por Alejandro Bergara y Sergio Lesbegueris
el martes 17/11/9 a las 18.30 en el Estudio de Pablo Hupert
Hace mucho, la escuela y sus docentes, y también sus alumnos, descansaban sobre Otro. Otro podía ser la Patria o Dios o Sarmiento o el Estado nacional. En todo caso, nos daba una meta, pero también un punto de partida; nos daba un sueño y también un suelo. El Otro nos daba consistencia, nos organizaba. Ahora el Otro está en crisis, desguazado y retirado. La educación, también. ¿Dónde apoyamos? ¿Cómo nos organizamos? ¿Qué es educar si los ideales del Otro se fueron con Él?
Alejandro y Sergio vienen trabajando estas cuestiones. Pensar sus experiencias permite pensar una educación más situada, bien de nuestros tiempos.
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PH
Explorar si somos los últimos que «cerramos la puerta» de la escuela histórica, o los primeros (o segundos o terceros, no importa) en abrir otras nuevas.
La escuela históricamente es un lugar cargado de representaciones, de formas previas a las que supuestamente les debemos fidelidad (a esto se le llama comunmente Mandato), pero resulta que esa fidelidad hoy nos desvincula, no genera nada (o lo que es peor, es generadora de esa misma «nada»).
En este sentido, «ahuecar la escuela» es hacer la experiencia del agotamiento, por sobre el cansancio de los cuerpos que la recorren y padecen.
Agotar la escuela es esponjar el lugar, es indeterminar porciones crecientes de ella con la intuición (alegre) que desde ese fondo insondable se inaugurarán otras derivas, más potentes, más vitales.
La escuela conocida, encargada de reproducir y forjar estabilidades, certezas, previsibilidad, se ha desfondado. Nos quedan los cuerpos desenganchados, desaferrados, dispersos, o lo que es lo mismo, los cuerpos cansados.
Extrañar el lugar (no en el sentido de lo nostalgioso, o justamente intentando ir un poco más allá de esa sensación) es desconocerlo, liberar el sentido, para que se posibiliten situaciones inverosímiles, impensables.
A propósito del ahuecar, contaremos la experiencia de «La ventana» en el Centro de Formación Profesional N° 24 del barrio de Flores.
Vamos a tratar en el encuentro, de no solo «diagnosticar» este tono emotivo de época, sino indagar juntos qué otras formas se despuntan. Los esperamos.
Sergio Lesbegueris (Director del CFP 24 y sociólogo)
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En los últimos diez años las aulas de la Pcia. de Buenos Aires albergan cada vez menos adolescentes en sus aulas. Los que comenzaron abandonan y se reubican en la esquina de la escuela. La esquina se convierte en un «espacio paralelo» al escolar. Los docentes reconocen esta situación en sus charlas pero encuentran razones familiares, político-económicas o en el propio chico al que juzga como vago, sin preguntarse por sus prácticas, por la escuela o por su propio rol. Siguen afirmándose en lo que saben pero pocos se acercan a la esquina para indagar por lo que no saben.
No puedo leer las prácticas de lo que no ocurre, es decir, las relaciones entre los docentes y los chicos «de la esquina». Quiero contar una experiencia realizada por educadores que tuvieron que salir de «su» lugar, no solo físico, sino del de aquel que sabe.
A fines de los 80, un grupo de educadores que integré comenzamos a trabajar con chicos de la calle en Plaza Constitución. Buscaremos allí elementos para pensar lo que el presente problematiza.
La experiencia se funda en un momento de ruptura que atraviesan los educadores a partir de la que tuvieron que dejar las herramientas que utilizaban para pensar lo nuevo con que se toparon. En ese «nuevo hacer», abandonamos la subjetividad heredada, nos desmarcamos de las preguntas «qué hacer con la calle», que parecen dictadas por Otro (iglesia, Estado) y reformulamos en «qué hacer en la calle», al descubrir que es un espacio ordenador para esos otros que la habitan.
Alejandro Bergara (educador de calle; historiador)
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