagonista le pide nietos, este dice “para eso hay tiempo”.
Por supuesto, la película no tiene una gran precisión sociológica o económica y no dice cómo se cría a los niños, y en este sentido pareciera que el reloj biológico insertado en cada organismo es suficiente mecanismo de disciplinamiento y autodisciplinamiento. Tampoco dice cómo, a nivel social, se produce tiempo, esto es, cómo se hace para que aumente el producto bruto del país. Solo se limita a decir que la expropiación por parte de los ricos del tiempo producido socialmente se realiza a través de las ventas y del aumento de los precios, pero tampoco se entiende cómo el producto y la moneda coinciden, cómo funciona una economía en que lo que se produce y la moneda para medir lo que se produce, son la misma cosa. Económicamente hablando, intuyo que eso es imposible. Pero, de todas maneras, nos sirve para ver cuál es el chantaje al que estamos sometidos en nuestro capitalismo cotidiano en el que asumimos que perder tiempo es perder dinero, aunque en nuestras vidas (que no son de película) la indistinción completa entre una cosa y otra no se constata. De todos modos nos da un buen esquema para pensar nuestro sistema económico real.
Lo que se constata es que, además de vida mensurada en función del lucro, hay querer vivir; que si bien el capitalismo coincide con la realidad, hay un resto indeterminado que no se atiene a lo que el capitalismo puede medir, y que es por esta discriminación, operada prácticamente, entre potencia vital indeterminada (o querer vivir) y vida capitalistamente determinada, o entre vida indeterminada y forma capitalista de la vida, que se constatan prácticas vitales cuyo sentido depende de cosas muy diversas, en general vinculares, y otras veces morales, artísticas y de distintos tipos, pero no exclusiva o principalmente del valor que aportan al capital. Así también, aparece una pista del límite que tiene esta facultad del capitalismo contemporáneo de hacerle cabida a todo e incorporarlo a su propia dinámica de maximización del beneficio, incluidas, sobre todo pero no únicamente, la afectividad, la alegría, la belleza. Ese límite está en la imposibilidad de indistinguir entre forma capitalista de la vida y vida o, también, entre el patrón de medida y lo medido (entre la moneda y el producto). La igualación entre sentido y dinero, entre vida y movilización global, entre vivir y forma capitalista de la vida, entre obtención del sustento y capitalismo, entre tiempo y dinero sigue dependiendo de operaciones artificiales (entiéndase bien: no falsas, sino artificiales, aunque también sean engañosas y tiendan, solo tiendan, a naturalizarse).
Y podríamos definir el capitalismo como ese sistema económicosocial que tiende a una subsunción completa de la vida como trayectoria de valorización. Es lo que López Petit llama “movilización global” y que yo vengo trabajando con otros motes y otros ribetes (por ejemplo, en “Imaginería de la dispersión”, aunque ahí digo que lo que queda igualado son vida y dinámica imaginal -semiocapitalismo…). La subsunción completa de lo social en el capitalismo convertiría la vida en capital y el cual tiempo en dinero. Debemos decir que nunca como hoy ha estado tan cerca de lograrlo –y, al mismo tiempo, tan precariamente cerca.
[1] Llamada originalmente In Time, es decir “a tiempo” (o también “a lo largo del tiempo” o “en el tiempo”). Dirigida por Andrew Niccol, con Amanda Seyfried y Justin Timberlake, EEUU, 2011.