Linchamiento y convivencia en la segunda fluidez. Solución o problematización.[1]
[Adelanto del libro sobre Segunda Fluidez]
Quisiera primero hacer un despeje. Me parece que una cosa muy importante es distinguir entre la práctica “justicia por mano propia” (lo que los medios llaman “justicia por mano propia”), como es el caso de un linchamiento, y la práctica “justicia popular”. En este sentido, Ariel Pennisi[2] en uno de sus aportes al libro hace una operación, podríamos decir, de historiador, y va a ver en un documento histórico, Fuenteovejuna, lo que fue un ajusticiamiento del tirano. Entonces, podríamos pensar que con los banqueros que acaba de pintar Bruno Napoli[3] podría hacerse algo más parecido a la justicia popular que a la justicia por mano propia (que se vayan todos los banqueros y no solamente todos los políticos, sugería Bruno, en una continuación posible y situada de la consigna dosmilunera.) ¿Qué es justicia popular, entonces? No sabemos, pues cada movimiento la inventa cuando la practica, singularmente, abriéndose un porvenir que no se atiene a los valores previos. Digamos, por lo pronto, que podemos entender la llamada “justicia por mano propia” no es sino una forma de hacer prevalecer valores previos, y así evitar la justicia popular (esto es, evitar su invención). Pero no es cualquier forma de evitarla; es una históricamente específica –el linchamiento imaginal, podríamos llamarla. Mi tesis es que esa ‘forma’ es un dispositivo fluido, o sea, apropiado para un Estado fluido como el posnacional, que integra dispositivos de control a cielo abierto como este del linchamiento imaginal.
Ya entrando en mi planteo, quiero hacer otro despeje. Como decía el historiador Ignacio Lewkowicz, los historiadores no nos ocupamos del pasado; nos ocupamos del cambio. Leemos en el pasado cómo fueron cambiando las sociedades para poder percibir y marcar los cambios que ocurren en el presente. ¿Y a qué llamamos presente? A una circunstancia distinta a la del pasado, a una dispersión de fuerzas actuales, a una configuración histórico-social, alguna de cuyas condiciones quiero subrayar en lo que sigue. Un fenómeno como los linchamientos imaginales permite leer esas condiciones y fuerzas actuantes en el presente.
Lo que quería pensar en el artículo que aporté a Linchamientos… era, una vez más, cómo cambian las condiciones en las que ocurren las cosas. Porque las condiciones en las que ocurren las cosas hacen que no sea lo mismo, por ejemplo, la justicia de hoy que la de hace 50 años. Vamos por un momento a llamar justicia a las formas de sanción pública de los actos de las personas. En otra época quizás eran solamente los tribunales judiciales los que sancionaban esos actos. Monopolio de la condena legítima, podríamos llamarlo: otro más de los monopolios que detentaba el Estado-nación. Hoy no solamente tenemos los tribunales judiciales sino también los tribunales mediáticos, un dispositivo conjunto de ambos. Y entonces entramos en un tipo de Estado que ya no es solamente el aparato manifiestamente estatal sino un Estado posnacional que combina los aparatos de Estado y los dispositivos mercantiles y mediáticos.[4] Entonces ahí vienen los problemas de la mediación social y quiero brevemente decir algunas cosas sobre eso.
Primero veamos dos publicidades de Fernet Branca para mostrar el ideal de sociedad hoy: Una se llama “Estamos de todos de acuerdo”, es de 2014, y la otra, “Alineación de planetas”, que es de este año.[5] En esta última, un grupo de cuatro amigos se pregunta qué hacer el fin de semana; antes de buscar mucho, o sea, antes de sentir vacío, descubre que varias imágenes de felicidad se juntan en la imagen de ese ‘finde’: la visita de “cuatro suecas”, la disponibilidad de “una quinta con pileta climatizada”, la disponibilidad de un cajón de ese Fernet y el pronóstico de buen tiempo “este finde”: “se alinean los planetas” (y el corto muestra una épica y alineación de planetas en el espacio sideral) y se da la felicidad imaginal: fiesta al aire libre, mujeres jóvenes y rubias, pileta y bebida. Esta feliz (imaginalmente feliz) coincidencia de todos esos gozosos elementos se da sin más preparación que una sucesión de enunciados descriptivos como “mí tío me dejó la quinta”, “tengo una caja de fernet”, etc.: se da sin elaboración sino como gracia y donación instantánea; se da sin diálogo sino como sucesión de monólogos complementarios: enunciados sin conflicto entre sí que solo piden la gestión de su conexión. Enunciación no afectada por un problema que elaborar y afectada por una ansiedad que satisfacer. Subjetividad eximida de construir una convivencia nocturna y servida por la gestión automática (o sea, procesada instantánea o directamente, como por una app celular) de la conexión de los elementos necesarios para ese vivir juntos.
Se ve, pues, cuál es el ideal de lo social de nuestra subjetividad consumidora. Dos cuestiones, aquí. La primera: no es que haga falta tener muuucha guita para consumir, alcanza con llegar a un ‘fernecito’; por lo demás, el consumo contemporáneo, aun antes de ser un fenómeno económico, es una forma de relación con las cosas (incluidos los fenómenos económicos y el consumo mismo[6]). Entonces nos cae el lugar común de que el consumidor es individualista. Si les parece que lo es, concedamos que lo sea, pero el consumidor sí tiene ideales sociales y sí sabe que vive en sociedad. Veamos ahora otra publicidad de Fernet Branca, “Estamos de acuerdo”.[7] Esta ya es la segunda cuestión: lo que sobre todo muestra esta publicidad es que el acuerdo con los demás puede ser inmediato. No importa que estés buceando en el mar y tengas un tiburón acercándose amenazante, pues inmediatamente hacés el plan con los otros y te ponés de acuerdo al toque, instantáneamente, sin necesidad de discusión y elaboración (incluso sin necesidad de nombrar previamente un capitán o algo por el estilo). Un irreal acuerdo, diríamos, en tiempo real; un acuerdo irreal pero ideal, y por eso mismo eficiente en las configuraciones subjetivas de nuestros tiempos. Por un lado, eso, la inmediatez del acople entre otros de la que hablaba antes. Por el otro lado, en la primera publicidad aparece la posibilidad de que se alineen los planetas. Lo social como la armonía completa y espontánea sin preparación ni construcción. Lo social aparece en este universo como algo donde los otros no son otros, los otros son clonaciones mías que no me plantean diferencias a elaborar ni me traen conflicto. En otra época, sólida, el Estado nacional se erguía como mediador entre los diferentes. Había muchas formas de mediación, reunidas en lo que se llamaba Estado de bienestar a través de los hospitales, de los sindicatos, de distintas formas de distribución del ingreso; mediaban también las leyes, la ideología, los partidos; la misma idea de Nación operaba como mediación; el Estado mismo estaba por sobre las partes sociales y mediaba entre ellas. Siempre, como ven, figuras e instituciones Terceras que estaban y permanecían por sobre los términos en conflicto, y que se inscribían en la subjetividad como supuestos trascendentes a todos los sujetos y situaciones.
A través del neoliberalismo, desde el ’75 para acá, especialmente desde la Dictadura y luego con los noventa, las formas de mediación se van disolviendo. Por un lado porque aparece algo por encima del Estado que es el capital financiero; por otro, porque el Estado mismo se convierte en uno más entre las partes. En la Dictadura, por ejemplo, estaba clarísimo, me decía Alejandra Grego, que el Estado ya no era un tercero sino un segundo que te podía desintegrar; ya no un Otro que sostiene y media las relaciones entre otros sino uno más de estos otros, pero con una fuerza desproporcionadamente mayor. Fuerza física y simbólica de desaparición[8], más que fuerza física y simbólica de institución de subjetividad. Así van apareciendo otras formas, ya no de mediación de lo social pero sí de gestión de los conflictos, gestión ad hoc,[9] que no se da desde una parte que se yergue por encima de las otras y, a veces manifiestamente y siempre implícitamente, media entre ellas, sino a través de algo que llamo astituciones, o que se llama mercado, por ejemplo, o algo que se llama redes sociales, etc.: diversas terceridades ad hoc,[10] fluidas. Son diversas ‘instancias’ que momentáneamente se convierten en el tercero pero no de manera trascendente, no como la Nación con sus instituciones, que eran permanentes (hasta que dejaron de serlo, por supuesto). Entonces aparecen otros dispositivos, fluidos, posnacionales, muchas veces no-estatales, de construcción y gestión de lo social para cuando la armonía no se da.[11] Porque, ¿cómo se tramita una relación entre dos o más términos cuando no ocurre la feliz clonación del Fernet y de tantas otras imágenes? O, incluso ¿cómo se tramita una relación entre dos o más términos cuando no ocurre la feliz cancelación del “adiós para siempre” que parece proporcionar el bloqueo de contactos en las redes sociales internéticas?[12]
Decía Ignacio Lewkowicz: o hay imposición de uno de los términos sobre el otro o hay un tercero (erigido como instancia tercera) que media entre ellos. Históricamente, no ha habido dos sin Tres. La mediación ha asumido distintas formas históricas: la polis, el soberano, la moral, la religión, el padre, el Estado-nación. Se trata siempre de terceros trascendentes, terceros con mayúscula. Pero detengámonos en la penúltima forma de mediación, el Estado-nación. Este mediaba con ideología (que instituía, decía Althusser, un Sujeto con mayúscula que mediaba entre sujetos con minúscula), sobre todo con la ideología de la nación (que instituía destino y origen comunes a toda una población, así como una ley “Magna”, la constitución), con “Bienestar” o “welfare”, con instituciones disciplinarias, etc.
Todo eso, todo ese eficaz sistema de mediación entre los otros de una sociedad, es lo que se agotó con la entrada en la globalización y la gubernamentalidad neoliberal. Todo eso es lo que un Estado posnacional –en condiciones de globalización y mercantilización general del vivir, condiciones ya irreversibles– busca resolver. Aquí entran los medios de comunicación, las redes sociales, el mercado, la policía, los linchamientos.
Muchas cosas parecen permanecer igual desde el comienzo. Pero, en las nuevas condiciones, han cambiado. Por ejemplo. Se busca principio de autoridad, pero no lo encarna en nadie: se descree del presi, del funcionario, del cana, del juez, etc. Si la autoridad encarna, encarna en yo, y cada yo tiene un criterio distinto… de modo que se impone el yo más fuerte en cada ocasión y deja de haber un lugar de autoridad instituido de antemano independiente de cada quién y dependiente de la ley. Claro que sigue habiendo lugares de autoridad, pero deben modularse ad hoc según las circunstancias (que son dispersiones de fuerzas siempre cambiantes); podemos llamarlos lugares de autoridad astituidos, que no siguen instituidos como en el Estado-nación ni han sido destituidos como señalaba el Grupo Doce a fines de los ’90.
Luego, cada quién “banca” o le “baja el pulgar” a la decisión de tal juez, de tal funcionario, de tal ley… incluso de tal presidente. Todo devino opinable, incluidos hechos y leyes. Entonces se vuelven protagonistas los flujos de opiniones: una es “linchar está bien”; otra es “linchar está mal”; otra es “depende de cada caso”, o “está mal pero es comprensible”, etc.
Otra cosa que en las nuevas condiciones ha cambiado es, como decía, la sanción de los actos delictivos. Así, volvemos al tema inicial.
Escuchar a las víctimas en estado de emoción violenta define las cosas.[13] Algo que se ve en una pantalla define las cosas -“verificación mediática”, lo llama Agustín J. Valle: “La tele es el ojo que ve mejor que ninguno la verdad de cualquier situación; es corte suprema ontológica, dueña de la última versión sobre todos los tipos de cosa”.[14]
Así, ahora la sanción social no se limita a un juicio. La sanción social reúne policía, linchamiento/asesinato, tribunal, quizás algo más. Lo único ineludible es la pantalla. El dispositivo de sanción social no se limita al linchamiento/asesinato/juicio… incluye la pantalla –sobre todo televisiva–. Aquí los medios sin duda forman opinión, pero también mundo, y sobre todo, concepto de justicia y de delincuencia; ellos dictan la materia tan poco exitosa del secundario, instrucción cívica, muy exitosamente. Así, en las entrevistas de Lanata al médico Villar Cataldo y a la madre de Ricardo Krabler,[15] presunto ladrón asesinado por aquél, podemos ver algo así como un protocolo general de procedimiento indagatorio. El periodista le pregunta al médico: “¿usted está arrepentido?”, “¿qué se le pasó por la cabeza cuando vio que le robaban el auto?”, “¿qué sintió al disparar?”, etc.; y le pregunta a la madre, “él había estado preso antes alguna vez, ¿no?”, “¿usted sabía dónde estaba su hijo la noche que murió?”, etc.
Vemos que no hay Tres, pero hay muchos treses: dinero, medios, Estado, redes sociales internéticas, mercado. Ninguno es un Sujeto, algunos son protocolos impersonales (“sugestiones de los públicos”, diría Tarde, “condiciones ambientales”, diría Foucault), otros son informacionales (“cibernéticos”, diría Tiqqun).
Cuando no se da la armonía completa e inmediata que, por caso, Fernet nos hace creer y sentir posible (no solamente Fernet, ustedes entienden: la publicidad en general, los periodistas y los políticos, sobre todo los mayoritarios, también nos hacen creer eso o, mejor dicho, confirmar esa creencia o esas percepciones[16]), cuando pareciera que el otro que irrumpe nos arrebata esa armonía posible e inmediata, bueno, al otro hay que cancelarlo porque no dispongo de procedimientos instantáneos para llevarme bien con ese. Un otro que, como buen otro, se presenta fuera de protocolo y fuera de expectativas es desde el vamos construido como hostil a yo. En mi aporte a Linchamientos… lo escribí con la frase “quiero romperme el lomo sin que nadie me rompa las pelotas”. Si, además, el otro está cubierto de los prejuicios que pesan sobre pobres, jóvenes y morochos, debe ser quitado del camino instantáneamente; si no se da instantáneamente la armonía con el otro, que se dé instantáneamente su cancelación: el imaginal adiós para siempre. El sistema judicial republicano necesita por lo menos tres días para que empiece a funcionar un proceso penal que lleva mucho tiempo. El problema (lo que imaginalmente se configura como problema, y no como cuestión a trabajar sino dificultad a solucionar) resulta ser liberarlos pronto, porque instantáneamente el espectador ve a la esposa del robado llorar, y entonces ‘¡¿cómo puede ser que el juez no se sensibilice!?’. Si, al juez, ese yo de la subjetividad promedio le pide que se sensibilice con el dolor de una de las partes de los hechos que se juzgan (y se juzgan ya antes del juicio), le está pidiendo que no sea un Tercero. Ahora, si el juez no actúa con la inmediatez que yo necesita (no digo celeridad, digo inmediatez), yo entonces exclama ‘¡no puedo confiar en nadie, tengo que hacerlo yo mismo!’. Yo había votado a Macri para que lo hiciera él. Una vez entrevistaron en la calle a unos votantes de Macri y uno dijo «no, yo no estoy conforme con este gobierno, me defraudó, yo esperaba ver más sangre». Para ese tipo, dice Gastón Sena, Macri es una mediación.
Creo que estas son las condiciones en las que están ocurriendo estas cosas, estos linchamientos, estos “gatillos fácil” por parte de civiles (y ya no solamente por parte de policías), como el de Villar Cataldo o el del carnicero de Zárate.[17] Condiciones en las cuales, aunque el aparato estatal parezca ser el mismo de siempre y se siga llamando “República Argentina”, mutó, es otro, con otros dispositivos, otros funcionamientos y efectos y construyendo otros sujetos. Porque la subjetividad promedio tiene la ‘creencia’ de que yo puede convertirse en policía él mismo si la policía no hace lo que yo cree que debería hacer, o lo que me confirman los medios y las publicidades que realmente se debe y se puede hacer. En realidad, no es tanto una creencia, conjunto de enunciados y afectos explícitamente asumidos, sino más bien un recurso sencilla y meramente a la mano de la subjetividad promedio: “Hay un poder punitivo disponible para [quienes] que quieran engorrarse… La misma imagen de llevar la gorra dice por sí sola que esa gorra está a disposición de todos”, apunta Juguetes Perdidos.[18]
Ahora bien. ¿Qué hacemos en estas circunstancias? No sabemos. Para empezar, decir que no sabemos y que no es inmediata la respuesta, entonces apostar a la problematización. La respuesta dada ante la oleada 2014, “no cuenten conmigo”,[19] y que aun hoy circula a disposición del progresismo gentilhombre, también evita la problematización. El argumento, cuando lo hay, para no contar con esos yoes suele ser que, “cuando el contrato social se rompe, pierde sentido el Estado de Derecho y el derrumbe de las reglas de convivencia en lugar de atenuar la inseguridad la incrementa: frente a una legalidad incierta, la sensación de riesgo no hace más que amplificarse.”[20] Este argumento está afectado por la época, a la que también han llamado “sociedad de riesgo”, y riesgo imaginalizado en la palabra “inseguridad”. Si vivimos en una “sociedad de riesgo”, sin “seguridades ontológicas”,[21] es precisamente porque las condiciones han mutado: básicamente, el capitalismo mutó de industrial a financiero, y el Estado, de nacional a posnacional; la vida social, la convivencia, se ha fluidificado. En estas condiciones, el contractualismo que fundamentaba el Estado moderno (sólido) pierde sentido, y lo pierde efectivamente, independientemente de cuántas firmas y retwiteos recolecte la campaña “#nocuentenconmigo”.[22] El “Estado de Derecho” entendido al modo liberal o gentilhombre ve agotada su capacidad instituyente de lazo social –esto es, de regular la vida juntos, de prescribirla. La invocación a una herramienta pretérita, a una operatoria que en el pasado fuera eficaz, se evita pensar las condiciones contemporáneas y la eficacia del “código procesal penal” que, por vías mediáticas y callejeras, los linchamientos ‘astituyen’. Como en la campaña de Branca: solución y no elaboración. Imagen imaginal, que proporciona contacto inmediato,[23] y no expresión, que proporciona pensamiento.[24] Yo, que es inmediato,[25] y sus clonaciones, que también lo son, y no un nosotros, que exige construcción. Contacto, que opera como inconsecuencia, y no trama, que requiere consecuencia.[26]
Para seguir empezando, desconfiar de la búsqueda de soluciones; deponer la imagen de una sociedad funcionando con el equilibrio de un hormiguero, programado de una vez y para siempre. Esto es, postular un “ateísmo de lo social”: la sociedad no existe, y su cielo tampoco; lo que existe es un inagotable magma de dificultades del vivir juntos que podemos tratar juntos una y otra vez. Esta problematización no podemos hacerla si no es con otros. Si “problematiza” yo solo, probablemente no se le ocurra nada muy distinto a lo que se viene opinando. La problematización, en tanto diálogo, en tanto red de réplicas entre actos gestos palabras, en tanto cooperación entre otros, va creando posibilidades y afectividades, va generando ideas y tareas, inventando desvíos y continuaciones.
Les cuento dos operaciones situadas como las que acabo de esbozar conceptualmente. Primero la que contó una mujer en otra presentación de nuestro libro[27]. Pasaba ella con su pareja por la puerta de una galería cuando escuchan que un yo sale gritando “¡me robaron!”, “¡están ahí!”, “¡agárrenlos!” (o, más bien, “agarrenlós”). Se refería a una pareja en situación de calle que estaba sobre unos colchones en el fondo de esa galería rosarina. Al tiempo que una turba de “gente decente” se juntaba ensañada alrededor de la pareja acusada, esa mujer y su novio y algunos más formaron un cordón separando a la pareja acusada de la turba. La situación era muy tensa, pues la turba gritaba e intentaba lincharla o al menos pegarle, y ese cordón humano, de muchos menos ‘efectivos’ que la turba decente, se veía ceder. De repente, uno de la turba justiciera, señalando al supuesto criminal agazapado en un colchón, gritó: “¡está temblando!” Esa constatación, contó la mujer, aflojó los tensores de la turba. Las fieras decentes dejaron de serlo cuando constataron que el otro que querían cancelar tenía miedo. Más que un alma impía (“esos que te matan por una bicicleta”), vieron allí otro con toda su fragilidad. El afecto a un lado del cordón hizo réplica o conmoción[28] al otro lado del mismo, y sus efectos fueron alteradores. Ese otro, imaginalizado incesantemente como chorro impíamente hostil que no respeta la vida y los valores, se presentó como vida que no solo no agrede monstruosamente sino que teme y tiembla. Como vida que quizás necesita cuidados, vale decir, convivencia. La imagen que desconoce a ese otro caía ante su presentación vibrante. Una réplica imprevista hizo lugar a una pausa: réplica de una operación tan rudimentaria (pero tan fina, tan pensante en esa situación) como formar una barrera humana y de una reacción tan involuntaria como temblar. Más no ocurrió entonces, pero ocurrió eso y no es poco. Al escuchar este relato, a Ariel Pennisi se le ocurrió (nueva réplica) que quizás se pudiera armar una “liga antilinchamientos” que interviniera en escenas similares; él la imaginaba como una “red de elaboración colectiva de los casos de linchamiento con atribuciones de intervención según un manual de estilo en movimiento”; tendríamos entonces lo que podría ser una continuación de aquel desvío acontecido en una galería rosarina, quizá una liga allí donde la hostilidad de la fluidez promueve la cancelación y dificulta convivir.
La otra operación situada y dialógica, de trama consecuente, es la que contó aquí Adrián Gómez, quien tuvo a David como alumno de primaria e integrante del colectivo docente “Paren de matar a nuestros alumnos”. Luego del linchamiento que mató a “un motochorro del barrio Azcuénaga”, las conversaciones entre los ex maestros de ese joven, presentaron recuerdos de “ese David que la prensa nos mostraba como un vago”: recuerdos como “David jugando a la pelota en aquel rincón; David que había pintado ese mural junto a sus compañeros; David que, jura una maestra, un día venció su timidez y recitó para todos ‘Plegaria para un niño dormido’”… Adrián con el colectivo se propusieron entonces confeccionar una biografía escolar de David. Fotos, sonrisa tímida, dibujos, relatos de sus días escolares. “Queríamos repudiar el asesinato de David, pero no queríamos solamente repudiar”, y así fue que unos sesenta integrantes de la escuela marcharon por el barrio, “pasando frente a las ventanas de los linchadores”, y que otro día “presentamos los retazos de la biografía escolar de David” en los tribunales, “y nos tomamos el trabajo de entrar en contacto con la familia de David”, y con Lorena, la mamá, que finalmente les contó el motivo de una larga ausencia de ese chico: ella no lo envió esos días porque no sabía ayudarlo con la tarea que le habían mandado (recordemos que la sanción massmediática del chorro indica que sus madres se desentienden de educarlos). Y otro recuerdo apareció: “Lorena lo esperaba siempre en la puerta de la escuela a la salida.” El relato es mucho más rico que lo que puedo resumir aquí; conceptualicemos la operación que relata. Construye un David donde había un motochorro. Coopera para hacer esa construcción que diluye imágenes que desconocen esa vida: ni vago que no estudia, ni familia ausente, ni descarado desalmado. Tampoco la otra imagen, ‘progre’, que desconoce esa singularidad a priori: la víctima que no tendría otra vida que el puro sufrimiento, el pibe de sector vulnerable que no recibió educación y tiene un gran resentimiento y hace efectivamente todo lo que las imágenes punitivistas dicen, solo que ‘conducido por la adversidad’. La operación hace una biografía escolar allí donde, sin esa opinión, hay puro dispositivo de denegación de esa vida singular. Es biografía es expresión del común que desvía la imaginalización del yo. Una biografía como semejante composición colectiva es a la vez un dispositivo que construye social, un social que cuida de otra forma las vidas y las muertes.
Dicho de otra manera, para seguir conceptualizando: En ambas operaciones, la del cordón y la de la biografía, se juegan unas vías de reconocimiento autónomas del Estado y de la imaginalización; el reconocimiento, que es condición de toda formación subjetiva, puede darse en dinámicas de reconocimiento sin Trascendencia estatal y sin desconocimiento imaginal. Encontramos unas co-operaciones de reconocimiento: encontramos una actividad configurante de nosotros que deshace, siquiera fugazmente, los yoes-sombra, los yoes-precarios que ante la amenaza solo saben recurrir al “engorrarse” y al “adiós para siempre”. Quizás esas cooperaciones nos muestran la posibilidad de sostenernos en lo que podamos hacer más que en lo que podamos obtener, sostenernos más en una actividad que en una identidad o en una ristra de éxitos o en una conexión imaginal con imágenes mercantiles de felicidad.
Decíamos que vivimos en circunstancias posnacionales que imaginalizan que existe solución y nos forman subjetivamente en el supuesto de que para convivir podemos evitar pensar. Ante ellas, o más bien entre ellas, dos operaciones singulares invitan, con ideas y con tareas, a la problematización colectiva.
Problematización es la operación donde estas caracterizaciones generales de “la época”, (así le decimos al conjunto de las fluidas condiciones y fuerzas entre las que vivimos), se convierten en operadores situacionales, donde, en tensión con esta época, se singularizan para situarse, esto es, zafar/ir más allá de la subjetividad promedio.
[1] Presentación de Linchamientos. La policía que llevamos dentro en la Casa de la Memoria de Rosario el 30/9/16. Panel a dos años y medio del linchamiento de David Moreira, integrado por Adrián Gómez, Pablo Hupert, Bruno Napoli, Norberto Olivares y Ariel Pennisi y coordinado por Martín Stoianovich. Este texto recupera también una columna del 29/9 en el programa radial Primitivos Rebeldes, conducido por Nicolás Grati.
[2] “Fuenteovejuna tiene el valor de presentar un proceso singular a partir del cual ese colectivo de villanos se vuelve pueblo sublevándose, es decir, no replegándose en unos valores previos –ni mucho menos eternos–, sino inventándose un porvenir” (Ariel Pennisi, “¿Qué dijo el Papa?”, en Adrián Cangi y Ariel Pennisi (comp.), Linchamientos…, cit).
[3] Se pueden escuchar las cinco intervenciones en esta actividad en memoria de David Moreira en https://www.pablohupert.com.ar/index.php/linchamientos-el-309-en-rosario/.
[4] También, y que también mercantiliza e imaginaliza los aparatos clásicos, o, mejor dicho, los fluidifica, o, mejor dicho, los ve (con o sin plan voluntario) fluidificarse en su búsqueda eficacia gubernativa. Surgen así, las astituciones. Ver “Astituciones y sus más-allás”, en este volumen.
[5] https://www.youtube.com/watch?v=MEIPeK-vrlI.
[6] “Consumimos consumo”, decía Sandino Núñez, y en el artículo citado, Pennisi amplía: se trata de “una posición consumidora que forja la subjetividad misma”. Ver también El bienestar en la cultura…, donde insistimos en que nos constituimos como consumidores aun cuando no podemos comprar y, si podemos, nos constituimos como tales ya antes de comprar, al consumir el gozoso universo de imágenes y sensaciones de la publicidad –que es gratuita.
[7] Narrada en “¿Contactos sin vínculos?…”, en este volumen. http://vimeo.com/93101269.
[8] Bruno Napoli siempre señala que la desaparición es un cráter en el lenguaje mismo. “Carnadura de un relato imposible”, en En nombre de mayo, Buenos Aires: Milena Caserola, 2014.
[9] Ver El Estado posnacional…
[10] Ver “¿Contactos sin vínculos?…”
[11] Profundizamos un poco más a la noción de tercero “con minúscula” o ad hoc en “¿Contactos sin vínculo?…”, en este volumen.
[12] Ver “APS» en “¿Contactos sin vínculos?…”
[13] Incluso funciona así para quien postula “una mirada marxista”: “Y hay que ponerse de una vez, desde la izquierda, en el lugar de quienes están hartos de que los choreen o que tuvieron algún familiar o amistad asesinada por asaltantes y quieren venganza.” No hay Tercero. Hasta el marxista, que era todo un instituido del siglo exportaciones, hoy es afectado por las condiciones y operaciones de la segunda fluidez. Comentario de Danilo Castelli en http://www.laizquierdadiario.com/una-mirada-de-izquierda-ante-el-debate-sobre-la-inseguridad (15/9/16)
[14] Solo las cosas. Notas sobre subjetividad mediática y crónicas de pensamiento urbano. Ensayos en libro, Buenos Aires, 2008.
[15] http://www.eltrecetv.com.ar. “Sensible entrevista de Jorge Lanata con el médico que asesinó a un ladrón” y “La madre del ladrón asesinado por un médico habló con Jorge Lanata”.
[16] Como recuerdan tantos comunicólogos, la “gente” no recibe pasivamente lo que oye lee o ve, sino que lo procesa según múltiples circunstancias y recursos. Hablar de una manipulación abierta o de un engaño deliberado y linealmente eficaz es un engaño. Por otra parte, y más importante, el hecho de que esos políticos y periodistas obtengan muchos votos y audiencia, el hecho de que esas publicidades nos hagan sonreír e incluso entusiasmar, gozar, nos puede estar dando más bien la pista de que se someten a lo que cree y quiere la subjetividad promedio. En este sentido –y aun más importante– los periodistas de gran rating, los políticos mayoritarios, los creativos publicitarios y la gente participan por igual de esa subjetividad mayoritaria que llamo subjetividad promedio y que atraviesa distinciones de gustos partidarios, niveles de ingreso, edad, orígenes étnicos, etc. Así, los dichos mayoritarios habituales (“el sistema judicial es una puerta giratoria”, “alguien tiene que hacer algo”, “estamos dando respuesta, estamos poniendo más policía en la calle”, “la respuesta es la inclusión social de los sectores vulnerables”, “estamos cansados de la inseguridad”, “no cuenten conmigo”, etc.) son rastros de una configuración práctica de la subjetividad promedio. (El “de” vale en ambos sentidos: la configuración práctica configura, y es configurada por, la subjetividad promedio una y otra vez.) (Detalle metodológico: esos “rastros” son a la vez pistas que seguir para dar con esa subjetividad y marcas de las prácticas performativas que la producen. Esos dichos son, así, afectaciones epocales de la subjetividad, que es afectada y afectadora de su circunstancia.)
[17] “Zárate: un carnicero persiguió a un ladrón, lo atropelló y lo mató”, La Nación, 14/9/16. El carnicero se llamó esta vez Daniel Oyarzún. La presión mediática (que incluyó declaraciones presidenciales) a favor de su excarcelación y de la comprensión de su arranque, logró que la jueza del caso dispusiera la «excarcelación extraordinaria» del carnicero (Perfil, 16/9/16).
[18] Colectivo Juguetes Perdidos, “Las aguas suben turbias (entre linchamientos y saqueos)”, en Linchamientos.
[19] El eslogan comenzó al parecer en el artículo de cierto periodista ante la muerte de David Moreira, pero lo que nos importa no es su autor sino que se viralizó tanto como el comentario favorable a los linchamientos. Es decir, nos importa que allí habla la subjetividad promedio –es rastro de una configuración práctica de la subjetividad promedio (v. supra, nota 16).
[20] J. Núñez, “No cuenten conmigo”, Rosario/12, 28/3/14.
[21] La expresión es de Santiago Castro-Gómez y merece una cita: “aquellos que son capaces de adaptarse a un medio ambiente de inseguridad (mediante «acciones innovadoras») sobreviven, mientras que aquellos que no se adaptan y se aferran tozudamente a las seguridades ontológicas (el Estado, la familia, el sindicato, etc.), tendrán que perecer. Muera todo lo sólido, viva todo lo que… se deja llevar por el fluido permanente de la innovación y el consumo” (Historia de la gubernamentalidad. Razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault, Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2010, pp. 211-212).
[22] Lanzada en 2014 por la Asociación Pensamiento Penal, aun recibe retwiteos. http://www.pensamientopenal.org.ar/nocuentenconmigo/
[23] Un argumento como el de Núñez, si bien afectado por las condiciones fluidas, es aun quizás una forma de mediación, pero el comunicado con el que la Asociación de Pensamiento Penal lanzó la campaña #nocuentenconmigo no contiene argumentos sino peticiones de principios como “la única voz fue la de no dejar que la barbarie se apodere de nosotros.” Menos voces (en el sentido de menos palabras), menos argumentos, tiene aun la imagen de la mano (la convencionalmente usada para indicar “stop”) junto a la que se viraliza el eslogan .
[24] Ver “Lo imaginal y la expresión…”, en este volumen.
[25] Ver por ejemplo Daniel Link, “Yo”, en revista No Retornable n°3.
[26] Esta consecuencia nada tiene que ver con la coherencia doctrinaria o la disciplina del militante sólido. Nuevamente remitimos a “Contactos sin vínculos?…”
[27] En la presentación de Linchamientos en la FACAAL (Federación Argentina de Cooperativas Apícolas y Agropecuarias Limitada), en Rosario, el 1/10/16.
[28] Introducimos la noción de réplica, que tomamos de Patrick Vauday, en “Qué hacemos los que pasamos la Guerra. El hacer de una serie pictórica.”, en Marcelo Prudente, Malvinas. Fantasmas de guerra, Universidad Tecnológica Nacional, Buenos Aires, 2017. Disponible en www.pablohupert.com.ar. Allí proponemos extenderla al pensamiento de todo encuentro:
“«Ni autófagas ni autistas, ni sirvientes ni amas, pintura y fotografía reaccionan al estremecimiento que reciben una de otra. Sus relaciones no son para pensarse en el registro de la reproducción o de la imitación sino en el de la réplica. Réplica en forma de rivalidad emuladora sobre la escena de la representación para improvisar formas nuevas de existencia y de nuevas miradas, y réplica también en el sentido sísmico donde se trata menos de oponer una resistencia inútil que de captar la energía de una sacudida que nuble la cartografía de lo visible y que invite a su reinvención.» Vauday habla aquí de réplicas sísmicas entre pintura y fotografía. Bien podemos extender la noción de réplica a los amigos situados frente al abismo del no ser del sentido… Sus relaciones son para pensarse no como imitación y serie sino como réplica y desvío.”