[Este artículo entró como capítulo en el libro
«El bienestar en la cultura…» 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
[publicado originalmente en Campo Grupal de setiembre de 2009]
«La vida no es medida por el número de respiraciones que tomamos sino por los momentos que nos hacen contener la respiración»
Una sospecha nos hizo escribir «El bienestar en la cultura» (en Campo Grupal de abril pasado): nuestra cultura no exige malestar de sus individuos y les ofrece bienestar. En este acercamos la lupa a uno de los procedimientos de esa oferta, la pasión adrenalínica.
Constatación
La adrenalina corre como agua. Nuestra vida cotidiana la dispendia por doquiera.
«Todos los miércoles él y sus colegas [detectives privados porteños] se juntan a almorzar en un bar perdido del centro y a contar historias, a hablar de la profesión que tanto les gusta, de esa adrenalina que hace que te tiemblen las piernas cuando sacan fotos escondidos, pero que gusta igual, de las veces que salieron corriendo.»
Clarín entrevistó al comediante Fabio Alberti pocos días antes de debutar como conductor de TV:
«-Está bueno este cambio de todo: horario nuevo, programa nuevo, productora nueva, pantalla nueva, compañeros nuevos y oficio nuevo…
-¿Te asusta un poco?
-Tengo el miedo lógico, pero también está bueno sentir esa adrenalina.» (13/3/9; disponible en www.clarin.com/diario/2009/03/13/um/m-01875865.htm)
Un artículo de La Nación Revista se titulaba «Adictos a la adrenalina» y registraba:
«‘Te corre un frío por todo el cuerpo. Ves venir una ola de tres metros de alto y en una fracción de segundo tenés que decidir si te subís o esperás. Y si te equivocás, fuiste. En ese momento se te aceleran la cabeza y los músculos. Te da una energía y una velocidad impresionantes.’, describe Gabriel (36), especialista en informática y fanático del windsurf.»
Encontramos la emoción adrenalínica aquí allá y acullá. Hoy, en general, una vida ‘intensa’ como la que proponen las publicidades es la condición sin la cual no nos sentimos vivos. La onda del bienestar en la cultura es vivir experiencias intensas. Tal vez no las obtengamos, pero sí experimentamos su búsqueda: corridas de un lado al otro, momentos sin laburo, changas que se terminan, entregas a último momento, deadlines. La búsqueda es intensa, estresante, fragmentante, ‘matadora’… nos hace contener la respiración, como decía cierto e-mail.
Hecho constatado: la adrenalina está por doquier. ¿Qué nos dice de la cultura contemporánea?
Necesidades sociales
Lo social fluido requiere sujetos distintos a los de la sociedad sólida. Su subjetividad, sus escenas, sus vidas deben ser otras que las modernas si han de socializarse en el expansivo fluido contemporáneo.
En tiempos de sociedad industrial, decía Freud: «Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana.» En tiempos de sociedad posindustrial, cuando no es seguro que haya trabajo, y el trabajo que hay es precario, no es seguro que podamos insertarnos, es decir, ligarnos. Cuando no es seguro que haya ni trabajo ni comunidad humana ni un fragmento de realidad ni inserción en ellas, bien viene el placer efímero del consumo.
Así como la sociedad y la economía de hoy desligan, la cultura de la hora dispendia goce individualizado. En 1931 decía Freud que los «seres humanos deben ser ligados libidinosamente entre sí; las ventajas de la comunidad de trabajo no los mantendrían cohesionados». Hoy diríamos que, ahora que la división social del trabajo no nos mantiene cohesionados, las multitudes son desligadas gozosamente entre sí. Mientras que Freud llamaba «programa de la cultura» a cierta tendencia de la cultura a realizarse en unidades humanas cada vez más grandes, nosotros hoy diríamos que -si es que se le puede adjudicar una tendencia- el programa de la cultura contemporánea es el bienestar en la desligazón, el goce en la desolación, el derecho satisfecho sin obligación en contrapartida. La cultura contemporánea ofrece bienestar por aislamiento. La publicidad antes podía prometer un bienestar, pero no iba a sugerir no convidar a un amigo, no iba a publicitar el pequeño tamaño de una golosina diciendo que su ventaja era que no se podía compartir, o cosas por el estilo. Tampoco habría, como en la propaganda de Top Line, mostrado con gracia el descaro, la desfachatez, con que los amigos adolescentes ocupan el lugar dejado frente al espejo por el amigo que acaba de explotar y desintegrarse al apretarse un granito. Si clásicamente la publicidad podía resumirse en la de Quilmes, que impulsaba «el sabor del encuentro», o en la de Tubby 3 y 4, que promocionaba el acompañamiento, la publicidad actual invita a gozar del sabor del desencuentro.
La sociedad sólida requería una subjetividad más bien rutinaria, ‘ubicada’, ‘realista’. Lo social líquido requiere una subjetividad singular: gozosa, narcisista, imaginal, ‘insufriente’, violenta, arriesgada, adrenalínica. Habíamos dicho algo del hedonismo y narcisismo en el artículo anterior; aquí explayémonos sobre la vida adrenalínica.
La vida thriller
El consumismo actual es un hedonismo, una fiesta de los placeres cuando no se sabe cuál va a ser el futuro, o cuando hay una posibilidad de que el futuro sea negro. «El psiquiatra Juan Manuel Bulacio afirma que el consumismo se concentra en satisfacer el placer inmediato.» Cuando, como dice Edgar Morin, el futuro se llama incertidumbre, lo único cierto es lo inmediato. Además, cuando el futuro no existe en el presente, como decíamos en los artículos sobre temporalidad fluida, lo único que existe es ‘ya’. Si no es ya, no existe. No solo es incierto qué va a pasar en el futuro, sino que incluso es incierto es si el futuro va a consistir. La fluidez del tiempo y el inmediatismo de los placeres van juntos. El inmediatismo en la búsqueda del goce va de la mano con la incertidumbre de futuro. La oferta de adrenalina promete un ‘shock’ de placer: goce impactante e instantáneo.
«Si una situación anhelada por el principio de placer perdura, en ningún caso se obtiene más que un sentimiento de ligero bienestar; estamos organizados de tal modo que solo podemos gozar con intensidad el contraste, y muy poco el estado. Ya nuestra constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha.»
La dinámica propia del consumo es muy acorde a esta característica constitucional humana. El consumo proporciona satisfacciones efímeras que deben volver a procurarse una y otra vez. El consumo siempre inacabable, siempre prometedor de satisfacción, provee contraste una y otra vez parece compensar, pues, las limitadas posibilidades de dicha de nuestra constitución. Del mismo modo, el mundo de la imagen ofrece repetidos contrastes que gozar. Asimismo, la vida contemporánea ofrece juegos y trabajos «a pura adrenalina».
Nos detendremos en los juegos. Se suelen dividir los tipos de juego en cuatro, siguiendo a los griegos: agón, o de competencia, alea, o de azar, mimicry, o de ficción, e ilinx, o ‘de vértigo’. Según Adriana González, ilinx son «juegos sensoriales que se basan en buscar el vértigo, que consiste en un intento de destruir por un instante la estabilidad de la percepción y de infligir a la conciencia lúcida una especie de pánico voluptuoso. En cualquier caso, se trata de alcanzar una especie de espasmo, de trance o de aturdimiento que provoca un estado orgánico de confusión y de desconcierto… Por ejemplo, uno de esos juegos de la infancia de dejarse caer rodando por una ladera, un tipo de juegos que genera algo del movimiento rápido.»
Hoy la cultura provee la posibilidad de juegos vertiginosos para todas las edades y muchas más veces, al tiempo que inhibe mucho menos a los jugadores que lo que los habrían inhibido ‘esos juegos de la infancia’. Me refiero, por ejemplo, al «puenting» o saltos desde puentes, a todos los deportes de riesgo en general, deportes por lo demás cada vez más accesibles, pero también a algún deporte como la competencia de quién camina más tiempo, en las que se ha llegado a caminar más de cien horas seguidas. Se trata justamente de juegos que de algún modo destierran, deponen, aunque sea mientras duran, el principio de realidad culturalmente establecido para el juego mismo.
Dice Teresa Mardaras (42), paracaidista aficionada, que «saltando a cuatro mil metros tenés un minuto de caída libre y en tres minutos estás en el piso. No hay mejor sensación que saltar al vacío. Cuando abren la puerta del avión el corazón te late fuerte, se te seca la boca y tu cabeza esta pendiente de lo que vas a hacer después. Te da un poco de miedo. Pero no es un terror que te paraliza. Al contrario, está bueno.»
Por supuesto, este paseo por lo adrenalínico no lo encontramos sólo en los deportes de riesgo sino también en los thrillers y todo tipo de películas, y también en muchos trabajos, por ejemplo el de rescatista o agente de bolsa. «Puede ser que exista un perfil más osado entre los operadores de Bolsa. Pero no voy al casino ni corro autos a 300 Km./h. Cubro mi cuota de vértigo acá.» Pero también paseamos por lo vertiginoso cuando corremos entre trabajos, o cuando se nos ‘cortó’ un trabajo y debemos encontrar otro.
La vida adrenalínica, o vida thriller o ilinx, la vida que nos eriza la piel, la vida que sentimos intensa, la que provee pletóricamente contrastes, es demanda de una oferta cultural que permite multiplicar las sensaciones de bienestar, y que permite burlarse frecuentemente del principio de realidad (una realidad que por cierto es muy complicada, muy pesada). Parece que hoy en día uno se puede evadir aceptablemente de la realidad con contrastes de alta intensidad suficientemente recurrentes. Incluso hemos oído decir, o dicho o sentido nosotros mismos (¿quién está exento, después de todo, del bienestar en la cultura?), que la adrenalina es lo que nos hace sentir vivos.
Freud indicaba que «el principio de placer se transformó, bajo el influjo del mundo exterior, en el principio de realidad, más modesto; no es asombroso que [muchos] se consideren dichosos si escaparon a la desdicha» (ob. cit., 77). Los juegos y la vida ilinx permiten retransformar el principio de realidad en goce disolviendo la realidad. Sin embargo, su éxito no radica solamente en que otorga contraste y evasión sino también en que brinda riesgo y atravesamiento del riesgo. Disuelve la realidad tanto como la simula, y aquí estriba su gran difusión.
El thrilling, recurso para la vida fluida
Antes de concluir, démonos una vueltita por un hotel estratosférico recién inaugurado.
El hotel Stratosphere de Las Vegas está en la cima de una torre de 350 metros de altura. Saliendo a la terraza, usted puede disfrutar de un parque de diversiones totalmente «heart-pounding» (que hace palpitar el corazón) con cuatro atracciones que parten desde la terraza: «Big Shot» (o «Gran disparo») dispara a los pasajeros 50m hacia arriba a 70km/h sometiéndolos a 4Gs (cuatro veces la fuerza de la gravedad); «X-Scream» (o «Extra grito» o «Grito extremo») es un carrito que recorre velocísimamente una vía que termina abruptamente en el aire a 8m del borde de la terraza y a 264m del piso; «Insanity, the ride» (o «Locura: el paseo») es una calesita volante que a la misma altura gira en el aire a 27m del borde de la terraza y rotándote a 3Gs; la cuarta atracción es una montaña rusa en la puntita de la torre. El hotel, sin embargo, no las llama ‘cuatro atracciones’, sino «Four Thrills», o «Cuatro estremecimientos».
¡Otra que ilinx! Palabritas como goce o disfrute suenan demasiado tenues, demasiado sosegadas al lado de lo que el bienestar en la cultura requiere. La productividad en adrenalina, así como su demanda, son hoy tan elevadas que rodar por una ladera efectivamente resulta cosa de niños.
I.
«‘La atención supone una investidura sostenida de un pedazo del mundo. Otorgarle valor psíquico a algo y sostener la investidura a pesar de los aspectos desagradables que puedan aparecer…’ Estar atento implica un control de impulsividad, puesta al servicio de la investidura de ese objeto que ha captado el interés.»
Cuando han caído las investiduras, la atención queda al borde de caer también. Cuando la cultura es de malestar, inviste selectivamente; cuando es de bienestar, exhibe pletóricamente. En una cultura de goce, la atención deja de ser un dato instituido para devenir bien escaso: los «pedazos de mundo» no tienen la atención de los sujetos de la cultura sino que compiten para ver si la obtienen. La cultura contemporánea es en sí misma un gran campo de batalla de obtención de atención. La cultura de bienestar no es solo sus contenidos prometedores de bienestar sino también sus procedimientos captadores de atención. La adrenalina, el estremecer o ‘espeluznar’, el thrilling, es uno de esos procedimientos.
¿Cómo hace el sujeto contemporáneo para ‘enfocar’ su libido? A falta de investidura, buenas son adrenalinas.
II.
«-¿Por qué necesitamos adrenalina? Esta sustancia, liberada por la glándula suprarrenal en respuesta al peligro, es fundamental para la supervivencia. Entre sus múltiples efectos fisiológicos, estimula el corazón para que aumente la frecuencia de sus latidos, favorece la liberación de glucosa, produce la dilatación de las pupilas para mejorar la visión, disminuye el tiempo de coagulación de la sangre y provoca piloerección (piel de gallina). En segundos, el organismo está preparado para luchar o huir. Además, ‘estimula la liberación de dopamina en el sistema nervioso central, una sustancia que provoca sensación de bienestar anímico’, detalla el psiquiatra y psicoanalista Ricardo Rubinstein. ‘A este aspecto biológico debemos añadirle el componente psicológico, donde la sensación de bienestar es provista por la acción de la descarga muscular, las vivencias de alivio, triunfo y engrandecimiento del yo tras superar el peligro. Así, lo riesgoso puede transformarse en algo buscado para eliminar otras vivencias desagradables, y puede resultar potencialmente adictivo’.»
Adrenalina es bienestar a full. Los juegos ilinx parecen funcionar como simuladores a escala de la vida contemporánea: en ambos hay peligros varios, saltos al vacío, respuestas de sobrevivencia; los juegos, sin embargo, te dan las variables más controladas y permiten confiar en que saldrás ileso. Pero los juegos vertiginosos no son solo un entrenamiento para la vida sino desarrolladores del disfrute del riesgo y la intensidad y el vértigo: desarrolladores de esa subjetividad que acepta de buen grado -y hasta busca- los saltos al vacío, una subjetividad que se siente vacía si no pasa por esos abismos.
«La endocrinóloga y psiquiatra María Teresa Calabrese dice que, ‘en general, son personas que… no es que no sientan miedo. Sino que tener miedo ante una situación determinada siempre es más tranquilizador que el miedo interno sin nombre. Utilizan el riesgo y el temor para autocalmarse, por extraño que parezca’. Ocurre que la adicción al riesgo, como tantas otras, está socialmente aceptada. ‘Es frecuente en deportistas y profesionales exitosos que se muestran muy seguros de sus logros pero que en realidad son inseguros y tienen vínculos de muy pobre calidad afectiva’.»
La pobre calidad vincular es inherente a la fluida vida contemporánea. La mejor formulación formal de fluidez es que fluida es la relación aleatoria entre dos puntos. Para tu precariedad vincular, la cultura de hoy no tiene lazo (eso, como veíamos en el artículo anterior, requeriría malestar); para tu desolación, la cultura convida bienestar, y para tu incertidumbre y tu pánico, brinda adrenalina.
‘El psicoanálisis habla de una erotización del peligro. ‘Aquello que normalmente provocaría displacer (el temor) termina generando un plus de placer erótico… -explica Rubinstein. El sujeto se ubica en una posición omnipotente, maníaca. Se siente dueño, amo y vencedor sobre la muerte, con la que confronta una y otra vez’.»
A vos, que estás a la deriva, a la buena de Dios cuando no hay Dios, la cultura del bienestar te da la posibilidad de enseñorearte sobre la muerte. Padecemos una gran impotencia frente a las condiciones en que vivimos nuestras vidas; luego, abrevamos en la omnipotencia: riesgo por doquier y adrenalina para tirar al techo. (Una vez más, la pregunta es: ¿para cuándo la potencia?).
Abreviemos. El thrilling es, por un lado, un sucedáneo de la investidura cuando la cultura ha agotado el malestar como recurso para instituirla, y, por otro, entrenamiento y equipamiento para el vacío y la precariedad. De este lado, no puede faltar en un kit de supervivencia para condiciones sociales de futuro, laburo y lazo volátiles. El thrilling te prepara tanto en el goce de una realidad soluble como en el goce de pasar por una realidad disuelta.
Bifo sugiere que el Prozac cubre lo que la desolación quita. En efecto, la creación, producción y consumo de psicofármacos ha conocido un desarrollo exponencial desde los ’90. De algún modo, la tira televisiva Los exitosos Pells registraba esta tendencia con su publicidad ficticia: «clavate unas Pum para arriba y pegale de largo hasta pasado mañana»; sin embargo, ni todos ni casi todos tomamos prozac, bebidas energizantes o cocaína. Con su dispendio cotidiano de adrenalina, cultura presta lo que sociedad no da.
Esto es un derivado de Bienestar en la cultura
Leído en uno de esos adjuntos que llegan en mails innumerables veces reenviados (recaló en mi casilla a fines de 2007). Nahuel Gallotta, «Elemental Watson, se trata de un caso de infidelidad», Miradas al Sur, 2/8/9. No menospreciemos el hecho de que truchez y adrenalina aparezcan en la misma enumeración. Pasión adrenalínica y precariedad social corren juntas. Por María Naranjo, 3/2/8. En Freud, El malestar en la cultura, Obras completas, t. XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 1998, p. 80, n. 5. Sumariemos la tesis central de esa obra con E. Aguirre. «La cultura es una especie de trueque en donde sacrificamos gran parte de nuestra libertad individual a cambio de seguridad y protección frente a los peligros: de la naturaleza, del propio cuerpo y de las demás personas. El malestar proviene de las restricciones que la cultura impone a la libertad individual en pos de la vida en sociedad». El bienestar contemporáneo, en cambio, proviene de las satisfacciones que la cultura ofrece al goce individual en detrimento de la vida social.
Freud, S. «El malestar en la cultura». En: Obras completas Amorrortu. t. XXI, c VI, p. 118
Se emitía en 1984 con este jingle: «yo soy un Tubby que andaba solo en una ciudad pesada hasta que un día encontré una Tubby y quiso que la acompañara… Vamos subidos a los bolsillos de una ciudad soleada: Tubby 3 y Tubby 4…». Disponible en youtube.com.
Y esto sin ironías. Si se prefiere, dígase que la publicidad invita a disfrutar el sabor del ‘cortarse solo’. Por lo demás, obviamente, no todas las publicidades están en la misma línea, y sigue circulando el eslogan del «sabor del encuentro». No todo es homogéneo, y mucho menos en la fluidez; cada campaña publicitaria estima qué imagen le viene mejor a su producto. Pero el solo hecho de que los valores a los que una publicidad apela sean tan fácilmente mudables confirma la crisis de la cultura del malestar (esa que instilaba un superyó en cada uno, ligándolo con otros).
El corto de Citroën C5 muestra claramente el sabor del desencuentro, es decir, el bienestar que se obtiene por aislamiento. Esa propaganda, protagonizada por Araceli González y Kiefer Sutherland, muestra que andar adentro de un Citroen C5 ofrece el silencio, la intimidad, la paz, que la vida en la ciudad del siglo XXI ha roto. La pantalla muestra la calle con sus accidentes, sus ruidos, sus obras viales, el gran tráfico, los embotellamientos, pero adentro de ese hermético habitáculo la vida parece ser mucho más tranquila, sin las agresiones de la contaminación sonora y sin los contratiempos que produce el tránsito. Mientras que la imagen de la calle es un caos, la imagen del interior del auto es de un silencio apacible desde el que la calle se ve tranquila y vacía, como a disposición del que maneja. El malestar con los demás muda en bienestar en el consumo; el malestar en la sociedad, en bienestar en la isla.
Con todo, basta con detenerse en las publicidades más ‘grupalistas’ para dudar de que ensalcen el encuentro. En el comercial «Póker Pepsi Max» (disponible en youtube), de 2007, la reunión amistosa es una competencia de levante. En una de Coca-Cola del último verano, el encuentro no es sino replicación yoica. Allí la misma canción se propagaba por vías telemáticas, llegando a ser cantada por muchos jóvenes físicamente distantes entre sí: «Hoy quiero que me mires/ hoy quiero que me llames/ oh, oh!». El vínculo (aunque mejor debiéramos llamarlo ‘contacto’) entre todos esos jóvenes no es un ensamblaje complejo sino una replicación veloz y proliferante; no es una construcción conflictiva y creativa sino una tele-clonación automática y llana. Los demás no ofrecen dificultades porque disfrutan de lo mismo que yo. ¡Ese sí que es un vínculo cómodo! El bienestar en la cultura ofrece bienestar para los socialmente desolados, pero también propone un ideal de bienestar ‘colectivo’: disfruto con otros si disfrutan lo mismo que yo igual que yo; es decir, si los otros no son otros. El bienestar grupal es posible si no pone conflictos que laburar, si es automático, si no da trabajo. Me decía Franco Ingrassia en un mail: «La subjetividad egoica parece no ver la ‘magia’ del vínculo con otros en su potencia de salida creativa del malestar sino en su poder de aumento del confort.»
La última de Quilmes, que emiten estos días, también está en youtube y se llama «Error de continuidad». En medio de la pista de baile, frente a mujeres deslumbrantes, dos amigos bailan. Uno de ellos advierte demasiada perfección, así como errores de continuidad, y le dice al otro: -¡Estamos en una publicidad de Quilmes!
¿Estamos en una imagen? Si sí, no estamos donde estamos ni hacemos lazo con los que están donde estamos: no saboreo ningún encuentro con ninguno de los que se encuentran donde me encuentro. ¿Y mi amigo, ese al que le digo «estamos en una publicidad»?, ¿acaso con él no me encuentro? Dudoso. Algún poeta sólido podía decir «El mundo se desploma y yo cantando:/ la gente que me odia y que me quiere/ no me va a perdonar/ que me distraiga»: lo único cierto es el lazo. Al final, frente al porrón de cerveza, mi amigo, al que le digo «no te la tomes; si la tomás se termina», hace un gesto como diciendo «ma sí, qué me importa, yo me tomo esta birrita que es de verdad». De igual modo, en otro momento, mi amigo me había dicho «no entiendo» y yo, cansado de explicarle, le había contestado «dejá, yo me entiendo». El lazo se desploma y él gozando: el mundo es dudoso, el encuentro es dudoso, lo único cierto es el goce propio. Error de continuidad: Sabor del desencuentro.
La expresión inglesa thriller se usa para denotar «película de suspenso», pero estrictamente, el verbo to thrill significa estremecer, emocionar, conmocionar, entusiasmar, poner los pelos de punta, etc. y en este sentido decimos aquí thriller y thrilling.
En Julieta Bravo, «El narcisismo es un signo de lo jóvenes de hoy», La Nación, 10/2/08.
Pablo Hupert, «Tiempo disperso y tiempo compuesto», Campo Grupal 96, diciembre de 2007 y «El pasado era un dato ineludible del presente…», Campo Grupal 98, marzo de 2008; también en https://www.pablohupert.com.ar/.
Freud, ob. cit., 76, subrayado mío.
«Lo lúdico como espacio de subjetivación y recurso para la coordinación», IIG, seminario teórico del 6/10/7.
Ver «El proyecto personal, ¿una subjetivación que nos sujeta?», en Campo Grupal, diciembre de 2006 o https://www.pablohupert.com.ar/. Reeditado en 2009 por el colectivo Ensayos En Vivo.
Traduzco la descripción que sigue de http://www.stratospherehotel.com/; visitado el 12/3/9. También circulan por mail distintos archivos .pps en castellano mostrando estas «maravillas» con fotos que dan vértigo con solo verlas.
María Cecilia Prieto, «Niños y adolescentes con dificultades en la atención», Campo Grupal 111, Mayo de 2009. La cita interna es de B. Janin, «Niños desatentos e hiperactivos», en Reflexiones críticas acerca del Trastorno por déficit de atención con o sin Hiperactividad, Bs. As.,Noveduc , 2005.
Bifo intuye la atención como bien económico escaso en Generación post-alfa.
Ver «Desrelación en tiempos de hiperconexión» (publicado en Campo Grupal de noviembre de 2008), o «Argentina unida por CTI», ambos en www.pablohupert.com.ar.
Dada por Ernesto Kreplak, según Ignacio Lewkowicz en Pensar sin Estado, Paidós, Buenos Aires, 2004.
Este corto, así como el del jugo energizante Villa Roel, se puede ver en youtube.com.
Una continuación de estas ideas en «Juego adrenalínico y trabajo precario«