[Este artículo entró como capítulo en el libro
“El bienestar en la cultura…“ 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]
Uno no tiene amigos: uno tiene contactos. Chiche Gelblung
Cuando no hay tiempo, hay links. Daniel Badenes
Me crucé con un viejo compañero de la secundaria. Me contó que conoció una chica en el sitio de comunidad virtual Facebook, quedó en pasar a buscarla, fue a un albergue transitorio, se echó un polvo y la dejó, después, en su trabajo. Nunca más la vio, y eso es todo.
La época de la hiperconectividad es también la época de la híper-desrelación. Vale decir, no hay estabilidad; hay posibilidad de conectarse y desconectarse en cualquier momento. Como existe esta posibilidad de conexión rápida, se debilita la necesidad de conexión estable. Estoy tratando de entender la correlación entre la volatilidad de las relaciones humanas y la tecnología de la comunicación ubicua; ambos son fenómenos de nuestra época.
Por supuesto, hay otras explicaciones, como la de Bauman; él explica que, a mayor compromiso en las relaciones, menor libertad, y que el chabón de hoy necesita libertad para manejarse, para saltar de una trabajo a otro, de una vestimenta a otra, de una identidad a otra, para no sentirse ni comprometido ni fijo ni nada. De todas maneras, me voy a ceñir un poco más a los argumentos internos de esta relación entre hiperconectividad y desrelación.
Pongamos una escena: tengo un par de amigos con los que me encanta charlar. Deberíamos encontrarnos y tomar un café. Sin embargo, tengo poco tiempo, tengo muchas cosas que hacer; no me voy a encontrar a tomar esos cafés. Total, en cualquier momento los encuentro en el Messenger. Ya pintará, en cualquier momento. No tomaré un café de un par de horas, pero chatearé de a minutos con ellos una y otra vez a lo largo de la semana, en lo huequitos del trabajo. Digo: no me relacionaré de cuerpo entero con ellos, sino celularmente: un sms, un chat, un mail, un llamado. La relación no será permanente sino intermitente.
Estoy diciendo algo así como que la permanencia de una relación va en proporción inversa a la disponibilidad de recursos tecnológicos de celularización e intermitencia. Hoy tengo la posibilidad, gracias al teléfono, al chat, al mail, al sms, al videochat, etc., de conectarme y desconectarme rápidamente, según los requisitos del momento; esto hace que un hueco de tres minutos resulte suficiente para conversar con un amigo (o chatear, que es lo mismo dicho en inglés). No necesito grandes unidades de tiempo para encontrar a mi amigo; alcanza una célula de tiempo (por ejemplo, los momentos de espera del colectivo), que suelen terminar de sopetón, sin aviso previo (por ejemplo, cuando llega el colectivo).
Por lo demás, el momento es tan aleatorio, tan poco planificable, la agenda está tan fluidificada, se ve sometida a tantas variaciones, que difícilmente pueda programar tener un espacio de dos horas para ver a uno y dos horas más para ver a otro (seguramente, después tendría que suspenderles…). Ergo, necesito recurrir a esa intermitencia que me permite la tecnología. A su vez, como puedo recurrir a esa intermitencia, necesito menos de la estabilidad de la agenda, con lo cual la agenda se desestabiliza más, se fluidifica más, se torna más aleatoria.
Un café entre dos amigos de épocas sólidas, es decir, entre dos miembros de una relación estable, era la actualización de un lazo. Hoy, el chateo, la conexión intermitente, no es actualización de una relación estable. Es el encendido de un canal que de otro modo está apagado. En la hiperconexión, como en la informática, sólo existen uno y cero, on y off, apagado y encendido.
Podemos todavía decirlo de otra manera. Una relación sólida tiene instancias necesarias, tiene una lógica de funcionamiento. Una conexión en los tiempos de la hiperconectividad, en cambio, es aleatoria. El chat no es una instancia necesaria, sino una mera probabilidad, tan probable como incierta. Entonces, diríamos: en tiempos de hiperconectividad, es decir, en tiempos de posibilidad de conexión aleatoria, no hay conexiones necesarias entre un encuentro y otro (ni tampoco, digámoslo, entre una persona y otra). La disponibilidad de conexión tecnológica ha borrado, de las relaciones interhumanas, la conexión necesaria entre sus instancias (o tiende a hacerlo).
Dicho sea de paso, creo que también así se puede entender por qué, o cómo, en qué condiciones, se ha extendido la moralina del no reclamo, del no planteo, del no reproche a los amigos, así como también se ha extendido el reproche, el reclamo, el planteo; o por qué, si estos se eluden, porque no hay lugar para hacerlos, se ha extendido la decepción. Se han extendido también los amigos nuevos, a la par de la profusión de los ex amigos.
Dicho de otra manera, la precariedad no sólo alcanza al «trabajo en negro». La precariedad no se limita a las relaciones laborales no declaradas, sino que alcanza cualquier tipo de relación. La precariedad no es efecto de una anormalidad jurídica, o de una perversión jurídica, sino de la fluidez misma, de la hiperconectividad postindustrial, del capitalismo del mercado radicalizado.
«En la experiencia de trabajo no existe continuidad alguna: no se va a la misma fábrica, no se hacen los mismos recorridos, ni se encuentran las mismas personas, como ocurría en la época industrial. Por eso, no es posible sedimentar formas de organización social duraderas.» (Bifo, Generación post-alfa)
La escasa permanencia de las relaciones sociales, su volatilidad, corre a la par de la posibilidad de su intermitencia. Me pregunto si podremos montar procedimientos de permanencia relacional.
Ah…, ¿mi compañero de la secundaria? No quedamos en nada. Nos pasamos el mail. Ya nos veremos, porái.
PS: Acabo de bajar del 132. Unos pibes como de colegio secundario charloteaban a los gritos. Hablaban de su viaje a Bariloche. Hablaban del regreso:
– Cuando estás allá, estás tirado en la cama, otro está bañándose, otro por ahí está escabiando. Cuando volvés estás tirado en la cama y decís “¡ay…!”. Estás solo y te querés matar… –la banda asintió riendo, y uno contó:
– Cuando volví no me bancaba no ver a nadie. Estuve todo el fin de semana en el chat, hablando con todos.
Parece que no podían juntarse ese finde. ¿Para qué, si está el chat?
PS 2: ¿Significa todo esto que cuanta más facilidad de la comunicación haya habrá menor solidez en las relaciones humanas? Algo así, aunque no tenemos cifras para confirmarlo. Lo seguro es que cuánto más fácil y barato resulta conectarse (y desconectarse y reconectarse, etc.), menos necesario resulta relacionarse. Si a eso agregamos que todos tenemos cada vez menos tiempo, veremos que efectivamente las relaciones humanas son cada vez menos sólidas.
[artículo publicado abreviado en Campo Grupal n° 104, noviembre de 2008]
espectacular la lucidez de este artículo