Cultura clónica egosintónica

[Este artículo entró como capítulo en el libro
El bienestar en la cultura 2da edición ampliada, publicada por Pie de los hechos en 2016]

[Publicado originalmente en Campo Grupal 142, marzo 2012]

La radicalización de las relaciones mercantiles no deja de sorprender, y además de tablet-pc’s y crisis financieras produce rasgos subjetivos y culturales dignos de nota. Anoto un par.

Egosintonía. La onda todo bien.

Y si Araceli se viene conmigo
no me importaría que en toda la tierra
se mueran de hambre.
Si ella está conmigo, ¡que vayan con Dios![1]

Digo que la cultura contemporánea no es de malestar, como la de Freud, sino de bienestar.[2] La máxima que resume la moral del bienestar en la cultura de la siguiente manera: “todo lo que sea egosintónico, enter; todo lo que sea egodistónico, esc.”

Se me dirá que siempre fue así en todas las culturas individualistas, incluso en la del malestar en la cultura. Y responderé que no; para empezar, en la cultura cristiana, que también, a su modo, era individualista, lo egodistónico, la autoflagelación, la autoinculpación, el mea culpa eran bienvenidos, como en la tradición estalinista eran bienvenida la llamada autocrítica. Incluso en la propuesta psicoanalítica era bienvenido lo egodistónico y se proponía que se lo trabajara de cierta manera; no se trataba obviamente de convertirlo en amigo del paciente, sino de tomarlo como camino hacia la cura. En la poesía y en la novela románticas, por otra parte, el sufrimiento de amor era también bienvenido como vía para el amor verdadero, para la realización plena de la persona; hemos oído a varios enamorados decir románticamente cosas como ‘prefiero sufrir a tu lado que gozar la vida sin vos’, etc. Los ejemplos podrían multiplicarse en cuanto a formas de proceder que, a pesar de –o precisamente por– ser individualistas, sacan provecho de lo egodistónico.[3]

En cuanto al procesamiento de lo egodistónico, faltaría decir que, en el bienestar en la cultura, lo distónico simplemente se rechaza, se le echa Raid, se lo desconecta, se busca su cancelación, porque lo egodistónico se ha tornado insufrible. La cultura contemporánea no proporciona al sujeto herramientas con las que sufrir lo que no le da goce.

Cuando digo que la cultura contemporánea provee bienestar no digo que la vida contemporánea no produzca malestar sino más bien lo contrario. El mundo contemporáneo, tal como lo vivimos, se nos hace in-sufrible. Que algo sea sufrible, que sea penable, no depende tanto del algo sino de la subjetividad a la que le toca ese algo. La subjetividad contemporánea no dispone de recursos para sufrir. Pero, entonces, ¿qué hace cuando se le presenta algún estímulo doloroso? Duelar, no. Pues duelar, dice Freud, requiere “gran gasto de tiempo y de energía psíquica”. Este gran gasto es el que la veloz vida líquida requiere evitar, y para eso su cultura aporta bienestar.[4] Así aparecen “la facilidad de la identificación” (Salecl y Moore[5]), las subjetividades de baja intensidad (A.M. Fernández[6]), los sicofármacos al alcance de la mano, la amistad conectiva o no-vincular, etc.

Entretanto, el bienestar en la cultura sí proporciona herramientas con las que gozar negando lo que resulta egodistónico:, la drogadicción, las terapias alternativas, el turismo, el entretenimiento, las distracciones, la multiestimulación, la dispersión, la intensidad adrenalínica,[7] etc.

¿Qué se entiende por egosintónico entonces? En nuestra cultura, la cultura del bienestar, resulta egosintónico todo lo que sea ‘egoclonante’: todo lo que confirme al ego de manera instantánea y de manera imaginal, es decir, no lo que lo confirma simbólicamente sino lo que lo confirma imaginariamente (en un imaginario que es imaginería dispersa y que no se complementa con un orden simbólico, sino que se presenta como pura proliferación anárquica de imágenes que localizan al ego por intensificación y no por identificación). Se trata de un mundo imaginal que no se complementa estructuralmente con lo verbal produciendo significación y dando herramientas para procesar todo lo que es otro del ego:

“La intolerancia hoy día se manifiesta, más que como imposición de un determinado discurso para excluir otros discursos, como rechazo de todo tipo de discursos, como burla del discurso de sí mismo. La perspectiva que ello implica sería, en último término, la de un mundo inarticulado, aunque no silencioso, que se manifestase a través del alternarse de pulsiones agresivas y de caídas de tensión, individuales y multitudinarias (…).Tender hacia la condición en que nada puede alcanzarnos desde afuera, en que el otro no interviene para desbaratar el estado de plenitud que creemos haber conseguido, significa envidiar la condición de muerto. La intolerancia es aspiración a que ‘el afuera de nosotros’ sea igual a lo que creemos que es ‘el dentro’ de nosotros, es decir, una cadaverización del mundo”.[8]

Encontramos en este pasaje lo que es egosintónico, esto es, todo lo que me replique y no me complique, todo lo que me espeje y no me implique con lo otro salvo que esto otro me despeje o me ayude a gozar como gozo yo (a propósito, Bauman dice que lo bueno de consumir algo que consumen todos no pasa por una mancomunión, por una cooperación, por implicación con los otros sino por el mero hecho de confirmar que hay muchos como yo ). Ahora bien, Calvino escribía esto en la mañana de la era fluida. Es una buena orientación, pero nosotros, en la madurez de la era, alcanzamos a precisar que esta aspiración a que lo otro del ego sea igual a su “adentro” no hace del mundo un cadáver sino más bien una fuente de estímulos que da o quita plenitud y bienestar: no una otredad ahora muerta sino una exterioridad ahora satisfactoria ya o no (y, en caso de que no, una exterioridad amenazante). Si no hay satisfacción plena, cunde la inseguridad y hay que parapetarse y desconfiar de todo (pero esto es harina de otro costal).

Creo que queda clara la especificidad de lo egosintónico, lo egodistónico y el procesamiento de lo egodistónico propio la cultura del bienestar. Pero digamos algo más sobre este procesamiento: no es estrictamente un proceso sino un automatismo; así, donde hay algo egodistónico, donde hay algo áltero, se puede poner distracción, goce, fármacos, adrenalina, entretenimiento, etc.: consumo, en general. Todas cosas que no operan con procesamiento simbólico sino revirtiendo inmediatamente o cancelando o desconectando instantánea y plenamente la distonía. Lo egosintónico es una producción cultural e histórica, tanto como lo egodistónico y los recursos que el sujeto tiene a disposición para operar con ellos. La búsqueda por todos los medios necesarios sin importar los costos, ni, sobre todo, las consecuencias, así como la ansiedad por lo egosintónico son propios de una subjetividad consumidora, así como la impaciencia en el procesamiento de lo egodistónico.

¿Cómo se produce el vector de lo egosintónico y los procedimientos habituales para buscarlo? Vía imagen. Las campañas publicitarias que suelen elaborarse en base a encuestas a los consumidores expresan algo así como un ego promedio y, así como lo producen, lo delinean al expresarlo, porque esas campañas se diseñan alrededor de encuestas y grupos motivacionales (“focus groups”) que se preguntan qué puntos subjetivos ‘tocar’ para lograr que el consumidor consuma el producto que se vende, nos pintan –como un sociólogo descomunal en su capacidad de actualización– al ego promedio. La publicidad le da al ego una imagen de lo que tiene que hacer cualquiera para existir como él mismo y los procedimientos para llegar a serlo. Esto es, le muestran lo que es sintónico con él y la llave mágica por la que llegar instantáneamente a la egosintonía, al goce, al bienestar.

Me gusta más sintetizar la máxima de la moral de la cultura del bienestar de la siguiente manera: lo que no sintoniza conmigo, no va.

Necesidad de inmediatez y clonación.

“Cuando la imagen gobierna despótica, la muerte se desmuere, porque no hay quién la muera, no hay tiempo, no hay ya sujetos de un relato sino actores de un instante.”[9]

Al escribir lo anterior, advertí las condiciones sociales del imperio cultural de la inmediatez (ese estilo de ansiar que yo llamaría yaísmo). Lo que lleva a la necesidad de lo inmediato en la subjetividad fluida y es que en condiciones en que no hay certeza sobre qué produce qué cosa, en que no hay certeza sobre la relación entre causas y efectos ni cómo el presente se convertirá en futuro, lo único sobre lo que se puede tener certeza es en lo inmediato, en lo que tengo ya enfrente, aquí, o en la mano, ahora. Todo lo que sea para un tiempo más lejano que este instante, todo lo que sea para más allá de ya, corre el riesgo de ser para nunca.

En condiciones en que desconozco cómo se ligarán entre sí los instantes, en condiciones en que desconozco cómo el ahora se convertirá, después, en otro ahora, lo único que puede evitarme la angustia de tanta incertidumbre es un resultado a la vista, inmediato, ya. Parafraseando cierto proverbio tano, diríamos: resultado a la mano, culo en terra.

Por supuesto, buscar la seguridad por lo inmediato, es un arma de doble filo: tiene efectos tan rápidos como efímeros, por lo que hace que la incertidumbre perviva, evita que los resultados se afiancen. Para que cosa semejante a una consolidación ocurra debe haber algún tipo de mediación entre la búsqueda y el resultado y entre el resultado y la sanción del resultado como bueno; es decir, debe haber lazo, debe haber cooperación con otros. En nuestros tiempos este lazo lo pone un Estado posnacional o lo pone una red social[10] (está claro, en todo caso, que no lo podría poner la publicidad, que es la que promueve la satisfacción instantánea y el bienestar en la cultura, la inmediatez del resultado y del evaluador de los resultados y receptor de los goces, a saber, el ego).

A su vez, la necesidad de inmediatez es lo que hace tan ineludible, tan predominante al ego en nuestra cultura. Se recurre tanto al ego porque el ego es lo único que cada uno tiene a la mano. Los otros, en cambio, si no me replican, si no confirman mi urgido narcisismo, me complican. Esto es, no los tengo a la mano, no los tengo ya, ni gozando igual que yo, al mismo tiempo que yo lo mismo que yo (por ejemplo, una Quilmes). A veces sí me replican, a veces sí me clonan, pero no tan inmediatamente como necesito yo. El yaísmo y el yoísmo se son indispensables. Replicar, entonces, se puede entender de diferentes maneras: a veces como contactar, a veces como responder, a veces como clonar.

Sin embargo, aun el autoquererse narcisista radicalizado del bienestar en la cultura necesita algún tipo de confirmación del otro. Intento entonces que esa confirmación sea una réplica de los demás pero no una mediación de la alteridad. El otro está, pues, no para implicarme, no para alterarme, no para complicarme, sino para replicarme inmediatamente. Yo no evito la sensación de desolación con amistad sino con ‘contactación’. Me contacto con los demás buscando respuesta rápida y/o imitación. Respuesta rápida encuentro enviando sms’s por doquier, twiteos, estados de Facebook, mails, bloggeos, llamados a los programas de radio y TV, etc. Multiplico los envíos al espacio exterior: alguno me rebotará satisfactoriamente. Como quien dijera, arrojo tantas líneas que alguna picará, pero aquí picar es solamente picar en el sentido de rebotar, tiro tantas pelotas que alguna volverá. Un afiche publicitario de 2010, el del pack de Personal llamado “Pacto incluído” mostraba a un adolescente con un celular preguntándose: “¿Le entro por facebook, la llamo o le mando un sms?”. Las telecomunicaciones de hoy permiten hacer esto con bastante velocidad, aun si no entablo lazos estables; es más: logran hacerlo con más velocidad cuanto menos estables y sólidos son los lazos. Eslogan de Claro de 2011: “Humanidad 3.0: con todos, en todos lados, todo el tiempo”. Compañía instantánea y ubicua para el aislado narcisista urgido. Conectada, la vida es más.[11]

La otra manera de hacer esto es ya no buscar la réplica en el sentido de contestar sino la réplica en el sentido de imitar. Busco que el mundo sea como yo, claro, pero ¿cómo es el mundo si es una cosa tan evanescente? Le pregunto a la publicidad, le pregunto a las pantalla, les pregunto a las imágenes de modo tal que, si no me replican a mí, replique yo a otros y encontrarlos en el promedio que la moda modela.

Sea por la vía del buscar respuesta rápida, sea por la vía de la réplica, predomina esa aspiración de que hablaba Calvino a reducir el mundo y la alteridad a exterioridad satisfactoria o amenazante.


[1] Kapanga, “Araceli”, en Todoterreno (Argentina, 2009).

[2] Ver “El bienestar en la cultura”, en Campo Grupal n° 110, o en www.pablohupert.com.ar/index.php/el-bienestar-en-la-cultura.

[3] Estamos respondiendo a la objeción de que siempre egodistónico buscó evitarse evocando someramente procesamientos subjetivos ‘amigos’ de lo egodistónico. Para seguir respondiéndola, habría que preguntarse y especificar qué se entiende en cada tradición como egosintónico y como egodistónico. Por ejemplo, en la ética del trabajo fabril, el ahorro se tomaba como egosintónico, mientras que en la estética del trabajo precario, la posposición del gasto es más bien egodistónica (ver por ejemplo los deliciosos pasajes sobre “los pibes” contratados por las fábricas recuperadas en Hudson, J.P., Acá no, acá no me manda nadie, Buenos Aires, Tinta Limón, 2011).

[4] Lo cual no significa que esta sea la función excluyente del bienestar en la cultura.

[5] “¿Por qué actuamos como psicóticos?”, en La Vanguardia, 22/6/5.

[6] “Algunas vidas grises”, en Campo Grupal 96, diciembre de 2007.

[7] Ver “Adrenalina en la cultura” en CG de setiembre 2009 o en www.pablohupert.com.ar.

[8] I. Calvino, “Notas sobre el lenguaje político”, en Punto y aparte, Tusquets, Barcelona, 1995.

[9] F. Levin, “El espectáculo, la muerte, la muerte del espectáculo y el espectáculo de la muerte”, leído en Ensayos en vivo, 8/10/10.

[10] Ver El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, Pie de los hechos, 2011, o www.pablohupert.com.ar/index.php/tag/estado-posnacional.

[11] El eslogan de Telefónica es “compartida la vida es más”, pero ahí “compartida” significa conectada.


[P1]agregar aquí alguna disquisición sobre la propaganda de quilmes el sabor del encuentro y la de pepsi póker de pechochas

Cultura clónica egosintónica.

 

La radicalización de las relaciones mercantiles no deja de sorprender, y además de tablet-pc’s y crisis financieras produce rasgos subjetivos y culturales dignos de nota. Anoto un par.

Egosintonía. La onda todo bien.

Y si Araceli se viene conmigo

no me importaría que en toda la tierra

se mueran de hambre.

Si ella está conmigo, ¡que vayan con Dios![1]

Digo que la cultura contemporánea no es de malestar, como la de Freud, sino de bienestar.[2] La máxima que resume la moral del bienestar en la cultura de la siguiente manera: “todo lo que sea egosintónico, enter; todo lo que sea egodistónico, esc.”

Se me dirá que siempre fue así en todas las culturas individualistas, incluso en la del malestar en la cultura. Y responderé que no; para empezar, en la cultura cristiana, que también, a su modo, era individualista, lo egodistónico, la autoflagelación, la autoinculpación, el mea culpa eran bienvenidos, como en la tradición estalinista eran bienvenida la llamada autocrítica. Incluso en la propuesta psicoanalítica era bienvenido lo egodistónico y se proponía que se lo trabajara de cierta manera; no se trataba obviamente de convertirlo en amigo del paciente, sino de tomarlo como camino hacia la cura. En la poesía y en la novela románticas, por otra parte, el sufrimiento de amor era también bienvenido como vía para el amor verdadero, para la realización plena de la persona; hemos oído a varios enamorados decir románticamente cosas como ‘prefiero sufrir a tu lado que gozar la vida sin vos’, etc. Los ejemplos podrían multiplicarse en cuanto a formas de proceder que, a pesar de –o precisamente por– ser individualistas, sacan provecho de lo egodistónico.[3]

En cuanto al procesamiento de lo egodistónico, faltaría decir que, en el bienestar en la cultura, lo distónico simplemente se rechaza, se le echa Raid, se lo desconecta, se busca su cancelación, porque lo egodistónico se ha tornado insufrible. La cultura contemporánea no proporciona al sujeto herramientas con las que sufrir lo que no le da goce.

Cuando digo que la cultura contemporánea provee bienestar no digo que la vida contemporánea no produzca malestar sino más bien lo contrario. El mundo contemporáneo, tal como lo vivimos, se nos hace in-sufrible. Que algo sea sufrible, que sea penable, no depende tanto del algo sino de la subjetividad a la que le toca ese algo. La subjetividad contemporánea no dispone de recursos para sufrir. Pero, entonces, ¿qué hace cuando se le presenta algún estímulo doloroso? Duelar, no. Pues duelar, dice Freud, requiere “gran gasto de tiempo y de energía psíquica”. Este gran gasto es el que la veloz vida líquida requiere evitar, y para eso su cultura aporta bienestar.[4] Así aparecen “la facilidad de la identificación” (Salecl y Moore[5]), las subjetividades de baja intensidad (A.M. Fernández[6]), los sicofármacos al alcance de la mano, la amistad conectiva o no-vincular, etc.

Entretanto, el bienestar en la cultura sí proporciona herramientas con las que gozar negando lo que resulta egodistónico:, la drogadicción, las terapias alternativas, el turismo, el entretenimiento, las distracciones, la multiestimulación, la dispersión, la intensidad adrenalínica,[7] etc.

¿Qué se entiende por egosintónico entonces? En nuestra cultura, la cultura del bienestar, resulta egosintónico todo lo que sea ‘egoclonante’: todo lo que confirme al ego de manera instantánea y de manera imaginal, es decir, no lo que lo confirma simbólicamente sino lo que lo confirma imaginariamente (en un imaginario que es imaginería dispersa y que no se complementa con un orden simbólico, sino que se presenta como pura proliferación anárquica de imágenes que localizan al ego por intensificación y no por identificación). Se trata de un mundo imaginal que no se complementa estructuralmente con lo verbal produciendo significación y dando herramientas para procesar todo lo que es otro del ego:

“La intolerancia hoy día se manifiesta, más que como imposición de un determinado discurso para excluir otros discursos, como rechazo de todo tipo de discursos, como burla del discurso de sí mismo. La perspectiva que ello implica sería, en último término, la de un mundo inarticulado, aunque no silencioso, que se manifestase a través del alternarse de pulsiones agresivas y de caídas de tensión, individuales y multitudinarias (…).Tender hacia la condición en que nada puede alcanzarnos desde afuera, en que el otro no interviene para desbaratar el estado de plenitud que creemos haber conseguido, significa envidiar la condición de muerto. La intolerancia es aspiración a que ‘el afuera de nosotros’ sea igual a lo que creemos que es ‘el dentro’ de nosotros, es decir, una cadaverización del mundo”.[8]

Encontramos en este pasaje lo que es egosintónico, esto es, todo lo que me replique y no me complique, todo lo que me espeje y no me implique con lo otro salvo que esto otro me despeje o me ayude a gozar como gozo yo (a propósito, Bauman dice que lo bueno de consumir algo que consumen todos no pasa por una mancomunión, por una cooperación, por implicación con los otros sino por el mero hecho de confirmar que hay muchos como yo[P1] ). Ahora bien, Calvino escribía esto en la mañana de la era fluida. Es una buena orientación, pero nosotros, en la madurez de la era, alcanzamos a precisar que esta aspiración a que lo otro del ego sea igual a su “adentro” no hace del mundo un cadáver sino más bien una fuente de estímulos que da o quita plenitud y bienestar: no una otredad ahora muerta sino una exterioridad ahora satisfactoria ya o no (y, en caso de que no, una exterioridad amenazante). Si no hay satisfacción plena, cunde la inseguridad y hay que parapetarse y desconfiar de todo (pero esto es harina de otro costal).

Creo que queda clara la especificidad de lo egosintónico, lo egodistónico y el procesamiento de lo egodistónico propio la cultura del bienestar. Pero digamos algo más sobre este procesamiento: no es estrictamente un proceso sino un automatismo; así, donde hay algo egodistónico, donde hay algo áltero, se puede poner distracción, goce, fármacos, adrenalina, entretenimiento, etc.: consumo, en general. Todas cosas que no operan con procesamiento simbólico sino revirtiendo inmediatamente o cancelando o desconectando instantánea y plenamente la distonía. Lo egosintónico es una producción cultural e histórica, tanto como lo egodistónico y los recursos que el sujeto tiene a disposición para operar con ellos. La búsqueda por todos los medios necesarios sin importar los costos, ni, sobre todo, las consecuencias, así como la ansiedad por lo egosintónico son propios de una subjetividad consumidora, así como la impaciencia en el procesamiento de lo egodistónico.

¿Cómo se produce el vector de lo egosintónico y los procedimientos habituales para buscarlo? Vía imagen. Las campañas publicitarias que suelen elaborarse en base a encuestas a los consumidores expresan algo así como un ego promedio y, así como lo producen, lo delinean al expresarlo, porque esas campañas se diseñan alrededor de encuestas y grupos motivacionales (“focus groups”) que se preguntan qué puntos subjetivos ‘tocar’ para lograr que el consumidor consuma el producto que se vende, nos pintan –como un sociólogo descomunal en su capacidad de actualización– al ego promedio. La publicidad le da al ego una imagen de lo que tiene que hacer cualquiera para existir como él mismo y los procedimientos para llegar a serlo. Esto es, le muestran lo que es sintónico con él y la llave mágica por la que llegar instantáneamente a la egosintonía, al goce, al bienestar.

Me gusta más sintetizar la máxima de la moral de la cultura del bienestar de la siguiente manera: lo que no sintoniza conmigo, no va.

Necesidad de inmediatez y clonación.

“Cuando la imagen gobierna despótica, la muerte se desmuere, porque no hay quién la muera, no hay tiempo, no hay ya sujetos de un relato sino actores de un instante.”[9]

Al escribir lo anterior, advertí las condiciones sociales del imperio cultural de la inmediatez (ese estilo de ansiar que yo llamaría yaísmo). Lo que lleva a la necesidad de lo inmediato en la subjetividad fluida y es que en condiciones en que no hay certeza sobre qué produce qué cosa, en que no hay certeza sobre la relación entre causas y efectos ni cómo el presente se convertirá en futuro, lo único sobre lo que se puede tener certeza es en lo inmediato, en lo que tengo ya enfrente, aquí, o en la mano, ahora. Todo lo que sea para un tiempo más lejano que este instante, todo lo que sea para más allá de ya, corre el riesgo de ser para nunca.

En condiciones en que desconozco cómo se ligarán entre sí los instantes, en condiciones en que desconozco cómo el ahora se convertirá, después, en otro ahora, lo único que puede evitarme la angustia de tanta incertidumbre es un resultado a la vista, inmediato, ya. Parafraseando cierto proverbio tano, diríamos: resultado a la mano, culo en terra.

Por supuesto, buscar la seguridad por lo inmediato, es un arma de doble filo: tiene efectos tan rápidos como efímeros, por lo que hace que la incertidumbre perviva, evita que los resultados se afiancen. Para que cosa semejante a una consolidación ocurra debe haber algún tipo de mediación entre la búsqueda y el resultado y entre el resultado y la sanción del resultado como bueno; es decir, debe haber lazo, debe haber cooperación con otros. En nuestros tiempos este lazo lo pone un Estado posnacional o lo pone una red social[10] (está claro, en todo caso, que no lo podría poner la publicidad, que es la que promueve la satisfacción instantánea y el bienestar en la cultura, la inmediatez del resultado y del evaluador de los resultados y receptor de los goces, a saber, el ego).

A su vez, la necesidad de inmediatez es lo que hace tan ineludible, tan predominante al ego en nuestra cultura. Se recurre tanto al ego porque el ego es lo único que cada uno tiene a la mano. Los otros, en cambio, si no me replican, si no confirman mi urgido narcisismo, me complican. Esto es, no los tengo a la mano, no los tengo ya, ni gozando igual que yo, al mismo tiempo que yo lo mismo que yo (por ejemplo, una Quilmes). A veces sí me replican, a veces sí me clonan, pero no tan inmediatamente como necesito yo. El yaísmo y el yoísmo se son indispensables. Replicar, entonces, se puede entender de diferentes maneras: a veces como contactar, a veces como responder, a veces como clonar.

Sin embargo, aun el autoquererse narcisista radicalizado del bienestar en la cultura necesita algún tipo de confirmación del otro. Intento entonces que esa confirmación sea una réplica de los demás pero no una mediación de la alteridad. El otro está, pues, no para implicarme, no para alterarme, no para complicarme, sino para replicarme inmediatamente. Yo no evito la sensación de desolación con amistad sino con ‘contactación’. Me contacto con los demás buscando respuesta rápida y/o imitación. Respuesta rápida encuentro enviando sms’s por doquier, twiteos, estados de Facebook, mails, bloggeos, llamados a los programas de radio y TV, etc. Multiplico los envíos al espacio exterior: alguno me rebotará satisfactoriamente. Como quien dijera, arrojo tantas líneas que alguna picará, pero aquí picar es solamente picar en el sentido de rebotar, tiro tantas pelotas que alguna volverá. Un afiche publicitario de 2010, el del pack de Personal llamado “Pacto incluído” mostraba a un adolescente con un celular preguntándose: “¿Le entro por facebook, la llamo o le mando un sms?”. Las telecomunicaciones de hoy permiten hacer esto con bastante velocidad, aun si no entablo lazos estables; es más: logran hacerlo con más velocidad cuanto menos estables y sólidos son los lazos. Eslogan de Claro de 2011: “Humanidad 3.0: con todos, en todos lados, todo el tiempo”. Compañía instantánea y ubicua para el aislado narcisista urgido. Conectada, la vida es más.[11]

La otra manera de hacer esto es ya no buscar la réplica en el sentido de contestar sino la réplica en el sentido de imitar. Busco que el mundo sea como yo, claro, pero ¿cómo es el mundo si es una cosa tan evanescente? Le pregunto a la publicidad, le pregunto a las pantalla, les pregunto a las imágenes de modo tal que, si no me replican a mí, replique yo a otros y encontrarlos en el promedio que la moda modela.

Sea por la vía del buscar respuesta rápida, sea por la vía de la réplica, predomina esa aspiración de que hablaba Calvino a reducir el mundo y la alteridad a exterioridad satisfactoria o amenazante.


[1] Kapanga, “Araceli”, en Todoterreno (Argentina, 2009).

[2] Ver “El bienestar en la cultura”, en Campo Grupal n° 110, o en www.pablohupert.com.ar/index.php/el-bienestar-en-la-cultura.

[3] Estamos respondiendo a la objeción de que siempre egodistónico buscó evitarse evocando someramente procesamientos subjetivos ‘amigos’ de lo egodistónico. Para seguir respondiéndola, habría que preguntarse y especificar qué se entiende en cada tradición como egosintónico y como egodistónico. Por ejemplo, en la ética del trabajo fabril, el ahorro se tomaba como egosintónico, mientras que en la estética del trabajo precario, la posposición del gasto es más bien egodistónica (ver por ejemplo los deliciosos pasajes sobre “los pibes” contratados por las fábricas recuperadas en Hudson, J.P., Acá no, acá no me manda nadie, Buenos Aires, Tinta Limón, 2011).

[4] Lo cual no significa que esta sea la función excluyente del bienestar en la cultura.

[5] “¿Por qué actuamos como psicóticos?”, en La Vanguardia, 22/6/5.

[6] “Algunas vidas grises”, en Campo Grupal 96, diciembre de 2007.

[7] Ver “Adrenalina en la cultura” en CG de setiembre 2009 o en www.pablohupert.com.ar.

[8] I. Calvino, “Notas sobre el lenguaje político”, en Punto y aparte, Tusquets, Barcelona, 1995.

[9] F. Levin, “El espectáculo, la muerte, la muerte del espectáculo y el espectáculo de la muerte”, leído en Ensayos en vivo, 8/10/10.

[10] Ver El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, Pie de los hechos, 2011, o www.pablohupert.com.ar/index.php/tag/estado-posnacional.

[11] El eslogan de Telefónica es “compartida la vida es más”, pero ahí “compartida” significa conectada.

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