[publicado en Miradas al Sur el 2/8/9]
La cosa se puso peliaguda, pero no tanto, no vaya a creer. Los últimos días hemos visto conductas distintas a las acostumbradas: el gobierno dialogando y haciendo concesiones explícitas, la oposición bajando el tono, el gobierno dividiendo el frente rural, la oposición pidiendo calma a la Mesa de Enlace.
¿Qué está pasando?
El tema de la facultad extraordinaria (o ‘superpoder’) de reasignar partidas presupuestarias es un buen ejemplo. Se baja el límite reasignable de 100 a 5% del presupuesto, pero el kirchnerismo nunca llegó a reasignar mucho más que el 4%. Aun teniendo en cuenta que el de 2009 es un presupuesto menguado, la limitación no parece limitar demasiado. Pero aun así, el gobierno se muestra cediendo y la oposición celebrándolo.
La reasignación permite al menos dos cosas: por un lado, adaptar las medidas de gobierno a circunstancias siempre cambiantes, es decir, gobernar; por otro, cultivar la connivencia entre sector privado y sector público, es decir, robar, es decir, dar estímulo económico al sector privado y medios de vida a la clase política. No parece bueno para nadie, entonces, ni para gobierno ni para oposición, que se impida reasignar partidas presupuestarias a discreción del Ejecutivo. A la vez, sin embargo, cada sector político (manifiestamente, las provincias) busca que las modificaciones que se hagan terminen favoreciéndolos, pero sin quitar desfinanciar al Estado de cuya operatividad dependen sus privilegios.
Todos pegan, pero nadie quiere derribar al oponente -no sea cosa de que al caer derribe el mismísimo ring donde pelean. Solemos creer que un análisis político consiste en contar y aquilatar los puñetazos que los contendientes tiran. Dejémonos de eso; pensemos la pelea misma. Descartemos la paja, a ver si damos con el trigo.
Las elecciones han debilitado al Ejecutivo nacional. La cuestión, para todos los actores, es cómo sacar tajada de este hecho. Sin embargo, tienen tantas ventajas que obtener como riesgos que evitar.
La oposición debe capitalizar su triunfo electoral pero sin poner en riesgo la gobernabilidad. «Que nadie crea que haber triunfado en una elección te permite ser triunfalista, decir que yo tengo razón sobre todos y lo único que tienen que hacer es lo que yo pienso. Ayer se cumplió un mes de la elección y nosotros hemos mantenido una posición cauta», aseveró De Narváez. (El Gobierno y la oposición coincidieron en que las expresiones del campo fueron «subidas de tono»)
El gobierno debe mantener capacidad de gobernar -poder, que le dicen. Para eso, debe lograr que cierren las cuentas fiscales (Estado bajo presión), mantener la iniciativa, conservar discrecionalidad (30.07.2009 | Proyecto para limitar los superpoderes | Un cambio cosmético que dejaría intacto el manejo discrecional) y una opinión pública favorable.
Ambos, oposición y gobierno deben cuidarse de que el aparataje político parezca innecesario. Conti reconvino: «Necesitamos una oposición seria» (El Gobierno y la oposición coincidieron en que las expresiones del campo fueron «subidas de tono»). La clase política (gobierno y oposición) debe «atender el pronunciamiento de las urnas» y a la vez mantenerse como clase política. Es decir, conservar su capacidad de mantener el orden y de vivir del Estado.
La Mesa de Enlace también busca sacar tajada del debilitamiento del Ejecutivo, pero corre riesgos distintos, ya que no tiene un compromiso directo con la salud del sistema político. La Mesa de Enlace necesita, por un lado, mostrar a sus dirigidos que es una buena herramienta para alcanzar los objetivos que el sector busca, y por otro, evitar una combatividad que la deje sola en mitad de la batalla. La simpatía general que obtuvo en 2008 no parece suficiente para ‘romper lanza’. Los medios le dan espacio, pero las cacerolas no parecen acompañarlos esta vez. Ahora que a gobernadores y oposición se les abrieron otros canales de diálogo y presión, romper lanza parece inoportuno. Sermonearon Solá y De Narváez el 28: los ruralistas «se pasaron de rosca» con sus dichos del 27; el 1/8 Buzzi debió decir que «no queremos dinamitar puentes; estamos obligados a jugar al ajedrez» (www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1157443)..
Así la Mesa de Enlace aparece como tercero en discordia. El 27 sus líderes se burlaron del Consejo Económico y Social («nadie sabe qué es ni para qué sirve»), del Gobierno («no se dio cuenta que perdió»), y hasta de la oposición («no se dio cuenta que ganó») (Patrones de estancia).
La Mesa de Enlace no tiene necesidad inmediata de asegurar la operatividad del Estado. Al contrario, busca sacar tajada del debilitamiento del PEN. La oposición le pide «calma» y avisa que no acompañará sus bravuconadas. La Mesa de Enlace no busca un golpe de Estado, pero le es indiferente la viabilidad del régimen (es a este tipo de conducta, entiendo, que debemos llamar destituyente).
El asunto, tanto para gobierno como para oposición, no es mejorar la democracia, perfeccionar el régimen político, fortalecer las instituciones ni ninguno de los otros clichés republicanos a que se recurre. El asunto es mantener la relevancia social del Estado, jaqueada desde arriba en los 90 y desde abajo en 2001.
El cuadrilátero donde pelean los actores es precario. Para poder seguir peleando, todos deben cuidar que no rompa. La pelea de la hora es un complejo entramado de disyuntivas. Cada sector necesita mantener o ampliar sus privilegios y por lo tanto, pelear; cada sector necesita hacerlo cuidadosamente, no sea cosa que medre su predicamento en la opinión general. A su vez, todos los sectores requieren hacer todo eso de modo tal que el precario sistema político argentino sobreviva. El tinglado político, la clase política, el Estado sobrevivirán si a su vez logran sortear otra encrucijada: satisfacer a los sectores en pugna sin perder fuerza operativa. Sobrevivirán si mantienen alguna relevancia social.