Del reclamo de justicia al acto de justicia

Indagaciones sobre la afectación posgenocidio y el trabajo con esa afectación[1]

Lo contrario de olvido no es memoria sino justicia.

Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos

El objetivo de este trabajo no es pensar cómo hacer que haya memoria sino qué hacer con la memoria una vez que la hay. Quisiéramos pensar la experiencia de tener memoria. Lo que nos autoriza a hablar no es el conocimiento de un aparato erudito sobre el tema, sino porque ser afectados por el genocidio: en mi caso personal, por mi historia familiar, por el genocidio nazi, y por mi nacionalidad, por el genocidio de la militar.

Cuando cursé mi secundaria, en la década de 1980, mis congéneres y yo éramos memoriosos de un sufrimiento y esa memoria nos hacía sufrir: la memoria de un sufrimiento hace sufrir. Y, al mismo tiempo, no dice qué hacer con eso, y paraliza. Dos fugas posibles hay: una es evitar volver al tema; muchísimos judíos, en algún momento, hemos dicho “ya vi suficiente”; otra fuga, socialmente más prestigiosa, es el reclamo de justicia. Reclamo por justicia para la victimización[2] que estamos recordando. Ese reclamo invita a esperar que el reclamo sea satisfecho. Invita a esperar: o sea que es también una forma de parálisis.

La película Gebürtig[3] me invitó a preguntarme si hay una forma de hacer justicia sin esperar que un Otro (sea el Juez, el Estado, la Patria o la Historia) la haga. La película muestra a través algunos personajes los efectos contemporáneos de un sistema con emblema en Auschwitz. Estas notas piensan, pensando actos, qué podemos hacer los afectados por Auschwitz o el genocidio que fuera. Básicamente nos encontramos con dos vías posibles de acción. Por un lado, la conocida vía del reclamo de justicia, que delega la capacidad de justicia en Otro. Por otro, la vía del acto de justicia, o de la justicia como tarea propia, que asume la capacidad de justicia de un nosotros.

Digámoslo ya. No llamamos justicia a un proceso instituido de castigo. Llamamos justicia a un procedimiento subjetivo de liberación.

Escribo estas notas bajo el supuesto de una matriz común a, por un lado, los modos en que un genocidio afecta a quienes viven bajo sus secuelas una vez concluido materialmente y a, por otro, los modos en que los afectados podemos hacer con esas secuelas. Si los modos de afectación se resumen en el efecto que llamaremos concentración subjetiva, los modos de acción se resumen en lo que llamaremos justicia autónoma. Estas notas reflexionan a partir del recorrido que un sobreviviente del nazismo hace entre la concentración y la justicia, pero las presumo como insumo de pensamiento de todo afectado por una catástrofe genocida.

El procesamiento de esos efectos, que llamaremos duelo, que en la película se plantea como la cuestión de cómo salir del campo de concentración, es un proceso infinito, pero es, en cada situación vital, finito y suficiente. Nunca puede darse por terminado, parece decir la película, pero siempre puede hacerse de modo suficiente para la situación en que se vive. Es el caso del padre de Susanne, que había superado el haber estado en Auschwitz, pero que, al toparse con Pointner, el SS de Ebensee (el campo donde había estado), y al denunciarlo telefónicamente, sufre un paro cardíaco y muere, ahí mismo, en el teléfono. Ese había salido del campo de concentración, pero cuando lo ve a este SS vuelve a entrar, no puede salir y muere. Estamos siempre saliendo y cualquier cosa puede volver a hacernos entrar. No es objetivo este proceso; es subjetivo qué cosa nos encierra y qué cosa nos libera. Es subjetivo, pero no depende de la mera voluntad. De qué depende y cómo se hace es la cuestión que, junto a los actos de justicia autónoma, exploramos aquí.

Podemos estar en el campo de concentración aun estando afuera físicamente. Aun habiendo dejado de funcionar como campo de concentración, el campo de concentración lo concentra a uno. Gebürtig, por ejemplo, ha estado en Ebensee durante la Segunda Guerra Mundial, y en el presente vive en Nueva York, y nunca ha querido volver a su ciudad natal, Viena. Compone música, es un importante compositor, y se acuesta con judías polacas ídishparlantes. Gebürtig permanece concentrado, y no es que Manhattan sea una prisión: lo que lo mantiene concentrado es su disposición subjetiva.

Diré más: podemos estar en el campo de concentración aun no habiendo estado dentro jamás. Es uno de los efectos de la memoria.

Detengámonos un momento en cómo nos afecta la memoria. Primero vamos a decir que la memoria en sí es una forma de hacernos afectar por el pasado. La memoria es una forma de relacionarnos con el pasado. Es una entre varias. Lo que interesa aquí, sin embargo, es pensar qué hacer con esa afectación. Una poetisa uruguaya, Idea Vilariño, escribió:

 

Cómo olvidarse cómo

desalojar el crudo

recuerdo de la muerte

esa desgarradora memoria

esa herida.

Si es el precio increíble

el altísimo orgullo.

O sea que, si nos olvidamos, somos altamente orgullosos; pero, si recordamos, vivimos una herida desgarradora. Nos hallamos entrampados en el par complementario olvidar-recordar. Esta encerrona es el obstáculo que tratamos de pensar en este trabajo: pensar cómo los genocidios nos afectan una vez concluidos, aunque no seamos damnificados directos por ese genocidio, y pensar qué se puede hacer con esa afectación. ¿Cuál es el tercero excluido en la oposición olvido-memoria? Esta es la pregunta.

La AEDD, Gebürtig y otros nos adelantaron una guía para trabajarla. El tercero excluido entre memoria y olvido es la potencia de justicia de un nosotros que se constituye para hacerla.

El pasado, a veces, nos afecta. A veces el recuerdo de una atrocidad va cargado de pura afectividad, y esta carga nos exime de la necesidad de pensar nuestra afectación —y terminamos sumidos en ella: otra vez, concentración subjetiva. De lo que se trata aquí es de pensar los afectos y afectar los pensamientos. Ahora bien, el pasado nos afecta: ¿a quién afecta? No al damnificado directo solamente, sino también a todo aquel que sienta alguna interpelación por el pasado en cuestión. Uno de los modos de afectación es la memoria, que busca no olvidar. Pero el problema de los afectados por un genocidio es el problema de la justicia, que es justamente el antónimo de olvido. Desde el punto de vista de la justicia con nosotros los afectados, la cuestión es si la memoria es punto de partida o de llegada. Y si, como suele suceder, se convierte en obstáculo, en memoria desgarradora, es porque en general es punto de llegada. Y si es de llegada, evitará el olvido produce injusticia: injusticia con los memoriosos, o sea con nosotros mismos. ¿Por qué?

Hago un borrador de un inventario de formas posibles de afectación. Primero, hay un arco que va desde la arrogancia hasta la modestia, que pasa por el miedo, por la repetición obstinada, etc. Es conocida la arrogancia del sobreviviente que dice “¿vos qué sabés del pasado?”, “¿vos tenés problemas?, eso no son problemas, si supieras lo que viví yo…”, y enunciados de ese tipo. Esa arrogancia puede ser individual o puede ser grupal. Yo como judío la conozco entre los judíos, mas sé que no solamente entre los judíos se da esa arrogancia de haber sido las víctimas de un genocidio. Lo que llamo “modestia” (a falta de una expresión mejor que se distinga de “arrogancia”) es al reconocimiento de muchos que dicen, por ej., “los nazis solamente han matado judíos” o “los judíos no han sido los únicos perseguidos a lo largo de la historia” o la aseveración de que “cualquier grupo humano puede ser genocidado”. Un sobreviviente de Auschwitz, Jack Fuchs, dice que en el siglo XX murieron doscientos millones de personas en guerras y genocidios. Guarismos tan contundentes invitan a la modestia: el arrogante privilegio de ser genocidado no es exclusivo de ningún grupo. Sin embargo, así como evitan la arrogancia, tan espeluznantes cifras desconciertan y paralizan. También el miedo es una afectación que la memoria ha producido. El protagonista de la famosa poesía de Bertolt Brecht, luego de anotar que se han llevado a todos los diferentes a él sin despertar su reacción, advierte que “ahora me llevan a mí, quiero hacer algo, pero es tarde”. Independientemente de las intenciones primigenias de Brecht, su poema, que ya es parte del aparataje memorial, circula indicándonos: “sientan miedo de que los puedan llevar, desde el principio”. Pasemos a esa afectación que llamé repetición obstinada. En Argentina la conocemos como setentismo: “pasaron los milicos pero yo sigo haciendo lo mismo como si no hubiera pasado nada”. Por su parte, los pepinos en salmuera y las mujeres ídishparlantes del sobreviviente Gebürtig son repetición obstinada de su pasado pre-Guerra.

Otro efecto, tal vez el principal, de la memoria es la victimización del memorioso. Quien recuerda la atroz victimización de otros es víctima de ese recuerdo, porque tiene que respetar esa memoria como un mausoleo al que no puede tocar y con el que no puede trabajar(se). Con mis congéneres nos preguntábamos “¿cómo vivo yo después de enterarme de estas cosas?, ¿cómo vivo después del sobreviviente?”. También hay que ver cómo llegar a ser sobrevivientes del sobreviviente. El mero planteo de este problema es delicado, pero existe, y no está resuelto, y lo planteo para compartirlo; es decir, para pensarlo con ustedes. ¿En qué consiste esta victimización que opera la memoria? Consiste en que desliga al memorioso: lo desliga de su situación y de sus pares. Gebürtig no hace lazo con ninguna de las mujeres con las que se acuesta, vive en la isla de Manhattan[4] y no quiere volver a Viena bajo ningún punto de vista. La concentración subjetiva es la injusticia que la memoria opera sobre nosotros: la desligazón. No hace falta, empero, ser sobreviviente para que uno viva aislado de este modo. Muchas veces ha pasado en una sesión de psicoanálisis que el paciente esté hablando de sus paisanos exterminados y el psicoanalista pregunte “¿y vos, de qué lado del alambrado estás?” Vemos hasta qué punto la concentración subjetiva del afectado es un hecho práctico.

Vemos hasta qué punto no es la falta de memoria la que produce que el sufrimiento retorne, sino la saturación de memoria. La memoria es una injusticia para sí, y esto es como decir que la memoria del pasado es un olvido del presente. La memoria de la tragedia, la memoria de la victimización es un olvido de sí mismo. Y acá reside lo injusto de la memoria. Gebürtig, por caso, recuerda perfectamente el pasado, lo recuerda muy bien, demasiado bien, al punto de que es el recuerdo lo que lo mantiene concentrado, es el no poder elaborarlo. Seamos claros: que esté concentrado quiere decir que no puede por ejemplo amar. Que no pueda amar durante décadas, que no pueda ser amado, es una injusticia. Es una injusticia que no pueda visitar su ciudad natal. La memoria del sufrimiento, dicen, impide la repetición del sufrimiento. Sin embargo, es la memoria del sufrimiento lo que asegura que Gebürtig siga sufriendo.[5] La repetición no abarca solo el efecto de repetir sino también la acción de repetir. La memoria tan buscada no solo contiene contenidos repetidos infinitamente sino también que un procedimiento repetidor. Vemos cómo la memoria produce que el sufrimiento retorne.

Entonces la pregunta es cómo salir de la concentración subjetiva, cómo usar la memoria ya no como punto de llegada sino como punto de partida.

En Gebürtig, la precondición de la liberación subjetiva del campo es el duelo de la justicia como reconocimiento, duelo de la justicia como compensación, de la justicia como algo que va a llegar de manos de otro. Gebürtig ya había asumido que sus pérdidas eran irreversibles, pero sólo en un sentido nihilista: “ya aprendí mi lección: no hay justicia” le dice al abogado que lo llama desde Viena para que fuera a testificar contra el presunto SS Pointner. Una lección que simula haber hecho un duelo, pero un duelo nihilista que le impide continuar y le justifica su aislamiento. Otro afectado de la película, Daniel, aprende una lección que da un paso más. Trabaja como actor en una película que transcurre en un campo de concentración y pasa frío. Luego cuenta esa experiencia en un unipersonal, y dice “¡cuando tenga los pies calientes..! no será la llegada del Mesías, pero será una gran sensación”. ¿Qué asume Daniel aquí? Asume que no habrá redención, que no habrá compensación retroactiva (del Mesías, en este caso), pero habrá sensaciones agradables. Nada más. Pero también nada menos. Que el afectado asuma esto es que se ponga una condición práctica para salir de su concentración subjetiva. Luego de este duelo, en Gebürtig (y en otros registros) se nos hacen visibles los actos de justicia como tarea propia.

Hecho el duelo de la justicia como reconocimiento que da Otro, surge el acto de justicia como tarea propia, la justicia autónoma. Finalmente Gebürtig viaja a Viena, convencido por Susanne, a testificar contra Pointner, el presunto SS del campo de Ebensee, donde habían estado prisioneros Gebürtig y el padre de Susanne. Gebürtig vuelve a su ciudad natal, visita la casa de su infancia, pone una piedrita, como cuando se va a los cementerios judíos. Él, que no se desprendía de sus pérdidas, finalmente las duela dejando esa piedrita, que es un duelo con sus padres y su infancia; también se encuentra con algunos viejos vecinos que lo reconocen y lo saludan afectuosamente, va al tribunal y testifica que el acusado es el SS Pointner, oficial del campo de Ebensee. Después tiene relaciones con Susanne, y luego de acostarse dice “creo que ahora salí del campo de concentración”, y ella responde “sí, saliste”. Esta afirmación, subrayémoslo, es previa al fallo del tribunal donde testificó. Todas estas operaciones (el viaje, el duelo, la relación con los vecinos, la testificación, el amor) son procedimientos de justicia como tarea propia, una justicia que es, para el mismo concentrado, una liberación —liberación que se da independientemente de la justicia instituida.

Otro procedimiento, ya fuera de la película, es el testimonio. Este ya es un procedimiento también posgenocidio, y supera la imposibilidad de diálogo entre quien estuvo y quien no estuvo en el campo planteada por Ellie Wiessel con su frase “el que no estuvo no puede entrar, el que estuvo no puede salir”. El testimonio, en cambio, tiene como condición un lazo entre el que estuvo y el que no estuvo: si no hay oyente del que estuvo, el testimonio no es testimonio; no alcanza a serlo si solo está el testimoniante. Otra forma de justicia autónoma es la fidelidad política o “reconversión”. Esto me lo decía un integrante del Colectivo Situaciones, que fue militante en los años setenta y dijo “yo no quiero repetir obcecadamente lo que hacíamos en los setenta, porque hoy no estamos en los 70, pero quiero seguir militando; no quiero dejar ese pasado como nada. Entonces debo reconvertir mi militancia según las nuevas exigencias”. Otro procedimiento justiciero lo ha emprendido el Grupo de Arte Callejero con su intervención Blancos móviles en 2004, en la que buscaban pensar la inoperancia actual del discurso “ochentista” de los derechos humanos junto a los transeúntes. Otro procedimiento lo practicó HIJOS: la hermanación, procedimiento con el cual pudieron pensar la pregunta ¿cómo me filio con un padre desaparecido? Es como si hubieran dicho “no lo tengo a él para que me lo responda; entonces me junto con otros hijos que no saben cómo filiarse para pensar nuestra filiación”.[6]

Sospecho que la realización subjetiva de un genocidio es superada cuando se logra ligar eso que los efectos del genocidio desligaron, ligar eso que los efectos del genocidio impiden ligar. Así, el formar una familia, duelar a los deudos, pintar, hermanar, testimoniar, testificar, amar, militar, escribir…

Hemos enumerado algunos procedimientos de justicia autónoma. Ahora conceptualicémosla. Por un lado, requiere el duelo del Otro, el duelo del reconocimiento, de la compensación: el duelo de la justicia heterónoma. Por otro lado, es una liberación de sí más que un castigo del criminal; es un relanzamiento del sujeto. Si la justicia tribunalicia delega la capacidad de justicia en Otro, la justicia autónoma se apropia la capacidad de justicia para sí. Esta tiene algo de justicia popular, pero no en el sentido de que el pueblo es el juez, sino en el sentido de que no hay juez: en el sentido de que es una justicia hecha desde el llano. No es por ser una justicia masiva que sea popular, sino porque se hace desde el llano, sin suprema instancia, y colectivamente (ni Gebürtig ni el militante setentista ni los HIJOS hacen ninguna de sus operaciones solos). No se le reclama a Otro sino que la hace un nosotros. La potencia de justicia no queda transferida a Otro ni diferida al Futuro, sino que se instituye al hacerla nosotros.

Estamos entre la vía de la justicia autónoma y la de la justicia hecha desde una instancia superior. La autónoma se hace con otros, y con otros permite atravesar una victimización y excederla. Este atravesamiento se consuma porque se hace con otros; se hace prácticamente, pero es subjetivo, y es justicia subjetiva porque es una justicia que no requiere de una instancia tercera que diga que eso existió, pues el testimonio no lo necesita. En cambio, la justicia hecha desde una instancia suprema es justicia hecha por Otro que no permite atravesar sino que ayuda a reconocer. El reconocimiento es la operación clave de la justicia suprainstancial. La justicia del Otro es una justicia objetiva porque requiere de (y establece) una sanción hecha por alguien externo a la situación, investido de capacidad de inscripción de los hechos como hechos efectivamente ocurridos para el conjunto social instituido. La justicia con otros, la subjetiva, la de un nosotros, produce, instituye; la justicia del Otro es la reproducción simple o ampliada de lo instituido.

Lo que está supuesto siempre en el acto de justicia autónoma es la extinción del Otro (digamos, de la Cultura, la Justicia, la Patria, Dios, el Juez, la Historia, etc.), la caída de esas investiduras investidoras que darían una compensación última, en el sentido de que garantizarían un equilibrio final que sancionará lo injusto y lo justo. En el acto de justicia está siempre el supuesto de que la liberación de la victimización solo depende de la ligazón con otros, más que del destinarse (léase supeditarse) a los designios del Otro. Depende de una composición que sostiene la libertad. Estacomposición —que, por supuesto, no otorga una compensación final y definitiva, como podían prometerla esas investiduras investidoras— tiene la duración de lo efímero, la precariedad de las construcciones no institucionalizadas. Cada acto de justicia se basta a sí mismo. Toda liberación, sin embargo, estará siempre al límite de la recaída en la concentración, al límite de la descompensación y la descomposición. Un nuevo acto de justicia será entonces necesario. Tras las recaídas, harán falta nuevos actos, porque, si ocurrió el genocidio, el recurso al Otro ya no es posible.

No conocemos todos los procedimientos de justicia autónoma. Algunos son visibles, algunos son microfísicos, algunos están por inventar. Pero todos ponen en juego, por lo menos, dos condiciones ineludibles: todos se hacen en el llano; todos se hacen colectivamente.

Continuará…

¿Qué injusticia estamos sufriendo? ¿Qué tarea de justicia se nos plantea asumir?

Pablo Hupert

www.pablohupert.com.ar
pablohupert@yahoo.com.ar

[1] Esta versión abrevia la escrita originalmente. En la versión completa se pormenoriza el análisis de Gebürtig y profundiza la conceptualización de la justicia autónoma.

[2] Preferimos la palabra victimización antes que víctima porque subraya el hecho, generalmente ignorado por el discurso memorial, de que el hombre no nace víctima, sino que es hecho víctima por operaciones sociales precisas y variadas que van desde su traslado en vagones de ganado por parte de los victimarios hasta el énfasis en su incapacidad de actuar por parte del discurso memorial, por ejemplo.

[3] Austria, 2002, dirigida por Robert Schindel y Lukas Stepanik.

[4] En la película está claro que la isla es metáfora del campo de concentración. Otro personaje, Konrad, se ha mudado a una isla deshabitada donde solo vive con su mujer y dice: “La gente vive en islas para tener algo de paz”. Ahí “paz” no tiene un sentido positivo, sino que connota evitarse la molestia de estar con gente, la preferencia por la desligazón.

[5] Propongo la expresión realización subjetiva del genocidio para hablar de los efectos en la subjetividad de los sobrevivientes y de los afectados por un genocidio. Es realización subjetiva de un genocidio toda afectación, directa o indirecta, por ese genocidio. Con lo cual el genocidio no solo se realiza materialmente mientras dura sino también subjetivamente luego de concluido e incluso juzgados sus perpretadores materiales. (Para el vecino concepto de “realización simbólica”, de la que “realización subjetiva” es paráfrasis, ver Feierstein, Seis estudios sobre genocidio, Eudeba, Buenos Aires, 2000.)

[6] Un desarrollo de esta idea puede verse en www.pablohupert.com.ar/index.php/constituirse-en-hijo-de-padre-desaparecido

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1 comentario sobre “Del reclamo de justicia al acto de justicia

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